Revista Gente y la Actualidad
17.02.1966 |
El 10 de diciembre (1965, Gobierno Arturo Illia) pisaban el polo
sur sacrificados hombres de nuestras Fuerzas Armadas. El motivo:
reafirmar nuestra soberanía en el límite más austral de la patria.
Dos meses después regresan a Buenos Aires. El pueblo, volcado en las
calles, les tributó un sincero homenaje. El gobierno de la Nación
los recibió con todos los honores. Hoy, la Patria los reconoce como
sus hijos heroicos.
EL martes 8 por la tarde Buenos Aires se conmovía ante el arribo
inminente de su nuevo héroe. El coronel Jorge Edgar Leal regresaba
luego de cinco meses de ausencia y de muchos actos de heroísmo. Su
partida pasó inadvertida. Sólo su esposa, Teresita Golowacki,
derramaba lágrimas. Después nada más.
Al poco tiempo de llegar a la Antártida recibió la orden de marchar
hacia el Polo Sur, en un alarde mayúscula para imponer nuestra
soberanía. El camino para convertirse en héroe estaba minado de
peligros. Solamente las grandes grietas disimuladas bajo un blando
manto de nieve asustaban a cualquiera que comprendiera su inmenso
peligro. El coronel Leal, a la sazón comandante de la Base Gral.
Belgrano, sabia de los peligros que si su riesgosa misión lo
exponía.
Pocos meses antes de emprender la expedición seleccionó la gente que
debería acompañarlo. Hombres fuertes, de gran resistencia física.
Hombres capaces de enfrentar los más tremendos fríos sin arrugar la
cara. Hombres capaces de reaccionar instintivamente ante la sola
presencia de algún peligro. "Posiblemente de eso sea de lo que más
me precie", repetía el coronel Leal. Es cierto. La elección del
material humano que habría de acompañarlo era fundamental. No sólo
él lo sabía, sino también los altos jefes que de Buenos Aires habían
indicado la realización de la hazaña.
Un buen día la noticia sorprendió al adormilado pueblo porteño.
"Desde la Base General Belgrano zarpó una expedición con destino al
Polo Sur. El viaje lo harán por tierra y será, de llegar, la primera
expedición argentina en realizará. La comanda el coronel Jorge E.
Leal".
Yo puedo repetir un poco lo que todo este pueblo pensaba. Hubo
encuestados por las calles. Hubo gente que respondió conociendo.
Hubo otros que por no conocer prefirieron callarse. Pero también
algunos que sin saber opinaron. "No creo que lleguen", era la
respuesta de una gran mayoría, "Y si llegan, ¿qué?", dijeron otros.
Desde Buenos Aires, y sin haber salido de Buenos Aires, es imposible
comprender la hazaña que significa recorrer en vehículos y a pie
1.500 km — solamente de ida— por zonas tan peligrosas. En Buenos
Aires es difícil saber lo que significa, en cuanto a peligro se
refiere, una grieta en el hielo.
"Hemos tenido mucho frío", me dijo a su regreso el coronel Leal.
"Por más que uno se abrigue con el máximo posible de ropa gruesa, el
frío se cuela igual. La piel de la cara se estira hasta el
desgarramiento". Ese es el precio que la hazaña les cobraba a quien
intenta poseerla. Ese fue el precio que el coronel Leal y su
valiente equipo tuvieron que pagar para poder llegar hasta el Polo
Sur.
Las noticias llegaban a Buenos Aires espaciadas. De vez en cuando
uno se enteraba que la expedición argentina seguía su marcha con
éxito. Y uno se alegraba. Se alegraba por ser argentino y porque
pensaba con rabia en Las Malvinas. Y entonces la figura del coronel
Leal se presentaba mítica gigantesca, sobre un gran piso blanco de
nieve blanca. Y entre sueños lo veíamos deslizarse en trineo como si
fuera un personaje más escapado de las páginas de algún libro de
Jack London. Y lo veíamos deslizarse en esquí por las grandes
laderas heladas, con su tremenda
responsabilidad a cuestas. Con su barba encuadrándole la cara. Sus
anteojos oscuros para protegerse del peligroso reflejo de la nieve.
Sus manos enguantadas agitando el látigo que azuzaba a los perros. Y
los ladridos. Y también el silbido del viento helado que atemorizaba
y hacía sentirse más solo de lo que en realidad estaba. Porque había
todo un pueblo que lo acompañaba. Sentados en la sala de sus casas,
sí, pero con su imaginación viajera esquivando las grandes y las
pequeñas grietas. Con una imaginación que también se deslizaba por
las laderas y le gritaba al oído: "Adelante, coronel Leal. Su
esfuerzo también es el nuestro. Su triunfo será el de todos.
Adelante, coronel. Nosotros lo acompañamos".
Y la expedición argentina al Polo Sur cumplió con su cometido. El 10
de diciembre a las 9.25 de la mañana, el coronel Leal y su grupo
pisaban el límite más austral de nuestra patria. Pocas palabras
comunicaron una gran noticia. Pocas palabras que reafirmaban nuestra
soberanía: "Señor Comandante en Jefe del Ejército: Desde el Polo Sur
informo a usted que la misión ordenada ha sido cumplida sin
novedad",
Y aún faltaba el regreso. Un regreso que nadie medía en su original
dimensión. Un regreso que traía aparejado los mismos peligros que la
ida. Pero también era distinto. Los mismos pechos orgullosos
derretían la nieve que pudiera obstaculizarlos. Volvían con el
triunfo en la mano. Ya nada ni nadie se los arrebataría. "Eminencia
—le dijo Leal al cardenal Caggiano— hemos cumplido. Sólo con la
ayuda de Dios pudimos haberlo hecho. Dios nos ayudó y es por eso que
ahora estamos aquí". Eran las palabras de un ferviente católico. Del
hombre que antes de partir se había encomendado a las Vírgenes del
Valle y del Milagro y cuyas imágenes dejara en el Polo Sur como
custodias de soberanía. ¡Qué podía temer este hombre!
Dos meses después de cumplida la hazaña pisaba suelo de Buenos
Aires. Un avión de la Fuerza Aérea, el T.C.44, lo depositaba
suavemente en el aeropuerto. De allí habría de salir a las calles a
recibir el saludo emocionado de un pueblo que estuvo a su lado. Y
las calles se abarrotaron de argentinos. Hubo muchos autos que
siguieron la caravana. Lluvia de flores y de papel picado salpicaron
su uniforme. Alguien por ahí dijo: "Me parece que está llorando".
Asentí en silencio. Lo comprendía.
Después la recepción oficial El presidente de la República lo
recibió en su propio despacho rodeado de todos los ministros. Todos
le estrecharon la mano. El héroe del Polo Sur sólo pensaba en volver
a su casa. En descansar. Lo miré de frente y no creo equivocarme. El
coronel Leal traía en sus ojos el brillo de las estrellas.
JULIO MAXIMO LANDIVAR
"Yo no soy un héroes"
Me volví a encontrar con él en la noche de Buenos Aires. Lo
acompañaba su
señora. Me animé a un pequeño reportaje.
—Coronel Leal. Mucho gusto. Mi nombre es Julio Landivar. Soy de la
revista GENTE y quisiera reportearlo.
—Revista GENTE ... Revista GENTE... La recuerdo. Lo primero que
recibí en la Base General Belgrano al llegar al Polo Sur fue la
revista GENTE. Era el número en que yo estaba en la tapa. Fue una
gran alegría la que me dieron. Mi primera lectura después de llegar
del Polo.
—Me alegro, coronel. Algunas preguntas no más. ¿Qué personaje
histórico admira?
—Bueno, naturalmente que a San Martín. Ha sido nuestro gran
patriota.
—¿Un libro que recuerde especialmente?
—La Historia Argentina de Ernesto Palacio y en novela "Adán
Buenosayres", de Leopoldo Marechal.
—Una ambición.
—Que la Argentina siga trabajando cada vez con más fuerza en la
Antártida.
—¿Como encontró a María de las Nieves?
—Bueno, ¿usted tiene hijos? A esa edad todos los chicos son iguales.
Pero me alegró tener un heredero más.
—¿Qué sintió al dejar el Polo Sur?
—Me toma de sorpresa. Todos me preguntaron qué sentí al llegar.
Espere un poquito. Bueno, sentí una gran alegría por haber cumplido
con una misión que se me había encomendado y porque sentí que había
hecho algo por mi patria grande.
—¿Qué sintió durante el trayecto hacia la Casa de Gobierno?
—Una gran alegría. Más que alegría. Emoción. Nunca creí que el
pueblo fuera a salir en tal cantidad a la calle. Realmente me agradó
ver que el argentino no se olvida de su condición de tal.
—Coronel, ¿sintió frío?
—Sí, mucho. Es difícil abrigarse bien, Impide moverse con facilidad.
—¿Cómo se siente hoy, que es héroe?
—No soy héroe. No al menos, más que todos aquellos que en los cuatro
puntos cardinales del país cumplen con su deber.
—¿Sintió nostalgias?
—Sí. De mi casa, de mis amigos. De Buenos Aires. De mi madre. De
muchas cosas.
—Coronel Leal, ¿cuál es su carácter?
(Responde la mujer,) — Fuerte, Sí, Jorge. No me mires así, es la
verdad. Vos no sos de carácter blando. Sí, ponga fuerte.
—¿Le gusta la política?
—Con mayúscula, sí.
—Un equipo de fútbol.
—Quilmes.
—Un director técnico.
—No sé. Hace mucho que estoy ausente.
—Un partido de fútbol.
—En realidad pocos. Pero cada vez que vengo de Olivos al centro me
detengo un buen rato para ver jugar en los potreros de Palermo. Ahí
se ve buen fútbol.
—¿Qué esperanza le da al seleccionado argentino en Londres?
—Tengo entendido que se están haciendo muy bien las cosas. Creo que
si siguen así y con un poco de suerte estamos en la final.
—¿Qué música prefiere?
—Toda. Me gusta la música que no tiene letra. El tango también. Pero
sin letra.
—¿Y la nueva ola?
—No. Para nada.
—¿Se considera joven? ¿Se sitúa en esta época?
—Sí, por supuesto, Me siento bien compenetrado con esta época. Y por
otra parte no la cambiaría por ninguna otra. Es la mía y la voy a
vivir intensamente
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Leal parado sobre el carrier que lo
llevó desde el aeropuerto a la Casa de Gobierno; Teresita
Golowacki, esposa del jefe de la expedición argentina al
Polo Sur; el primer abrazo. |
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La recepción cercana a Plaza de Mayo
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