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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


La invención de Bioy Casares

revista mercado
14 de agosto de 1980

un aporte de Riqui de Ituzaingó


Adolfo Bioy Casares


Jorge Luis Borges

 

 

 

En general, alcanzar la popularidad suele generar no pocas simplificaciones. Por ejemplo, la de dar por sentado el estereotipo: la permanente angustia de Ernesto Sábato, el frívolo desenfado de Manuel Mujica Lainez o la caprichosa actitud de Jorge Luis Borges. Pero ¿qué sucede en el caso de Adolfo Bioy Casares cuya obra literaria corresponde, como la de aquéllos, a la literatura trascendente? Es probable que no tantos sean capaces de simplificar en un adjetivo el carácter que mejor lo defina. Y es probable que esa imposibilidad por definirlo prontamente esté ligada a la propia actitud de Bioy Casares, un escritor silencioso, casi retraído. "No soy un hombre de reportajes porque nunca publico borradores y un reportaje hablado es un borrador", esgrime a modo de disculpa por demorar tanto en decidirse a este tipo de diálogos a los que el periodismo lo conmina. Adolfo Bioy Casares es, sobre todo, un escritor. Sobre todo, quiere decir que, a diferencia de otros grandes escritores, no se propone ninguna otra posición ni dar otro testimonio que el que surja de sus libros. "Porque soy un hombre de libros, dice, cada cosa que pienso la pienso como futuro libro. No deja de ser una limitación". Su obra más conocida y más elogiada es "La invención de Morel". Su aspecto íntimo más comentado es su antigua amistad con Borges; su origen reconocido es la ciudad de Buenos Aires aunque su gran ilusión es vivir en el campo, una inclinación que ha heredado de sus padres. Casado con la escritora Silvina Ocampo, hermana de Victoria, Adolfo Bioy Casares no es afecto a vincular literatura con vida privada. De él se sabe poco, o quizá mucho, si se sabe leer su vida en sus libros.
Y entre sus libros figuran no pocos de valor singular: "El sueño de los héroes" (1954); "Diario de la guerra del cerdo"; "Plan de evasión" y por supuesto, muchos de los cuentos escritos en colaboración con Jorge Luis Borges con el seudónimo de H. Bustos Domecq. Ahora entramos a su casa: un vasto piso (se intuye la vastedad), en la calle Posadas próximo al Pasaje Schiaffino frente a la Recoleta. Habitaciones espaciosas y con luz tenue, muebles sobrios, antiguos, en algunos casos enfundados. La biblioteca y lugar de trabajo de Bioy Casares puede ocupar unos 75 metros cuadrados. Fuera de las paredes donde asoman las ventanas al parque, todas las otras están cubiertas por estantes y libros. El confiesa: "pertenecieron a mis padres, eran gente muy culta". Sobre un escritorio cargado de relieves en madera aparecen amontonadas carpetas y más libros, aunque no dan impresión de desorden. También adornan el sitio innumerables fotografías de familia y amigos, en su mayoría sacadas por el propio escritor en los momentos en que se deja tentar por esa afición que le es cara. Cuando aparece, Bioy Casares es sobre todo una franca sonrisa; la sonrisa surge de él natural, delicada. Esta es la introducción: austera, como él seguro la prefiere. Lo que sigue es el diálogo.
MERCADO — ¿Qué es para usted ser escritor? La pregunta, Bioy, propone una respuesta que explique hasta qué punto la literatura puede ser encarada de una manera profesional o no.
BIOY CASARES — Puedo responderle, pero moviéndome un poco de su pregunta. Para mí ser escritor es lo más importante de mi vida. Yo no soy un La Mirándola que puede hacer muchas cosas. Sólo creo poder hacer más o menos bien aquello a lo que me dedico íntegramente. ¡Usted sabe con cuanta facilidad se puede ser un chanta! Creo que puedo aspirar a que mis textos me representen, a no tener que andar explicando por ahí por qué los he escrito de tal o cual manera. Siento que he llegado o he alcanzado a poder escribirme a mí mismo como para no tener que hacer aclaraciones. Pero está también lo otro, de orden práctico. Por haber dedicado mi vida a ser escritor he aprendido, desde luego, a conducirme como tal cuando ahora firmo mis contratos. Habría que fotografiar a muchos escritores en el instante en que lo hacen. Son tan candorosos, hemos sido tantas veces ingenuos que hasta nos parecía que nos tomaban en serio. Es que somos tan inseguros con lo que escribimos, que no sabemos si solo será una ilusión nuestra o será, en cambio, un sueño que pueda alimentar la vida de otras personas. Uno trata de vivir de esta profesión porque sabe que va ser más feliz si lo logra. Por eso, al cabo de los años, los escritores argentinos hemos aprendido algo: a hablar de dinero y a no legitimar contratos absurdos.
MERCADO — ¿Usted cree que su actitud de escritor, que podría ser similar a la de un Borges o a la de cualquiera de los de su generación, es la misma que la que empuja a los escritores más jóvenes o posteriores a la década del sesenta? Hay una palabra que sugiere cosas: éxito, por ejemplo, y que aparece también en el ámbito literario cuando antes lo soslayaba.
BIOY CASARES — Quizás he tenido la suerte, creo, de que en mi juventud no había alcanzado ninguna trascendencia considerable. Nuestra ambición era jugar el juego de escribir lo mejor que podíamos escribir. Soñábamos con la obra maestra y con la gloria aunque estuviéramos lejos de alcanzarla. Pero no nos sentíamos tentados, como seguramente puede suceder a muchos buenos escritores actuales, de encarar un tema sólo porque ofrece la posibilidad del éxito inmediato. Nosotros sólo escribíamos aquello que nos convocaba sinceramente. Es probable que eso haya sido beneficioso después de tanto tiempo. Porque el éxito estimula a repetir los errores no a corregirlos. Yo no podría haber escrito nunca "La invención de Morel" de haber pensado en el éxito. Fue una novela que me dio mucho trabajo, que me demandó continuas correcciones. 
MERCADO — Paradójicamente, aunque usted no pensara en ello, es su obra más conocida, la que ha alcanzado más trascendencia, la que ha sido traducida a muchos idiomas.
BIOY CASARES — Es que cuando empecé a escribirla en 1937 (la concluí en el '40) yo sólo había escrito libros malos. Borges creía, tratando de justificarme, que era porque los escribía a vuela pluma. Y no era así. Yo me proponía que fuesen buenos pero mi poética era equivocada. El hecho de que mis amigos no me consideraran un estúpido aunque mis libros fuesen pésimos, exigió de mí un esfuerzo para que mis libros correspondieran a una persona que no era estúpida. Yo entonces pensé que lo que tenía que hacer era evitar ocasiones para errar. Si yo elegía un buen argumento lo único que tenía que hacer era tratar de escribirlo de una manera servicial. No interfiriendo mi vanidad ni mis tentaciones estilísticas. Tratar de ser simple y ayudar al lector extraviándolo un poco, pero no demasiado, para luego sorprenderlo. Y que esa sorpresa no fuese tan inesperada como para negarse a aceptarla.
De esa propuesta íntima mía surge en "La Invención de Morel" ese estilo de frases cortas, evitando la tentación de equivocarme. Pero después pude notar que también esas frases cortas pueden ser desagradables por su ritmo. Así que uno se pasa la vida corrigiendo y corrigiéndose. Obstinato rigore decía Leonardo. A veces pienso que ese argumento fue como sacarse la lotería y a veces pienso que soy bastante imaginativo. Siempre tengo 8 ó 10 argumentos para contar, aunque después no los escriba.
MERCADO — Usted acaba de confesar que sus primeros libros eran "pésimos". El propio Borges, dice, los observaba con benevolencia crítica. Precisamente, en el caso de él, no parece existir ese arrepentimiento. Ni siquiera "Fervor de Buenos Aires" que él escribió en 1923 quedó fuera de las críticas laudatorias. Quizá con el tiempo usted sea menos pudoroso con su primera obra.
BIOY CASARES — Le voy a decir una cosa: Borges se expresó bien de entrada. Sin embargo, a él, lo avergüenzan ciertos versos de sus primeros poemas que tienen mucho éxito hoy en día. Pero creo que ante el mérito de lo que se avergüenza Borges y el que "surge de lo que yo me avergüenzo hay un abismo. Por eso cuando se me aparece algún profesor norteamericano de esos que estudian mi obra y vienen con algún viejo libro mío, si yo tuviera el poder de hacerlos desaparecer a los dos, al libro y al testigo, lo haría con un placer cultivado durante años. (Por supuesto la frase acaba en una sonrisa. Después, ante una intención de hacerle recordar algunos de esos títulos que el escritor considera abominables, prefiere trazar un manto de silencio y continuar)... Un escritor debe tener conciencia para juzgar su propia obra. Borges, cuando se fastidia de sus versos "... el General Quiroga va en coche al muere..." creo que tiene razón, porque esa es una frase ridícula que ni él ni yo quisiera haber escrito, pero como dice Borges, "la humanidad aplaude eso, ¿qué le vamos a hacer, que sigan aplaudiendo, no?". Por suerte él ha crecido, ha evolucionado y se ha dado cuenta de que ese "va en coche al muere" es una compadrada y de que tenemos que jugar un juego más decoroso, más de personas grandes.
MERCADO — Curiosamente, o no tan curiosamente porque son cuentos lindísimos, los cuentos de H. Bustos Domecq, seudónimo que lo vincula a Borges, fueron escritos como un juego y tuvieron notable trascendencia. ¿O no fueron un juego?
BIOY CASARES — Jamás pensamos que podían tener ninguna trascendencia. Confiábamos en publicar esos cuentos en "La Nación" y sabíamos que era imposible porque se trataba de un diario serio que no podía conceder a publicar esa grosera farsa. Al principio, cuando empezamos a escribirlos, teníamos la intención de que fueran de índole policial. En ese momento, tanto Borges como yo sosteníamos esa tendencia que exageraba la conciencia en desmedro de la imaginación. Estábamos en contra de esa romántica inclinación de dejarse arrastrar por lo que traían los sueños. Ahora sabemos que un poco de imaginación puede haber..., nos hemos suavizado. Sin embargo a pesar de nuestros esfuerzos por no incursionar fuera de lo consciente fuimos traicionados por una fuerza superior a nuestra voluntad y cuando nos dimos cuenta de lo que habíamos escrito sabíamos que era impublicable con seriedad. Solamente en la revista "Sur" se dignaron hacerlo. En cuanto a eso de trascendencia popular, como dicen, creo que no hay que hacerse ilusiones. Sucede que al cabo de los años y de estar siempre ahí uno acaba por parecer interesante por su terquedad.
MERCADO — ¿Qué lo estimuló o lo empujó a la literatura? ¿Tiene algún antecedente familiar?
BIOY CASARES — Mi padre fue en cierto modo un escritor frustrado. No por lo que dejó escrito que es un hermoso libro de recuerdos que se llama "Antes del 900" sino por lo que no llegó a escribir quizá. El se llamaba Adolfo Bioy, como yo y por eso me agregué Casares, el apellido de mi madre. Ella era muy patriota de su apellido y me hizo todo un chantaje para que lo incorporara. Mi madre era muy inteligente. Todos los libros que hay en este cuarto eran de mis padres, excelentes lectores.
MERCADO — Qué parecida circunstancia a la heredada por Borges. El padre de él también quiso ser escritor y su madre fue muy inteligente y ambos eran cultísimos. Y similares también sus ancestros de la pampa, del campo. (Bioy vacila, en seguida asiente con la cabeza pero considera que es suficiente respuesta para una pregunta o una injerencia en la intimidad. En general, cada vez que se intentó un tema que lindara con comentarios fuera de la literatura, Bioy rechazó elegantemente la propuesta). 
BIOY CASARES — ... Sí, me gusta el campo, suelo ir mucho al nuestro en el cuartel 7º de Las Flores. He escrito un librito "Memoria sobre La Pampa y los gauchos" presa de un patriotismo feroz. Creo que está escrito con sinceridad. Cuento el proceso de un chico, que era yo, que estando en el campo no veía ni gauchos ni pampa tal como lo habían contado. Lo que yo veía eran un molino, tranqueras cercanas, campos cultivados. Sin embargo sigo siendo un hombre de ciudad, me he acostumbrado a ella aunque sé que una gran ciudad no es un buen lugar para vivir.
MERCADO — En sus últimas obras se ve esa inclinación suya, cada vez más notoria, hacia la realidad.
BIOY CASARES — Yo siempre todo lo que empecé lo empecé siendo reprobado, aplazado. De mis primeros pasos por el Colegio Nacional tengo memoria de ceros y unos. Después, gracias a un excelente profesor, Felipe Fernández, enderecé el rumbo y empecé a creer que también podía ser una persona inteligente. Su influencia fue tanta que acabé escribiendo libros matemáticos. ¡Si todavía conservo de aquella época cuadernos de geometría del espacio que aspiraban a ser libros!
Y también en literatura volví a empezar con ceros y con unos, esta vez sugeridos por los comentarios de los que me leían. Usted me preguntó sobre el tema de mi aproximación a la realidad, a un lenguaje más real digamos. Es probable que eso nazca de mi permanencia en una gran ciudad. Uno no puede evitar percibir los ecos que difunde. Uno va al cine, ve televisión, escucha radio, lee los diarios, se distrae con los amigos, con la vida.
MERCADO — Usted ha observado cáusticamente algunas manías de los medios de comunicación y las ha comentado en su "Diccionario del argentino ilustrado", un libro de finísimo humor.
BIOY CASARES — Es que uno no puede desentenderse de esos fenómenos. Yo veo poca televisión, prefiero leer. Pero si tal vez hubiera mejor programación yo me dejaría tentar más seguido. Creo que esos entretenimientos que se han puesto de moda cobran un alto precio: quienes se acostumbran a la facilidad acaban conduciéndose de manera trivial, entregados. Creo que los norteamericanos padecen de esa enfermedad. ¿Por qué, si no, hay tanto norteamericano que nos parece hasta tonto?, porque desde la mañana hasta la noche están absorbidos por esos juegos y espectáculos que surgen desde la pantalla mientras él se entrega cómodamente sentado. Sigo prefiriendo el cine. Si yo fuera un escritor más fácil me hubiera dedicado a él. Me gusta sobre todo Buñuel. "Oscuro objeto de deseo" y "El discreto encanto de la burguesía" me parecen una maravilla. No me gusta en cambio Ingmar Bergman. Estoy en desacuerdo con Woody Allen, que lo considera su maestro. También me gusta mucho Fellini. "La dolce vita" sigue pareciéndome una obra recordable, aunque mucha gente se avergüenza de que le guste porque piensa que ha sido superada después.
MERCADO — Y en literatura, ¿qué es lo que le parece recordable?
BIOY CASARES — Me cuesta responder a ese tipo de preguntas porque muchas veces libros que me parecieron admirables ya no lo son. La admiración, con el paso de los años, cedió su lugar al juicio crítico. Uno va cambiando de maestros.
MERCADO — Sería interesante entender el porqué y cuáles fueron esos cambios.
BIOY CASARES — Por ejemplo, a mi Banchs me parecía un poeta maravilloso y hoy, apenas si rescato algún soneto suyo. Como ése que comienza... "Hospitalario y fiel en su reflejo...", se llama "El espejo". Y entonces surge esa incógnita: ¿Cómo juzgar al escritor? ¿Por lo peor? ¿Por todo?, en cambio ateniéndonos a lo mejor, ese soneto de Banchs me recuerda a esa frase de Menéndez y Pelayo cuando se refiere a la poesía de Horacio: "Está hecha con las manos de la gracia". Y hay otros escritores que ya me resultan indiferentes, habiéndome antes admirado tanto. Ese es el caso de Benito Lynch. En cambio Sarmiento me sigue pareciendo un gran escritor, una persona que en cada línea que escribe está pensando. También están "Las memorias del General Paz" que mi madre me leía cuando yo era chico y por supuesto los clásicos latinos y griegos, a los que a pesar de mis seis años de estudiar ambos idiomas debo resignarme a leer de traducciones. Actualmente estoy leyendo la correspondencia de Byron, uno de esos grandes placeres que reserva la literatura. Además, uno en su afán de cultura lee contra su pereza. Yo he leído libros que no volvería a leer, por ejemplo "El Criticón" de Gracián, salvo que de ello dependiera la vida de un amigo. Y he descubierto a un hermano: Ítalo Svevo,un italiano maravilloso.
MERCADO — Muchas veces aparece la palabra ética cuando se pretende enjuiciar a un texto literario.
BIOY CASARES — Creo que la ética es importante porque estamos viviendo en un mundo de seres humanos y entonces la ética nos ayuda a que la vida sea más linda. Tengo una idea estética de la ética. Me parece, por ejemplo, que los actos moralmente bajos son fealdades. Y que si uno tiene conciencia de ellas incomodan hasta para seguir viviendo. Yo trato, hasta por pereza, de que mi vida se deslice por sitios agradables. Recuerdo que mi madre me decía que tratara de que mi vida fuese una obra bella, que pudiera quedar como un árbol o como un libro bien logrado. Últimamente veo que se suele poner énfasis en un solo aspecto: el sexual. Parecería que ahora lo moral o lo inmoral es exclusivamente el sexo. Y yo no veo que el sexo tenga más vinculación con la moral que cualquier otra actividad de la vida. Quiero decir: que si uno es un crápula sexualmente eso está mal, pero cualquiera sea la costumbre sexual del individuo eso no hace a la moral en absoluto.
MERCADO — Lo que sostenía David H. Lawrence, el autor de "El amante de Lady Chatterley" quien decía que un error de juicio provenía de juzgarlo todo desde un punto de vista de la moral sexual, cuando en realidad de lo que se trata es de definir si una persona es o no es ruin o deshonesta para con los otros.
BIOY CASARES — Bueno, es como si porque una persona duerme de costado o hacia diferente lado que el nuestro, nosotros le diéramos importancia a ese detalle circunstancial. Además la moral cambia y va y viene permanentemente. En el siglo XVIII la conducta o la costumbre sexual se veía con simpatía, con naturalidad. La Guiccioli era una señora casada con un conde de Ravena. Tenía ella veinte años y como toda mujer italiana de la época tenía que tener su amante porque eso era lo que convenía para no ser criticada en sociedad. Ella se enamora de Lord Byron y ambos viven ese amor hasta la muerte de él en Grecia. Entonces ella no vacila en escribir, en un libro, todo lo que le dicta su amor por Byron. Eso sucede, todavía en la época en que ser amante no significaba afrenta o engaño. Pero, cincuenta años después, la Guiccioli, en los años de su vejez quiere insistir en publicar otro libro sobre el tema que la impulsa y ya no es posible. Es que se encuentra en la época victoriana y se considera que una señora respetable ya no puede gritar su amor sin ser vilipendiada. Entonces cuando escribe el libro parece reprimirse y describe a sus amores con Byron como si fueran platónicos. Mientras que cincuenta años antes había podido decir toda la verdad. Sobre esto se podría hablar mucho: ¿Qué de la libertad sexual de los griegos? ¿Qué de la de los romanos?
MERCADO — Cada una de las cosas de la que hemos hablado, Bioy, provienen o tienen vinculación directa con libros o con lecturas suyas. Quiero decir: ¿Es usted un lector apasionado ahora; lo era antes?
BIOY CASARES — Ya no soy el mismo lector que antes. Y aunque la vida es muy corta es también lo suficientemente larga como para que seamos varias personas en su transcurso. Todos los días de mi vida leo y todos los días escribo. En estas dos vocaciones, soy incansable. No sé quién dijo el otro día que él era escritor solamente cuando escribía. Me parece sencillamente escandaloso. Salvo que sea por modestia, que esa persona piense que ser escritor es algo "supremo", lo cual me parece una estupidez. Yo actúo como escritor en cada momento de mi vida, lo hago naturalmente, porque no sé actuar de otra manera. Yo estoy ahora con usted y mientras charlo y observo, pienso que quizá todo esto o algo de todo esto sirva alguna vez para un cuento o una novela. Yo no puedo prescindir de que soy escritor aun a la mañana cuando voy a comprar el pan aquí a la vuelta. En cuanto a mi condición de lector pienso que soy menos descuidado. No soy partidario de las novelas aburridas, las considero injustificables. A mí me gusta mucho Vladimir Nabokov, el de "Los Arlequines" o "Lolita". En cambio "Ada" me desencantó y la abandoné. O me sucede lo contrario. Recuerdo que cada vez que encaraba la lectura de la "Conciencia del señor Zeno", de Ítalo Svevo, como alguien me la había recomendado hacía un esfuerzo por intentar su lectura y no lo lograba. Finalmente, cierta vez en unas termas, avancé en la obra y ya no la dejé más. Svevo fue para mí como descubrir a un hermano. Sucede que muchas veces ante el enfrentamiento con una nueva personalidad, más nos aleja el temor que la atracción que pueda ejercer sobre nosotros.
MERCADO — ¿En un hombre que piensa, la proximidad de la vejez es más compleja, más amenazadora?
BIOY CASARES — Yo siento que si uno pudiera vivir mil años podría adquirir una madurez más completa en cambio de ese borrador de madurez que nos permiten setenta u ochenta años. No me alcanza la vida para hacer todas las cosas que quisiese. No comprendo a esa gente que, por ejemplo al viajar, dice que con pasar cuatro o cinco días en un lugar es suficiente.
Yo para todo necesito años: para los amores, para los libros, para el olvido. Es que la vida es tan miserablemente corta que uno nunca llega a tantos destinos que nos esperan. Lo único que agradezco es tener imaginación porque nos permite la ilusión de ser eternos. Yo tengo proyectos no sólo para ahora sino para siempre. Después de todo, vivir no deja de ser apasionante.
Orlando Barone


Sobre Jorge Luis Borges
• "Cuando éramos jóvenes el premio Nobel no se tomaba muy en serio. Se pensaba que era materialmente interesante pero que traía una larga tradición de errores que sigue respetando. Yo quisiera que lo recibiese Borges porque uno le desea lo mejor a un amigo, pero íntimamente eso no lo hace a uno mejor ni peor escritor, aunque sí más rico. Hay una frase que dice: 'Aprobado por el cónclave, pero no por el firmamento'. Bueno, yo pienso que esos señores que se reúnen para el Nobel premian a un autor y es sólo eso: unos señores que premian a un autor."
• "Con Borges disentimos. El piensa que si en una frase suena mejor, digamos, Nuremberg en lugar de Francfort, porque esta palabra trae la idea de salchichas, él seguramente optará por Nuremberg. Yo soy un esclavo de la verdad y no podría prescindir de ella por amor a la belleza..."
• "También disiento en otras cosas: él admira, a veces, cierto tipo de oratoria. El formula declaraciones espontáneamente, tiene facilidad. Yo no creo en la oratoria.
Creo en la persona que puede exhibir libremente su pensamiento al hablar. Borges lo hace, claro. Cosa que me está vedada a mí. Yo no busco pedrerías rutilantes sino decir lo que pienso. Y además me gusta hacerlo por escrito, en un cuaderno cuadriculado donde habitualmente escribo cuanto se me ocurre..."
• "En lo que coincidimos con él es en que consideramos que somos como empresarios de circo que buscan montar un espectáculo para entretener. Yo trato de que ese circo sea lo mejor posible..."
• "A veces nos asombramos con Borges de haber tenido argumentos en que un canalla va a triunfar al final. Eso nos disgusta: ¿Por qué en la vida triunfa un canalla? Pero, ¿será que el triunfo de un canalla es realmente un triunfo? ¿Tener plata solamente, lo es? Quizá estemos equivocados y el triunfo, verdaderamente, es otra cosa todavía inasible para nosotros..."
• "Borges no vacila ante los reportajes, creo que se resigna a ellos. Yo muchas veces dudo porque nunca reflejan mi pensamiento. No porque me hagan decir lo que yo no quiero decir, sino porque yo mismo digo lo que no quiero decir. Le recomiendo un libro: Opiniones contundentes de Nabokov. Allí él confiesa que piensa como un genio, que escribe como una persona decorosa y que habla como un niño..."