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crónicas del siglo pasado

 

un drama olvidado
las huelgas patagónicas de 1920-21

continuación


Desfile de tropas de marinería frente a la Casa de Gobierno el 9 de julio de 1916

 


Revistero

 



Kurt G. Wilckens, el anarquista alemán que en 1923 asesinara al teniente coronel Héctor Benigno Varela, jefe de las tropas que diezmaron a los huelguistas patagónicos


Casco de la estancia María Behety en Tierra del Fuego. Pueden verse corrales, oficinas de la administración, casas para peones, la casa patronal y el galpón de esquila más grande del mundo


Lanares en una estancia patagónica en la zona próxima a la cordillera


Las fuerzas que reprimieron a las huelgas de la Patagonia


el hotel de Sara Braun frente a la plaza central de Punta Arenas

 

Susana Fiorito
El punto de partida

Este es el relato de una parte olvidada de la historia argentina: en la primavera de 1921 centenares de peones y obreros fueron torturados y asesinados en el Territorio de Santa Cruz. La historia se puede reducir a cifras —valor de la lana y la carne de oveja, de los sueldos y el pan— y a hechos —nombramientos o destituciones de gobernadores, encuentros armados, fusilamientos. . .
Pero hechos y cifras no son más que la imagen seca de la historia: la historia está hecha y vivida por hombres. Mil muertes son mil veces una, mil agonías intransferibles, mil vidas diferentes, únicas. Lo que vamos a conocer en este relato son las luchas, las esperanzas y la muerte de centenares de hombres unidos por una condición y un destino común, que los enlaza entre ellos, que los trasciende y que llega a nosotros, modificando nuestras vidas. Los protagonistas anónimos de esta historia son los peones que con 18° bajo cero arrean las majadas de un potrero a otro, los esquiladores que terminan jornadas de 16 horas con los brazos agarrotados, los obreros que trabajan en las cámaras frigoríficas 12 horas por día, 27 días por mes. Mientras ellos pasaban la noche apilados sobre cueros de capón, sin estufa ni agua para lavarse, los universitarios de Buenos Aires discutían el surrealismo. En esos años del 20, las vigas de acero que sostienen el Teatro Cervantes, y los aparatos que utiliza Bernardo Houssay para sus investigaciones sobre la hipófisis, se compran con las libras esterlinas producidas por la lana y el cordero congelado: la cultura y el progreso del país están apoyados sobre el agotamiento y las privaciones de miles de hombres.
En 1921 centenares de esos hombres se levantaron para pedir condiciones de vida humanas: perdieron una huelga y dejaron la vida en el intento. Pero su lucha fue un eslabón de la larga cadena que arranca en las rebeliones de los esclavos, que se extiende a través de los siglos empapada en la sangre de los siervos del feudalismo oriental y occidental, que entra en el mundo moderno soldada con los huesos de los tejedores masacrados en Inglaterra. Una cadena que se extinguirá sólo con la construcción de un nuevo mundo hecho a la medida del hombre, donde la vida (el saber, la comodidad, el arte) no se nutra del hambre, el frío, la miseria: de la muerte. Mientras tanto nosotros somos, objetivamente, cómplices de la historia. Por el hecho de ser parte de esta sociedad, somos también responsables por la existencia de la ignorancia, el dolor, la pobreza, la soledad de todos los que —hoy como entonces— producen los bienes materiales sobre los que se desarrolla la vida de la humanidad.
Más: este relato está escrito con los datos, las noticias y las estadísticas que da la sociedad: sus fuentes son los expedientes judiciales, las presentaciones de las sociedades empresarias, los grandes diarios. También, en mucho menor medida, los panfletos que escribieron los peones, algunos informes de las organizaciones anarquistas y sindicalistas. Todos los hechos narrados son rigurosamente ciertos, en la medida en que pueden ser verificados y controlados a 50 años de distancia. Pero, ¿cómo evitar la trampa que transforma este acto de conocer la historia, en otro acto más de complicidad con la historia? Aún a partir de los datos que ofrece la sociedad es posible ponerse "del otro lado": es posible vivir la historia como la vivían esos centenares de hombres, sumergidos en el cansancio, sin dinero ni familia, sin porvenir, condenados a embrutecerse en el trabajo día tras día, año tras año. Dándose cuenta de repente de que hasta el trabajo les era negado, y que una inmensa maquinaria —que los había exprimido siempre— estaba dispuesta ahora a aplastarlos: los patrones no pagaban los sueldos, la policía los desalojaba y luego los apresaba y apaleaba por "vagancia", los comercios les negaban el aprovisionamiento. La sociedad humana que conocían los rechazó. Y cuando clamaron por una sociedad más justa, que les diera lugar para vivir, el Ejército los masacró como alimañas dañinas.
Existe la objetividad de los perseguidos y la objetividad de los verdugos: también para la muerte de Cristo hay la objetividad de Pilatos y de Caifás, la objetividad de Judas, y la de los soldados romanos. El lector es libre para elegir su propia perspectiva en esta historia, mucho más cercana a nosotros: ocurrió en la Patagonia argentina, hace cincuenta años.

La Patagonia en el primer cuarto del siglo
Tierra arrebatada al indio en las campañas del desierto, el Ejército la incorporó al Estado entre 1850 y 1880, y luego se procedió al reparto. La historia de la propiedad tiene dos signos en el Sur argentino: la sangre y la libra esterlina. Las expediciones militares y comerciales —un permanente flujo de barcos que venían a recoger "frutos del país"— acabaron con el guanaco y diezmaron los lobos y focas que eran el alimento natural de los indios; la Patagonia empezó a poblarse de ovejas, cuya cría era necesaria para proveer a la industria textil inglesa; pero los indios no fueron incorporados a la vida civilizada, y empezaron a carnear ovejas para comer y vestirse, causando perjuicios a los ganaderos. Inmediatamente comenzó su eliminación por todos los medios: cazados a tiros, intoxicados con alcohol puro, envenenados directamente con estricnina introducida en carne de ballena que era dejada sobre la costa. En menos de 20 años, la civilización había terminado con el "problema del indio". En el caso de los "cristianos" la lucha por la propiedad adquiere otras modalidades: los comerciantes se quedan con los campos en pago de deudas de almacén, las viudas y los hijos de los primeros pobladores son atemorizados con atentados hasta obligarlos a abandonar sus tierras, y así van creciendo los latifundios de las grandes Sociedades Anónimas. Para los débiles no hay protección de ninguna clase: una familia de 4 ó 5 miembros, con otros tantos peones, tiene su vecino más próximo a 40 ó 50 kilómetros. Y la policía es escasísima, integrada por delincuentes, y a sueldo de los grandes establecimientos ganaderos y comerciales. Esa lucha da como resultado una altísima concentración de la propiedad. Son comunes los establecimientos de 20.000 has. (diez veces la unidad económica), y hay muchos entre las 50 y 100 mil has. Un solo grupo de sociedades anónimas (Menéndez Behety y Braun) posee 1.565.850 has. distribuidas en 68 establecimientos —sólo en Santa Cruz—, sin que pueda determinarse en cuántos otros tiene participación. Sus propiedades directas representan cerca de la tercera parte de la tierra privada del Territorio. En 1920 la producción fundamental de Santa Cruz —y de toda la Patagonia— era la cría de oveja, para la exportación de carne y lana. La faena se realizaba en la costa, entre enero y junio, en los frigoríficos Swift de Río Gallegos y de San Julián, y Armour de Pto. Santa Cruz. Prácticamente todo el resto del Territorio hasta las primeras estribaciones de la cordillera, estaba dedicado a la cría de ovejas. La esquila (zafra de lana, la llaman) se realiza desde fines de setiembre hasta bien entrado el verano, aprovechándose los rodeos para la marcación, baño y aparte para el frigorífico. Es entonces que se utiliza totalmente la mano de obra, porque en el otoño e invierno las ovejas pastan a campo abierto y requieren muy poco cuidado.
En esas enormes extensiones, todo el comercio pasa a través del almacén de ramos generales, que al mismo tiempo es "hotel", estafeta de correo, estación policial. Allí se vende y se compra absolutamente todo: desde un alfiler hasta un Ford T.
Y en 1920 casi todos los almacenes, desde el río Colorado hacia el Sur, pertenecían a la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia, fundada en 1908 por la fusión de las sociedades "José Menéndez" y "Braun y Blanchard". "La Anónima", como se la llama todavía en el Sur, fija los precios y las condiciones de compra y venta. En todo el interior del Territorio no tiene competencia. A través de "La Anónima" llegan las provisiones, la ropa, los remedios, los alambrados, la nafta, los repuestos, los periódicos, la correspondencia. A través de "La Anónima" se van la lana, las pieles, las plumas, los grandes arreos para los frigoríficos. Los caminos naturales de ripio y las largas distancias hicieron de la Patagonia el gran mercado para los Ford. Su uso se generalizó rápidamente, y fueron un elemento importantísimo para el rápido desarrollo que se produce entre los años 10 y 20, ya que no hay más ferrocarril que el ramal de Pto. Deseado a Colonia Las Heras. Hacia afuera, sólo los transatlánticos a Europa y a Chile, y la línea de cabotaje a Buenos Aires, servida principalmente por los barcos de "La Anónima". El estanciero, pues, no sólo está obligado a comprar y vender al precio que ésta le fija, sino a transportar, aún a costa de fletes más altos, en los barcos de la misma Compañía.
17.000 habitantes tenía Santa Cruz en 1920, diseminados en sus 240 mil km2 (alrededor de 1 habitante por cada 14 km2). Cuatro puertos, los pueblos más importantes, de entre 2 y 3 mil habitantes: Deseado, San Julián, Puerto Santa Cruz y Río Gallegos. Paso Ibáñez, la población más importante del interior, anda alrededor de los mil. El resto son caseríos y cascos de estancias. Gallegos, la capital, tiene 3 mil habitantes y todas las características del Far West: 2 cines, 1 teatro, café concert, prostitutas de gran lujo. En la matrícula hay 11 abogados, más de 10 procuradores, 4 ó 5 contadores. Hasta 1919 el dinero corría a raudales entre las manos de los grandes estancieros y sus gerentes y mayordomos. La libra esterlina es la moneda corriente: marca la cotización de la lana y la carne de oveja, se usa como tejo para jugar al sapo en los burdeles de la costa. Médicos, abogados, funcionarios públicos, cuya única relación social posible es con los ricos, entran en el juego de los grandes gastos: whisky, conservas y telas importadas, porcelanas, cristales, cuadros, reuniones de naipes y dados por sumas altísimas. Para mantener ese tren deben entrar en el juego de las grandes ganancias, o resignarse al trato con los peones o con rudos pioneros acorralados por la soledad y la ignorancia, cuyo único horizonte es esquilar cada año más ovejas.
Y, dentro de todo, en los puertos hay un esbozo de nación y de sociedad: periódicos, correo, hasta bibliotecas y escuelas. En el interior, la Argentina no existe: como Chile está más cerca, los nacimientos y las muertes se anotan en los registros chilenos. Como Inglaterra domina, las escuelas, donde se enseña inglés, izan la bandera británica.

el relato continúa aquí

Las autoridades del territorio en 1920
Desde marzo de 1919 estaba "a cargo del despacho de la Gobernación" (una especie de interinato que se va a prolongar hasta febrero de 1921) EDELMIRO CORREA FALCON. El ejercicio de la Gobernación no impide que la Sociedad Rural le ofrezca en octubre de 1919 el cargo de secretario, y que Correa Falcón, sin aceptar oficialmente hasta el 4 de octubre de 1920, conceda audiencia y despache los asuntos de la Gobernación durante más de un año, sentado en el escritorio del local de la S. R. En febrero de 1921 será relevado por ÁNGEL GUZMAN IZA.
El Juzgado Federal está desde 1919 a cargo de un porteño, el Dr. ISMAEL P. VIÑAS.
DIEGO RITCHIE es Jefe de Policía, y una descripción de esta policía puede llenar un libro entero. Limitémonos a transcribir el título de una serie de notas que aparecen en La Unión, a partir del 1º de julio de 1920: "la policía como elemento disolvente, pernicioso y amoral"... En Santa Cruz —y en toda la Patagonia— a diferencia de lo que ocurre en las películas del Far West, no hay heroicos sheriffs: acá los villanos visten uniforme de policía.

Las demandas del primer pliego
1. En cada pieza de 4x4 metros no dormirán más de 3 hombres, debiendo hacerlo en camas, aboliendo los camarotes. La pieza será bien 
ventilada y desinfectada cada 8 días. En cada pieza habrá un lavatorio y agua abundante, donde se puedan higienizar los trabajadores 
después de la tarea.
2. La luz será por cuenta (de los patrones), debiendo entregar a cada trabajador un paquete de velas semanaImente; en cada galpón de 
dormitorios deberá haber una estufa; en una pieza, que será exclusivamente para punto de reunión de los trabajadores, habrá una lámpara y 
bancos por cuenta del patrón.
3. El sábado a la tarde será única y exclusivamente para lavar la ropa los peones, o en caso de excepción será otro día de la semana.
4. La comida se compondrá de la forma siguiente: 3 platos en cada comida, contando la sopa, postre, con té, café o mate.
5. El colchón y cama serán por cuenta del patrón y la ropa por cuenta del obrero.
6. En caso de fuerte ventarrón o lluvia no se trabajará a la intemperie.
7. Cada puesto o estancia debe tener un botiquín de auxilio con instrucciones en castellano.
8. El patrón queda obligado a devolver al destino al trabajador que despida o no necesite.