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crónicas del siglo pasado

 

un drama olvidado
las huelgas patagónicas de 1920-21

continuación


 


Revistero

 



El entierro del teniente coronel Héctor B. Varela, al que asistió el presidente Marcelo T. Alvear


El teniente coronel Héctor Benigno Varela, que comandara la sangrienta represión de 1920-21

 

 

El territorio pacificado
Anaya termina el 13 de enero su tarea de limpieza, y Varela comunica a Buenos Aires que, pacificado el Territorio, comienza la sustitución del Ejército por la gendarmería y la policía. Como elemento coadyuvante para la normalización, el Dr. Manuel Carlés realiza una extensa gira por Santa Cruz, exponiendo el programa de la Liga Patriótica Argentina (conocida por el pueblo como Liga Patriótica Asesina). El único dirigente obrero que queda vivo es Antonio Soto, que se negó a esperar a Viñas Ibarra en La Anita, y escapó por los pasos a Chile. En las cárceles del Territorio quedan más de 600 presos, acusados de sedición armada, hasta la llegada del Juez Federal Viñas, en la Pascua de 1922, que los pone en libertad "por falta de méritos". La organización obrera está deshecha. Pero la Sociedad Rural, que en 1920 sólo tenía unos pocos afiliados en Gallegos y Deseado, aparece con Comisiones adheridas en todo el Territorio. Y se multiplican las brigadas de la Liga Patriótica. Hasta después de 1946 no vuelve a firmarse un convenio colectivo de trabajo en el campo patagónico. El Territorio se despuebla: de los 17.000 habitantes de 1920, quedan 10.000 en 1928. En medio de tanta paz, el viento se lleva las carnes de centenares de muertos, mal tapados por las piedras.

El significado de los hechos
Los estancieros, especulando con el alza, habían vendido lo menos posible durante los últimos años, no buscaron otros mercados, y descontaron créditos sobre un stock artificialmente valuado. Su única salida, en esas condiciones, y ante la falta total de demanda, era disminuir la producción y reducir los costos. Como para producir lana el único costo suprimible es la mano de obra (los pastos son naturales, la reproducción también), una larga huelga, y la eliminación de obreros traen indudables ventajas.
Por otra parte, los enormes latifundios, las largas distancias, el aislamiento y la pequeñez de los grupos de trabajadores, el monopolio del comercio y el transporte, la ausencia de organización sindical, hacían que hasta 1920 la fijación de los sueldos, la forma de pago, la contratación y despido de personal, se realizaran de acuerdo exclusivamente a la conveniencia y voluntad de los estancieros.
La organización de la Sociedad Obrera, con la afiliación de más de 1.700 peones, (el 10 % de la población total del Territorio), vino a romper este esquema en cuanto a los obreros del campo. Por lo tanto, desde la perspectiva patronal, la destrucción de la S. O. y la eliminación de dirigentes que, pese a las enormes dificultades, habían logrado organizar el Territorio, era sumamente conveniente.
El hecho de que el primer pliego fuera firmado rápidamente por 25 estancieros chicos, que algunos protegieran a los obreros, y que fueran apresados, golpeados y perseguidos junto con ellos, muestra otra faceta característica de la lucha económica en la Patagonia: la represión y las exacciones sirvieron también para desocupar algunos campos más, para acrecentar la tendencia hacia la concentración latifundista. Por todas estas razones, el primer conflicto se arrastró 4 meses, y no tuvo solución mientras las tratativas estuvieron bajo el control de Correa Falcón, al mismo tiempo representante de la Sociedad Rural y autoridad máxima del Territorio.
En cuanto llegan Varela e Iza, no vinculados por entonces a los grandes estancieros, el conflicto se soluciona. En realidad, bastan 12 días de tratativas reales para llegar a un arreglo que se firma en pleno campamento obrero, en una ceremonia a la que las autoridades no tuvieron la menor inquietud en concurrir, a pesar de encontrarse rodeados de centenares de hombres armados. Esto nos obliga a recordar que, en aquella época, nadie andaba desarmado en la Patagonia. Y que la concentración de obreros en grandes grupos fue la consecuencia directa de los desalojos en las estancias y los hoteles y de las persecuciones en los pueblos, donde la policía apresaba y deportaba a los huelguistas.
Los pedidos anticipados de tropas, y la gran campaña de prensa en Buenos Aires con sus fantasías sobre bandolerismo, saqueos, maximalismo, etc., responden a dos razones: por un lado, los estancieros no querían pagar los sueldos adeudados en todo el invierno, ni cumplir con las condiciones del convenio, y, además, tenían un gran interés en terminar con la organización obrera, como se ha dicho antes. Por otro, la Policía del Territorio era totalmente ineficaz para disolver y diezmar los grandes campamentos obreros, por escasa, por incapaz, y porque su corrupción y sus abusos daban pie a que los obreros se sintieran libres de enfrentarla por la fuerza, si los atacaba. Recurriendo al Ejército, todos estos problemas se resolvían automáticamente.
¿Cómo menos de 300 hombres de tropa pudieron dominar a más de 3.000 obreros concentrados y acostumbrados al uso de las armas? ¿Por qué el Ejército tuvo una sola baja, mientras que murieron más de 1.500 obreros? Es que no hubo combates. En el primer conflicto, los obreros recibieron al Ejército como protector ante los abusos policiales y árbitro ante la intransigente posición patronal. Y como el Ejército había cumplido tal papel, la intimación a someterse hecha por las patrullas en el segundo conflicto era acatada en el acto, salvo la momentánea resistencia de Font en Tehuelches. Es indudable que los muertos fueron entonces baleados a mansalva, fusilados y degollados. Y el hecho de que no sobreviviera ningún dirigente ni activista prueba que éstos fueron especialmente señalados, buscados y eliminados. Esa actitud, repetida, de rendirse sin disparar un solo tiro, y el que nadie (salvo Soto en La Anita) huyera por los pasos a Chile, prueba que los huelguistas no conocían el bando o ultimátum de Varela. De hecho, yo no he encontrado ninguna constancia —ni en los diarios de Santa Cruz, ni en los testimonios personales que pude obtener, ni en los periódicos obreros de Buenos Aires, ni en la gran prensa— de la existencia de dicho bando antes de la vuelta de Varela a Buenos Aires: la primera transcripción del bando aparece en Crítica el 20 de enero de 1922, 7 días después del anuncio de la terminación de la campaña militar.
Es posible imaginar dos hipótesis respecto del bando: 1) que fuera efectivamente redactado en Gallegos en noviembre de 1921, sin dárselo
a publicidad, como una orden interna para respaldo de los oficiales que debían llevar a cabo las "operaciones de limpieza". 2) Que fuera redactado en Buenos Aires, a la vuelta de la expedición, ante el escándalo periodístico y los cargos planteados por la izquierda parlamentaria (el Partido Socialista tenía representantes en el Congreso). Es necesario tener muy en cuenta que el bando, con su muy dudosa autenticidad, es, sin embargo, el único documento "oficial" que "legalizaría" las matanzas. Por cierto que ningún oficial del Ejército tenía, ni tiene actualmente, atribuciones para emitir una declaración de guerra semejante, y, aunque hubiera sido emitida antes de las matanzas, sería ilegal en sí misma. Pero, de todas maneras, este bando es, hasta ahora, la única parodia de documento oficial en la que pueden apoyarse las matanzas. Durante los cincuenta años transcurridos ninguna autoridad se ha hecho responsable de la orden de matar: ni el Presidente Yrigoyen, ni el Ministro del Interior, Gómez, ni el de Guerra, Julio Moreno, han respondido a las interpelaciones públicas. El Ejército no permitió investigaciones, y, si las hizo por su cuenta, no publicó las conclusiones. Varela mismo, si bien no rechazó la paternidad del bando (que se le atribuyó en plena Cámara de Diputados de la Nación), tampoco se hizo públicamente responsable de él. En realidad, importa poco qué persona u organismo del Estado es responsable formal de las muertes en Santa Cruz. Tampoco importa si Varela y el gobierno de Buenos Aires creyeron realmente en la leyenda del bandolerismo y la revolución maximalista, o la utilizaron como excusa, conociendo la mala fe de la acusación de los estancieros. Lo que importa concretamente es que la "campaña de Santa Cruz" benefició directamente a los latifundistas, y la tortura y la muerte de centenares de obreros que no habían cometido delito alguno sirvió para compensar las pérdidas que la crisis lanera había ocasionado a los grandes productores patagónicos. El Estado y el Ejército se mostraron, una vez más, el instrumento de la clase dominante.

La clave de la tragedia
Desde la perspectiva de la clase obrera, la gran derrota del movimiento de Santa Cruz merece algunas reflexiones. Todos los volantes que hemos visto, y el texto mismo de los pliegos presentados son de neto corte reformista. La última cláusula del 2° pliego, es el mejor ejemplo: "La S. O. se compromete a dictar con la urgencia del caso los reglamentos e instrucciones a que sus afederados deberán sujetarse, tendientes a la mejor armonía del capital y el trabajo, bases fundamentales de la sociedad actual, inculcando por medio de folletos, conferencias y conversaciones, en el espíritu de sus asociados, las ideas de orden, laboriosidad y respeto mutuo que nadie debe olvidar".
Este movimiento masivo, organizado pues a partir de reivindicaciones inmediatas, pasa luego a la acción directa, saltando prácticamente fuera de la sociedad: de hecho se constituye una "sociedad" de peones y obreros, fuera de los poblados, que se provee directamente para satisfacer sus necesidades. Es también un ejército armado, dicta sus propias leyes, e instituye un nuevo régimen "político": la democracia obrera de las Asambleas.
Pero, al mismo tiempo, firma vales por las provisiones que toma, sujetándose así al sistema de intercambio de la sociedad que aparentemente abandonó, y reconoce la autoridad del Ejército argentino cuando éste intima, a pesar de encontrarse en abrumadora superioridad numérica. Esta contradicción fundamental, insoluble en el marco de un planteo reformista, constituye la clave principal de la tragedia.
Si los objetivos que se buscan son una mejora en las condiciones de vida y trabajo —una reforma— la lucha debe tener en cuenta las reglas de juego de la sociedad, y los contendientes deben moverse dentro de sus estructuras. El salto fuera del sistema productivo y de sus formas "políticas", aunque —como en este caso— sea involuntario, pone en cuestión a la sociedad constituida y determina en los hechos un enfrentamiento radical. Este enfrentamiento, que no fue buscado por los dirigentes de la huelga, ni siquiera fue advertido por ellos cuando se les impuso. Y, como resultado, el movimiento fue aplastado sin la más mínima resistencia.
Con esto no queremos decir que un planteo revolucionario (y no reformista) y la conciencia sobre la necesidad de destruir la actual sociedad para edificar otra, sean garantía para el triunfo del movimiento proletario. Desde la Comuna francesa de 1871 hasta nuestros días, centenares de movimientos revolucionarios han fracasado, pero la clase obrera ha aprendido de esas derrotas, porque éstas fueron precedidas por bravos combates.
En Santa Cruz, sofocada por el reformismo, muere la primera gran oleada de luchas del movimiento obrero argentino, iniciada con el siglo. El anarquismo ha dado ya lo mejor de sí, se estrella contra sus propios límites, y demuestra su impotencia para dirigir la siguiente etapa. 47 años después, el cordobazo inicia un nuevo auge. El proletariado, en pie de guerra otra vez, necesita forjarse una dirección de clase que lo lleve a la victoria.

Fuentes
Diarios de Buenos Aires: La Prensa, La Nación, Critica, La Montaña y La Vanguardia.
Periódicos de Río Gallegos: La Unión y La Verdad.
La Protesta. Suplemento quincenal. Año VIII, Nº 299, enero 31 de 1929.
La Patagonia Argentina. F. Obrera L. Bonaerense. Talleres Gráficos La Protesta, Buenos Aires, junio 3 de 1922.
Cámara de Diputados: Diario de Sesiones 1921. Tomo V. Sesiones extraordinarias. Págs. 54 (sesión del 19 de febrero de 1922) y 89 (sesión del 8/2/1922).
Comisión de Justicia de la Cámara de Diputados: Expediente relativo al juicio político al doctor Ismael P. Viñas.
Departamento Nacional del Trabajo: Crónica Mensual. Año IV, Nº 38, febrero de 1921, y Nº 45, setiembre de 1921.

Bibliografía
Borrero, José M.: La Patagonia trágica. Primera parte. Asesinatos, piratería y esclavitud.
Bayer, Osvaldo: Los vengadores de la Patagonia trágica. En Todo es Historia, Nº 14 y 15, junio y julio de 1968.
Correa Falcón, Edelmiro: Los sucesos de Santa Cruz 1919 a 1921, 1958.
Fiorito, Susana: Las matanzas de la Patagonia (en prensa).

Colección Polémica, del Centro Editor de América Latina Nº 54, mayo de 1971