Revista Gente y la actualidad
17-09-1970 |
Dora María Bavio, 28 años, soltera. Es la
única mujer argentina que ha elegido una insólita, vertiginosa
profesión: la de corredora de autos. Al mismo tiempo, es una de las
pocas en todo el mundo que decidieron volar por los circuitos,
encaramadas sobre un bólido.
Se clasificó en todas las carreras que corrió y lleva, fuera del
deporte, la vida de una porteña como muchas. Vale la pena conocerla.
'En realidad siempre me gustó el automovilismo. Ya desde muy chica
en el campo que mi padre tiene en Balcarce, me entusiasmaba todo lo
que tuviese algo que ver con la mecánica y los autos. Allí aprendí a
manejar. Primero fue un tractor, con el que hacía de todo, me metía
por los lugares más insospechados, entre el ganado, iba al pueblo.
Hacia cualquier barbaridad. Además, fíjese que Balcarce viene a ser
algo así como la cuna del automovilismo. Yo no podía escapar a esa
magia de la velocidad y fue así como nació mi pasión por correr.'
Uriarte al dos mil y pico. A cuatro cuadras de Plaza Italia. En el
primer piso vive Dora María Bavio, veintiocho años, pelo castaño,
largo, que se tira hacia atrás con un ligero movimiento de cabeza,
ojos inmensos, sonrisa permanente. Lleva puesto un suéter negro de
cuello alto, pantalones celestes, mocasines. Está sentada a lo buda
en su dormitorio. La escenografía es sorprendente: paredes con
cascos de carrera, affiches, dos escopetas y varios trofeos. Un
marco bastante insólito para el dormitorio de una mujer. Pero de
inmediato se comprende. Dora Bavio ha elegido entre miles de
profesiones la de correr automóviles. Es una de las pocas que
existen en el mundo. Pese a las pocas carreras que largó (no más de
diez) ha conseguido uno de los principales halagos a que aspira
cualquier conductor: se ha clasificado en todas y siempre entre los
primeros puestos.
—Suena un poco raro.
—¿Qué cosa? ¿Que una mujer se dedique a correr? No veo la razón.
—Al menos no es muy común que digamos.
—Eso es otra cosa. Puede ser que no sea muy común pero no es nada
raro: yo corro porque me gusta.
—¿Qué le gusta del hecho de correr?
—Qué sé yo. Es una sensación, muy difícil definirla.
—A los hombres también les gusta jugar al fútbol.
—A mí no.
Arrastra las palabras cuando habla. Sonríe constantemente y acaricia
un gato que duerme siempre.
—¿Cómo comenzó todo esto?
—Mi primera carrera fue con un Renault 1093 durante 1966. La Vuelta
de Lobos, en donde me clasifiqué cuarta.
—¿Cuántas carreras realizó hasta el momento?
—La Vuelta de Lobos, 200 kilómetros en el Autódromo, donde salí,
tercera; El Gran Premio, en el que sólo corrí dos etapas,
clasificándome en ambas; Las Flores, en donde sólo hice la prueba de
clasificación ya que la carrera se suspendió; Concordia, con un buen
quinto puesto; Capilla del Monte, Salto, Venado Tuerto, Los
Cóndores. Tengo el orgullo de poder decir que en cuanta carrera
largué conseguí clasificarme.
—¿Tiene novio?
—No. Rompí el año pasado. Pero no por el automovilismo. Llegamos a
un momento en que nos dimos cuenta que la cosa no andaba y decidimos
no seguir más. Me sentí mal, pero no tenía razón de seguir.
—¿Cómo se siente en una carrera?
—Al principio un poco nerviosa. Sobre todo antes de largar, cuando
la gente nos rodea, cuando los periodistas tratan de lograr su nota,
como una vez que estaba por largar y uno mete en mi auto el
micrófono y una cantidad infernal de cables. Pero una vez en carrera
la cosa cambia. Sólo interesa el auto y el acompañante. Además hay
carreras que tienen rectas de más de sesenta kilómetros y uno se
aburre si no tiene un acompañante que haga chistes y lo entretenga.
Y los demás competidores son siempre gente macanuda, nos pasamos
caramelos de auto a auto, nos preguntamos los unos a los otros si
tenemos problemas, nos ayudamos. Muchas veces me pasan en plena
carrera y me hacen seña para que me ponga detrás, así ellos me
llevan con la chupada de su auto. En fin, el ambiente es macanudo.
Hija única, Dora ignora los caprichos que podría tener por su
condición. Cuando no está en el taller trabaja en una dependencia
del Ministerio del Interior, donde gana 46.000 pesos mensuales.
Estudió hasta tercer año secundario en un colegio de monjas, el
"Santa Teresa". Cuarto y quinto debió completarlo en el Colegio
Mitre para poder recibirse de bachiller.
—Entonces ingresé en la Facultad de Medicina. Pero en lugar de
recibirme como médica preferí seguir con la carrera de obstétrica,
eran tres años solamente y por el campo de mis padres pensé que me
convendría. Finalmente me recibí, pero nunca he ejercido. Entré hace
seis años en el Ministerio del interior.
—¿Qué hace con el sueldo?
—Sólo me alcanza para cubrir los gastos del auto.
—¿Cuesta mucho tener un auto de carrera?
—Bastante. Quiero aclararle que yo empecé desde cero. Todo a fuerza
de pulmón. Para poder comprarlo tuve que dar a cambio otro Peugeot y
el resto en cuotas. Como se imagina, estoy sin auto ya que el
preparado no lo puedo sacar a la calle.
—¿Quién financia el auto?
—Al principio era todo mío. Luego me ayudaron las propagandas. Pero
el que me alentó y me apoya tentó financieramente como
espiritualmente, es Coelho.
—Usted corre para el equipo Peugeot. ¿No tuvo problemas para que la
aceptasen?
—¿Por ser mujer. No. Nada de eso. Ellos ya me conocían.
—¿En qué condiciones está en el equipo?
—Como los demás. A principios de año fui a SAFRAR para ver si se
podía hacer algo. Estaban dedicados a la preparación del Rally de
México. Me encontré con Paco Mayorga y charlamos un rato largo. Así
me enteré que Coelho tenía tres autos cero kilómetro para largar.
Fui. Lo hablamos, y desde entonces integro el equipo Peugeot.
—¿Cómo es recibida por el público cuando va a correr a un lugar?
—Al principio les causa un poco de gracia. Comentan "esta no llega
ni hasta la puerta de su casa" o "esta no llega a dar la vuelta",
pero para ellos. Conmigo son y han sido todos muy amables. Por otra
parte, tienen la experiencia de las suecas (extraordinarias
conductoras) y desde entonces se cuidan un poco en los juicios
anticipados. También con ellas decían lo mismo cuando las vieron
salir..., y ganaron el Gran Premio de punta a punta, primeras en la
general y en cada una de las etapas. Eso no quiere decir que yo me
considere tan buena volante como las suecas. Es un ejemplo que traje
a raíz de la reacción del público.
Et teléfono llama insistentemente. Se piden entrevistas para
televisión. Dice que sí.
—Usted...¿cómo es?
—Como todos. Me encanta ir al cine. Ir a bailar. Divertirme. Las
cosas corrientes.
Al día siguiente la cita era en el taller de Coelho, en San
Fernando. Allí se prepara su Peugeot para las próximas carreras.
Ocho y media de la mañana. Dora llega con su campera de competición
color naranja, traje antiflama y casco. Un mundo de grasa y aceite.
De hombres en overol que asoman sus piernas bajo el auto pidiendo
tal o cual llave. Todo el equipo está allí, trabajando. Conocen su
oficio de memoria. Dora observa cómo el auto está tomando forma
definitiva.
—¿Le gusta el taller?
—Me gusta mucho. Siempre he armado y desarmado autos..., eso sí: de
mecánica entiendo lo indispensable. Pero nada de exquisiteces.
Simplemente lo elemental.
—La mayoría de los corredores tiene cábalas. ¿Cuál es la suya?
—Ninguna. No soy supersticiosa. Creo en mi capacidad y de ella
dependo, pero nada de tal o cual número o cosas por el estilo.
—¿Qué va a hacer el día que deje de correr?
—No sé. Por ahora pienso sólo en correr así que no me he detenido a
pensar qué puede suceder el día de mañana.
—¿No le tiene miedo a nada? ¿A los accidentes?
—No me gustaría que me pasase algo de eso, pero como creo que
depende de mí espero que nunca suceda.
—¿Qué piensan sus amigas de usted?
—Nada. Van a verme correr, les encanta.
—¿Su novio qué pensaba?
—Ya le dije que eso es cosa nuestra.
—¿Cuáles son sus planes?
—Correr el Gran Premio, que se disputará por varios países
limítrofes.
—¿Casarse?
—No estoy de novia.
—¿Qué va a hacer hoy?
—Quedarme en el taller para ver cómo anda esto.
—¿Esta noche?
—Dormir. Mañana hay que levantarse temprano.
Se levantará temprano, desde luego, y cumplirá dos ritos
intrascendentes y uno fundamental dentro del esquema vital de esta
singular, joven, divertida, valiente muchacha argentina: hacer las
compras, ir a la peluquería y volar al taller para zambullirse una
vez más en el mundo seductor del ruido, los motores y el vértigo.
Fotos: Humberto Speranza
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