Revista Periscopio
18.08.1970 |
Un camino malo de 12 kilómetros separa el pueblo de Vera de la
estancia Las Gamas, último reducto de La Forestal (Sociedad Anónima
de Tierras y Maderas y Explotaciones Comerciales e Industriales), un
imperio de capitales británicos que desde 1906 a 1963 se dedicó a
extraer tanino de los quebrachales de la Cuña Boscosa del Norte de
Santa Fe; sobre sus posesiones, no se ponía el sol: 668 leguas
cuadradas, el doce por ciento de la provincia.
A fines de mayo pasado el ex Ministro de Agricultura, Tito Livio
Coppa, en nombre del Gobernador Eladio Vázquez, un almirante al que
ahora reemplaza el general Guillermo Sánchez Almeyra, se llegó hasta
Las Gamas, con una escolta de funcionarios públicos para retomar el
baluarte. "Tenemos que rescatar este emporio... este imperio",
balbuceó Coppa, con equívoco y todo, desde una tribuna colmada por
un mar de banderas con los colores argentinos.
Esos colores, sin embargo, son caros. Coppa certificaba la decisión
de Vázquez de comprar a La Forestal 52.000 hectáreas por 416
millones de pesos viejos, una operación con la cual se transitaba
por la senda que abrieron los Radicales del Pueblo, en 1965, cuando
el ex Gobernador Aldo Tessio decidió adquirir a la empresa 110.000
hectáreas por 140 millones (70.000 hectáreas de monte y el resto de
estancias), con destino a colonización; ese propósito de entregar
tierras también lo pregonó Vázquez.
Tessio, a quien vio en Santa Fe Carlos H. Parodi, de Periscopio,
quiso marcar una diferencia entre uno y otro negocio, es que los
radicales pagaron
1.500 la hectárea y sus continuadores, 8.000; además, la compra la
aprobaron todos los sectores políticos de las Cámaras, en Santa Fe,
y la empresa se comprometió a destroncar Las Gamas, a adquirir
máquinas y absorber personal. Los vazquistas adujeron que ahorran
130 millones porque se les cede el casco, muebles Victorianos y la
vajilla inglesa, un remanente exiguo que cuida el irlandés José
Peart, 55, ex administrador, apurado por emigrar con un premio de 3
millones de indemnización.
Pero que no se quejen tirios y troyanos, porque la historia de las
pichinchas de La Forestal viene del siglo pasado; arranca de un
empréstito que Santa Fe había concertado con Cristóbal Murrieta y
Compañía, una firma radicada en Londres, hacia 1872; el servicio de
la deuda resultaba pesado y cuando la provincia se dio cuenta
Murrieta tenía un paquete de bonos que optó por convertirlos en
tierras. La operación, es verdad, no iba a ser muy clara; es que el
apoderado de la firma era el Diputado Lucas González, un propulsor a
la vez del proyecto de enajenación. Los foráneos cobrarían con
creces con 1.804.563 hectáreas, equivalentes a 1.002.594 pesos
fuertes (con 504 leguas, a 1.500 cada una, recobraban el saldo
deudor —110.873 libras—; el excedente fue de regalo). El convenio
data de 1881 y tres años después Murrieta se transformó en Compañía
de Tierras Santa Fe (Santa Fe Land Company Limited), con asiento en
Londres.
Esa escritura de venta debía firmarla Juan Bautista Alberdi, pero
como se hallaba enfermo en Burdeos (Francia), tuvo que ir a Londres
su mandante Federico Woodgate, quien pertenecía al clan Murrieta. La
cosa se completó en 1886 con un trazado de límites del Chaco hasta
el Paralelo 28, que engrosaba el área del Norte santafesino (Chaco
era entonces territorio nacional y, obviamente, convenía tratar con
la provincia).
El arribo de capitales alemanes se produjo con otra fusión, en 1902,
en París (Compañía de Tierras, Maderas y Ferrocarriles La Forestal),
donde triscan capitales de Carlos Harteneck, que ya operaba en Chaco
con empresa de extracción de tanino, y del Barón Federico
D'Erlanger, un inglés.
Como justificación de esa fabulosa cesión de tierras se habló de una
cláusula que obligaba a La Forestal a introducir inmigrantes y
colonizar; empero, una Comisión Especial Intercamarista de
Investigación (1963) hurgó entre los papeles y jamás la halló. Fue
un propósito lírico.
La empresa, en el apogeo tuvo 20.000 obreros bajo su férula, y 400
kilómetros de ferrocarriles; en los departamentos de Vera y
Obligado, había 19.000 almas pero en 1915 se triplicaron.
Las cinco fábricas de tanino más importantes estaban en La
Gallareta, Villa Ana, Villa Guillermina, Santa Felicia y Tartagal; a
su alrededor se erigieron pequeñas ciudades, pero otros parajes se
despoblaron al cesar las explotaciones.
La compañía erigió casas confortables para sus empleados
extranjeros, una soltería, que albergaba a los obreros solteros, y
prostíbulos; todo lo demás fueron ranchos y benditos (enramadas en
medio del bosque). Los comercios le pertenecían; distribuía el agua
y la luz; eludía impuestos; nombraba comisarios, los Cardenales, y
pagaba con monedas de cuño propio; la explotación del hachero se
hacía a través de los contratistas, a los que también esquilmaba.
Los resultados fueron las huelgas desde 1919 a 1921 y la creación de
un cuerpo de Gendarmería Volante, para reprimirlas; en respuesta, La
Forestal declaró un lock out y cerró plantas; curioso porque ganaba
por entonces más de 500 millones anuales. Pero hay una explicación:
había previsto el fin del proceso de devastación y nuevas
inversiones en África para extraer tanino de Mimosa, que ha copado
al de Quebracho en el mercado mundial (en Sudáfrica opera hoy The
Natal Tannin C").
Así se oscureció el imperio de la Cuña Boscosa; los pobladores
emigraron y mientras una parte de la zona es un páramo saqueado, en
otras hay que destroncar para habilitar tierras. Lo que no cesa son
las indemnizaciones a La Forestal y los pedidos de investigación; el
último lo fundó el mes pasado la Confederación Argentina de
Trabajadores Estatales, de Buenos Aires. ©
36 • PERISCOPIO Nº 48 • 18/VIII/70
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Peart: algo para recordar
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