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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


"El Lobo" Vandor
Revista Somos
1983

 

Augusto Vandor creó una escuela sindical. Pero aún hoy cuando se habla de vandorismo no todos conocen el significado exacto de esa palabra. Cómo fue Vandor, qué hizo. Sus enfrentamientos con Frondizi, Illia, Isabel y el propio Perón, y su alianza y ruptura con Onganía.Cómo murió.
Se supo envolver siempre con esa atmósfera de misterio que ni siquiera se desprendió de él en las dramáticas horas de su muerte: la causa de su asesinato fue sobreseída en un instante anónimo y gris del mes de julio de 1972. Nunca se supo quién lo mató. Tampoco quién le puso El Lobo. Pero sobre esto hay algunas suposiciones tal vez más certeras que las que hoy pueden recogerse sobre la identidad ideológica de quienes lo mataron. 


Cortejo que despidió a Vandor

Isabel, Solano Lima, Peròn, Delia Parodi y Vandor

Vandor

 

Al parecer, Augusto T. Vandor (esa T. es la inicial de Timoteo, nombre que sólo usaba en muy contadas ocasiones sin que nadie supiera tampoco qué reglas gobernaban aquella conducta) había empezado, hacia 1951, un romance con una activista sindical. Una tarde, él y Elida Curone salieron abrazados de la fábrica Phillips y uno dijo:
—Ahí se va El Lobo con su Caperucita. Ella usaba a menudo una caperuza de color rojo. Pero para muchos lo de El Lobo fue a causa de su personalidad. Era un hombre alto y de sonrisa difícil. Y como un lobo se ensañaba con sus adversarios fiel a su consigna: golpear y negociar para volver a golpear. Andaba a grandes zancadas tanto cuando caminaba para encarar a alguien como cuando en los últimos años de su vida entró al ruedo político. Al ruedo gremial había entrado en 1951 como delegado de una sección de 300 trabajadores de la Philips. Y como para reafirmar ese sello de misterio que siempre lo rodeó, en la fábrica —según una vieja confidencia hecha años atrás por un directivo a un periodista— no quedan antecedentes de su paso. Un día se perdió su ficha.
—¿Usted es peronista?
—Sí.
—Mucha gente dice que no. . .
—Vea, mi nacimiento político, es decir, la primera vez que voté, coincide con el del peronismo. Desde entonces no tuve otra ideología.
—Pero usted ha enfrentado a Perón.
—Categóricamente eso es un error. Fui y soy peronista y entiendo que no hay peronismo sin Perón.
—Y cuando han hablado, ¿hubo enfrentamiento?
—Cuando he tenido la suerte de conversar con el general he podido (no digo discrepar, porque eso sería una irreverencia con el jefe) plantearle mis puntos de vista. Para mí la lealtad no consiste solamente en aplaudir. Creo que la obsecuencia es la peor enfermedad. Si uno es leal debe plantear ante el jefe lo que piensa. Y una vez conversado el tema, acatar lo que él diga. 
—Pero se lo ha acusado de ponerse en contra de las órdenes de Perón. 
—¡Jamás! Creo, en cambio, que si viene una orden, basada necesariamente en informaciones indirectas —dada la distancia a la que está el jefe— que no tenga actualidad o que pueda resultar perjudicial para la marcha del movimiento, los militantes peronistas tenemos, por lo menos, la obligación de hacerle llegar a Perón nuestros puntos de vista. (De un reportaje hecho en mayo de 1968.)
Vandor tenía ojos claros y un cierto aire nórdico. Por eso algunos de sus más íntimos no le decían El Lobo, sino El Holandés. ("Y si no, fíjese en el apellido Van-dor —dice un veterano dirigente peronista—. Se trata, indudablemente de una españolización. Abundan los apellidos holandeses que empiezan con ese van-der al que después se añade una tercera palabra.") Nació en Bovril, un pueblito entrerriano que dependía del frigorífico local. Para Vandor era importante: 
—Pero mira adonde fuiste a nacer. ¿Dónde queda Bovril? —solían decirle sus amigos para provocar siempre la misma respuesta.
—Sí. Ya sé. Será un pueblo chico pero ha dado dos dirigentes gremiales y eso no lo pueden decir muchos.
En ese pueblito del departamento de La Paz nació también Antonio Ramón Baldassini (un abogado de 48 años) que es hoy el secretario general de la FOECYT (correos). El resto de los datos de la infancia de Augusto T. Vandor se pierden. Pero se salva, naturalmente, la fecha de su nacimiento —26 de febrero de 1923— y la edad que tenía cuando decidió emigrar a Santa Fe —14 años—. Después repetiría una y otra vez: "A mí me hizo hombre la marina". Estuvo en la Armada unos siete años y alcanzó el grado de cabo primero. "Dio dos o tres veces la vuelta al mundo. Eso le dio roce. Y le pulió su natural astucia", recuerda Juan Luco, ex jefe de la bancada peronista durante el gobierno de Illia. Tiempo atrás,el capitán de fragata Carlos Borzone le decía a Luco recordando al caudillo metalúrgico: "Fue el mejor suboficial que tuve en mis dotaciones. Sereno. Seguro". Hilario Salvo mandaba la UOM en los primeros años de la década del 50. Era también diputado. Pero había perdido "el favor de la señora", eufemismo acuñado por el folklore peronista para señalar que alguien no conseguía congraciarse con Eva Perón. Hubo un pustch contra Salvo que comandaron Abdala Baluch y Paulino Niembro. En esa vanguardia estuvo el delegado en la fábrica Philips, Augusto Timoteo Vandor. Su nombre empezaba a trascender ya las fronteras estrictamente metalúrgicas porque el 17 de octubre de 1952 fue de los que más hizo para levantar aquel feroz telón de silbidos que cortó el primer párrafo del discurso de
José Espejo que allí, desde el balcón, pudo comprobar hasta dónde había llegado su desgaste. Abajo, en la calle, Vandor estaba entre los promotores del desaire, codo a codo con Niembro y Andrés Framini. Niembro lo propuso para secretario general de la seccional capital de la UOM. Baluch había perdido el trono por culpa de una huelga que el gobierno declaró ilegal. Naturalmente, El Lobo ganó la elección interna con el apoyo de Niembro. Y ahí se encaramó al poder sindical del que sólo pudo alejarlo la muerte.
En su despacho de la calle La Rioja al 1900 Vandor tenía dos aparatos de tevé puestos uno sobre el otro. "Es para ver al mismo tiempo lo que pasa en las dos cegetés", bromeaba. Su mira siempre estuvo puesta en la unidad gremial porque estaba firmemente convencido de que el sindicalismo tenía que participar en el gobierno. Tal vez por eso, más de una vez se dijo que Vandor, "más que peronista, era gremialista". Estos párrafos —extractados de sus pocas y cuidadas declaraciones públicas— muestran la médula de su pensamiento político:
- No podemos reducimos a mantener relaciones más o menos cordiales con el gobierno. Debemos ser parte de él, institucionalizarnos.
- No aceptamos el rol de grupo de presión. Debemos ser factor de poder porque tenemos derechos y condiciones para serlo.
- El sindicalismo juega claro. No hace planteos clasistas. A mayor consumo de la clase trabajadora, mayores inversiones de capital y por lo tanto mayor desarrollo industrial. Cuando un sindicato lucha por un mejor convenio, lucha por el desarrollo de la economía.
- Su composición cualitativa y cuantitativa convierte a los sindicatos en la estructura más importante del país. Esa masa social le otorga al sindicalismo un poder económico de enorme magnitud que le permite soportar cualquier emergencia. Como consecuencia, el poderío político sindical le permite encaminarse hacia su institucionalización como factor de poder.

—Soy el interventor del sindicato y exijo que se cumplan mis órdenes. 
—No me diga. . .
El 4 de enero de 1956 el calor derretía hasta las baldosas de la vereda. Pero desde las 11 de la mañana los 3.100 obreros de la Philips bloqueaban entradas, pasillos y hasta el propio despacho en la UOM del funcionario oficial. Entonces llegaron los diez carros de asalto de la policía. Dos días más tarde iba a parar a un calabozo por acaudillar el motín. El nombre y la foto de Vandor encabezaron las páginas de los diarios y todo el mundo supo que era además de entrerriano, rubio. Y como ya había estado preso en el DT-6 amarrado frente a Puerto Nuevo y había pasado por Caseros y por Santa Rosa, redondeaba la aureola de mártir que lo consolidaba ante las bases sindicales. Si quería, ya podía empezar a moverse entre las bambalinas. Entonces no fue Vandor sino José Ignacio Rucci el que se enfrentó al interventor en la CGT, capitán de Navío Alberto Patrón Laplacete. El se preparó para lo que venía. Frondizi, en cumplimiento de la promesa electoral, inició rápidamente el proceso de normalización sindical. En 1958, con la lista Azul, Vandor recuperó la filial Capital del sindicato metalúrgico. Al año siguiente, se ungía secretario general de la poderosa UOM. A partir de ahí empezó a urdirse su otra aureola: la de gran tejedor. Las 62, con vistas a la devolución de la CGT, prometida por Frondizi, se lanzaron a aglutinar voluntades y Vandor consiguió hacer las alianzas con el MUCS (Movimiento de Unidad y Coordinación Sindical, de orientación comunista) y con los Independientes. Después de este escalón, tejió la Comisión de los 19 en la que formaron fila entre otros no peronistas el gráfico Riego Rivas o el mercantil Armando March. Esa comisión recibió la CGT de manos del gobierno de Frondizi.

Vandor —podría decirse— se manejaba con dos staff. Uno, el gremial que se integraba fundamentalmente con Femando Donaires (papeleros), Ramón Elorza (gastronómicos), Juan Recchini (aguas gaseosas), Gerónimo Izzeta (municipales), Vicente Roqué (molineros), Adolfo Cavalli (petroleros), Rogelio Coria (construcción) y Maximiliano Castillo (vidrio). El otro, el político, estaba formado en aquellos años de su máximo poder —1965/1969— por Alberto Iturbe, Juan Luco, Delia Parodi, Rodolfo Tecera del Franco, Vicente Leónidas Saadi, Antonio Cafiero, Alberto Armesto y Carlos Arturo Juárez. (Aquí también tenían lugar Carlos Gallo y Miguel Unamuno.) Finalmente, tenía su staff íntimo entre quienes figuraban Rosendo García, Paulino Niembro y Roque Azolina. Casi siempre había reunión en la sede de la calle La Rioja. Entonces Vandor preguntaba: 
—A ver. . . ¿quién se queda a comer? Los contaba y llamaba al boliche de la esquina. Los que se quedaban con él sabían lo que comerían casi sin variantes: pollo a la portuguesa. Unificaba la lista para evitarse líos. Y si no, se iban a algún bar a hacer algunos partidos de truco de a seis con memorables pica-pica entre él y Gerónimo Izzeta. Le gustaba el truco, las apuestas y los caballos. Además, solía escuchar atentamente a Alfredo Gómez Morales y le gustaba discutir sobre historia argentina. Admiraba a los caudillos del
siglo pasado y estaba en esa línea revisionista que glorificó la corriente federalista. A veces subía desde el
subsuelo al despacho de El Lobo, el tesorero de la UOM:
—¿Qué?. . . Lorencito.
—Te traigo unos papeles para firmar.
Vandor firmaba
—¿Nada más?
—Nada más.
Lorenzo Miguel —que lo heredó, cuando casi todo el mundo no apostaba a eso— se iba y la charla política continuaba.
En la superficie, la primera brecha entre el sindicalismo recientemente rehabilitado y el gobierno de Frondizi se abrió en enero de 1959. Por entonces el gobierno quiso desestatizar el frigorífico Lisandro de la Torre y eso encendió la mecha de las huelgas que se sucederían hasta llegar a aquellos famosos 42 días de paro ferroviario que sacudieron el panorama político de 1961. "Los trabajadores no son los responsables de la situación económica actual por no haber participado en la elaboración de los planes", insistía una y otra vez El Lobo. Por entonces empezó a tomar forma una de las leyendas sobre su sagacidad política. Perón se inclinaba ante las proscripciones descubiertas o veladas por el votoblanquismo. Vandor creía que eso a la larga le quitaría votos al peronismo. "La gente quiere ver a su intendente y por eso vota. Y como quiere verlo, puede votar a otro", se dice que argumentaba a menudo. Vandor, el gastronómico Ramón Elorza y el textil Andrés Framini, llevando las valijas de las 62 partieron para España.
Allí, tras largas conversaciones consiguieron que Perón les dijera: 
—Bueno, vayan y ganen. El peronismo perdió —por distintas razones— las primeras elecciones provinciales en Catamarca, San Luis y Santa Fe. Algunos dicen que Vandor, que tenía entre ojos al gobierno frondicista fue a verlo al ministro del Interior. Y allí, entre bueyes perdidos, habló a los muy finos oídos políticos de Roque Vitolo sobre la reciente elección santafesina, donde el peronismo —que se había presentado dividido— había perdido categóricamente:
—Ministro, por ahí perdemos también en Buenos Aires. Casi casi, nos convendría que nos proscribieran. Pero la fórmula peronista encabezada por Andrés Framini ganó las elecciones bonaerenses y ese resultado apuró la ya inevitable caída del gobierno de Frondizi. Hay quienes dicen que fue una astuta maniobra de El Lobo y están los que afirman que la jugada fue de Perón: él había profundizado a propósito la división en la provincia de Santa Fe para animar al gobierno a dar las elecciones en Buenos Aires olfateando que también ahí perdería el peronismo. Como haya sido, lo cierto es que Vandor estaba en la cúspide de su poder político-sindical.
Entre quienes conocieron a Vandor no se oculta que alguna vez estuvo tentado con la idea de lanzar un partido obrero. Tal vez haya sido la influencia del sindicalista Amado Olmos (sanidad), a quien Vandor apreciaba mucho. No es que El Lobo tuviera (como sí la tenía Olmos) alguna inclinación marxista. Pero la realidad era que el peronismo tenía a su líder muy lejos y por aquel entonces era más que nada una fuerza sindical, ya que tenía cortado el cauce político por las proscripciones o semiproscripciones. "Me parece que Olmos me estuvo trabajando", se dice que reflexionó un día Vandor. ¿Qué había pasado? El caudillo metalúrgico había estado en Madrid y Perón, como al pasar dijo: 
—Me han dicho que anda circulando por ahí la idea de un partido obrero. Mmm. . . Fue una señal muy clara para Vandor.
Pero iba a llegar el momento de su enfrentamiento más claro y definido con Perón. El vandorismo era en los años del gobierno de Illia una institución, casi un partido dentro del partido peronista. Sinónimo de poder sindical para unos, sinónimo de burocracia sindical y matonismo para la izquierda que más tarde se nuclearia en lo que se llamó la Tendencia. Preocupado por los comicios provinciales en Mendoza, Perón decidió mover la dama y envió a Isabel Perón a Buenos Aires para neutralizar al vandorismo que estaba concentrando cada
vez más y más poder. Manejaba el plan de lucha con la toma de miles de fábricas y hasta había propiciado el frustrado retorno de Perón que terminó en el aeropuerto de Río de Janeiro al impedir el gobierno brasileño que el avión continuara vuelo hacia la Argentina. Es cierto que esta maniobra frustrada había mellado en algo a Vandor, pero los puntos perdidos eran relativos. Su audacia política —como contrapartida— agrandaba el mito Vandor. El hecho es que El Lobo dio su apoyo a Alberto Serú García en aquellos comicios mendocinos mientras Perón mantenía silencio. Pero de pronto apareció un disco en manos de Isabel Perón con el nombre del candidato de Puerta de Hierro: Roberto Corvalán Nanclares. Ganó el conservadorismo mendocino, segundo entró el candidato de Perón, tercero fueron los radicales y cuarto el hombre al que Vandor había dado su expreso apoyo. Muchos pensaron que su estrella se había apagado para siempre. Pero El Lobo simplemente se recluyó por un tiempo.
En el otoño de 1966 los rumores de golpe de estado hada rato que habían ganado la calle. Las 62 de pie junto a Perón que comandaba José Alonso (quien de tanto en tanto recibía carta desde Madrid con infaltables alusiones nada laudatorias sobre Vandor) no disimulaban su entusiasmo. Las 62 de Vandor exhibían un muy discreto silencio. Pero nadie dudaba que en el cuartel general de El Lobo el golpe era bien visto, así que no llamó la atención que parte de la dirigencia vandorista estuviera en el acto de asunción de Onganía. El propio Vandor, que nunca (o casi nunca) había usado corbata, tuvo que pedir una para entrar a la Casa Rosada a firmar un convenio. Fue el 2 de setiembre de 1966. El romance duró hasta que Adalbert Krieger Vasena tomó las riendas de la economía. Después empezó a declinar y rápidamente se extinguió. "Onganía cree que los obreros necesitan un tutor y que él es ese tutor. Se equivoca", había dicho Vandor. El enfrentamiento era un hecho y el caudillo sindical lo libró en dos frentes: en la lucha gremial y mandando a negociar a dirigentes como Juan José Tacone o Rogelio Coria. Ahí nació el participacionismo.
El eclipse de la estrella de Vandor no duró mucho. Hacia fines del '68 o comienzos del '69, Héctor Villalón, frontal enemigo de Vandor lo mandó llamar. Se reunieron o en Niza o en Biarritz. Perón no quería el divorcio entre el poder sindical acá, y el poder político allá, en España. Vandor llegó a la cita programada en Irún cuatro horas antes que Perón. Se alojaron en pisos distintos. Después estuvieron en el comedor y caminaron por el jardín. "¿Cómo le explico esto al Viejo?", se decía mentalmente Vandor. Tenía que aclarar lo de Mendoza y lo de aquel congreso del 22 de octubre de 1965, en Avellaneda, que tuvo un claro color antiisabelino. Pero Perón hablaba de la estratosfera, de la filosofía, hasta que de pronto, como quien no quiere la cosa,dijo: 
—A propósito, Augusto. Usted sabe lo bien que le hizo al movimiento ese congreso. . . Los movimientos que no tienen corrientes internas no sobreviven. Vandor sintió que lo acababan de perdonar.
En 1962 le habían puesto una bomba en el auto, justo a la salida del Luna Park. En enero de 1966 le estallaron casi al lado tres petardos. Fue en el comedor del paddock de San Isidro y le amargaron esa tarde de burros, su diversión número uno. Cuatro meses después ocurrió el confuso episodio de La Real en el que, atrapado entre dos fuegos de la misma llama peronista, cayó su amigo Rosendo García casi frente a él. Algunos lo acusaron. Muchos lo defendieron. Finalmente, el lunes 30 de junio de 1969, a las 11.39 paró frente al edificio de la calle La Rioja 1945 un Torino color crema. Cuatro hombres bajaron a la carrera. Uno quedó al volante. El otro, con paso cansino se alejó unos metros y prendió un cigarrillo. 
—¿Señores?
—La policía. Un embargo. Acá está la orden.
La puerta se entreabrió un poco más: 
—¡Entra! ¡Vamos, que te quemo! Seis balazos le atravesaron el pecho arrancando desde la tetilla izquierda en diagonal, hacia abajo. Le pusieron una bomba entre las piernas. Vandor se quejaba muy débilmente. 
—Después que nos vamos se me rajan todos. Esta basura va a explotar en tres minutos.
Los que estaban con él lo arrastraron asiéndolo por las axilas y a los empujones bajaron la escalera. Apenas habían pasado cuatro minutos desde la enloquecida irrupción cuando explotó la bomba. Vandor murió en una camioneta camino al sanatorio de la UOM. Ese día se cruzó un límite en la Argentina. Se acababa de forjar el primer eslabón de la larga cadena de magnicidios políticos impunes que aprisiona al país. La Justicia sobreseyó la causa, sin poder encontrar ningún culpable, el 11 de julio de 1972. La Cámara confirmó el sobreseimiento el 5 de septiembre. Pero si hubiera habido algún culpable, se habría acogido a la amnistía dictada el 25 de mayo de 1973. En el número de la revista El Descamisado del 26 de febrero de 1974 se relató, exaltándola, la acción que segó la vida de Augusto Timoteo Vandor. Se abrió una nueva causa, ahora por apología del crimen. También fue sobreseída.
Roberto Fernández Taboada y Pedro Olgo Ochoa

 

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