Revista Panorama
10 de mayo de 1973 |
En la mañana del miércoles 2 de mayo una banda de atildados jóvenes,
no precisamente pelilargos, irrumpió en la sala del Teatro Argentino
y le prendió fuego a todo. Más tarde los testigos declararon que
iban provistos de armas de fuego y que, en la acometida, efectuaron
algunos disparos. El operativo contra la obra Jesucristo Superstar
duró minutos: los necesarios para impedir que los obreros terminaran
de preparar la utilería y para que los curiosos e invitados, que
asistían a la ultimación de detalles, se dispersaran de inmediato.
Con la sala vacía, la pandilla se dedicó a arrojar bombas del tipo
Molotov hasta que el incendio se propagó por todas las
instalaciones.
El despropósito sacudió la atención de los porteños en momentos
particularmente difíciles, y muchos se preguntaron qué estaba
pasando ahora con los teatros. ¿Se trata acaso de evitar, por vías
insólitamente compulsivas, que el fustigado público argentino
discrimine por sí mismo? Jesucristo Superstar ha sido representada
en otras partes del mundo sin que ardiera ningún teatro; inclusive
el bueno de Raphael parece haber sido autorizado para ponerla en
España.
Ni bien se anunció el estreno en la Argentina de la obra-ópera-rock,
pudieron comprobarse sensibles reacciones entre grupos católicos
marcadamente intolerantes: de un modo u otro se intentaba impugnar
una versión de la Pasión cristiana. ¿Por qué? "Porque , es una
irreverencia", fue la respuesta más generalizada. Hasta el momento
ningún grupo extremista ha asumido la autoría de la deflagración y
hay quienes suponen, como el intérprete de la puesta, Roberto
Sánchez Orondo, que "deben ser otros, seguramente, si bien no puedo
precisarlos". Piensa, sin embargo, que de ningún modo se trata de
una agresión a la obra: "Se trataría más bien de causas de tipo
político —dijo—, propias de fracciones reaccionarias que, usando la
obra como pretexto, buscan conmocionar el ambiente y aumentar la
confusión".
El viernes último Panorama conversó con algunos de los actores de la
obra, cuidadosamente seleccionados por los regisseurs
norteamericanos Charles Gray y Bob Lu Pino entre setecientos
aspirantes de ambos sexos, accediendo así a un problema que, de
alguna manera, trasciende el hecho artístico puesto que muchos
actores perdieron una sólida posibilidad de trabajo. Hasta la semana
pasada nadie sabía si los contratos firmados hasta el mes de
noviembre se cumplirían al pie de la letra; en un primer momento
Alejandro Romay —productor del espectáculo— había asegurado que se
pagaría todo compromiso contraído con el personal y el elenco.
También, dicen, aseguró que pediría una entrevista con Cámpora
después del 25 de mayo para tratar de ponerla otra vez en escena.
Carlos Wilbratt, el Jesucristo de 24 años que los porteños no
pudieron conocer, Greco (el correspondiente Judas) y Fernando Lewis
(Santiago Apóstol) coincidieron en. señalar que ellos, tanto como el
resto del elenco, estaban dispuestos a dar la obra en cualquier
parte, "inclusive en una plaza". Pero como ellos mismos dicen,
"nuestros directores nos llamaron a la cordura", "De todos modos
—expresó Lewis—, fue en verdad una experiencia maravillosa, y creo
que esto se debe a la magnífica labor de Gray y Lu Pino, que
hicieron con nosotros un trabajo increíble, algo que en mi vida de
actor nunca había experimentado. Se trató de una vivencia colectiva
de integración humana entre el elenco, los músicos y Camaleón
Rodríguez, el director musical."
Como ejemplo del proceso de elaboración durante los ensayos,
describieron ejercicios en los cuales, todos acostados en el suelo,
debían concentrarse en sus personajes en tanto la música y las
palabras cumplían una clara función motivante: "Después, cuando
abríamos los ojos, reaccionábamos ante Jesucristo creyendo en verdad
que allí estaba Él. Puedo jurar que para nosotros fue una
experiencia tremenda —señaló Greco—, ya que adquiríamos la
conciencia, y más que eso el sentimiento, de no poder hacer nada por
nosotros mismos".
Dos meses de ensayos de ocho horas diarias y una gran exigencia
desde el punto de vista físico y vocal, no alcanzaron en ningún
momento a quebrar el entusiasmo de nadie: "El día que no teníamos
ensayo nos sentíanlos perdidos, como si realmente nos faltara algo
sustancial", confesó Wilbratt, acaso evidentemente nostálgico. "No
entiendo —agregó luego—, no entiendo el porqué de la agresión; la
obra no ofendía a nadie y aun en las escenas en que debía moverme,
digamos intentar algo parecido a un baile, lo hacía con respeto. Soy
católico, y si esto hubiera ofendido a Cristo, no lo hubiera
aceptado de ningún modo. Además, casi todos los curas ya la habían
visto, y muchos, como monseñor Vellena, venían y nos felicitaban. El
obispo de Chile también la vio. Juro que ahora es como si se me
hubiera muerto algo o alguien a quien yo quería mucho."
"La gente —acotó Lewis— preguntaba desconcertada en qué momentos
aparecen los desnudos... Creen que Superstar es una continuación de
Hair o algo así." Greco explicó que para dar vida "a nuestros
personajes y enriquecerlos leíamos la Biblia todo el tiempo,
principalmente El Evangelio Según San Mateo". Poco más tarde, en la
sala del teatro Ateneo, mientras conversaba y trataba de levantar el
ánimo abatido de los actores, el director norteamericano Charles
Gray manifestó: "He recibido un duro golpe... El lunes vuelvo a los
Estados Unidos, pero me voy completamente deprimido. Pienso que
deberá trascurrir por lo menos un año para que la obra pueda darse
con absolutas garantías".
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Wilbratt, Greco y Lewis
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