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crónicas del siglo pasado

POLÍTICOS
El cuento de nunca acabar

La semana política según Flax
BALBÍN (dirigiéndose a Alsogaray, Frondizi, solano Lima, Ghioldi, y Aramburu)
-¡Muchachos! ¡Tengo buenas noticias: ¡Parece que en noviembre podremos empezar nuestras campañas políticas!


La semana pasada, los escuálidos batallones de la oposición volvieron a derramarse por cauces diferentes; como es lógico, el resultado de sus trabajos culminé en una nueva frustración. El primero de esos sectores —el más agresivo del que se nutre de izquierdistas peronistas duros— apeló el martes 8; a los cócteles Molotov, las bombas de alquitrán y algún revuelo callejero para celebrar el 73º cumpleaños de Juan Domingo Perón y el primer aniversario del asesinato de Ernesto Guevara de la Serna.
En cambio, los núcleos liberales que aún esperan rescatar el poder con el apoyo militar, por un exceso de celo "democrático" repudiaron esa protesta, adoptando un tono conciliador, casi oficialista. Menos escrúpulos (y más inteligencia) probó el conservador Antonio Santamarina en 1945, cuando se lanzó a la palestra del brazo del comunista Rodolfo Ghioldi.
La componenda entre el peronismo rebelde y los castristas —alentada por el ejemplo inútil de Taco Ralo —hizo pie días atrás sobre la intranquilidad nacida en la huelga petrolera de La Plata, y eclosionó en estos hechos:
• El domingo 6 estallaron petardos y fue rociado con alquitrán el frente de la Embajada, de Bolivia, en Corrientes al 500, de la Capital Federal; en la batahola, tres vigilantes fueron heridos y uno descarrilado. Esa noche, en Salta, varias manchas de pintura roja afearon la puerta del Consulado de aquella nación. Otra vez en Buenos Aires, abundaron los petardos en Chacarita a la hora de mayor afluencia de público.
• El lunes 7 volvieron a florecer las algaradas estudiantiles en las esquinas de La Plata, mientras seis militantes peronistas eran apresados por robar proyectiles del Arsenal Esteban de Luca, en la Capital. Otros activistas ensuciaron los pontones del Regimiento Primero de Infantería, acantonado en Palermo, desde un tren en marcha que arrancaba de la estación contigua. La furia evocativa no perdonó la residencia de José Mariano Astigueta, el declinante Secretario de Cultura y Educación: las verjas de su chalet, en Punta Chica (Buenos Aires), terminaron arrasadas por la gelinita.
• También el 7 se produjeron disturbios en Rosario, Córdoba y Tucumán; el martes 8 un petardo explotó en un vagón suburbano que partía de la estación Plaza Once, en Buenos Aires, e hirió a un médico policial.

El conventillo de la Paloma
Desde 1955 hasta hoy, el justicialismo conoció tantas fracciones rivales como reorganizaciones ha padecido; a partir del martes pasado existe otra: la que orienta Jorge Paladino. Entonces, en el club Harrods-Gath y Chaves, unos
doscientos caudillos de todo el país —representantes de sí mismos, o en todo caso del propio Paladino, quien los eligió— deliberaron durante nueve horas, sin que los molestara la Policía y ante las cámaras de los noticieros de televisión, acerca de una nueva estructura para el peronismo.
La asamblea tuvo el claro propósito de disputarle a Raimundo Ongaro el cetro de la organización local: cayó en manos del linotipista cuando se evaporó la posibilidad de que Julio Alsogaray sustituyera a Onganía. A esta carta jugó, sin suerte, el anterior delegado de Perón, Jerónimo Remorino; obviamente, la disidencia de Paladino conduce al justicialismo a un empate interno y le impide engrosar la oposición: de ahí la, vista gorda oficial ante los debates del martes pasado.
Paladino insistió en que la única solución para los problemas argentinos consiste en el regreso de Perón al país; menos imaginación todavía expresaba el lema que presidió el Congreso: "En marcha hacia el Gobierno". Es cierto que la Puerta de Hierro apoya a Paladino y pretende rescatar la amistad de Augusto Vandor; pero también es cierto que, objetivamente, Vandor actuó hasta ahora como aliado del Gobierno: su ligazón con los jefes militares sólo consigue neutralizar a buena parte del movimiento obrero. Por eso, no se equivoca quien supone que Perón marcha hacia el Gobierno, pero no para ocuparlo sino para secundar a Onganía o, al menos, para lograr una tregua con el señor de la Casa Rosada.
Una tregua con el Gobierno es algo que no pueden siquiera fantasear los radicales, aunque Ricardo Balbín no descartó, el martes 8, la posibilidad de negociar con Guillermo Borda sobre la base de un llamado a elecciones. Pero también el radicalismo está maniatado porque sus tendencias internas se neutralizan: mientras los tácticos liberales, a la manera de Ernesto Sammartino —en declaraciones que realizó el miércoles 9—, buscan la unidad de la vieja UCR para cosechar un apoyo castrense que podría devolverles el Gobierno, sus adversarios de la "generación intermedia" intentan, sin éxito alguno, formar un amplio frente popular de oposición a Onganía.
En busca de ese objetivo, Aldo Tessio se reunió a fines de la última semana con ex Gobernadores peronistas y de su partido, al tiempo que los jirones de la antigua Democracia Cristiana volvían a desgarrarse entre los amigos de Arturo Ponsati, que acusa a Enrique de Vedia de oficialista, y los secuaces de este último, que quieren ver en el estado mayor de Ponsati connivencias con Borda (en torno a la adjudicación de la radio santiagueña).

Federación o muerte
Parece mentira que la experiencia de los últimos 27 meses no haya enseñado nada a la oposición: el peronismo insiste en "el retorno" y los giros de su líder sólo pueden ser juzgados por algunos majaderos como hábiles y misteriosos caminos hacia la victoria; el radicalismo busca militares disconformes o insiste con un impracticable frente, mientras ésta y otras fuerzas se diluyen en interminables charlas de café, en las cuales nadie se muestra dispuesto a colocarle el cascabel al gato. Más útil sería, por cierto, intentar desde los gabinetes o desde la calle formular una alternativa a la opaca pero tenaz labor del Gobierno.
La agitación lírica y aislada de un fuerte movimiento nacional, o la insistencia en fórmulas perimidas, asegura a los políticos el tránsito hacia el olvido. Únicamente en Córdoba, el radical Eduardo Angeloz proyecta un Congreso de Actualización de la Doctrina partidaria, capaz de imponer al Comité Nacional nuevas tácticas y una ideología renovada. Por ahora, el programa radical es el de 1945 en Avellaneda: toda una antigüedad.
PRIMERA PLANA
15 de octubre de 1968

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Paladino - Justicialismo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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