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crónicas del siglo pasado

 

un drama olvidado
las huelgas patagónicas de 1920-21

 

 

 

 



Revistero

 



Hipólito Irigoyen
(archivo general de la nación)


Yrigoyen y los problemas de la primera guerra mundial según Caras y Caretas

Luna- ¿Ha visto, Hipólito? Norte América, Cuba y el Brasil han declarado la guerra a Alemania; son asuntos gravísimos que debemos estudiar inmediatamente
Hipólito- Ya he cumplido como demócrata ¡He lanzado mi nota!
Luna- ¡Es la costumbre impuesta por Wilson! Se empieza por notas y... ¡nadie sabe cómo se termina!

 

La clase media en el poder
Los gobiernos radicales (1916-1930)

Hemos señalado que la asunción de Hipólito Yrigoyen a la primera magistratura en 1916 a raíz del triunfo del partido Radical, implicó el ingreso de hombres nuevos en el quehacer gubernamental. Apoyado por una masa popular fielmente adicta y con un equipo de colaboradores, en gran parte proveniente de los sectores medios, el presidente no llevó sin embargo a cabo, durante su mandato, las transformaciones radicales que parecerían ser la lógica consecuencia de este cambio de actores, sobre todo en lo que respecta a la extracción del porcentaje mayor de su base electoral.
En este sentido, existe una coincidencia bastante general en calificar la actividad del partido Radical en el gobierno, como reformista más que revolucionario; menos acuerdo suele advertirse en el análisis de las causas que motivaron dicha política y en la evaluación de sus consecuencias para el país. Frente a esta polémica siempre abierta, una sintética visión del proceso general resultará un útil encuadre para ubicar las divergencias y convergencias que aparecen en los estudios especiales que se incluyen en este período.

La primera presidencia de Yrigoyen
El 2 de abril de 1916 se llevaron a cabo los comicios generales según los términos de la nueva ley electoral. El sufragio universal, individual y obligatorio que otorgaba el derecho de voto a cada ciudadano varón mayor de 18 años, dio el triunfo, por amplio margen a la fórmula Hipólito Yrigoyen-Pelagio Luna, representante de la Unión Cívica Radical que, ese mismo año, el 12 de octubre, se hizo cargo del gobierno. La guerra que ya llevaba dos años de duración, si bien no comprometía directamente al país en el plano militar por cuanto se mantenía la neutralidad, tenía empero consecuencias colaterales. Al prolongarse las operaciones y declarada la guerra submarina ilimitada por parte de Alemania, dos buques argentinos —el "Monte Protegido" y el "Toro"— fueron hundidos por fuerzas navales germanas, hechos que puso en evidencia las crecientes dificultades que aquejaban el normal desenvolvimiento de nuestro comercio con el exterior. Por las mismas características de su economía agro-exportadora, la Argentina estaba expuesta a sufrir en mayor medida que otros países, también neutrales, cualquier tipo de restricción en este aspecto y, en efecto, su extremada vulnerabilidad económica había comenzado a revelarse, especialmente en el sector producción generando serios conflictos sociales.
En lo que respecta a la agricultura, las causas que motivaron el movimiento de Alcorta en 1912, no habían desaparecido por completo y las palabras del presidente así lo confirman en 1917. Dijo entonces en su mensaje al Congreso: "La escasez del colono propietario se hace sentir cada vez más, comprobándose que en una superficie de 83.600.000 hectáreas que forman la región especialmente agrícola no alcanza al 30 % el número de explotaciones en manos de propietarios, confirmándose la ley económica: que cuando crece la gran propiedad en proporción aritmética, crece la emigración rural en proporción geométrica. La situación del colono no ha mejorado substancialmente, a pesar de nuestro progreso agrícola, siendo múltiples las causas que determinan este estancamiento".
La situación haría crisis una vez más en 1921, año en que los arrendatarios volvieron a presionar con petitorios y manifestaciones para que se pusiera freno, legalmente, a las exigencias de los terratenientes sobre el precio de los arrendamientos. Consecuencia de este movimiento fue la aprobación de la Ley Contractual Agraria en 1921 que garantizaba a los colonos que arrendaran menos de 300 hectáreas el derecho a prolongar cualquier contrato que hubieran celebrado por un tiempo menor hasta cuatro años más, a ser indemnizados en caso de haber introducido mejoras, a retener como inembargables parte de muebles, ropas, útiles, implementos agrícolas, animales de trabajo y semilla para la cosecha siguiente, a trillar, cortar o emparvar con cualquier máquina, empresa o persona, y de vender los productos y asegurar los cultivos a la persona o compañía que el arrendatario estimara más conveniente, a vivir en una casa de ladrillos, con vidrios en las ventanas, frutales y forestales, un mínimo de tierra para huerta, frutal y ganado y retiro de la semilla antes de pagar el arrendamiento.
Sin embargo, el problema no fue atacado en sus bases ni se controló el cumplimiento efectivo de estos derechos mínimos; el latifundio se mantuvo y con él el fuerte desnivel en los ingresos entre el propietario de la tierra y el productor efectivo. Entre las consecuencias más notorias, derivadas de la permanencia del sistema, pueden citarse la decreciente productividad agrícola y el paulatino aumento de las migraciones rurales hacia los centros urbanos. Los altos beneficios que, a pesar de las dificultades experimentadas en el transporte oceánico, generó el abastecimiento a los ejércitos aliados, continuaron por lo tanto acaparados por sectores minoritarios.
Cabe señalar que el gobierno intentó remediar esta situación aunque no atacara directamente al régimen de la propiedad. Para ello decidió intervenir en las operaciones de venta de los productos agrícolas al exterior y concertar convenios comerciales de Estado a Estado que garantizaran precios mínimos y colocación de la producción. Era un modo de liberar a los productores del monopolio ejercido por las empresas exportadoras que controlaban los precios y, de hecho, fijaban cupos a la producción. No tendría éxito. Los intereses afectados contraatacaron con eficacia y el Congreso rechazó el proyecto reiteradamente presentado. Parecida suerte corrió la iniciativa de crear una flota mercante nacional que conservara para el país los beneficios derivados del transporte de nuestra producción al exterior. Y aunque en este caso se llegó a contar con una pequeña flota, una cerrada posición conservó el predominio de las bodegas extranjeras, restringiéndose una oportunidad más de aumentar el capital nacional.

el relato continúa aquí

 

Yrigoyen y la política internacional
"...En el orden internacional tuve que plasmar nuevas normas contra las establecidas, para poder así destacar el significado preciso de la independencia y la integridad de la Nación en la plenitud de sus atributos, para alcanzar el renombre que le corresponde en el concierto de los pueblos soberanos y civilizados. Mientras el régimen debatía intereses menguados pretendiendo mistificar a la conciencia pública, yo levantaba bien alto y para siempre las eminentes insignias de la Nación, demostrando cómo se resuelven las grandes cuestiones cuando las orientan las facultades y la capacidad superior de los pueblos. Las naciones más poderosas del mundo rindieron el tributo debido a esos sentimientos y reconocieron la plenitud de su fundamento. Los problemas más arduos y más complejos que pudieran condensarse por lógica gravitación de los sucesos mundiales, se presentaron a la consideración de mi gobierno y todos los he resuelto con la más alta significación del concepto universal al que están vinculados, y con la más austera conciencia de la autoridad de la Nación, con tal exactitud y acierto que superó las mejores previsiones y anhelos.
Los fundamentales principios que profesé siempre respecto a la soberanía y a la dignidad de mi patria, ya fuera por su concepto ante el país o ante el mundo, me hicieron aplicar en el caso de la neutralidad argentina durante la guerra europea, la política deliberada y austera que no improvisé por cierto, porque los había aprendido y experimentado en mis largas vigilias de ciudadano. Los había aprendido en la ciencia, en el estudio de los fenómenos sociales y en la íntima identificación de mi espíritu con el espíritu de la nacionalidad y fue por eso que en un momento de universal desconcierto, puso nuestra patria la nota de altivez y la cordura tan alta y tan serena, atrayendo sobre sí, primero la sorpresa, la admiración inmediatamente y por último, el homenaje de los grandes cerebros del mundo y la consagración rotunda de los acontecimientos. Fui ruidosamente injuriado y calumniado en esa emergencia, y el coro de imprecaciones y denuestos que en idénticas consonancias se conjuraron contra mí, venía de todos los resabios del régimen, de los que habían causado el desastre de la República, de todos los aprovechamientos de ese medio y de todos cuantos dieron la espalda a la sagrada causa de la patria. Indiferente a la diatriba, continué mi obra pensando solamente en ella. Sus anhelos, sus ansias de mejoramiento, su tesón en el trabajo, su acrisolada virtud, sus ensueños y sus esfuerzos, su premiosa y a veces obscura labor de cada instante, tuvieron en mí el custodio más celoso y consecuente con el deber que me impuse al aceptar estoicamente el gobierno y aunque pareciera inmodestia, con mi propósito de sacrificarme por mi pueblo, de darme entero a su causa."
(Tomado de Luis C. Alén Lascano, 'Pueyrredón, el mensajero de un destino', Buenos Aires, 1951).