Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

UN PAÍS EN BUSCA DE HABITANTES

 

Revista Siete Días
13 de octubre de 1966

Inmigrantes
Los primeros inmigrantes encontraron la tierra ocupada e inaccesible

por ALBERTO AGOSTINELLI - fotos: OSVALDO DUBINI
A casi un siglo de la primera epopeya inmigratoria, el país vuelve a necesitar de los extranjeros para impulsar su desarrollo. 22 millones de argentinos no serán suficientes para lograrlo.

Los argentinos, solos, no podrán. Más de 22 millones de seres deberán apelar al aporte humano exterior si el país se decide a transformar su multifacético y contrastante territorio en una pujante y uniforme área de desarrollo.
Hoy, a casi un siglo de la primera epopeya inmigratoria que vivió la Argentina, los extranjeros pueden volver a protagonizar un rol decisivo en su historia. Frente a una actitud fundamental que el país no puede postergar más: planificación total de la República, el aprovechamiento de los recursos humanos, imprescindibles para su ejecución, se convierte en la esencia de su eficacia. Es precisamente en este último aspecto, donde la atención volverá a centrarse en el exterior. La imperiosa necesidad de acabar con la vastedad desértica de la Patagonia, de aprovechar sistemática y dinámicamente las inmensas áreas improductivas del Noroeste, así como también la explotación de sus riquezas potenciales, planteará una especifica necesidad de mano de obra. Es la misma urgente necesidad manifiesta en los países del Mercado Común Europeo, y que tratan actualmente de satisfacer. Mientras el vertiginoso desarrollo de la República federal Alemana absorbe nutridos contingentes de los más diversos y desusados orígenes —Grecia, Turquía, África del Norte—, la Argentina delata su inconstante estancamiento: en 1966, el porcentaje de inmigrantes, con respecto al de argentinos, es el mismo que existía en 1890 cuando comenzó la inmigración a nuestro país.
Frente a la ágil política de los países miembros del Mercado Común Europeo, que trastrocaron las metas de las corrientes inmigratorias—los europeos hallan mejores opciones de vida en países vecinos que en los del cono sur americano—, la Argentina debe aprestarse a encarar una ardua batalla. La afluencia de inmigrantes ya no será fruto de la gratuidad. Los hombres que vendrán a levantar el país junto a los argentinos lo 'harán si el país les ofrece condiciones, ventajosas. Los jóvenes —connacionales y europeos— que la República espera integrar a su población, están alerta. Ellos saben que hace mucho tiempo la Argentina simbolizó una esperanza ... con trampas.

Un horizonte amurallado
Hace exactamente 106 años, el país abrió sus fronteras al mundo. Frente a la expansiva demanda mundial de productos agropecuarios, la Argentina ofrecía la fértil tierra pampeana, su naciente red de ferrocarriles y una organización nacional que alentaba a los colonizadores.
Este llamado de la tierra significó para miliares de europeos la esperanza que los acercaba a un futuro empeñosamente buscado. Hacinados en las agobiantes bodegas de los barcos de ultramar la fantasía se apoderaba de italianos, españoles, alemanes, que volvían una y otra vez sobre las leyendas de! país con calles sembradas de monedas y de la tierra al alcance de sus ansias de trabajo. Pero esa luminosa imagen se derrumbó ante la inesperada y adversa realidad que los aguardaba. Seis millones y medio de inmigrantes llegados al país entre 1860 y 1930 chocaron reiteradamente contra una idéntica e infranqueable muralla: esa misma tierra a la que pretendían acceder y transformar se hallaba ocupada. Casi la cuarta parte del país y prácticamente toda la superficie fértil —pampa y mesopotamia— se hallaban en manos de un número reducido de propietarios que condenaban inmensas superficies de alta fertilidad a la ganadería o que sólo la entregaban a título de arrendamiento. Ya en 1937, el panorama del campo sintetizaba un nítido y agudo desequilibrio: el 94 por ciento de los trabajadores rurales carecía de tierra.
Frente a esa distorsionada política nacional, los Estados Unidos mostraban un eficaz y productivo manejo de su colonización. Dejando de lado los intereses de las empresas ferroviarias y de los latifundistas sureños, el gobierno norteamericano permitió que los trabajadores independientes tuvieran amplio acceso a la tierra, forjando el abrumador crecimiento de su territorio oeste. En las innumerables y reiteradas series de TV que el argentino presencia cada día, vuelven a repetirse los episodios que caracterizaron la conquista del Far West. Allí, la colonización triunfó logrando su principal objetivo: poblar las áreas desérticas e iniciar si aplastante desarrollo de EE.UU.
En la Argentina, mientras tanto, nacía el éxodo. Frente a la inalterable situación del interior, donde la tierra se afeaba como un factor limitante e inalcanzable, millares de inmigrantes optaron por el camino inverso e invadieron las ciudades. "Luego de varios meses de búsqueda infructuosa, comprendimos que nuestra última alternativa era retornar a la ciudad y tratar de conseguir trabajo allí —afirma un viejo inmigrante italiano—. Éramos un grupo de tres familias que luego de soportar durante casi un año jornales poco menos que penosos decidimos abandonar esa aventura imposible."
Pero este abrumador desplazamiento de mano de obra hacia las zonas urbanas generó un nuevo y punzante conflicto: la desocupación. En 1913, el 5 por ciento de la población activa carecía de trabajo. AL año siguiente, la guerra mundial y la sensible contracción económica elevó este índice al 20 por ciento de la población activa. Sólo con los años, las crecientes actividades del estado —obras públicas, ferrocarriles— y la naciente red industrial lograron absorber esa inmensa multitud de abandonados. Así nació el nuevo proletariado urbano. Mientras en el campo las escasas colonias agrícolas veían dificultada su Integración al resto del país por la distancia, transformándose en comunidades cerradas y de rasgos característicos, en la ciudad se operaban algunos fenómenos trascendentales. Grupos de obreros europeos, portadores de actitudes definidas hacia el trabajo se fusionaron con los nativos.
Pero la inmigración no sirvió sólo para eso. Aquellos que habían llegado para poblar y hacer producir el campo y que luego tuvieron que iniciar el éxodo a la ciudad, generaron otras corrientes sociales y culturales de gran importancia. Porque a rigor de verdad, importantes zonas del país son lo que son, gracias al aporte y al esfuerzo inmigratorio. ¿Acaso no hablan de ello las interminables colonias extranjeras del Litoral, o Mendoza, donde el sello europeo es, evidentísimo? La lista es interminable: habría que hablar del comercio del Noroeste que está aún hoy en manos de extranjeros, o de las diversas manifestaciones culturales, donde los, apellidos tienen su origen en naciones europeas, y las costumbres — también europeas— que desplazaron las ancestrales tradiciones americanistas, y aquellos que incursionaron en la ciencia y la técnica, disciplinas que los europeos no desconocían.
Sí. El país fue obra de nativos y también de inmigrantes.
Las reiteradas afirmaciones de Echeverría, Alberdi, Rivadavia y Sarmiento, insistían una y otra vez sobre la misma cuestión: "El inmigrante europeo no sólo aportará nuevas pautas laborales sino que mediante una formación socio-política y su activa participación en las actividades comunitarias cimentará, las bases humanas de nuestra democracia".
Si la primera epopeya inmigratoria había encontrado una muralla infranqueable en el Campo, protagonizó —no sin lucha y sin dolor— una realidad nueva en los grandes centros urbanos. La historia volvía a mostrar su sabiduría.

Los sobrevivientes
Cuando en 1930 la proximidad de la segunda guerra y la retracción económica que vivió el país, cerraron las puertas a la inmigración de ultramar, un segundo e indiscriminado aporte humano comenzó a filtrarse por las fronteras nacionales. Paraguayos, bolivianos y chilenos buscaron en la Argentina, solucionar sus necesidades más vitales. Escapando de la angustiante situación de sus países subdesarrollados se abalanzaron sobre una esperanza: sobrevivir. Y el país les ofreció lo que algunos argentinos no estaban dispuestos a realizar. Los ardientes quebrachales misioneros, la agotadora zafra tucumana y los algodonales chaqueños, delinearon su destino. Ellos cubrirían con su mano de obra barata las necesidades de trabajos primarios.
Mientras la inmigración de ultramar se reducía ya que la Argentina no podía ofrecer mejores condiciones que los países europeos, los habitantes de países vecinos ingresaban periódicamente. Su arribo se efectuaba de cualquier modo: legalmente algunos; sin las mínimas condiciones de movilidad la gran mayoría; con condenas pendientes en sus países de origen, otros. En ese momento, lo fundamental era cubrir una demanda; el resto se resolvería posteriormente.
En la actualidad, esa inmigración no se ha detenido; la demanda del país, tampoco. En la construcción de la represa de Punto Unido, en La Pampa, por ejemplo, el 80 por ciento de los obreros son bolivianos. Yacimientos Carboníferos Fiscales, desmintiendo rumores que aseguraban el cierre de la frontera a los inmigrantes chilenos, está tramitando el tránsito controlado de obreros de ese país hacia la Patagonia. Pero la necesidad de mano de obra primaria ha permitido la llegada indiscriminada de obreros y delincuentes; de población joven y económicamente activa y de personas de edades superiores a los 50 años. Es por ello que la Dirección Nacional de Migraciones ha encarado la solución de un aspecto del problema. La expulsión selectiva puesta en práctica por ese organismo ha logrado erradicar del país a los "indeseables" que lograban eludir el control fronterizo.
A pesar de no tenerse conocimiento todavía de un plan general de tipo económico-social, es posible prever su realización y por lo tanto anticipar el advenimiento de una nueva epopeya, que no sólo será para atender y promover el campo, sino también para iniciar la industrialización a que tanto aspira el interior argentino. Más aún si se tiene presente las declaraciones hechas recientemente por el Gobierno Nacional cuando asegura que su administración tiende a "propender al incremento y mejoramiento del potencial humano argentino, facilitando el desarrollo de una inmigración selectiva desde los países que han conformado la realidad actual de nuestra población para permitir una rápida adaptación a nuestro medio y propiciando la legislación correspondiente que oriente a su radicación".
¿Se transformará la Argentina en una especie de polo inmigratorio para los hombres de Latinoamérica? El futuro parece menear la cabeza afirmativamente.

 

 

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