Revista Siete Días Ilustrados
26.05.1969 |
"Sea realista —reza el cartel—, pida lo imposible. Este es uno de
los carteles más hermosos de la revolución. Es un pensamiento
exacto, claro, lúcido. Estoy absolutamente de acuerdo. Son
endiabladamente inteligentes los estudiantes franceses. No sólo
saben qué decir, sino que lo dicen con humor. Por ejemplo,
aprovechando la "x" de Nixon la trasformaron en una cruz svástica.
Los sucesos de Mayo fueron la gran obra. Ahora están en un período
de descanso; más bien de preparación. Hay brotes aislados, pero el
otro gran golpe todavía no se ha dado. Y existe un hecho muy
significativo, que se va viendo poco a poco: es que el "degaullismo"
ya se ha resquebrajado; el alejamiento de De Gaulle significa su fin
y esto está creciendo lentamente en la conciencia de todos. Se
desmigajó a causa de los sucesos de Mayo, y los estudiantes lo
saben, y conocen su fuerza. Cuando se viaja en metro, se puede ver
cómo se aprovechan los afiches de publicidad. Eso forma parte de la
técnica; todo estudiante anda con un marcador y donde puede deja su
consigna".
Hace dieciocho años que el escritor Julio Cortázar abandonó
Buenos Aires. Durante una caminata por París, enfundado en un
sobretodo de tweed azul, aceptó describir para SIETE DIAS los
lugares que lo seducen y los turistas desechan. No quiso hablar de
literatura porque -piensa- ya ha dicho todo lo que tenía que decir.
"Realmente estoy un poco cansado de esta costumbre de venir a verme
como punto obligado de visita para todo argentino que esté por
París. Antes se visitaba solamente la torre Eiffel, el Café de la
Paix ... Soy una especie de lugar turístico", reprochó Julio
Cortázar cuando terminó de plegar su metro noventa y cinco de
estatura sobre una silla del café Les Deux Magots, hace tres
semanas. De todas formas, el lugar elegido para la cita era una
especie de tierra de nadie; un punto estratégico desde el que se
hacía imposible alterar la tranquilidad casi pueblerina de la calle
que da a la plaza Géneral Beuret. Allí hay una puerta estrecha que
desemboca en un patio; en el patio, otra puerta —más estrecha
todavía que la anterior— se abre abruptamente sobre una empinadísima
escalera: en adelante, subiéndola, se pisan los dominios de
Cortázar, dos plantas remodeladas que alguna vez ocultaron un
granero. "Hay que viajar lejos sin dejar de querer su hogar", había
escrito Apollinaire, y la frase sirvió como epígrafe para la segunda
parte de Rayuela; pero quizá sirva también para justificarle —si es
posible— las distancias a este belga, criado en Banfield, en la
provincia de Buenos Aires, alumno del Mariano Acosta, que prefirió
contar cachadoramente —a una de sus exegetas— por carta: "Nací en
Bruselas en agosto de 1914. Signo astrológico, Virgo, por
consiguiente, asténico; tendencias, intelectuales; mi planeta es
Mercurio y mi color el gris (aunque en realidad me gusta el verde).
Mi nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia . ...". A
esos datos podría agregarse que alcanzó el título de maestro en
1932, y el de profesor normal en letras en 1935, con promedios
brillantes y sin esfuerzos, que tuvo cátedras en Chivilcoy y en
Mendoza. Después de 1946 "Vida porteña solitaria e independiente;
convencido de ser un solterón irreductible, amigo de muy poca gente,
melómano, lector a jornada completa, enamorado del cine, burguesito
ciego a todo lo que pasaba más allá de la esfera de lo estético.
Traductor público nacional. Gran oficio para una vida como la mía
entonces, egoístamente solitaria e independiente".
Desde un departamento de Lavalle al 300 se establecen los últimos
preparativos de su viaje a Europa, se barajan las posibilidades de
la travesía. Hasta ese momento, Julio Cortázar es —salvo para los
iniciados, para los lectores de Los anales de Buenos Aires, de la
edición que Daniel Devoto hizo del poema dramático Los reyes o de
las excelentes traducciones de Defoe, Villier de L'Isle, Adam, Gide—
un perfecto, ilustre desconocido; y la situación no le molesta
demasiado porque "por mi parte, preferí guardar mis papeles".
Claro que esa resolución no impidió que Sudamericana editara
Bestiario, recibido sin pena ni gloria por un público acostumbrado a
la solemnidad y el acartonamiento. Ya en París —1951— lo devoraron
innumerables oficios. Un concurso de traducción para cubrir puestos
en la UNESCO le permitió, sin dificultades, conseguir el primer
lugar y un trabajo que todavía conserva sin abandonar la condición
de "contratado", es decir, defendiendo obstinadamente su
independencia, guardándose siempre seis meses de cada año para
escribir, viajar, sumergirse en una casa de campo a quinientos
kilómetros de París. Entretanto, la trayectoria de sus libros es
bastante más curiosa: comienzan a agrandarse a fines de los años
cincuenta, la década del sesenta lo marca definitiva y
paradójicamente como el gran narrador argentino, como uno de los más
originales que Latinoamérica es capaz de ofrecer para demostrar que
también tiene una literatura.
La aparición de Rayuela es el anuncio de que el match de la novela
argentina tiene un ganador absoluto. Esa novela lúdicra que viene a
deslumbrar, a sorprender a los que ya habían perdido las esperanzas
de una salida, tiene la misión de demoler el lenguaje estereotipado
en el que naufragan los mejores intentos, de tomarle el pelo —desde
adentro— a la literatura misma, de demostrar que sólo es posible
decir "detesto las búsquedas solemnes" cuando se ha producido la
voladura de los diques que atascan cualquier embestida de la
imaginación.
A tres años de Rayuela se edita su último libro de cuentos, Todos
los fuegos, el fuego; en él es posible hallar —oculto en los cuentos
La autopista del sur o en La salud de los enfermos— sus mejores
momentos de narrador. Un poco más tarde, La vuelta al día en ochenta
mundos, confirmó para algunos las fúnebres augurios que señalaban el
agotamiento, el fin de un ciclo y, tal vez, de una obra; para otros
fue, en cambio, el testimonio de que Cortázar seguía vivo a través
del collage, del humor, de la burla a envejecidos mitos porteños, de
los fuegos artificiales disparados alrededor de Louis Armstrong o
Thelonius Monk. 62 —Modelo para armar— abstrusa, reiterativa,
imperdonablemente aburrida— y Buenos Aires, Buenos Aires, un lujoso
parloteo sobre lugares comunes, parecieron dar la razón a los que,
frente a ese combate, habían apostado en contra.
Lo cierto es que hace dieciocho años que Cortázar se abroquela en
París; que volvió unas pocas veces a Buenos Aires —sigilosamente—;
que cada uno de esos regresos coincidió con una muerte dolorosa y,
por indiferencia, por temor o por cábala —cuentan— prefirió no
hacerlo más. Tiempo atrás había comentado al escritor Luis Harss:
"Me voy acercando a un punto desde el cual pueda tal vez empezar a
escribir como yo creo que hay que hacerlo en nuestro tiempo. En un
cierto sentido puede parecer una especie de suicidio, pero vale más
un suicida que un zombie"; y quizá ese punto haya llegado porque el
título de su próximo libro —Ultimo round— suena demasiado a desafío
o a final de un juego, un juego peligroso. Tampoco quiere hablar de
literatura ("Ya dije —responde—, contestando a un telegrama, que he
dicho todo lo que tengo que decir y Cronopios odian repetirse"),
prefiere vagar por París, hacer turismo subterráneo, mostrar los
lugares que estima, entusiasmarse con los derroches de imaginación
de los estudiantes franceses y pensar, tal vez, como Oliveira: "¿De
qué hablarán los muchachos de mi país ahora?". Sí admitió, en
cambio, un paseo moroso, a pesar de los tres o cuatro grados con que
empezaba la primavera de París. Merodeó mientras atravesaban la
plaza Furstemberg, los afiches callejeros, el busto de Apollinaire;
pidió una foto "entre mis parisienses".
Alberto Manguel
Fotos de Eduardo Pollini
"Vean este afiche. Rebeyrolle es amigo mío. Tiene un gran sentido de
lo trágico, pero estoy seguro de que no se lo conocerá en Buenos
Aires. En cuanto a la literatura, ya no hay círculos literarios en
París. Hay escritores independientes. Los movimientos son pocos: los
estructuralistas que se reúnen en torno a la revista Tel Quel y los
surrealistas viejos, del grupo de Bretón. Pero todas sus revistas
están pasadas, siempre dan la impresión de ser algo leído antes. Ya
no existe ese magnífico movimiento que fue el surrealismo francés.
Hay fogonazos aislados, pero sólo eso. Hojeando las revistas se
siente lo que me dijo Borges una vez: «Son como esos libros que lees
y que cuando terminas te queda una libreta»".
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"Ahora, cruzando el Sena, llegamos a uno de los lugares más
significativos de París. Es la Place Dauphine. Aparece
mencionada en un viejo texto de Bretón, del viejo
surrealismo, en donde se habla de París como de una mujer, y
la plaza sería el sexo de esa mujer. La plaza se abre en dos
calles y otra pequeña parte de ella por la mitad. Lástima la
cantidad de coches. Ese era el buen surrealismo. Porque
París es absolutamente femenino, no en el sentido burdo de
la metáfora, sino en el de la sutileza, la minuciosa
intuición que despiertan sus cosas. París es una mujer
extendida, sensual, secreta. Tiene algo de mágico, como si
hubiese sido trasformada por un hechicero.
Y de esta mujer, la Place Dauphine es el sexo. Voilá".
"Tiene algo de tremendamente surrealista esta cara. Creo que
podemos hacer una buena foto así".
Frente de un café de Saint Germain des Prés. "Estoy
trabajando bastante aquí, en París. El próximo libro es una
especie de continuación de aquel La vuelta al día en ochenta
mundos. Para ése pensaba en Julio Verne, claro. Verne fue
una de las cosas fijas que me quedaron de mí niñez. Los
niños que fuimos leímos a Verne y a Salgan, por sobre todo,
y es por ese Julio que yo guardo el recuerdo más amistoso.
Un poco el libro está dedicado a él. Yo había leído a Verne
en esa gran edición con ilustraciones antiguas que para los
chicos son mágicas. Y aquí, en París, volví a encontrar esa
edición en francés: dos o tres tomos que compré. Cuando tuve
la idea del libro, le sugerí al diagramador la inclusión de
esas ilustraciones. Pero por cuestión de espacio, algunos
textos quedaron afuera. Con otros textos, que he escrito
recientemente, compondré el nuevo libro, que se llamará
Ultimo round. Será una especie de libro con juego. Porque
las hojas estarán cortadas en escalera, al pie de la página,
y de ese modo, se irán viendo textos que queden abajo. Eso
me permite la inclusión de textos pequeños, en ese espacio
de la hoja, como una especie de agenda. El libro, creo, será
de mejor apariencia que La vuelta al día... porque estará
impreso en Italia".
"Esta es una de esas calles que sólo se encuentran en París.
No son tan estrechas ni tan antiguas como por ejemplo en
España o Italia, pero tienen algo de íntimo, de secreto que
en aquéllas es más turístico. Odio esas fotos turísticas,
espero que no saquen ninguna así. Claro que aquí también han
hecho como en Buenos Aires y en todo el mundo, esos
edificios de fines del siglo pasado, llenos de vericuetos y
espirales y ramitas: horrendos. Las paredes de ladrillo rojo
no le sientan bien a París. En Londres es lo clásico, pero
es otro el temperamento. Aquí no va".
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"Esta es una especie de sorpresa. Es,
sin duda, la plaza más pequeña de París. Y para mí tiene una
intimidad muy especial. Rodeada así de casas del viejo
París, con esos dos bancos, solos, frente a frente, y los
cuatro árboles ... Están por quitar los árboles ahora, y
reemplazarlos por nuevos. Es una plaza muy curiosa. En
verano, a veces, los estudiantes piden permiso y dan
representaciones, de Marivaux, de Moliére, los clásicos.
Montan un pequeño escenario, una tarima, y en esta plaza se
dan las funciones. Creo que el conjunto de casas, los
árboles, dan un buen clima para eso, ¿no?".
"Esto creo que es muy poco conocido en la Argentina. Es un
busto de Apollinaire hecho por Picasso. Se ve bastante bien
con el fondo gris de la iglesia, ¿no? Uno se encuentra con
estas sorpresas todos los días en París. Da vuelta una
esquina y hay una escultura de Rodin, un busto de Picasso,
la casa de Baudelaire. Este Picasso creo que ni está
firmado. Hay unos Picassos magníficos acá. Pero los mejores
están en Suiza."
"Aquí vivió Delacroix. Sin duda es uno de los precursores
del arte moderno, un gran maestro. Pero si me preguntaran si
me gusta, diría que no. También pienso que Rubens es un gran
pintor, pero... En cambio, se está haciendo ahora en París,
en las Tullerías, una magnifica retrospectiva de Mondrian;
nunca se había hecho una cosa así en París. Está muy bien
organizada, porque se puede ver muy claramente su trayecto
del figurativismo al abstracto. En la sala central, donde se
ve la serie del árbol, en la que el tronco y las ramas van
perdiendo (o ganando) sus formas hasta convertirse en
líneas, en cuadros, en espacios de color, es donde mejor se
puede estudiar esa trayectoria, Volviendo a Delacroix, vivía
en un lugar bastante agradable".
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