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Iglesia Católica
la Navidad rebelde

 

Revista Primera Plana
31 de diciembre de 1968

"¡Feliz Navidad! ¿Para quién?" Desde un volante que distribuía un joven sacerdote enfundado en el austero clergyman, la pregunta —toda una respuesta— sorprendía, la semana pasada, a los escépticos transeúntes de Callao y Santa Fe. Dos horas más tarde, 3.500 fieles de la ciudad de Reconquista, Santa Fe, encabezados por sus párrocos, iniciaban un riguroso ayuno a pan y agua que finalizó para dar paso a los rezos de Nochebuena. No muy lejos, en la costa oriental del Paraná, los curas de Goya, Corrientes, acordaban con su Obispo, monseñor Alberto Devoto, no celebrar la Misa de Gallo, un ritual que sólo interrumpió, hace 50 años, la furia de un vendaval.
Jamás los oficios religiosos navideños se habían visto tan sobresaltados; es que los sectores más radicalizados de la Iglesia argentina decidieron aprovechar la ocasión para llevar adelante un 'coup de main', espectacular y coordinado, que sustentara sus reclamos sociales y dicterios anticapitalistas. Era, también, la mejor manera de consolidar la fisonomía de la facción, bastante alicaída después del mazazo de la Humanae vitae y las exhortaciones papales a la obediencia.
Fue, precisamente, un pregonado acatamiento al llamado de los 150 Obispos latinoamericanos que redactaron la declaración de Medellín lo que impulsó a 300 clérigos nucleados en el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo a redactar el Compromiso de Navidad 1968, donde se exponen los fines y objetivos de la cruzada. La mesa directiva del grupo —cuyos integrantes se esconden entre bambalinas— planeó reforzar el contenido del manifiesto con un ayuno de 50 horas que sirviera como gesto de protesta y de penitencia; también se imaginaron otras acciones que sacudieron la sensibilidad de la feligresía y los poderes públicos en favor de los oprimidos.
Singular paradoja, es el hambre la causa de tanto revuelo y abstinencia; el Compromiso denuncia los catastróficos efectos de la hambruna en el mundo, América latina y algunas zonas argentinas; enumera luego, con patéticos tintes, otros flagelos, entre ellos, el "imperialismo internacional" y los burgueses criollos. También arremete contra "la actual política social" —un eufemismo para aludir al régimen de Onganía—, las intervenciones a los sindicatos y la represión policial, sin duda buscando empujar a la reticente jerarquía eclesiástica a un enfrentamiento similar al que encona, en Brasil, a Gobierno e Iglesia.

Un año de erupciones
La algazara de Navidad clausura un año que multiplicó las actitudes rebeldes de los post-conciliares; estos desplantes desembocaron en un enfrentamiento con las autoridades al que incluso se vieron arrastrados quienes militan, tímidamente, en las filas renovadoras moderadas. Los jóvenes turcos de la Iglesia dieron un paso relevante en su causa cuando, en enero, se reunieron en torno al Mensaje de los 18 Obispos del Tercer Mundo, que enfatizaba las posiciones avanzadas de la Populorum progressio.
El 7 de ese mes, la imprudencia del entonces Gobernador tucumano, general Fernando Aliaga García, marcó el punto de partida del primer entredicho con el oficialismo: el mandatario fulminó como subversivo al capellán César Raúl Sánchez, caudillo de una manifestación obrera en el ingenio San Pablo. La denuncia llegó hasta el Vicario capitular, monseñor Segundo Gómez Aragón, quien se puso sin vacilar de parte de Sánchez y los sacerdotes que la acompañaban; las relaciones entre gobierno provincial e Iglesia llegaron a una tirantez que recordaba los albores de la batalla con el peronismo (a fines de 1954).
El escándalo sacudió, sesenta días después, en marzo, a la diócesis de San Isidro, cuyo Obispo, monseñor Antonio María Aguirre—un tibio progresista—, relevó de sus funciones a media docena de sacerdotes españoles también acusados de agitadores, Mientras los curas de Corrientes derramaban declaraciones anticapitalistas, el Cardenal Antonio Caggiano ensayó un velado ataque contra los curas obreros en un reportaje que La Nación, reprodujo, con despliegue, el 5 de mayo. Sólo tres días después el Obispo de San Luis, Carlos M. Cafferata, y 32 sacerdotes de su diócesis enjuiciaron al Gobernador Matías Laborde Ibarra, por su política de racionalización administrativa, que engrosaba las ya voluminosas filas de desocupados. Laborda contraatacó dando comienzo a una polémica cuyos ecos todavía distancian a los oponentes, aunque era Cafferata quien llevó la razón en la polémica.
La experiencia no fue útil al nuevo interventor tucumano, el cursillista Roberto Avellaneda, trabado esta vez en un conflicto con curas obrerista de Famaillá; la causa: una adjudicación de tierras que perjudicaba a la Cooperativa de Trabajo Agropecuaria Fray Justo Santa María de Oro. Hasta en la propia Junta Central de la Acción Católica estalló la pugna entre tradicionalistas y renovadores; todavía se espera una decisión de la jerarquía que permita a la acá superar la parálisis que la sumerge.
El reguero de episodios culminó el 26 de noviembre, cuando se inició la Asamblea Ordinaria del Episcopado Argentino, que cerró sus deliberaciones diez días después. La sede del cónclave —Residencia de María Auxiliadora en San Miguel, provincia de Buenos Aires— fue hostigada por miembros de Acción Sindical Argentina (ASA), un pequeño manojo de gremialistas cristianos al que acompañaban adictos a la CGT de Paseo Colón.
Enarbolando pancartas que reclamaban la aplicación del llamamiento de Medellín y un aumento general de salarios, los manifestantes apenas consiguieron ser recibidos por miembros de la Comisión de Acción Social del Episcopado, a quienes entregaron un documento dirigido a la Conferencia. El petitorio exhortaba a los Obispos —entre otras quimeras— a presionar sobre el Gobierno para obtener un retorno a las negociaciones paritarias para renovar los convenios. Epílogo: el tratamiento del mensaje de Medellín se postergó hasta abril, en que volverán a reunirse los Obispos, y la Policía retiró los carteles amenazando a los rebeldes con un lanzaagua Neptuno si no observaban el debido recato.
Ya decidida la acción de Navidad, 21 curas se apostaron en ordenada fila el viernes 20, frente a la Casa Rosada, mientras se entregaba un memorial dirigido al Presidente Onganía donde le reclaman abandonar el plan de erradicación de las villas miseria. "No dejamos de reconocer —retaceaban— que su libertad de acción está claramente delimitada por fuerzas poderosas que, desde el extranjero, dirigen nuestra política económica".

El pecado de estructuras
Esa silenciosa guardia y el explosivo documento fueron el primer hecho espectacular de los que se planearon como parte de la acción navideña, que finalmente se cumplió —con distinta efectividad— en Wilde, Lomas de Zamora, Avellaneda y Bahía Blanca, en Buenos Aires; Bell Ville y Noetinger, en Córdoba; Curuzú Cuatiá y Goya, en Corrientes, y Reconquista, en Santa Fe.
En la Capital Federal, el ayuno reunió en la sede de ASA, Pozos 235, a 30 entusiastas, de los cuales doce eran sacerdotes; sentados en círculo, el mate, las gaseosas y la charla hacían olvidar las inclemencias del compromiso. "Esta no es una huelga de hambre sino un acto penitencial y de protesta", confió a Primera Plana el sacerdote Alberto Carbone, 40, asesor de la casi desaparecida Juventud Estudiantil Católica. "La Misa —explicó— es un acto eucarístico festivo de la Navidad; el hecho es que existen hermanos con quienes tenemos deudas y, ya sea por silencio o por otras razones, nos sentimos en parte causantes de esa situación. Hay ciertos pecados, en este caso un pecado de estructuras, que requieren penitencia."
Sin dejar de sorber un mate, el abogado Eduardo Machicote (35, dos hijos, miembro de los piquetes de San Miguel) aprobó estas premisas; de culto evangélico, integra el Grupo Cristiano de Acción No Violenta, que afilia a católicos y protestantes partidarios de los métodos gandhianos. "Se está logrando un cierto grado de concientización —especula— y la gente interviene en forma constructiva."
Los 20 ayunantes de la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, en Wilde, rodearon al presbítero Luis Sánchez y a otros clérigos de la zona cuando los visitó Primera Plana; su celo por la clandestinidad impidió fotografiarlos enmarcados por los dos imponentes carteles que flanqueaban el altar mayor y denunciaban: "La paz amenazada", "Desamparo en Tucumán". Sánchez fue más locuaz: "Tratamos de manifestar disconformidad con una sociedad basada en el lucro; debe producirse un cambio de vida, una conversión personal para llegar a otra transformación, la estructural".
Un panfleto distribuido entre los vecinos de Wilde advierte contra los numerosísimos opios modernos", y aclara que para los penitentes "celebrar Navidad es asumir la situación de los hombres y emprender su liberación. Por eso hemos dejado la sidra y el pan dulce, los pesebres románticos y los villancicos. Callarnos sería traicionar la fe en Cristo y la dignidad del hombre", añade el texto.
Más solitarios, cuatro sacerdotes cumplieron con el ayuno en la Parroquia San Pío X, de Temperley; a la una de la madrugada, el martes 24, el párroco Bartolomé Moedano, un español de 27 años, abandonó su colchón tendido en la nave central de su capilla para atender a Primera Plana. "Este acto penitencial —recitó— denuncia la injusticia y tiende en primer lugar a la conversión personal. En nuestra comunidad ayunan solamente los sacerdotes, pero cuando empezamos había 80 personas acompañándonos."
Al igual que sus colegas de Wilde, los sacerdotes también redactaron una versión local del Compromiso, que proclama: "Solidaridad con los que pasan hambre y protesta ante estas estructuras capitalistas que están sumiendo en la miseria a grandes grupos humanos de nuestro continente".
Pero todas las miradas y esperanzas apuntaban hacia Goya: el Obispo Devoto era, sin duda, la figura principal del movimiento. En ningún templo de la ciudad se ofició la Misa de Gallo, reemplazada por unas Celebraciones de la Palabra, especie de actos para-litúrgicos, donde se leía el Manifiesto y se solicitaba a los fieles una mayor preocupación por la realidad social. "No fue una orden mía sino un acuerdo con los sacerdotes, en adhesión al Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo y las razones que expongo en una carta a los fieles", detalló Devoto al enviado de Primera Plana.
La breve pastoral, pasada a mimeógrafo, fue remitida por correo a la feligresía, firmada de puño y letra por el Obispo. "Se trata de recordar —explica el autor— que el cristiano no tiene derecho a celebrar la Navidad en el derroche desmedido, en el gasto excesivo, en la alegría sin límites, cuando en nuestros barrios, pueblos y campaña hay tanta gente para quien la Navidad no llegó aún, porque todavía no ha llegado la liberación de muchas de las esclavitudes que padecen." Un calvario que obliga, según Devoto, a proyectarse en acciones que trasciendan las palabras de buena voluntad; por eso admira a quienes participan del ayuno: "Es gente que comprende el valor que tienen hoy los gestos. Están en la misma línea que el Papa, a quien debe de haberle costado el dejar de celebrar la Misa de Gallo en la Capilla Sixtina para oficiar en una acería de Tarento, en la baja Italia".

Ante la miseria
Convencido de la utilidad de un movimiento que nuclee a los sacerdotes; más sensibilizados, Devoto descree de la necesidad de organizarse "porque, a veces, la organización termina matando". Después de la Celebración de la Palabra, el Obispo sólo espera poder valorar los efectos que produjo sobre su grey. "Hubo tanta gente como siempre en las capillas, pero un hecho sintomático: siempre, después de la Misa, los fieles se quedaban a saludar a los sacerdotes; esta vez se fueron sin saludar, mudos de asombro, cabizbajos, y eso quiere decir algo."
"Algunos se sienten desorientados —confesó el escribano Raúl Díaz Colodrero, 57, presidente de la Junta Coordinadora Parroquial—. De todas maneras, la innovación fue un cambio que considero necesario, dada la nueva orientación de nuestra Iglesia, Los de clase inferior irán comprendiendo con más facilidad, pero todos tenemos y podemos hacer algo." Sin embargo, su optimismo menguó con la conversación: "No creo que la gente haya entendido, pero, de todos modos, va a servir para que los que no saben nada se informen de lo que pasa".
El gerente de una compañía de aviación, católico practicante, se mostró conforme con la actitud del Obispo: "Aquí hay quienes les pagan dos mil pesos por mes a las mucamas y las hacen trabajar de la mañana a la noche. Un maestro amigo me decía que tenía que ir de campo en campo enlazando a los hijos de los peones, porque los hijos del patrón no quieren que los chicos vayan al colegio".
La dura situación social tuvo sorprendentes resultados en Reconquista, ciudad santafesina que enfrenta a Goya, con el Paraná de por medio, Dos ingenios cerrados y otras tantas fábricas paralizadas han convertido en un calvario la situación económica: los bares están repletos de desocupados cuyos hijos corretean descalzos en las plazas y estaciones, buscando algún pudiente a quien lustrarle los zapatas. Por eso, el Compromiso desató el ayuno masivo más importante que recuerde la Argentina, excluyendo la Cuaresma: 3.500 personas observaron la abstención guiadas por Antonio Pierini, 32, teniente cura de la Catedral.
"Queríamos emprender una acción no clerical —explicó—, y eso exige que comprometamos a todo el pueblo de Dios. Estuvimos 48 horas a pan y agua; algunos colonos de las afueras, que nunca vienen a la Iglesia, me pidieron autorización para tomar mate, pero les dije que había que cumplir a todo trance." Llegado de Italia hace dos años, Pierini advierte que aunque apoya el Compromiso no acepta el tono del documento: "Es un esquema de tipo marxista-maoísta y propicia la lucha de clases", se inquieta. Encrespado por la publicidad que rodea al episodio, lamenta que sus colegas de Goya no hayan celebrado la Misa: "Me cuesta mucho no oficiar porque en Italia se festeja la Navidad con una buena comida, una farra, pero en la Nochebuena no se hace más que ir a la iglesia del pueblo".
Urgido por la crisis económica, enfurecido porque algunas fábricas ya han comenzado a despedir a obreros con numerosa familia para no abonar los nuevos beneficios sociales, el taxista Luis Ángel Vera, 38, sintetizó la opinión de muchos habitantes de Reconquista: "Los curas ven que el cambio se viene y no tienen más remedio que ponerse de ese lado".
Ni tanto ni tan poco: en una Nación donde los agitadores veteranos —los políticos, los sindicalistas, los empresarios, los militares— diluyen en silencio su agresividad de otros tiempos, un sector del clero parece erguirse como un catalizador nada despreciable. Que estos sacerdotes logren sus objetivos es dudoso, arduo; pero la nobleza de sus actitudes acaso les destine un papel más perdurable.

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Guardia en Plaza de Mayo


 

 

 

 

 

 


Devoto entre sus fieles


Presbítero Bartolomé Moedano


Sacerdote Alberto Carbone

 

 

 

 

 

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