Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


LA NOCHE DE
BUENOS AIRES
Revista Panorama
julio 1963

La Noche

La noche de Buenos Aires acusa a la esposa de Arturo Frondizi de su melancólica inactividad.
—Ella inventó a Margaride —se quejan amargamente algunos propietarios de locales nocturnos.
—Estaba comprometida con grupos demasiado moralistas y nos "tiró con todo" —dicen los empresarios de night clubs.
Las protestas suenan con sordina en la semioscuridad de las boites. Una vieja ley de "la noche" sentencia que el calavera no chilla, y en los rostros de póquer de los apenas quejosos se nota el respeto a esa ley (tal vez lo único que va quedando de la vieja noche porteña, antaño campo de juerga y hoy tema filosófico.
Desde fines del siglo pasado hasta hace menos de diez años, la vida nocturna de Buenos Aires era famosa en el mundo, junto a la legendaria actividad de París, Madrid, Roma, Viena, Atenas, Budapest, Hong Kong y Nueva Orleans; pero hoy aquellas famosas "luces malas del centro" —según las define una conocida milonga—, que hacían dar malos pasos a las costureritas, brillan... por su ausencia, o son pálido reflejo de las de otras capitales con más kilowatios-hora.
La Noche (con mayúscula) es, para los que viven en ella, un medio amigo, como el agua para los peces y el aire y el sol para las plantas. Los personajes de la noche navegan en ella con cariño y la nombran con vago respeto, dándole una personalidad casi humana. Esa actitud es un caldo de cultivo para la leyenda; y la noche se transforma, por obra de ella, en una suerte de cofre o caja de Pandora donde se puede encontrar —teóricamente —toda la gama de lo prohibido. Nada más lejos de la verdad.

Definiciones bajo la luna
¿Qué es, concretamente, la vida nocturna? En Buenos Aires, un conjunto de espectáculos, diversiones y lugares de reunión, condimentados con el espíritu que en ellos reina. Muchas de las actividades nocturnas empiezan de tarde (cines, diversiones mecánicas, tea-rooms, boites de Olivos, Vicente López, etc.), y otras, en la noche "vera" (cabarets, bailes, boxeo, catch). La luna pone ojeras a las distracciones vespertinas y reúne a todas en un abrazo de estrellas. La gente de la noche se divierte de a dos en multitud.
En realidad, hay que distinguir la vida nocturna pública de la secreta. Esta última se desarrolla en domicilios privados, lejos de la vigilancia de la sociedad. Por supuesto, este tipo de reunión es clandestino y arriesga una enérgica intervención policial. Y aquí sí, desde luego, la concurrencia de hampones, o su intervención en la fiesta, es habitual.

Copas, amigos y pesos
La noche tiene sus personajes. Contra lo que pudiera suponerse, los dueños de los locales no son los más característicos. En la cumbre de la pirámide nocturna están los representantes de artistas, compradores y vendedores de shows. En las mesas de ciertos cafés y restaurantes, cambian de mano y de intereses tanto revistas de fama internacional como la actuación individual de una bataclana que hace sus primeras armas como cantante. Luego están los integrantes de esos espectáculos: músicos, cómicos, prometieuses, bailarinas, presentadores. En el mismo plano se encuentran los encargados de halagar paladares: barmen y cocineros. Un poco más allá están los que edulcoran la vanidad de los parroquianos y los hacen sentirse señores: porteros, encargadas de guardarropa, maitres d'hotel, camareros... Y en muy destacado lugar, las mujeres que alegran el ambiente y ayudan a divertirse a los eternos "sin compañía" que llegan a los night clubs y cabarets. La gente de la noche las llama "coperas", y su actividad nada tiene que ver con la prostitución; son retribuidas, por el local en el que actúan, con un porcentaje del importe de las consumiciones que se obtiene gracias a su intervención.
Hasta aquí, los personajes de la noche clásica, la noche que tantas veces describieron los tangos y las glosas radiales, pero a poco que se sale a pulsar esa noche, la sorpresa invade al paseante y le hace pensar que algún resorte de la farándula se ha roto para siempre.

Ronda nocturna
Una recorrida por los lugares nocturnos de Buenos Aires deja en el observador un rastro de desolación. En Tabaris, el más importante cabaret de la Capital y el único de prestigio internacional, se ocupan, los sábados a la noche, apenas las mesas que circundan la pista de baile.
—Ni siquiera recibimos invitaciones —confiesa una de las damiselas—. La gente viene a Tabaris como quien va al museo, a conocerlo una sola vez. Llegan los novios en luna de miel, o el matrimonio que cumple veinticinco años de casado, o turistas de paso por pocos días. ¡Imposible hacer amistades!
En el subsuelo, la boite Paradis permanece sin un solo cliente.
Olivos y Vicente López pasan por situación parecida. En casi todos los lugares visitados por "Panorama", la llegada de los periodistas es saludada alegremente por los empleados y las "promotoras de consumiciones": por lo menos tienen a alguien con quien charlar un rato. En derredor de ellos, los sillones vacíos y la penumbra inútil ponen su nota patética. Reviens está animada: Sunset, también.
Allí se mueven alrededor de cien mil pesos por noche. Son dos excepciones. Los dueños de otros locales, cariacontecidos, hablan de recaudaciones que oscilan entre cuatro y ocho mil pesos diarios.

Análisis de la tristeza
¿ Por qué la gente no va a las boites y a los cabarets? Sencillamente, por el costo desmedido de las consumiciones. La iliquidez es, por tanto, la gran responsable de la crisis de la noche.
Hay otros. Al comenzar este artículo, se reprodujeron algunas conversaciones con dueños de boites y clubes nocturnos en las que ellos responsabilizaban de sus problemas a la señora Elena Faggionato de Frondizi. Según ellos, la intensa campaña que el ex comisario Margaride llevó a cabo en pro de la moralidad pública había sido inspirada por la esposa del entonces primer mandatario argentino. Los relatos recogidos por "Panorama" aseguran que muy frecuentemente llegaban a sus locales vehículos policiales que detenían a toda la concurrencia, tuviera o no documentos, sin discriminar entre mayores y menores de edad. Una vez en la comisaría —sigue la información— e identificados los detenidos, se llamaba por teléfono a la casa de cada uno de ellos, para informar a sus parientes acerca de la ocasión y la circunstancia en que se había hecho el procedimiento.
Si tales relatos se ajustan a la verdad, el comisario Margaride, y eventualmente la esposa de Frondizi, serían también responsables de la agonía de la noche.
Otro dato importante para reconstruir en todas sus partes el ocaso de la noche es el predominio cada vez más intenso de la adolescencia. Los problemas económicos, políticos y sociales de los adultos, en aumento tanto en la Argentina como en el resto del mundo, y el divorcio psicológico casi absoluto que reina en todas partes entre la generación de los padres y la de los hijos, hacen que, por un lado, los hombres ..y. las mujeres tengan menos ganas de divertirse y de gastar dinero en placeres demasiado fugaces; y, por otro lado, que los jóvenes se sientan incomprendidos y construyan un mundo para ellos, completamente libre de influencia adulta. Al mismo tiempo, los "grandes" sufragan las necesidades elementales de los menores, por lo que éstos, aunque disponen de poco dinero, pueden utilizarlo (¡y lo utilizan!) exclusivamente para darse gustos. Por poco que se analicen estos hechos surge una evidencia: el mayor mercado de cosas superfluas es absorbido por los adolescentes y jóvenes de menos de veinticinco años. Y los empresarios de diversiones, en consecuencia, piensan cada vez más en sus pequeños grandes clientes. Juegos mecánicos, minibowling, grandes bailes juveniles y centenares de otros recursos pugnan con creciente intensidad por ganar la fortuna de los chicos.

Candilejas
El teatro de revistas ha acusado el golpe de la iliquidez, pero se defiende muy bien. Es decir, los empresarios se defienden muy bien (cien mil pesos diarios). El público sigue concurriendo a las funciones para ver a las coristas ligeras de ropas y soñar un poco con los paraísos perdidos. El escenario presenta a plena luz muchísimas cosas que los espectadores querrían encontrar privadamente en las oscuridad, pero que los años, el matrimonio o la ya harto mentada ¡liquidez han puesto fuera de su alcance. Bajo los haces luminosos, ricos vestidos, plumas y sonrisas crean la ilusión de un jardín de huríes. Pero las
huríes ganan nueve mil pesos mensuales, incluidos ensayos, dos funciones diarias y una "trasnoche" en algún cabaret. Ciertamente, algunas de las coristas demuestran condiciones especiales y llegan a ganar doscientos veinte mil pesos, como Alicia Márquez, pero no hace falta recordar la singularidad de Alicia Márquez y la dolorosa pluralidad de las bataclanas. Los espectadores de revistas — que forman parte de los pocos noctámbulos sinceramente alegres y optimistas (ven invariablemente los mismos "sketches")— engrosarían, a no dudarlo, la legión de los deprimidos, si supieran que las bellas jóvenes del escenario tienen que elegir compulsivamente entre la miseria material y la espiritual.

Las fiestas negras
Todo el panorama expuesto anteriormente lleva a una cínica conclusión: los dueños del dinero (que los hay) no tienen ya ningún interés en ir a pasar el rato a lugares públicos, faltos de color y de alegría. Prefieren organizar privadamente sus fiestas. En sus departamentos o casas de las afueras, los verdaderos vampiros de la noche inician a sus relaciones en el peligroso juego de las fiesta sin restricciones. Las bebidas cuestan infinitamente menos, y el material femenino... es amateur.
Aquí cabe una disgresión bien provista de sentido, que merece la pena de ser cuidadosamente meditada. Muchas de las concurrentes a esas orgías más o menos pervertidas son adolescentes, niñas de buenas familias o jovencitas con ilusiones artísticas en el campo del cine, el teatro o la televisión. Han caído en el snobismo de mofarse del pudor, y parecería que estuvieran aguardando ansiosamente el instante en que alguien les pida entre hipos un "striptease". Sin embargo, toda su impudicia puede resumirse en una sola palabra: inseguridad. No se sienten amadas por sí mismas, y quieren a toda costa obtener la admiración o la aprobación de alguien, al mismo tiempo que rechazan la eventual ayuda del medio familiar, como bandera de disconformismo.

Un recién llegado
La noche de Buenos Aires no ha muerto. Ha cambiado de casa. Las boites y los cabarets ya no impresionan a nadie y, por añadidura, son casi prohibitivos; por ello, los personajes de la noche se han dispersado; unos se quedan en casa, definitivamente ausentes de la calle lunar, frente al ojo titilante de la televisión. Otros juegan al póquer o a la canasta. Otros —ya se ha visto— hacen de su residencia un cofre de vicios. Los noctámbulos que quedan han impuesto las whiskerías.
El apelativo "whiskería" ha sido importado de Montevideo. Allá designa un tipo de local que es casi una boite; aquí puede significar cualquier cosa. La whiskería porteña sirve whisky, cerveza, gaseosas, sándwiches, algún churrasco, salchichas y todo lo que pueda pensarse. Algunas ofrecen hasta pequeñas "pizzas" individuales. La luz no es plena, pero tampoco es tenue; a veces alguna "copera" joven abre junto al mostrador la flor de su sonrisa. Los precios son más elevados que en el bar del barrio, pero muy inferiores a los de las boites y tea-rooms con cortinas y piano.

El noctámbulo a palos
Hay en Buenos Aires algunos lugares —boites, cafés, whiskerías, "boliches", cervecerías y restaurantes, con "show" y sin él— que parecen desmentir nuestras palabras. Puede uno ir un lunes, un miércoles o un fin de semana, a cualquier hora de las once en adelante, y siempre los encuentra llenos de hombres y de mujeres lánguidos, murmurantes. Son los noctámbulos que están ahí porque "hay que estar". Los que, contra viento y marea, crean "la onda" y la acatan, porque necesitan un poco de publicidad a costa de su propio sueño. Es fácil distinguir en una mesa al galán de televisión en cierne, y un poco más allá a la actriz de teatro vocacional en busca de oportunidades, que conversa con una locutora que "pasó". Y también —bastante más ocultos— encontramos a los que trabajan —actores, directores, libretistas, productores de teatro y TV—, que comen silenciosamente un bife con papas fritas o toman un cafecito con un amigo después de la grabación del "tape" o de la finalización de su espectáculo. Alrededor de toda esta gente, se aburre en círculos concéntricos el resto de la concurrencia, que no es ni fue nada importante, y difícilmente lo será, pero que aspira vagamente a ser saludado por alguno de los "astros". Estos lugares, que podrían definirse como "mercados de caras", ya que todos los parroquianos quieren que alguien recuerde la suya, ejercen sobre sus víctimas un poder absoluto.

Alegría importada
Mientras Buenos Aires languidece y refugia su alegría en nuevas celdas, los locales nocturnos de la calle 25 de Mayo y lo que se ha dado en llamar "el Bajo" hierven de actividad, actividad que no siempre resulta agradable. Los sábados por la noche se ve a seres tambaleantes salir con la mirada perdida de un ambiente enrarecido para zambullirse en otro, tres pasos más adelante. Los músicos andan por la calle con sus instrumentos, pues actúan en varios locales a la vez. La penumbra de los bares está poblada de risas, de gritos y de maldiciones más o menos jocosas. Son los marinos de otros países, que han bajado del barco por dos días y saben exactamente lo que quieren. Tienen detrás de ellos muchos días de horizonte y muchas ganas de ver un rostro nuevo u olvidar cuidadosamente los viejos. ¿Es de ellos la razón, o de los que piensan que la vida nocturna es una plaga? ¿Vamos hacia una nueva moral o hacia la explosión perversa de todas las represiones? El interrogante queda abierto.

 

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