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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


La gloria o el olvido
Héctor Yánover

revista mercado
31 de marzo de 1983

un aporte de Riqui de Ituzaingó


 

 

 

"¿A quién le importa la vida de un poeta?" ¿Llegará alguna vez el día que se cumpla este interrogante-sentencia? Si cualquiera de los lectores conociera a Héctor Yánover, seguramente estaría preocupado porque tales designios nunca se cumplieran. Ni con él, ni con ninguno de los poetas que transitan por la historia de la literatura sólo con una opción: la gloria o el olvido. Para colmo, la letra "Y" en el diccionario de la especialidad además de estar al final, contiene apenas tres nombres: Yánover, Alvaro Yunque y Atahualpa Yupanqui. Todo parece escaso en comparación con la narrativa, tan asediada hoy por el mundo moderno y a la vez tan corrupta por eso mismo.
Yánover es cordobés, de Alta Gracia; es librero, tiene su negocio frente a la Facultad de Ingeniería, sobre la calle Las Heras casi Azcuénaga, y es poeta. Su último libro "Sigo andando" fue editado por Torres Agüero hace muy poco tiempo; sus anteriores fueron desde 1951, "Hacia principios del hombre", "Secuencia a la paloma de la Paz", "Elegía y gloria", "Las iniciales del amor" y "Arras para otra boda", entre otros. Esta mañana otoñal, después de abrir su local y sentarse dispuesto a la charla, reflexionaba como para sí mismo: "Ningún poeta en el mundo vive de la poesía, ninguno...". Por supuesto él tampoco, ni siquiera de los libros de versos que hacen los otros: habida cuenta de que el lector de poesía es una corriente mínima, una brisa, o una élite cultural, si se prefiere esta calificación antipática pero realista.
Otra advertencia al lector: Yánover es uno de esos hombres cuya calidez, cuya, serenidad, se encuentran en las antípodas de quienes hacen un mérito del stress y la celeridad.
Quizás, a través de este diálogo, uno alcance a entender un poco mas a los poetas.
MERCADO —Esta pregunta es casi elemental: ¿Qué tal la librería para un poeta?
YÁNOVER —No soy el primero ni el único que comparte ambas vocaciones. Ameghino la tuvo, también Marcos Sastre tuvo una librería muy famosa y José Hernández antes de escribir el "Martín Fierro". Hasta hace muy poco Isidoro Blaisten tenía una en San Juan y Boedo. Creo que esto se debe a una confusión. A esa tendencia que tiene la gente de la cultura a creer que la librería tiene algo que ver con todo eso.
MERCADO —¿Y no tiene que ver con la cultura?
YÁNOVER —Muy tangencialmente. Toda esa gente que pone una librería pensando en "qué lindo es tener una librería", se funde. Porque la librería es un negocio minorista, un boliche que exige ser manejado por un bolichero. A pesar de que Borges dice que el librero se lleva la parte del león, creo que se equivoca: en este gremio del libro yo digo con bastante certeza nunca hay parte del león. Ni el que lo piensa, ni el que lo escribe, ni el que lo vende se la llevan. Es una abstracción, un malentendido. 
MERCADO —¿Cómo es su actitud frente al cliente? Quiero decir: ¿No lo decepciona, por ejemplo, que un lector prefiera un libro mediocre a uno de valores perennes?
YANOVER —En absoluto: en mi librería soy librero y en mi casa poeta, cuando puedo. Mi vocación literaria pasa por otro lado. Aunque reconozco que el tener una librería me pone en contacto permanente con todo lo que se va publicando. Hay, sí, una gratificación: el cliente de librería siente un mayor respeto por el vendedor que por aquel que le va a vender una camisa o un kilo de yerba. Es como una mirada falsa ya que no pocos de los vendedores de libros suelen ser nada más que semi alfabetos. Es la creencia de que el que administra misa es un enviado de Dios, así como que el que administra cultura es un hombre culto. Bueno, esa identificación de la gente por el trabajo que realiza lo beneficia al librero. Yo siento ese beneficio.
MERCADO —¿Saben sus clientes que usted escribe poesía?
YANOVER —Durante muchos años lo tuve celosamente oculto: no quiero mezclar las cosas. Pero a raíz de una entrevista que se publicó en La Nación quedé al descubierto. Y ahora lo asumo y también mis clientes.
MERCADO —¿Cómo es el cliente de librería, cómo actúa, cómo se comporta frente a esa "mercadería" tan especial?
YANOVER —Junto a personalidades de la cultura como, por ejemplo, el poeta Enrique Molina y otros escritores, viene gente inquieta. Una librería cubre todas las inquietudes de la sociedad. Siempre hay un título que los representa o conforma a cada uno de los diferentes intereses. De todos modos ha habido un cambio notable: hace años, el abogado cumplía el rol del humanista que se interesaba por todo. Ahora ese rol lo cumplen algunos psicoanalistas. Son este tipo de profesionales los que son capaces de recorrer la estantería desde la novela hasta la política o la antropología y la poesía. Yo me atrevería a decir, que la mayoría de los que entran al negocio viene a comprar un libro ya determinado a priori. Rara vez se solazan mirando libros por placer o interés general.
MERCADO —¿Cómo se ve el mundo desde una librería? Daría la impresión de un observatorio inmóvil para un poeta.
YANOVER —Es curioso el destino: yo viajé hace tiempo muchísimo. Conozco cada uno de los países americanos del Norte y del Sur. Dictaba charlas y leía mis versos: descubrí América, cosa que siempre nos hace falta. Viajé varias veces a Europa, una de ellas en barco porque quería tener la sensación de que partía y llegaba. El avión debería tardar ocho días para producir ese efecto. Ahora estoy aquí en el negocio por la mañana hasta la una. Después me voy a casa: vivo solo, leo mucho, a veces escribo, no miro televisión nunca, nunca, porque no tengo aparato, escucho solamente algún informativo de radio y con eso me basta.
MERCADO —¿Cómo le va con la poesía? ¿En qué lugar de su vida está ubicada?
YANOVER —Escribo siempre que puedo. Y guardo en "mi banco" personal casi todo lo que escribo. A veces durante años no abro la caja donde guardo lo que he escrito, pero un día tengo necesidad y voy a ver qué es lo que he estado juntando. Y entonces advierto que hay cosas que deben tirarse y otras que no. Hubo poemas que esperaron guardados veinticinco años a que decidiera publicarlos. Trabajo sin urgencia. A mi nadie me pide nada. A un poeta nadie le pide nada. Es distinto a un novelista.
MERCADO —Usted no es un escritor profesional aunque haya publicado libros.
YANOVER —No, porque no vivo de ellos. Porque ningún poeta en el mundo vive de sus libros. Y aquí, entre nosotros, apenas si un puñado de escritores en prosa vive profesionalmente: Silvina Bullrich, Gudiño Kieffer, Jorge Asís, muy pocos más... Yo por lo tanto soy un escritor amateur, un escritor que hace dieciocho hoyos los sábados y domingos.
MERCADO —¿Y eso es bueno o malo para un escritor?
YANOVER —La actitud profesional entraña por un lado coraje porque uno debe enfrentarse al riesgo de tener que vivir todos los días de lo que escribe. Y entraña un peligro: porque uno puede obligarse a hacer concesiones, a perder su libertad intelectual. El mercado puede llegar a exigir cosas que uno no haría naturalmente. De todos modos eso sucede sólo con un narrador. El poeta puede aspirar a lo sumo a una beca. Es una hoja al viento. Salvo que tenga mucho dinero detrás. Si lo tiene puede abocarse totalmente al arte, si no lo tiene deberá trabajar de otra cosa y eso resentirá obligadamente su poesía.
Recuerdo que en un número de la revista Sur publicaron una vez un análisis de los diez mejores poetas ingleses de este siglo y llegaban a la conclusión de que de esos diez, todos habían estudiado en Oxford, lo que suponía un status social. De ellos, ocho tenían grandes fortunas por herencia y los otros dos tenían fortunas industriales y sólo dos murieron jóvenes. Es difícil ser pobre. Y poeta.
MERCADO —Es interesante que un poeta como usted se refiera a esa limitación de índole material.
YANOVER —Cuando a los veinte años me di cuenta de que quería escribir asumí que difícilmente podría llevar a cabo esa vocación libremente. Supe que muchas cosas me estarían negadas: el ocio para leer, para estudiar una carrera universitaria, para relacionarme con gente que tuviera tiempo de enseñarme. De buena gana me hubiera dedicado a criar cerdos. O a hacer otra carrera lucrativa pero quería escribir y aquí estoy. A veces me consuelo pensando que en los loqueros hay más criadores de cerdos que poetas.
MERCADO —Es que los poetas ni siquiera tienen lectores. ¿Por qué?
YANOVER —Quizás me equivoco, pero la poesía nunca debe haberse vendido ni nunca debe haber sido un arte de multitudes. Juan Ramón Giménez decía que era para la "inmensa minoría" que es a lo máximo que puede aspirar un poeta. Hay una casi leyenda de que Rimbaud imprimía trescientos ejemplares y que después se encontraban doscientos setenta en un sótano. Borges vende por razones ajenas a la poesía. No obstante, hay una necesidad de poesía que logra formar un grupo de nombres, cada tanto, que sí venden: Machado, Lorca, Neruda, Alfonsina, etc.
MERCADO —¿Una poesía de lectura menos cerrada tiene más posibilidades que una hermética?
YANOVER —No creo en el facilismo. ¿Cómo serían la Divina Comedia o la poesía de Virgilio para sus contemporáneos? Nada fácil seguramente. Siempre ha sido un terreno para la gente atenta a la cultura y a la literatura. De todos modos Virgilio escribió porque a través de mecenas los gobiernos querían que los poetas cantaran sus obras y sus ideales. En la actualidad si callaran todos los poetas a los gobiernos no les importaría absolutamente nada.
MERCADO —¿Qué libros recomienda usted?
YANOVER —Como librero recomiendo aquel que ya me sugiere el cliente con la pregunta: ¿Es bueno este libro de Silvina Bullrich? ¿Qué le voy a contestar si quiere que le diga que es bueno? Como lector recomiendo El cazador oculto de Salinger o El barón rampante de Italo Calvino, por ejemplo. Hay gente que compra un libro por año y ese libro es un best-seller.
Hay gente que lee para matar el tiempo, y lo confiesan sinceramente. Hay quienes leen malos libros y tienen absoluta conciencia de lo que leen y de su imposibilidad de leer otra cosa. Hay quienes no leen nunca nada, salvo los diarios. Y hay algo que es inexorable con todo: para sentir cada día la música hay que escuchar mucha música, para comprender pintura hay que mirar mucha pintura, para que la poesía nos toque un poco hay que frecuentarla. Pero, dése cuenta de lo que pasa realmente: para millones de habitantes de habla hispana, la última traducción del poeta premio Nobel Elitis fue de solamente 1.000 ejemplares. Si el mundo moderno es el de las cifras: esto es un documento. Pero nada nos impide soñar ni seguir escribiendo, si uno no cree que "su" verdad tenga que servirle a los otros.
Orlando Barone