Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


LA CALERA DEL DIABLO
Revista Periscopio
07.07.1970

De cuál de los Lozada es? ¿No se conocen el nombre de los padres... ?" Ansiosa, la secretaria del nuevo Intendente cordobés, Alfredo Lozada Echenique, interrogaba telefónicamente a los medios informativos. No era la única despistada. El Gobernador Bas revelaba el jueves 2 en Buenos Aires: "Conozco a las familias de los detenidos, tradicionales y respetuosas de las normas institucionales del país; el caso me sorprende". Es posible que el politizado mandatario cordobés no recordase, en ese instante, el origen social de Fidel Castro y de Ernesto Guevara.
Lo cierto es que Luis Lozada Caeiro, un osado aristócrata de 21 años, y sus compañeros —cultivados, casi todos, en los mejores invernaderos de Córdoba— vieron interrumpidos de golpe sus sueños de guerrilla urbana.
Ocurrió mientras se recordaba el primer aniversario de la muerte de Vandor, el primer mes sin noticias sobre Aramburu, y cuando se olvida —qué extraña cosa es la psiquis— la implantación del estado de sitio, en la misma fecha del año pasado. En este lapso, los atentados terroristas se han incorporado a la costumbre: los diarios ya los desdeñan. El 27 de junio, por ejemplo, estallaron artefactos en un supermercado Minimax (Bulnes 1064), en una sucursal del Banco Municipal (Ecuador y Santa Fe) y en la Intendencia de Lanús; en Rosario hubo cuatro atentados (contra una mutual de los suboficiales de Ejército y Aeronáutica, el Instituto Nacional de Vitivinicultura, el Departamento Provincial del Trabajo y una firma de máquinas de contabilidad), uno en Santa Fe (Bolsa de Comercio), y dos en Córdoba (Círculo Militar, Secretaría de Desarrollo). En varios casos aparecieron leyendas de un Comando Che Guevara.
Pero nada, hasta ahora, logró captar la atención pública como el ataque del miércoles 1º contra una minúscula localidad serrana, La Calera, enclavada en el corazón militar de Córdoba, donde tienen su asiento el Comando del III Ejército, la IV Brigada de Tropas Aerotransportadas y otras unidades. El audaz golpe de mano trató de hacer lo que los Tupamaros no consiguieron en Pando, Uruguay, tras un combate a sangre y fuego. También causó impresión el hecho de que ese grupo juvenil —de derecha, sin duda, por su ambiente, pero tal vez de izquierda por sus ideas— reivindicó para sí el marbete de Montoneros, inaugurado por los raptores de Aramburu. Se creyó, por un momento, que se trataba de la misma gente; pocas horas después irrumpía la desilusión.

PENA DE MUERTE
"Asaltaron un Banco en La Calera", telefoneó el corresponsal de Periscopio, Jorge Neder. La respuesta: "¿Cuánto robaron?" "Cuatro millones; pero esto es distinto...", dijo, temeroso de que su jefe tomara la información como un asalto cualquiera. La escena se repitió en más de una Redacción.
A las 7.35, ese día, tres grupos, en cinco automóviles, abordaron la sucursal del Banco de la Provincia de Córdoba en La Calera, la Municipalidad, Correos, ENTel y la propia subcomisaría.
La mayor parte de los vecinos dormía aún: no más de una docena de madrugadores tiritaba por las calles. En la subcomisaría, según el relato del oficial ayudante Antonio Djanikian, se presentaron cuatro personas vestidas con uniforme policial; venían a pedir la colaboración de los agentes locales para un allanamiento. La farsa se develó cuando uno de los visitantes hizo la venia con la mano izquierda, al tiempo que confesaba al par de atribulados policías el carácter del hecho: "Esto es un asalto, somos Montoneros". Después, los revoltosos indagaron a los agentes: querían saber si eran peronistas. Fueron más lejos: los obligaron a entonar la Marcha. (No les costó mucho, quizá.)
Entretanto, en el Banco, otro grupo forzaba a 14 empleados y tres clientes a poner las manos en alto, mientras el gerente abría la caja de caudales. "Hay mucha gente que pasa hambre —dijeron—, especialmente los de SMATA. Hemos tomado simbólicamente La Calera: quédense tranquilos. No les va a pasar nada." El copamiento se extendió a la oficina de teléfonos: al destrozar el conmutador, incomunicaron la ciudad.
Pero la maniobra fracasaría. Una pick-up —ocupada, al parecer, por un miembro de la organización— embistió violentamente al patrullero que transportaba al subcomisario Eustaquio Larraona y al agente Manuel Moyano.
Al principio, los policías fueron controlados por los sediciosos; pero Larraona pudo evadirse y, como los teléfonos no funcionaban, optó por caminar hasta la Escuela de Tropas Aerotransportadas, donde su relato causó estupor. La guarnición —que se aprestaba para un ejercicio de combate al que asistiría el Comandante Lanusse— tomó el control de la situación. El propio general Jorge Raúl Carcagno ordenó el operativo: es que la identificación de los comandos —Montoneros— abría camino para nuevas hipótesis sobre el caso Aramburu.
La colaboración de los militares resultó decisiva: bloquearon todos los caminos, al tiempo que dos aviones Mentor suministrados por la Escuela de Aviación, sobrevolaban la zona. El apresamiento de los Montoneros fue casi inmediato, y la crónica intranquilidad de Córdoba subió de temperatura —el frío era polar— cuando, a la hora de la siesta, un allanamiento practicado en una casa del Barrio Los Naranjos —cercano a la guarnición aérea— culminó en dramático tiroteo.
Allí fueron reducidos Ignacio Vélez y su esposa Cristina Liprandi; Emilio Mazza —ex dirigente del Integralismo y militante de la corriente Cristianismo y Revolución, liderada por el extinto Juan García Elorrio—, y Carlos Alberto Soratti, estudiante de Medicina en la Universidad Católica de Córdoba.
Los restantes allanamientos no tuvieron éxito. El viernes, varios detenidos salieron en libertad: Felipe Nicolás de Francese, Heber Albornoz, José María Bregante, Raúl Herrera, Luis Mazza —padre de Emilio—, María Luisa Piotti de Salguero, Carlos Butarelli, Ignacio Vélez, padre, y Atenor Carreras.
La Policía secuestró 20 cartuchos de gelinita, 15 granadas de mano, 4 pistolas ametralladoras, 40 revólveres y pistolas, un aparato radiorreceptor y dos uniformes policiales.
Los heridos de la Policía fueron el oficial Miguel Fuster, de La Calera (un proyectil en el mastoides), y el agente Manuel Moyano (siete impactos en el cuerpo). Las bajas de los Montoneros: Luis Lozada (impacto superficial en el tórax), Emilio Mazza (herida en el abdomen), e Ignacio Vélez (internado con la arteria femoral seccionada).
En teoría —pero sólo en teoría— podría aplicárseles pena de muerte.
Mientras todo esto sedimentaba, con el paso de las horas, se tejían febriles comentarios sobre la verdadera dimensión de los hechos. Es que debe tenerla, sin duda: seguro de su éxito, el grupo había despachado con anterioridad, por correo, comunicados del acontecimiento; se acompañaban copias de los emitidos cuando el caso Aramburu. El matasellos postal indicaba el día del atraco: 1º de julio.

ALUVION ZOOLOGICO
¿Cuál es la raíz ideológica del suceso? Versiones obtenidas por Periscopio señalan que la Policía se habría apoderado, junto con otra documentación, de un texto de doce carillas encabezadas con la sigla OC (Organización Comandos) . En ella se establecen, en diez puntos, las condiciones de ingreso: un nivel intelectual determinado, una forma de conducirse en la vida diaria, y varias exigencias. Por otra parte, la identificación de los complotados se hacía a través de tarjetas codificadas. No se olvidaba, por supuesto, la necesidad de contar con lugares preestablecidos, para desaparecer "si el caso lo obligara". La disciplina interna podría determinar el fusilamiento de los que vulneraran la organización con actos de negligencia y/o deshonestidad.
Las instrucciones no terminan allí. Entre el material secuestrado en uno de los allanamientos figuran planos con las ubicaciones de las comisarías cordobesas (¿una táctica ya aplicada y agotada en Buenos Aires?) y dibujos con uniformes que ostentan los diferentes grados militares. Contaban, además, con suficientes elementos de desfiguración: postizos de barba, bigote, etc.
No hay relación, seguramente, entre este caso y el de Aramburu: el mote de Montoneros no esta inscripto en el Registro de la Propiedad Intelectual y
cualquiera puede apoderarse de él.
Quizá no sea muy aventurado suponer que los protagonistas sean partícipes del cristianismo revolucionario; hasta se les adjudican presuntas afinidades con los sacerdotes que integran el denominado Movimiento del Tercer Mundo. Algunos fueron más allá y quisieron señalar, apresuradamente, vinculaciones con determinados sacerdotes.
Otros, en cambio, plantean la posibilidad de que hayan sido grupos diferentes los que operaron en La Calera y los abatidos en Los Naranjos. Es difícil: la agresividad de estos últimos, que recibieron a balazos a la comisión policial, tiende a indicar lo contrario.
Algo parece cierto: la desorientación del Gobierno. Hasta ahora, todo se achacaba a la inspiración foránea, al castrismo; los señoritos de La Calera, en cambio, no reivindican a Mao ni a Guevara, sino a Perón. Fenómeno asombroso, exigirá una investigación sociológica amén de la rutina judicial.
La explicación más lapidaria es, sin duda, la que ofrecía el jueves por la noche el Jefe de la Policía Federal. Estos muchachos, miembros —según el Gobernador Bas— de "familias tradicionales, respetuosas de las normas institucionales del país", para el general Jorge Esteban Cáceres Monié son "inadaptados". Porque, a su juicio, "han actuado propiamente como salvajes, como elementos primitivos; y, por sobre todas las cosas, sería mucho más conveniente que vivieran en zoológicos. Pero no con las aves comunes, sino con las de rapiña, o en las jaulas de las fieras". Cuando un periodista le preguntó si los muchachos —o sus familiares— serían adictos al ex Gobernador Caballero, no negó, curiosamente: "No se puede informar más, por el secreto del sumario".
El general Francisco Imaz. Ministro del Interior dimitente, atribuía maléficas influencias al sereno villorrio de Canelones. en el Uruguay; algo se ha progresado, por lo menos, en zoología.

 

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La Calera
Luis Lozada Caeiro - Agente Manuel Moyano
La Calera
La pick-up montonera y el auto policial chocado
A órdenes de Carcagno, tropas en La Calera
 

 

 

 

 

 

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