Revista Siete Días Ilustrados
06.07.1970 |
Como se produce la música de slogan publicitario? Los más conspicuos
creadores argentinos de jingles descubren los secretos un oficio
delirante y altamente rendidor.
Hace un tiempo, mientras miraba televisión con su familia, el señor
Siniestro (ese engendro de sonrisa negra inventado por el humorista
Marcos Martínez en el semanario Tía Vicenta) se frotaba las manos
con entusiasmo a la par que mascullaba: "¡Ah, qué suerte!: menos mal
que vienen los avisos", y se sumergía, con evidente placer, en una
arrobadora tanda de jingles. Esa desopilante ironía enarbolada por
Martínez era doble: por un lado mostraba la morbosa satisfacción del
matrimonio Siniestro en asumir una presunta postura masoquista y,
por el otro, intentaba asestar un coscorrón a la programación
televisiva presuponiendo —de alguna manera— que los avisos
comerciales eran lo único bueno que se podía ver por televisión. La
boutade del ocurrente señor Siniestro detectaba, sin embargo, un
fenómeno cierto: la creciente calidad fotográfica y musical de una
buena parte de los comerciales que se pasan por la televisión
argentina. Dos redactores de SIETE DIAS —imitando al matrimonio
Siniestro— se zambulleron por espacio de una semana (la pasada) en
el torrebabélico mundo de los hacedores de jingles, una fauna con
tics propios y exclusivos cuyo mayor trajín diario es el de ser
ocurrentes e imaginativos: tarea nada fácil si se piensa en el
esfuerzo que demanda sintetizar una idea en los tiránicos y breves
segundos que dura un jingle televisivo.
¡MUSICA, MAESTRO!
Fueron los publicitarios norteamericanos —se asegura— quienes
descubrieron —a principios de siglo--las ventajas comerciales de
musicalizar un slogan de propaganda. El jingle (del inglés:
retintín, cascabel, hacer retintín, rimar) se basaba en algo ya muy
conocido por los psiquiatras y educadores: esto es, que una tonada
pegadiza y unos versitos fáciles de recordar ayudaban a que
una cosa determinada se fijara con fuerza en la memoria del hombre.
Así, los maestros de escuela de otras épocas no dudaron en echar
mano a melodías populares y espontáneas para lograr que los párvulos
de tos grados inferiores memorizaran, sin gran fatiga, las arduas
tablas de multiplicar: 2 por 1: 2; 2 por 2: 4 ... corearon
generaciones enteras de escolares antes de que las matemáticas
modernas y las teorías de los conjuntos aventaran la ingenuidad de
las aulas.
Cuentan algunos memoriosos que el inventor de los jingles en la
Argentina fue Rodolfo Sciammarella, un tangófilo que allá por el año
1928 torturó a cientos de porteños con sus cascabeleantes rimas que
ayudaban a vender el jabón Federal, los casimires Camper o los
productos de Aguamar. Sciammarella —radicado en España desde hace 8
años— hacía gala, en todo momento, de una imaginación fértil y
espumosa; hace poco, al término de una conferencia sobre publicidad
dictada por el músico en Madrid, uno de los concurrentes —con el
solapado propósito de ponerlo en un apuro— le preguntó si era capaz
de hacer un jingle para una empresa de pompas fúnebres. Don Rodolfo,
sin inmutarse y sin titubear, cantó con voz de barítono una jocosa
cuarteta: "Pase usted a mejor vida / con toda satisfacción / en un
cajón de medida / o en uno de confección".
Albaceas de esa verba payadoresca, los actuales jingleros argentinos
(el neologismo ya ha sacado carta de ciudadanía) se han dedicado a
perfeccionar y a sofisticar el legado del pionero Sciammarella, sin
que por eso el mensaje cantado pierda su eficacia comunicativa y
vendedora. Melodías más elaboradas, orquestaciones exigentes y
frases plagadas de motivaciones en un mercado receptivo, donde la
apología del consumo es una de las características más fácilmente
perceptibles.
Con todo, la espinosa competencia obliga a las agencias de
publicidad a planear cuidadosamente sus campañas y los jingles
suelen ser la parte más complicada de éstas; sobre todo por la
difusión que alcanzan. Por lo común, los publicitarios recurren a
los servicios de algunos de tos jingleros que pululan en el ambiente
porteño cuando se trata de musicalizar los avisos comerciales. Por
esa tarea de poner música a los anuncios —frecuentemente no sólo
deben componer la melodía sino también inventar el texto del aviso—
los jingleros suelen recolectar entre 300 y 400 mil pesos antiguos
por trabajo terminado, a lo cual debe descontarse el sueldo de los
músicos que forman la orquesta (7 mil nacionales por sesión), el
salario de los cantantes que gargarizan la letra y el alquiler de la
sala de grabación, gastos éstos que corren por cuenta del jinglero.
Una vez que el jingle está terminado —a la agencia se entrega una
cinta grabada, con la duración y las características pedidas— y que
se han pagado los cachets del personal, en el bolsillo del jinglero
sólo quedan de 70 a 100 mil pesos viejos: una suma más o menos
modesta que no empaña, sin embargo, el rotundo humor que campea en
los estudios de grabación, donde la algarabía suele rozar el
delirio.
EL JAZZ ME ENLOQUECE
Un denominador común que emparienta a todos los jingleros es su
obstinada fidelidad a los ritmos jazzísticos: "Yo vivo de la música
desde que tenía 16 años —recuerda Roberto Lar, 39, dos hijas, 6 años
de experiencia en música publicitaria, premio Martín Fierro por su
trabajo Buenos Aires íntimo, para vinos Peñaflor—. Como tantos
otros, tocaba jazz por la noche en cuanto boliche pudiera, hasta que
un día el publicitario Mario Orliad me propuso hacer música de
jingles: mis primeros trabajos fueron para Peñaflor y Gillette. A mí
la publicidad me sirvió para experimentar con toda clase de música,
para orquestar grupos instrumentales chicos y para aprender a
sintetizar en pocos segundos una idea musical completa", se alegra
Lar.
Cuando se lo invita a detallar los hitos que pespuntean el trabajo
de un jinglero, Lar (a quien pertenece la banda sonora del film Juan
Lamaglia & Sra.) no puede dejar de berrear alguna de sus
preocupaciones: "Es increíble —se espanta— la manera que tienen las
agencias de pedirnos la música para determinada propaganda. Puede
ser que nos digan: 'en la película aparece una madre con su nenita,
pero la música debe ser livianamente sexy. Ni mucho, ni poco, ni más
o menos: tiene que tratarse de una música livianamente sexy', es
asombroso pero casos así se presentan a cada momento", concluye Lar
sin cesar de mortificarse.
"Las letras de los jingles —pormenoriza el músico— las hago a medias
con la agencia: ellos me dan el slogan o las palabras sueltas que
deben figurar en el aviso y yo armo la letra completa. Mi forma de
trabajar —confiesa— es muy desordenada, hay veces que compongo la
música sólo 10 minutos antes de la grabación, cuando los músicos ya
están en la sala." Un sistema heterodoxo que, sin embargo, parece
darle buenos resultados. Algunos de sus trabajos publicitarios
alcanzaron una envidiada difusión: Quilmes de mesa (¿A qué hora
almorzamos?, a las doce y Quilmes), Geniol (Genial en acción y
sién-ta-se-así), Renault (partido de pato), Peñaflor (serie de
tangos), Chevrolet (La brava). Pero Lar —sin embargo— prefiere
ampararse de la fácil difusión: "No siempre un jingle muy silbado o
muy asimilado por la gente tiene como resultado un aumento de las
ventas —asegura—. Incluso se ha dado el caso de jingles muy famosos
que hicieron descender las ventas del producto", remacha.
Algo es cierto: hace un tiempo, una agencia de publicidad
norteamericana creó —para una. fábrica de conservas que enlataba
sardinas en aceite— un estupendo jingle que pronto se hizo muy
popular en todos los Estados Unidos.
El comercial, que tenía como protagonistas a unas graciosas
ardillitas, difundía una melodía pegadiza y enternecedora que
inmediatamente ganó el favor del público. No obstante el éxito
masivo del anuncio, las ventas de la fábrica comenzaron a bajar en
forma alarmante. La compañía encargó, entonces, una investigación de
mercado para descubrir las causas que motivaban el fenómeno. Las
conclusiones, fueron tajantes: la culpa la tenía el jingle. El
público —opinaron los pesquisas—, encariñado con las ardillitas, se
negaba a consumir las conservas de esa marca porque tenía la
impresión de estar comiéndose uno de los simpáticos personajes cada
vez que despachaba una sardina. La difusión del jingle fue
suspendida y al poco tiempo las ventas de la empresa volvieron a su
nivel habitual.
La anécdota —en cierto modo— puede servir para mensurar la
importancia del jinglero en el oficio publicitario, una profesión
que el exitoso Lar se obstina en denostar: "Si pudiera dejar la
música publicitaria hoy mismo, lo haría inmediatamente, sin dudar ni
un instante —se ilusiona—. Mí vocación es la música, pero en grande.
Mientras las agencias no cambien la motivación y el mensaje
tendremos que resignarnos a hacer siempre lo mismo. Si los avisos
fueran más largos —aterroriza Lar— nuestras ideas musicales se
explayarían mejor y con formas nuevas".
Eduardo Schejtman (29, rasado, trabajos más importantes: Quédese en
el 13 para ver...; La la la Nación, La Campagnola se come sola,
entre otros) es el único de la grey jinglera que tiene una agencia
montada: "El sueño de un jinglero —reconoce— es el de romper una
tanda —es decir, motivar la atención de los espectadores en medio de
una tanda publicitaria—. Mis jingles nunca usan la palabra calidad o
nuevo, ni tampoco hago rimas —menosprecia—. Lo fundamental de un
aviso es el gancho —en la jerga del oficio: lo que atrapa al público
y hace recordable un anuncio—: el jingle que no lo tenga no tiene
fuerza, no sirve. Yo pertenezco al mundo de la publicidad, podría
componer cualquier clase de música, pero hacer jingles es lo que más
me gusta: si no hiciera esto reventaría de fastidio", exagera
Schejtman, que se anega en los vapores de la añoranza cuando
recuerda la época de oro del jingle —los años 1967 y 1968—, pero en
que él solo pergeñaba de 30 a 40 comerciales por mes.
Rubén Baby López Furst, 32, dos hijas, uno de los especialistas más
reputados —Tres Plumas, (Es el despiplume), Neuss (A todo lo demás
dígale Neuss), Cadum (Shock de frescura)— es un joven veterano:
"Toco profesionalmente desde los 13 años, y lo que me sale más
naturalmente es el jazz; si pudiera me dedicaría exclusivamente a
este género musical. Pero en general este oficio de jinglero me
gusta: es uno de los más alegres que pueda tener un músico. Aunque
éste es un trabajo compulsivo, que debe estar grabado en una semana
a pesar de que a uno no se le ocurra nada, hay tiempo para la
creación musical dentro de ciertos límites naturales, que son los
que fijan las agencias. El jinglero —se amarga Baby Furst— es un
poco esclavo de la moda y hay un estrecho paralelismo entre la
música en boga y las melodías publicitarias; sin embargo, muchas de
las bandas sonoras de los comerciales suelen superar en calidad a
los ritmos populares", se alaba.
Una opinión que también comparte, aunque con lenguaje más acibarado,
el músico Alberto Núñez Palacio (29, 2 hijas: Tangos de Alba, Dodge,
LM —premio León de Oro en Venecia—, Braniff —para los Estados
Unidos—, Noticiero Fiat, Torino): "Dentro de la gama de
prostituciones comunes a las que uno tiene que avenirse para poder
comer —pantagrueliza Núñez Palacio—, esta de hacer música
publicitaria es la que más se adapta a mi temperamento. Aunque la
banda de sonido de los avisos —música sin letra— o los jingles
—melodía y canto— son muy superiores a la música comercial
corriente, esto no me conforma del todo; quizá sea por eso que hago
música de cámara y tengo un sexteto experimental de tango. Además
—se sincera N. P.—, siento una tremenda nostalgia por la escultura,
que abandoné por necesidad".
OTRAS VOCES, OTROS AMBITOS
Recalar, una tarde cualquiera, en alguno de los estudios de
grabación donde la cáfila de jingleros registra sus, ocurrencias en
cintas de acetato es como acceder a un mundo insólito donde lo único
vedado es la formalidad. Confundida entre la quincallería
electrónica de Fonalex (Santa Fe al 3100), la cantante Susana Juri
(26, casada, trabajos más destacados: Vaqueros Lee —ese comercial
que muestra un caballo galopando por una playa, premiado el año
pasado en USA—; Cafiaspirina —Aspirinetas: qué tranquilidad, señora
mamá ...—; Sólo Shell supera a Shell; Vitess) suele ser designada
como una de las, mejores vocalistas de jazz de la Argentina. Su
opinión respecto del jingle importa, entonces, por dos razones:
primero por su calidad de intérprete y segundo porque la Juri está
considerada como una de las cantantes publicitarias "caras"
(alrededor de 40 mil pesos viejos por grabación): "A mi entender
—personaliza— los jingles buenos, que son muchos, están mejorando el
gusto musical de la gente. En este oficio hay cantantes excelentes y
sería injusto olvidar a algunos —se disculpó ante SIETE DIAS—, pero
si quiere que mencione a alguien en particular ponga entonces a
Marión —la voz de Cadum con coro, Helen Curtis— y al Bebe Muñoz —es
una costumbre del ambiente nombrar a las personas por su apodo y
apellido: Muñoz es el Maximiliano de Fedra y Max—".
Otra de las jingleras en off, Paqui Balaguer (33, soltera),
especialista en imitar chicos, es una de las más conocidas voces de
mono (el boceto de un dibujo animado se llama así en el ambiente):
"Crear una voz de mono exige tener imaginación y saber observar la
realidad —decreta—, Algunos trabajos, desde luego, son más difíciles
que otros: por ejemplo, cuando a una le piden que haga la voz de un
huevo: ¿Cómo es la voz de un huevo? ¿Es blanca?, ¿ovalada?,
¿alimenticia? —duda la inefable Raqui—. Imitar voces de chicos, en
cambio, me resulta fácil —minimiza—, ya que lo único que hay que
hacer es estudiarlos con detención y luego hablar como ellos". Lo
que no dice la Balaguer (su voz es la estrellita de Pinexo, el
angelito de vinos Don Raúl, la colita fresca de Feculax, la nena que
no se decide de Grimoldi, el inquietante haceme shock de Susana
Giménez, el chico ronco de calzado Pampero) es que para alcanzar su
grado de profesionalismo hace falta poseer una verdadera dosis de
talento.
Jorge Torco Abaquián (35, soltero, el gato de Yelmo, padre e hijo,
el payaso de vinos Donati, Mack Perro) era —antes de convertirse en
una difundida voz de mono— un apacible profesor de física y
matemáticas: "Al principio —reconoce— me pasaba las tardes en el
cine Real tratando de imitar las voces de los dibujitos animados;
ahora trabajo en equipo con los creadores de los monos: el dibujante
me muestra el boceto y me cuenta cómo es (bueno, malo, grotesco,
asustado, solitario) y yo voy probando voces hasta que encuentro la
que más le conviene. Así nació la voz del gato de Yelmo, que es un
verdadero suceso. Un día —anecdotiza— volvía a mi casa de madrugada
y un oficial de policía me pidió mis documentos y me preguntó de qué
trabajaba. Cuando le dije que me dedicaba a ponerle voz a los monos,
la cosa no le gustó nada: pensó que le estaba tomando el pelo. Para
evitar dormir en, el calabozo le hice el gato de Yelmo y le
entusiasmó tanto que comenzó a llamar a todos los policías cercanos.
El resultado fue que tuve que hacerme el gato durante media hora, en
plena calle, muerto de frío y a las dos de la mañana".
Su colega Juan Carlos Pelusa Suero (31, casado, Haceme mimo, de CAP,
Tomá Cacho, de cigarrillos 43 —premio Martín Fierro 1967—, el famoso
Pluma Pluma, el Larguirucho, Pucho y el Comisario de Hijitus, Hace
un fresqueeeete, de Sansur, el mentiroso Takayama, telol de los
tintolelos) es el patriarca del grupo y su gran capacidad para crear
voces es reconocida y admirada en todo el ambiente del jingle
publicitario: "Por lo general, mis personajes surgen en la sala de
grabación, mientras estoy ensayando. Por eso, para que las cosas
salgan bien, es necesario que además de trabajar nos estemos
divirtiendo: de la broma, del chiste o del cuento salen las mejores
voces, los jingles más eficaces. Necesariamente tenemos que ser muy
observadores y a veces nos apropiamos de voces que existen en la
realidad, de las cuales hacemos una caricatura. ¡En ciertas
ocasiones, una palabra o la forma de pronunciarla es capaz de
sintetizar todo el mensaje publicitario, como, por ejemplo, en el
caso de Pluma, Pluma. Creo que nosotros, los jingleros, somos una
especie de Academia del idioma pero al revés, en el sentido de que
tratamos de conservar y actualizar el léxico popular", pretende
Pelusa.
Menos libresco, aunque más contundente, el músico Rodolfo
Sciammarella, hijo (31, casado, 9 años de jinglero) rastrea
universos más íntimos: "En cada uno de nosotros hay una pequeña
frustración; compensada por algún éxito bien logrado. La posibilidad
de que mi obra trascienda está basada en un 70 por ciento por la
difusión que el avisador quiera otorgarle y sólo depende de mi
capacidad en un 30 por ciento. La gente necesita cantar y canta lo
que escucha: en esto es conveniente no engañar ni engañarse".
Parece, evidentemente, un sano consejo. Aunque la frase, por cierto,
no suena a mensaje publicitario.
Ir Arriba
|
|
Qué tranquilidad señora mamá!...
¡Acabo de ver un experto de Crespi! |
|
|
|
|
|
|
Jingles por Bróccoli |
|
|
|
|