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crónicas del siglo pasado

 

un drama olvidado
las huelgas patagónicas de 1920-21

continuación


 


Revistero

 



Una proveeduría de la Compañía de Tierras Sud Argentino para el personal de la estancia Leleque, en Chubut


Embarque de lana en un puerto patagónico


Casas de madera y planchas en San Julián


Vivienda prefabricada en Santa Cruz


Estación Puerto Deseado construida en 1909 por los Ferrocarriles del estado: lista para un apogeo que no llegó jamás


Alambradores en Chubut

 

 

El verano: intrigas y violencia
El primero de enero de 1921 la policía, que pretendió tomar entre dos fuegos a un grupo de obreros en el hotel de El Cerrito, fracasa en el intento porque los obreros, avisados desde Gallegos, la rechazan a tiros. Quedan 2 peones y 3 policías muertos, y dos heridos en manos de los peones: el subcomisario Micheri y el agente Pérez Millán Temperley. Sin embargo, los peones no buscan guerra. Terminada la acción, desalojan el hotel objeto de la "encerrona" y empiezan una vida trashumante, agregando a partir de ese hecho una modalidad nueva a las requisas: toman como rehenes a los mayordomos o dueños solteros, para protegerse ante posibles ataques. En Buenos Aires los grandes diarios informan sobre supuestas conspiraciones, terror, saqueos, depredaciones, éxodo de pobladores, incendios. Se llega a relatar con lujo de detalles asesinatos, cuyas "víctimas" los desmienten paseándose por las calles. En realidad el Territorio está paralizado, pero en completa paz.
El gobierno nacional envía a Santa Cruz medio escuadrón de caballería, al mando del Capitán Narciso F. Laprida, media compañía de infantería de marina (Alférez de Navío Luis Malerba), y una dotación de marineros (Tte. de Fragata Jorge Godoy). Este queda en Deseado, Laprida se instala a medio camino entre Gallegos y Lago Argentino (donde queda inmovilizado por falta de caballos) y Malerba entra en Gallegos, donde detiene al procurador Cabral (intermediario en las negociaciones), allana y destruye una imprenta, y encarcela a todos los activistas obreros que puede encontrar. Durante 4 días Malerba y el gobernador interino Correa Falcón aumentan la presión —hasta plantear una acusación de sedición—, y el 21 de enero, la S. O., acorralada, sin respuesta de Buenos Aires, con sus asesores presos y el Juez impotente para hacer cumplir sus resoluciones (se enfrentó con Malerba exigiendo la libertad de los presos, y fue desacatado) , publica un manifiesto levantando la huelga. "Vencidos hoy", dicen, "tenemos fe en la justicia de nuestra causa...". Pero el levantamiento de la huelga tiene lugar sólo en el pueblo: aparte de lo difícil que es comunicarse con los campamentos trashumantes, los dirigentes no tienen mucho interés en poner la organización al servicio de la derrota, ni están demasiado seguros de que la orden de volver al trabajo va a ser acatada en el campo.

Una solución rápida
El 29 de enero llega a Gallegos el gobernador titular Ángel Guzmán Iza y al día siguiente los estancieros lo nombran arbitro del conflicto. En Pto. Santa Cruz desembarca el 10º Regimiento de Caballería al mando del Coronel Héctor B. Várela, con el Capitán Elbio C. Anaya como segundo. Las tropas quedan en Cerro Fortaleza, mientras Varela se larga solo a Gallegos, a hablar con el gobernador.
Evidentemente hay un acuerdo pleno entre ellos, porque a partir de allí el proceso toma una línea clara. El 22 de febrero se llega a un pliego que cuenta con el acuerdo de estancieros y peones, salvo en lo referente al pago de los días de huelga. El gobernador obtiene nombramiento de arbitro, y lauda el 24: se pagará medio jornal por cada día de huelga.
El convenio aceptado es prácticamente el 2º pliego presentado por los obreros, con algunas relativizaciones, cuya importancia mayor es que
permitirán cualquier clase de discrepancias por vía de interpretación, y, por lo tanto, el convenio puede transformarse en un semillero de conflictos. Pero sus contenidos contemplan todas las reivindicaciones planteadas desde el principio por los peones. La S. O. saluda jubilosa lo que considera un triunfo total del movimiento. La Unión se muestra cautelosa y fría. Atribuye al Ejército todos los méritos que pudieran existir en el arreglo (sin decir cuáles son), desestimando la acción de las "autoridades administrativas".

El invierno de 1921
Apenas 3 semanas después del laudo de Iza, el 10 de marzo, aparece francamente la primera reacción patronal en Gallegos. La Unión inicia la publicación de una serie de artículos que saldrán regularmente hasta octubre. Acusa a las autoridades de una complicidad "relajante y bochornosa" con los "malhechores" (los obreros), y de violar los "principios sagrados" de la Nación. Remarca que la "parte financiera" del arreglo ha perjudicado al capital. Defiende el trabajo "ordenado y espontáneo", considerando al sindicalismo un delito. Declara que existe una "situación de tirantez insostenible entre el capital y el obrero", por culpa de las autoridades, advierte que el conflicto no ha terminado y que deben esperarse sucesos desagradables. Por fin, se pregunta si en estas condiciones es posible la existencia de la industria, el comercio y la producción. Esta tónica se exacerba a medida que pasan los meses, ocupando en sus páginas tanto lugar como la crisis económica del Territorio: no hay mercado para la lana.
Al mismo tiempo, en todo el Sur la carestía se vuelve "insoportable" (según La Prensa, de Buenos Aires), y los comestibles llegan a costar el doble que en la Capital. Para julio ya no queda ninguna autoridad en el territorio: han viajado a Buenos Aires el gobernador, el juez y los oficiales del Ejército y la Marina. El Territorio queda bajo la responsabilidad formal de un secretario, y bajo el poder real de la policía y la Sociedad Rural.
En el campo, la situación obrera es difícil: si bien la mayoría de los estancieros han readmitido personal, los meses pasan sin que en ninguna parte se paguen los sueldos. En los pueblos, además, se multiplican las negativas a retomar el personal, lo que provoca el inmediato boicot de los federados. A pesar de esta situación no hay incidentes violentos. Y, sin embargo, el estanciero Norberto Cobo se dirige al M. del Interior en junio, pidiendo el envío de tropas para agosto; y en ese mes de agosto Carlos Menéndez Behety se entrevista con Yrigoyen para avisarle que en la época de la marca (octubre y noviembre) se producirán disturbios en el Territorio.

Otra primavera: el nuevo conflicto
En setiembre los acontecimientos se precipitan: el convenio Iza no se cumplía, pero la inquietud de los peones, que además no cobraban desde marzo, era frenada por la S. O. con instrucciones de no precipitarse a una huelga general, aconsejando parar sólo en los establecimientos donde el convenio no se cumpliera, y negociar en todas partes.
Pero, a mediados de mes, comienzan en todos los pueblos y Comisarías procesos a los dirigentes de la huelga anterior, instruidos por la policía, que encarcela y deporta por sí a todos los sindicados como activistas. A medida que esto ocurre, los peones se declaran en huelga, y los estancieros los desalojan sin pagarles lo adeudado. El 30 de octubre la huelga abarca todo el Territorio, incluso Gallegos, y los trabajadores vuelven a reunirse en grandes grupos en el campo. Había por entonces 1.760 federados, que arrastraron tras de sí a casi todos los peones. Ya desde el 18 de setiembre (días antes de que se produjera el primer incidente en el Territorio, incluso antes de que la policía instruyera los primeros sumarios) comienzan a llegar a Buenos Aires —La Nación— "telegramas" denunciando la existencia de bandas armadas, asaltos, robos, y un plan subversivo con vistas a la revolución social. En 15 días los telegramas se multiplican. El 3 de noviembre parte para Santa Cruz una expedición militar al mando del Tte. Coronel Varela.

La campaña militar
Los preparativos: Varela desembarca el 11 de noviembre en Punta Loyola y sigue con la tropa por tierra hasta Gallegos. En los pueblos no hay nada que hacer: los huelguistas que no están presos o deportados han huido al campo. El Tte. Coronel unifica la policía bajo su mando, forma 3 columnas bajo el mando del Tte. 1º Schweizer, el Capitán Viñas Ibarra y el Capitán Campos, y, según se informa mucho después, los provee de un ultimátum dirigido a los obreros, cuyos dos últimos puntos significan el establecimiento de la ley marcial, y la declaración de guerra sin conservación de prisioneros: la muerte, aun para el que se rinda. 
Las matanzas en el campo: Las 3 columnas se dirigen hacia el interior del Territorio, cumpliendo concienzudamente una tarea de "limpieza" en la que van a ser reforzados por el Capitán Anaya (que desembarca el 26 de noviembre en San Julián). Varela se reserva una parte de la tropa (la más numerosa) para hacerse cargo personalmente de la tarea más pesada. El método de trabajo es similar en todos los casos. La columna militar se acerca a un "campamento" o grupo de obreros, les da el alto, y les exige depositar sus armas en el suelo. Luego los rodea y los diezma al azar, o, ayudándose por las indicaciones de algún estanciero o mayordomo, mata a los activistas y dirigentes. Las más de las veces se usa el máuser, pero tampoco se desdeña la bayoneta; en algunos casos, cuando se divisa desde lejos algún individuo solitario se tira al blanco sobre él, sin siquiera averiguar su identidad; o se lo apresa y se lo deja estaqueado en medio del campo, para que muera lentamente. A los que quedan con vida, se los despoja de todas sus pilchas y se los arrea hacia las cárceles de los puertos, a las que llegan siempre muchos menos que los que fueron apresados... 
Recordemos algunos jalones de esta campaña: En Punta Alta, el 15 de noviembre, la columna de Viñas Ibarra rodea a un grupo de 100 peones, de los cuales llegan prisioneros a Fuentes de Coyle sólo 20. Allí murieron los dirigentes Pintos, Juan Alvares, Oscar Mansilla, José Lagos.
En la estancia de Américo Berrondo, al NE. de Paso Ibáñez, Varela liquida al grupo de Avendaño, entre el 27 y 28 de noviembre. Camino a Cañadón León encuentra a Outerello y lo mata con 5 compañeros. Sigue viaje y rodea al grueso del grupo en la estancia Bella Vista, de Hospitaleche: secundado por Anaya, que llegaba desde el Norte, toma el 1º de diciembre 420 prisioneros, de los cuales llegan al pueblo presos sólo 87.
Desde el 8 al 13 de diciembre, Viñas Ibarra liquida al grupo de 400 obreros que, bajo la dirección de Antonio Soto se había refugiado en la estancia La Anita, de Menéndez Behety. Y si en lo de Hospitaleche se quemaron los cadáveres con mata negra para ahorrarse el trabajo de sepultarlos, aquí, en La Anita, se proveyó a los prisioneros de palas para que cavaran sus propias fosas. Al año siguiente se desenterraron 130 cadáveres de una sola zanja cerca del casco de la estancia. Allí fue donde mister Bond, estanciero respetable en 1921 —el mismo que en los alrededores de 1900 se ganaba la vida cazando indios a libra esterlina por cabeza— hizo fusilar 37 peones, porque le habían confiscado 37 caballos...
Para fin de diciembre, Varela carga un destacamento en dos vagones del ferrocarril que sale de Deseado, liquida un grupo de 40 hombres en estación Jaramillo, y sigue adelante. Al entrar en estación Tehuelches, se acerca al tren un grupo de peones dirigido por José Font (llamado Facón grande) sin advertir que el vagón estaba cargado de tropa. Varela los deja acercar, y luego abre fuego. Font reacciona rápidamente, dispersa a su gente y contesta durante una hora al tiroteo, mientras va retirando al grueso de los huelguistas con los heridos y los muertos que le costó la sorpresa. Este es el único combate que hubo en toda la campaña, y acá se producen las dos únicas bajas del ejército: muere el conscripto Fischer (una bala en la cabeza) y es herido en la pierna el conscripto Salvi (según parece, por un tiro que se le escapa a un cabo). Al día siguiente se presentan a Varela enviados de Font, que aconsejado por comerciantes de la zona ofrece rendirse, pidiendo garantías para la vida de su gente, que le son aseguradas. El grupo entero deja las armas en el suelo y se entrega con Font a la cabeza. Todos los presos quedan sin vida en el lugar. Font es fusilado frente a unos bretes. Antes se le ha quitado hasta la rastra, y muere sosteniendo con las manos las anchas bombachas, de cara al pelotón, según lo muestra la única fotografía de los fusilamientos que se conserva. A su vez Anaya toma en Tata Tapera (¿estancia Mata Grande?) 193 prisioneros, que va liquidando allí mismo y en camino a la estancia San José: se conservan algunos nombres de los muertos, como Albino Arguelles, el paraguayo Jara, Alfredo Vázquez, Francisco Depan, Alba, Latif, Estanislao... El español Martense es estaqueado toda la noche a la intemperie, con una piedra puntiaguda bajo la cabeza, para ser fusilado al día siguiente. Y luego, Anaya sigue, deshaciendo los grupos huelguistas que encuentra en Osamenta, La Alianza, Tapera de Casterán, Vega del Zaino, Tres Cerros, estancia Martinovich... Así mueren Alfredo Del Giúdice, Juárez, Prieto, Fraco, y tantos otros, de los que no queda siquiera un nombre para invocar. Tantos, de los que sólo sabemos que querían medio día por semana para lavarse la ropa, velas, aire y una estufa en los dormitorios. Tantos, de los que se negaron a trabajar hasta conseguir la libertad de sus compañeros.
Pero no murieron solamente obreros, en ese diciembre de 1921: Anaya recuerda a dos estancieros, Daniel Ramírez y Antonio López, y a un administrador de estancia, Alfredo Núñez, a quienes se dio una "sanción ejemplarizadora" (textual) por colaborar con los obreros. Crítica del 3 de febrero de 1922 describe la "sanción" a Ramírez: preso, lo apaleaban todas las noches a la misma hora, y gritaba pidiendo por Dios que lo mataran, a lo que se accedió luego de una semana, llevándolo —con palas y picos— en un automóvil al campo, de donde nunca volvió. Lo ven partir su mujer y los principales comerciantes de Pto. Santa Cruz, que infructuosamente interceden por él. 
Las matanzas en los pueblos: Mientras el Ejército "limpiaba" los campos, la policía se encargaba de los pueblos. En todos encontramos episodios de horror, que llegan al máximo en Pto. Santa Cruz, donde el Comisario Sotuyo, con la complicidad del escribano Sicardi (organizador de la Liga Patriótica) une las exacciones a las torturas y los asesinatos. Allí mismo muere fusilado, después de 6 días de torturas, el albañil Santiago González Diez, conocido dirigente anarquista, que también es obligado a cavar su propia tumba.

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