Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

LAS RESPUESTAS DEL ORACULO

 

Revista Periscopio
2 de diciembre de 1969

En dos partes, el 10 y el 17 de noviembre, la televisión francesa emitió un documental sobre Jorge Luis Borges; la segunda entrega, por razones sin consistencia, enojó a algunos críticos (ver Nº 10, pág. 20). El film, de dos horas, fue rodado en Buenos Aires, en marzo último, por un equipo de la ORTF a cuyo, frente estuvieron el realizador José María Berzosa y el periodista André Camp. Durante su transcurso, Borges enhebró —en francés— una serie de opiniones tan caprichosas y discutibles como toda su obra; he aquí la transcripción in extenso de lo que piensa el más celebrado de los escritores argentinos, un candidato al Premio Nobel, un individualista.

A mi edad, creo que la felicidad personal no es muy importante. Puede ser todavía más insignificante que la desdicha. En cuanto a la humanidad, soy tan anticuado que creo en el progreso. Al hablar de optimismo y de pesimismo, creo que no es inútil recordar que estas dos palabras fueron inventadas humorísticamente.
Leibniz creía que vivimos en el mejor de los mundos. Entonces, Voltaire, que se rió de él con el personaje de Pangloss de Candide, inventó la palabra "optimismo". Y, evidentemente, una vez aparecida la palabra optimismo, la palabra "pesimismo" era inevitable.
Yo creo en un sentido general del progreso, pero pienso más bien en la línea espiral de Goethe, es decir, que no considero al martes, por fuerza, superior al lunes anterior o al miércoles que le seguirá. Creo que después de varias centenas y millares de lunes o de martes, las cosas serán, evidentemente mejores.

Si he dicho que creo en el progreso, es más una expresión de la esperanza que de la lógica. Pero si considero la historia universal —dentro de lo posible— creo que existe un progreso. Hay un progreso moral inevitable. Es decir, no sé si la gente ahora es menos cruel que anteriormente. Claro que es un poco abstracto hablar del pasado y del presente, ya que el presente difiere, y tenemos un número indefinido de pasados. Pero en el presente observo que incluso si las gentes son crueles, incluso si a menudo son despiadadas, tratan de justificar su crueldad, mientras que existió una época en la que un rey, por ejemplo, podía ser inocentemente cruel sin tener necesidad de justificarse. De todas formas, hemos llegado a una buena etapa, la etapa de la mentira y de la hipocresía, y esto es ya algo.

He dicho que estoy muy agradecido a las guerras mundiales. Sí soy belicista. Creo que le debemos mucho a la violencia. Y creo que los pacifistas no son lógicos. Siempre están atacando a la violencia, pero cuando la atacan, piensan en la violencia futura. Quisiera preguntarles: ¿Sienten ustedes, sinceramente, vergüenza de las revoluciones democráticas? ¿Están ustedes avergonzados sinceramente de que los aliados se hayan defendido contra Alemania? O, si son ustedes comunistas, ¿tienen vergüenza, sinceramente, de la Revolución Rusa? Yo no tengo vergüenza de las guerras. Quizá porque soy de familia militar y me hubiese gustado ser soldado. Hubiera sido un mal soldado, ya que soy personalmente cobarde. . . pero quizá la cobardía no sea importante. Creo que le debemos mucho a las violencias pasadas.
Cierto es que si pensamos en guerras futuras, creemos que serán más horribles que las pasadas. Pero yo no lo creo. La guerra consiste esencialmente en el hecho de que un hombre mate a otro hombre, y quizá matar o ser matado no es mucho más horrible que envejecer, que sufrir, que morir en la cama, que el aburrimiento. Creo que el aburrimiento es más terrible que la violencia. Si hay un destino que no deseo es el no correr ningún peligro. Lo peor para mí sería ser rico y ocioso.

En cuanto a la guerra nuclear, creo que no es más que otra forma de la guerra. Cada vez que se inventó un nuevo instrumento, se dijo que era especialmente terrible. Recuerdo las páginas del gran escritor español del siglo XVII, Quevedo, y las de Cervantes contra las armas de fuego. Recuerdo también que Milton atribuía la invención de las armas de fuego a Satanás. Todas las armas son horribles.
Pero lo que es horrible —y no estoy demasiado seguro— es el hecho mismo de que sea necesario recurrir a la violencia. Pero puesto que es necesario defenderse en muchos casos, es natural que se empleen las armas más eficaces, y las armas más eficaces no son las más misericordiosas.

Aunque sea una palabra anticuada y rococó, creo todavía en la democracia. Pienso en la Revolución Americana, a mediados del siglo XVIII; en la Revolución Francesa, y en nuestra revolución, en nuestra guerra de Independencia y, por qué no, pienso en las dos guerras mundiales. Estoy muy agradecido a esas guerras, a esas revoluciones, y evidentemente estoy muy agradecido a los hombres que, sin preverlo, prepararon esos acontecimientos. Pienso en los Enciclopedistas, en hombres del estilo de Gibbon, de Voltaire y, más tarde, de Jefferson.. .

Ya he dicho que soy un anticuado. Creo que vale más dirigir a las masas que informarlas. Creo que este país [la Argentina] iba mejor cuando estaba gobernado por un pequeño grupo de personas —soy conservador— que quizás engañaban un poco cuando hacían política, pero que convertían poco a poco al país en un gran país. Yo no sé si las masas son capaces de tener ideas políticas, ni siquiera idea alguna.

Me siento muy democrático, pero creo que en estos momentos, si las masas pudiesen elegir, mi país regresaría a una época muy confusa del gobierno que llamaban radical, por no hablar de otra época todavía reciente y más vergonzosa, "de cuyo nombre no quiero acordarme", como decía Cervantes [alusión al peronismo].

Creo que hay demasiada información hoy. Creo que se estaba mejor en la Edad Media, cuando había pocos libros y se leían. Mientras que ahora todo el mundo se dedica al estudio de la historia, pero a la historia contemporánea. Es decir, leemos, por ejemplo, que tal cosa sucede en China o en otro país, sin que sepamos nada del pasado de esos países. Y como todo el mundo lee los periódicos, es como si se leyeran los últimos capítulos de una gran novela. Creo que hay un exceso de información. Y creo que uno de los males de nuestra época es que vivimos históricamente. Se puede decir que siempre se vivió históricamente, pero antes se hacía de forma inocente, mientras que ahora todo el mundo sabe que vive la historia y sabe lo que se espera de cada uno.

¿Que no se debe mantener a las masas en el oscurantismo...? ¿Y por qué no ...? Si la mayoría de la gente ignora la filosofía, la literatura, la pintura, la música —yo conozco un poco de literatura, pero soy un ignorante en el resto—, ¿por qué? ¿por qué entenderán las masas la materia política, que es quizá más difícil? ¿Cómo se puede ignorar el álgebra y saber, al mismo tiempo, por qué persona se debe votar en las elecciones? No me parece razonable en absoluto.

Ya hablé de historia, creo que hay dos pueblos que no debemos olvidar, y esos pueblos son Grecia (Roma, para mí, es una prolongación de Grecia) e Israel. Es decir, que sin Sócrates y sin Jesús —que fue, evidentemente, un judío— la historia actual sería inconcebible. Esto no significa que niegue lo que han hecho otras naciones. Lo que quiero decir es que no se puede considerar la historia de ninguna nación occidental —conozco poco la historia oriental— sin pensar en Sócrates y en Jesús, es decir, en Grecia y en Israel. Evidentemente, lo que hicieron se enriqueció con el tiempo y quizá tengamos una deuda de gratitud con todos los hombres de todas las naciones del pasado y del presente. Incluso con las que no provocan nuestra simpatía.

Desgraciadamente, vivimos en el tiempo, vivimos en la sucesión. Pero los teólogos de todas las épocas han pensado que quizás el tiempo es una ilusión. Una ilusión inevitable. Oscar Wilde decía que cada hombre es, en cada momento de su vida, todo su pasado, todo su presente y todo su futuro. Cuando pienso en mí mismo, por ejemplo, me pregunto si soy el señor viejo que hace lo imposible por recordar que sabía el francés en Ginebra, durante la Primera Guerra Mundial; si soy el colegial ginebrino de aquellos tiempos, o si soy esta especie de animal, de ser inconcebible, formado por mi pasado, por mi presente y por mi futuro. Entonces, si soy mi pasado, mi presente y mi futuro, esto significa que el presente no debe preocuparme mucho, ya que no es más que un momento de algo mucho más amplio que es, como he dicho, inconcebible.

Yo no sé si la eternidad existe, o si la eternidad es un invento de los místicos, de los metafísicos, de los filósofos, pero lo que sí sé es que tendemos hacia ella. Hacia la eternidad. Y quizás, al tender hacia la eternidad, estamos creándola. No es una idea que me pertenece. La idea de que quizá Dios no exista, pero que todos, de una forma o de otra, lo estamos creando. Quizás exista por nuestros esfuerzos y también por nuestros sufrimientos. Puede ser que cuando tenemos un dolor de muelas estamos ayudando a la divinidad a existir.

Podría decir, si no pareciese muy ambicioso, que soy lo contrario de Unamuno. Unamuno decía que Dios era para él el productor de inmortalidad, y yo aceptaría la inmortalidad con la condición de olvidar mi vida presente. Entonces cabe preguntarse qué significa la inmortalidad. Es decir, que sería triste para mí el pensar, después de mi muerte corporal, que cuando estaba en la Tierra me llamaba Borges, que publiqué libros, que procedía de una familia de militares, etcétera. . . Prefiero olvidar todo esto, de la misma forma que prefiero olvidar la época que pasé en el vientre de mi madre —aunque, según los freudianos, esto fue muy importante para mi—. Creo que cuando hablo de Dios hablo más bien de una esencia moral y de una voluntad moral, no pienso en él como hombre y, además, estoy un poco cansado de ser Borges, y espero ser alguien o no ser nadie, pero en ningún caso seguir siendo Borges después de mi muerte.

 

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Jorge Luis Borges
Borges durante la filmación para la televisión francesa


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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