LA MUERTE DE JUAN DUARTE

 

"Esa noche bebimos unos tragos de whisky, no muchos, y cuando nos despedimos, a eso de las doce y media, me tomó los hombros y me clavó la mirada. Andate derecho a tu casa, me dijo. Yo no entendía muy bien el sentido de esas palabras. Pero al día siguiente comprendí todo: Juancito estaba muerto de un tiro en la sien. ¡Qué espantoso!" A quince años de distancia de aquel episodio, ocurrido el 9 de abril de 1953, Oscar Bertolini recuerda con detalles las últimas horas de vida de Juan Duarte, su cuñado. Y de acuerdo con la versión oficial sobre la muerte de Duarte, que en ese momento diagnosticó suicidio, tal vez Bertolini haya sido el último que lo vio con vida.
Poco antes de esa despedida, Duarte charlaba amablemente con otros amigos suyos que habían ido a visitarlo a su lujoso cuarto piso de la Avenida Callao 1944. Eran, además de Bertolini, los funcionarios Héctor J. Cámpora, Raúl Apold, Román Subiza, Belchor Costa, Raúl Margueirat, y dos amigos de su infancia juninense: Pablo Lagos y José Gullo. Duarte acababa de renunciar a un cargo que Perón le confiara en 1946, la secretaría privada de la Presidencia, y que obtuviera gracias a la ayuda de su hermana Evita. Por eso fueron a verlo sus amigos.

"Perdón por todo"
"Estaba sonriente —evocó Apold, otro de los testigos—, aunque era una sonrisa extraña. Hablaba constantemente y hacía toda clase de proyectos, pero le faltaba convicción, Claro que recién recordamos esos detalles al otro día, no en ese momento. Yo me fui a las diez de la noche y me llamó la atención la forma en que me abrazaba, pues golpeaba mi espalda con energía, algo raro en él, y me acercó la cara diciéndome 'Chau, Raúl...'. Después comprendí que se trataba de una despedida." Algo parecido relató Margueirat ante la comisión investigadora número 58, que en 1955 estudió el caso Duarte.
En la mañana del 9 de abril, Duarte apareció muerto. Su cuerpo estaba arrodillado, en ropa interior, con la cabeza volcada sobre la cama y sumergida en un charco de sangre. En el piso, cerca de los zapatos, había un revólver calibre 38, y en la mesita de luz una carta que decía así:
"Mi querido general Perón: la maldad de algunos traidores de Perón, del pueblo trabajador, que es el que lo ama a usted con sinceridad, y los enemigos de la Patria, me han querido separar de usted; enconados por saber lo mucho que me quiere y lo leal que le soy; para ello recurren a difamarme y lo consiguieron; me llenaron de vergüenza, pero no pudieron separarme de usted: desde mi renuncia, usted fue tan amigo como siempre y esta aflicción suya de estos días por mí, me pagó con creces el mal que ellos me causaron.
"He sido honesto y nadie podrá probar lo contrario. Lo quiero con el alma y digo una vez más que el hombre más grande que yo conocí es Perón; sé de su amor por su pueblo y la patria, sé como nadie de su honestidad y me alejo de este mundo asqueado por la canalla, pero feliz y seguro que su pueblo nunca dejará de quererlo y de haber sido su leal amigo; cumplí como Eva Perón, hasta donde me dieron las fuerzas.
"Le pido cuide de mi amada madre y de los míos, que me disculpe con ellos que bien lo quieren. Vine con Eva, me voy con ella, gritando viva Perón, viva la Patria, y que Dios y su pueblo lo acompañen por siempre. Mi último abrazo para mi madre y para usted. Juan R. Duarte. Perdón por la letra, perdón por todo,"

La secretaría privada
Juan Ramón Duarte, único hermano varón de Evita (y su preferido), había nacido en 1916, en Los Toldos (provincia de Buenos Aires), y pasó su juventud en Junín, después de que su madre se trasladara en 1929 a esa ciudad para atender una casa de pensión. Allí, Duarte trabó amistad con Lagos y Gullo, tuvo su primera novia (Marta Mazzolini) y ensayó sus mejores carambolas en las mesas de billar (uno de sus hobbies más predilectos) de la confitería 9 de Julio.
En 1942, su amistad con el gerente de la fábrica Guereño le proporcionó un empleo como viajante, para vender jabón Radical en la zona norte de la provincia. Uno de esos viajes lo llevó a San Nicolás, donde intimó con el hijo de un ex intendente (dueño también de la farmacia más antigua de esa ciudad y uno de sus mejores clientes), que por entonces era profesor del colegio nacional: Román A. Subiza, el que después sería Ministro de Asuntos Políticos en el gabinete de Perón.
En 1943 llegó a Junín el mayor Arriata, a quien el Gobierno militar establecido el 4 de junio nombró comisionado municipal, y se hospedó en la pensión de Juana Ibarguren de Duarte. Junto con él venía Oscar Bertolini, quien acababa de dejar su empleo en un banco de Vicente López, para asumir la secretaría de la comuna de San Nicolás. Arrieta y Bertolini, como el abogado Álvarez Rodríguez (otro pensionista de los Duarte), terminaron casándose con tres hermanas de Juan: Elisa, Blanca y Herminda.
Juan Duarte se hizo más amigo de Bertolini que de sus otros cuñados, a quien incorporó a la barra de Junín, compuesta por los hermanos Héctor y Julio Díaz, El Indio Canavesio, Sícari y Montoni. Con ellos disfrutaba las noches de copas y billar, hasta que Evita lo mandó llamar con urgencia desde Buenos Aires, a fines de 1944. Su reencuentro con ella se produjo en vísperas de Navidad, en el departamento de la calle Posadas, donde ya se había instalado el ascendente coronel Perón. Eran los días en que Evita había logrado encaramarse a las carteleras de los cines y acumular audiciones radiales en cantidad suficiente como para resarcirse de los años pobres. Sus relaciones con Perón comenzaban a dar frutos, y entre sus planes figuraba su hermano Juan, para quien tenía reservado un puesto importante. "Vas a ser secretario privado del coronel. Pórtate bien y no me hagas macanas", le dijo aquella tarde a Juancito.
En 1945, Duarte resolvió radicarse en un departamento que Subiza tenía en la esquina de Córdoba y Sánchez de Bustamante, y abandonar el Jousten Hotel. Perón era ya el personaje más relevante del escenario político (con sus tres cargos simultáneos: Secretario de Trabajo y Previsión, Ministro de Guerra y Vicepresidente), y se disponía a alcanzar la cúspide de su carrera: la Presidencia de la Nación. Duarte, que repartía entre sus amigos tarjetas donde debajo de su nombre se leía "secretario privado del coronel Juan Perón", había cambiado definitivamente su empleo en Guereño por la función pública. Su rostro asomaba ya en todas las fotografías, detrás de la cabeza del candidato, y no se movería de allí hasta el 6 de abril de 1953, en que debió renunciar a su cargo. Ya no estaba cerca suyo la mano salvadora de Evita, siempre dispuesta a defenderlo desde el primer momento.

Copas y amigos
Según refiere Bertolini, Duarte quedó muy impresionado por la muerte de su hermana. "Una noche —recuerda— íbamos en su automóvil por los jardines de Palermo y nos detuvimos en la oscuridad, para que nadie lo reconociese. Yo saqué una radiografía de un sobre y le dije: Acá está lo que descubrieron los médicos. Parece que no hay remedio. Juan miró esa radiografía con la luz del tablero, tratando de descifrarla, y se puso a llorar. Sabía que Evita no tenía cura y pensaba que, además de perderla, si ella faltaba se le vendrían encima algunos de esos ministros que se la tenían jurada..."
Las versiones que circularon en aquella época atribuían a Duarte una reiterada participación en los negocios públicos, al margen de sus actividades como secretario privado de la Presidencia. La más difundida le asignaba la dirección de una vasta red de mataderos clandestinos, cuya existencia había comenzado a gravitar en el precio de la carne. "Y como él era afecto a las mujeres y a la buena vida —agrega Bertolini—, se convirtió en la víctima ideal. No es cierto que derrochara tanto dinero, pues vivía modestamente y su personal de servicio era el necesario; un valet japonés, Inajuro Tashiro, y un hombre para la limpieza, Nicolás Blas. Varias veces le oí quejarse de las historias que se tejían alrededor suyo, 'Ya no se puede ir a tomar una copa con tranquilidad, porque piensan que te estás afanando el país o que sos un degenerado...', solía decir amargamente. Perón, en cambio, lo defendía diciendo que Juancito es un buen muchacho. Pero tanto se insistió para que lo eliminara, que al final lo consiguieron."
El viernes 3 de abril, ante un pedido de la CGT, Perón ordenó una severa investigación de las actividades de Juan Duarte "para verificar la veracidad de las denuncias contra él por el negociado de la carne". La comisión investigadora fue capitaneada por el general León Justo Bengoa, quien hizo revisar por la noche los cajones de los escritorios de Duarte y Bertolini (éste último adscripto a la secretaría privada). El testimonio del propio Bertolini sobre el resultado de la investigación no es muy sustancioso, pero aporta detalles muy pintorescos: "Vaciaron —cuenta— todos los cajones. A Juan no sé que le encontraron y a mí me sacaron algunas revistas masculinas que tenían fotos de mujeres desnudas y que el hombre utiliza para recrearse después de tanto trabajo. Le aseguro que fue una vergüenza. Después dijeron que mis cajones eran un vaciadero de pornografía".

La renuncia
Duarte presentó su renuncia el lunes 6, después de enterarse de los resultados de la investigación. Esa mañana, como todas, había partido de su casa a las 5 y media, para estar en la Presidencia antes que llegara Perón. "Estaba de buen humor —cuenta León Ponce, su chofer—; hizo algunos comentarios graciosos sobre lo ocurrido la noche anterior en una boite y ya estaba planeando el próximo fin de semana. 'Teneme el coche listo, porque quizá vayamos a Monte con La Gauchita. Estoy ansioso por andar a caballo y respirar aire puro'. El le decía La Gauchita a Elina Colomer, su gran amiga de aquella época."
En las primeras horas de la tarde, Duarte se sentó a redactar su renuncia y escribió el siguiente texto: "Señor Presidente, largos años que he tenido el insigne honor de haber servido a su lado, han desvirtuado el viejo adagio que dice: No hay hombre grande para su valet. Yo he sido un poco de eso a su lado, mi querido general, y puedo asegurar que fui un mentís rotundo a ese popularizado decir, pues lo sabía patriota, puro y grande, y hoy, después de casi ocho años, lo admiro aún más y lo veo más inmensamente grande que cuando me acerqué a usted. También es cierto que esos largos años han minado mi salud y esta batalla gigante y patriótica en que usted está empeñado permanentemente por su pueblo y por la patria, exige un esfuerzo sin retaceos que yo ya no estoy en condiciones de ofrecerle; e inspirado en el ejemplo de renunciamiento y desinterés que mi ilustre y querida hermana dio al peronismo, me dirijo a usted elevándole la indeclinable renuncia al cargo de secretario privado con que usted me distinguiera en oportunidad de ocupar el excepcional
gobierno que preside". La renuncia alcanzó a entrar en la sexta edición de los vespertinos.
Al día siguiente, martes 7, Duarte fue con sus amigos a distraerse al teatro Comedia (hoy desaparecido), situado en Paraná 426, donde se representaba "No apta para cortos de vista", en cuyo elenco figuraba otra de sus amigas íntimas. Al salir, uno de sus acompañantes sugirió "ir al lado a tomar una copa" (funcionaba junto al Comedia el famoso cabaret Chantecler, también desaparecido). Pero Duarte insistió en correrse hasta el Tabarís. "Quería agradecer a Andrés Trillas, su dueño, la carta que acababa de enviarle al conocer su renuncia", dice Apold. "Pero Trillas no estaba y entonces llamó a Lorenzo, el maitre y le dejó un mensaje: 'Dígale a Trillas que le agradezco sus palabras y que le dejo un gran abrazo'. Al rato nos fuimos."
Duarte fue amigo de muchas estrellas cinematográficas, quienes lo visitaban frecuentemente en su departamento de Callao. A veces solía escapar con alguna de ellas hasta su estancia, en Monte, y otras se veía envuelto en violentas escenas de celos por la superposición de citas. Según el testimonio de sus allegados, "Duarte repartió su verdadero cariño entre su madre y su hermana Evita, y sus pasiones amorosas entre dos actrices: Fanny Navarro y Elina Colomer". La primera había sido su gran confidente, pero fue la segunda quien mejor se portó con él en los momentos más difíciles. "Fanny no fue siquiera al velorio —todavía le reprochan—; en cambio, Elina lo acompañó, se preocupó siempre por él." Aun hoy, Elina Colomer evoca aquel afecto con sinceridad: "Ha sido mi gran amigo —dice— y guardo de él mis mejores recuerdos."
Antes de que el Presidente se apoderara del cadáver de Juan Duarte, su madre pidió que fuera velado en la casa del mayor Arrieta, ubicada en la calle Pampa 2124, del barrio de Belgrano. Perón no discutió, prefirió ir a las 4 de la tarde al velorio, acompañado de Aloe, Apold y Mendé. Varias veces repitió la misma frase: "Era un gran muchacho". Pero evitó rozar el tema del supuesto suicidio, pues sobre ese problema ya se estaba encargando la policía de concluir el sumario correspondiente.
Dos años después, al ser derrocado Perón, el caso Duarte fue reabierto y una comisión especial se encargó de investigarlo a fondo. Había que dilucidar si se trataba realmente de un suicidio o de un asesinato, y para eso era necesario recopilar pruebas y testimonios. Como era de suponer, los propios investigadores no se pusieron de acuerdo, aunque sus averiguaciones dieron como resultado un frondoso expediente judicial. 
Copyright Primera Plana, 1968.

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Juan Duarte jura en marzo de 1949
Elina Colomer, Juana Ibarguren, Fanny Navarro. Debajo Perón y Juan Duarte en el sanatorio para ver a Evita.
Con Perón y Bertolini. Detrás del presidente en los actos oficiales

 

 

 

 

 

 

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