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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


A un siglo del nacimiento de Juan Vucetich
por GUSTAVO GERMAN GONZÁLEZ
El creador del sistema dactiloscópico, de quien acaba de cumplirse el centenario del nacimiento, ingresó en la Policía como "vigilante sin chapa", con 36 pesos de sueldo. Su colaborador y amigo, Nicolás Cortiglia, nos relata pintorescos momentos de la vida del sabio.
Revista Mundo Argentino
septiembre 1958


Cortiglia con el autor de la nota


La oficina de identificación en enero de 1903. El joven sentado en el centro es Cortiglia. Vucetich aparece tomando impresiones.


Juan Vucetich

 

 

A acaba de cumplirse el centenario del nacimiento del sabio Juan Vucetich y los 67 años de que el sistema dactiloscópico de su creación fué implantado en la provincia de Buenos Aires, para ser, al poco tiempo, utilizado por todas las policías del mundo, en razón de su infalibilidad y sencillez. Sustituyó el sistema Vucetich el de identificación Bertiller, que se había empleado hasta entonces, ineficaz y vejatorio, ya que el hombre era sometido a una serie de mediciones que al final fracasaban en la mayoría de los casos.

Argentino por adopción
Vucetich nació el 20 de julio de 1858 en Lesina, en la vieja Dalmacia, dedicándose, como sus padres, a trabajar como tonelero. Muy joven emigró a la Argentina, y en 1888 ingresó como aspirante en el departamento de policía de La Plata, con un sueldo mensual de treinta pesos. Adoptó desde entonces la nacionalidad argentina y supo conquistar el aprecio de sus superiores, que advirtieron pronto que se hallaban frente a un hombre dotado de gran inteligencia. Tres años después, desempeñándose como auxiliar de estadística, estaba encargado de la identificación de presos por el sistema Bartillón, cuando, en silencio, se dedicó a trabajar en su obra cumbre que dio gloria a su nombre, pero no le proporcionó fortuna. En efecto, seguía pobre cuando falleció, ya anciano, en la ciudad de Dolores, trozo de pampa que amó con el cariño de un nativo.

Su gran colaborador
Vucetich tuvo en su patriótica empresa un gran colaborador don Nicolás M. Cortiglia, quien lo secundó durante muchos años en sus investigaciones y trabajos. Fueron compañeros en la policía provincial y luego en el ejército. El señor Cortiglia, que está próximo a cumplir los ochenta años, se jubiló hace veinte, pero no abandonó sus estudios sobre la especialidad. Es actualmente director del Instituto Dactiloscópico Argentino y dirige la Revista de Identificación Humana; socio honorario del Colegio de Dactiloscopos de la Argentina y miembro del tribunal arbitral del mismo. Es autor del libro "Reminiscencias Dactiloscópicas" y presidente de la sociedad de fomento vecinal Alférez Eduardo Gaona. Lo hemos visitado en su departamento de la calle Pujol, donde lo encontramos en plena labor, junto al subdirector del mencionado Instituto, señor Ireneo Ríos. 
Pese a sus años se muestra juvenil, conversa en forma amena, sin olvidar detalles de hechos ocurridos en el siglo pasado, y hasta nos hace oír una composición musical en el piano.

El viejo maestro
—Cuando lo conocí —nos dice— era un joven todavía. De tez trigueña, buen mozo; el arte de su predilección era la música y había compuesto algunas páginas, entre ella un "Ave María". Llegó al país cuando sólo contaba 24 años, y había ingresado en Obras Sanitarias, donde no tardó en llegar a capataz. Vigilaba diversos trabajos y recorría la ciudad montado a caballo. Seis años después ingresó en la policía de la provincia de Buenos Aires como agente sin chapa. Dos años más tarde, su jefe le entregó un ejemplar de una revista extranjera, que contenía una síntesis de investigaciones realizadas en Europa sobre el valor de las impresiones digitales. Este fué el punto de partida del movimiento científico de identificación de las personas por el sistema dactiloscópico, hoy en uso en todo el mundo.

Su triunfo
Vucetich, en agosto de 1891, redactó las instrucciones para la aplicación del sistema, con explicaciones para tomar las impresiones digitales, procedimiento al que llamó "icnofalangometría". Confeccionó la ficha decadactilar y los aparatos para obtener ésta: rodillo, planchuela y madero acanalado.

Primeras experiencias
Aunque el jefe de policía, capitán de navío Nunes, lo apoyaba, no todos tomaron en serio sus experiencias. Las primeras impresiones las tomó a 23 procesados y se le autorizó luego para identificar a los 645 penados de la cárcel de La Plata. Comprobó así que había siete reincidentes, y recién entonces se difundió por el mundo el axioma de las impresiones digitales como base de la identificación del individuo. Para llegar a esto tuvo que luchar con la incomprensión y la ignorancia, afirma el señor Cortiglia.

Aclaran un crimen
Su primera victoria contra el mal la alcanzó Vucetich al aclarar un asesinato. Una mujer había asesinado a sus hijos y culpaba del crimen a un vecino. Todo parecía condenar a este hombre. Pero un policía admirador de Vucetich lo llamó. En una de las puertas se hallaron cuatro manchas de sangre. Se tomaron las impresiones digitales del acusado y de su acusadora, y se comprobó que las manchas sangrientas correspondían a la mujer. Apremiada entonces ante esa evidencia, confesó, y se salvó un inocente.

Su vida privada
—El sabio —nos dice el señor Cortiglia— era un hombre de hogar. Joven aún contrajo enlace con una muchacha de apellido Daneri. Pero ésta falleció pocos años más tarde. Luego se casó con una hermana del que fué comisario de órdenes de la Policía de la Capital, César Etcheverry, y viudo una vez más, ya maduro, se casó con una señorita de apellido Flores, que lo acompañó hasta sus últimos momentos.

Enrolamiento general
El sistema Vucetich no tardó en ser adoptado por la policía de la Capital y de las demás provincias, y años más tarde por todos los países de Europa y América. En julio de 1911, el Congreso sancionó la ley de enrolamiento general, a la que incorporó el sistema dactiloscópico argentino Vucetich. El gobierno nacional, cuya primera magistratura ocupaba el doctor Roque Sáenz Peña, por el departamento de Guerra, a cargo del general Gregorio Vélez, creó el órgano encargado de controlar la identificación de los ciudadanos. Por el mismo fuimos designados —nos dice Cortiglia— Vucetich como jefe y yo como segundo jefe. Pocos después salimos con rumbos distintos para recorrer los distritos militares a los efectos del mejor cumplimiento de las disposiciones relacionadas con la dactiloscopia. Vucetich salió de viaje en diciembre de 1912, y quedó al frente de la dependencia el señor Cortiglia.
Recuerda nuestro reporteado cómo tomó las impresiones digitales a Sáenz Peña el 7 de abril de 1912 y también al general Justo, entonces ministro de Guerra, en 1927. Horas después le pintaba los dedos al presidente Alvear.
En junio de 1932, el general Justo designó a Cortiglia para dirigir el Registro del Personal Civil de la Nación, cargo en el que se jubiló.

Amigo de los presos
Cortiglia, al referirse a su maestro y amigo, recuerda que siempre era atento con los presos. Fué precisamente porque le parecía denigrante que para identificarlos les midieran la cabeza, que se empeñó en perfeccionar el sistema dactiloscópico.
Recuerda que, una mañana, en 1902, recorrían la cárcel de Sierra Chica Vucetich y él, cuando observaron a un penado que al acercarse el sabio se quitó la gorra y lo saludó con respeto.
—Ese hombre —me dijo Vucetich— lleva años aquí. En 1893 le pinté los dedos. Ahora está más grueso, se ve que es de los que consideran que en la cárcel el hombre debe cuidarse —agregó el sabio, que en aquel entonces tuvo que aceptar del penado el obsequio de un par de medias de lana que, según le dijo, había tejido expresamente para que se las llevara a su hija.

Un segundo triunfo
—Ya les conté cómo Vucetich salvó a un inocente cuando lo acusaban de un crimen alevoso ocurrido en Necochea —dice don Nicolás—. Su sistema sirvió para condenar a otro criminal en diciembre de 1896. En un comercio de La Plata fué asesinado el dueño del mismo, Abdón Rivas. Vucetich fué comisionado por el juez doctor Acevedo para realizar una inspección ocular en el lugar del hecho. Halló fragmentos de uñas y la impresión de un dedo ensangrentado en el mostrador. Así se llegó a la comprobación de que el asesino era un parroquiano llamado Audifacio González, quien, ante las pruebas acumuladas contra él, confesó.

Vucetich en la China
Cuando se jubiló, Vucetich destinó todos sus ahorros y el dinero que recibió en esa ocasión para realizar un viaje por el mundo difundiendo su sistema.
—Recuerdo —dice nuestro entrevistado— cómo relataba su permanencia en Pekín. Allí no existía servicio alguno de identificación. El ministro de Justicia, doctor Hoii, puso a disposición de Vucetich al procurador de la Corte, doctor Tchan Kian Lin, distinguido poligloto, quien, secundado por el creador del nuevo sistema lo implantó en su país. El 7 de abril de 1913, Vucetich daba su primera lección de dactiloscopia a los chinos.

Su última carta
Sin poder contener su emoción, el señor Cortiglia nos muestra una vieja carta:
—Es —nos dice— la última que recibí de mi maestro. Dice así: "Dolores, noviembre 6 de 1924. Sr. Nicolás Cortiglia. Estimado amigo. Recibí complacido el volumen de la "Revista Militar", que contiene un trabajo suyo titulado "La Dactiloscopia Argentina". Lo leí con el más vivo interés y no dudo que los sucesivos no desmerecerán.
Que continúe progresando son los votos de su aftmo. amigo. — J. Vucetich. — P. D. Yo, de salud, regular."
—Poco tiempo después —agrega—, el 25 de enero de 1925, Vucetich pasaba a la inmortalidad.

Mucha resistencia
Tanto entre las personas honorables como en los delincuentes, era muy frecuente la resistencia a dejarse tomar las impresiones digitales. Recuerda el señor Cortiglia el caso de un ladrón, Manuel Martínez, a quien no lograban fotografiar ni pintarle los dedos.
Comisionado Cortiglia, conversó largo rato con el acusado, y como éste tenía una mano vendada, por una herida, con el pretexto de curársela consiguió sacarle la venda y observar por breves instantes sus dedos. Vio que sus impresiones correspondían a la fórmula V 4444, y tras de confrontar luego, de memoria, 80 fichas, halló la correspondiente a ese preso. Había sido prontuariado antes con los nombres de Victorio Voante y Ángel Altune, comprobando que tenía un pedido de captura. Con tal motivo, Cortiglia fué objeto de una recomendación en la Orden del día.
—Han pasado muchos años— termina diciendo el señor Cortiglia—. Casi todos los amigos de esa época pasaron a mejor vida; pero la obra de Vucetich no será olvidada jamás.