TELEVISIÓN
El placer de los dioses
Los Vengadores

Luego de un año de sutiles insinuaciones, de gestos de complicidad más adivinados que percibidos, hace un par de semanas Patrick McNee y Diana Rigg se besaban por primera vez. Los televidentes que todos los martes asisten a sus irreemplazables peripecias no lo podían creer; McNee hasta se atrevió a quebrar su apostura de gentleman al dar una palmada en el trasero a su virtuosa compañera. Había una explicación para todo este desatino: dos personalidades trasplantadas invadían los cuerpos de John Steed y Emma Peel, subyugantes protagonistas de la serie inglesa 'Los vengadores'.
Por fin, como ocurre siempre, todo se soluciona y, consumada su venganza, la pareja se despide por una semana desde el borde de sendas copas de champaña. En sus comienzos, la serie distaba de ofrecer el esquema actual. La historia de Los Vengadores se remonta a 1960, cuando un grupo de escritores especializados fue reunido para lucubrar —durante el frío invierno londinense— un guión que convocara las musas de Hitchcock y Fleming. Como resultado, a partir de enero de 1961, los televidentes ingleses participaron de la obsesión de un joven médico —interpretado por Ian Hendry— que se sumergía en los bajos fondos de Londres y en los altos círculos del espionaje internacional, buscando vengar el asesinato de su novia. El protagonista era vigilado —y protegido— por el Servicio de Inteligencia Británico, gracias a un agente especialísimo: John Steed. Al año siguiente, Hendry abandonó su personaje para dedicarse al cine y Honor Blackman se convirtió en la pareja del agente secreto. Durante dos temporadas, los ingleses elevaron la popularidad del programa hasta cimas desconocidas por la televisión británica. Pero, en 1964, la productora reemplazó a la rubia Blackman por la pelirroja Diana Rigg y, sólo entonces, la serie accedió al mercado internacional.

Dos contra todos
Los martes, siete canales del interior y el 13 de Buenos Aires coinciden en dedicar su horario central a la inteligente sofisticación de esta serie. Las 30 mil libras esterlinas invertidas en cada capítulo —evidentes en el despliegue de exteriores, en la precisión escenográfica, en el imaginativo vestuario de Miss Rigg (especialmente creado por John Bates, el mejor figurinista de vanguardia que trabaja para Jean Varon)—, y los guiones, henchidos de acción y agudezas (que ni siquiera el doblaje consigue apabullar del todo); no alcanzarían a explicar el atractivo incomparable de la serie sin la presencia de sus impecables protagonistas.
Patrick McNee consigue el milagro de que un escasamente atractivo cuarentón reafirme las bondades del superado esquema de vida que daba especímenes tan refinados e increíbles como él mismo. Definiéndose como "romántico y ye-ye" a los 46 años, este aristocrático miembro del clan de los Hastings (presuntos descendientes de Robin Hood), que estudió en Eton, hizo triunfales giras shakesperianas con el Old Vic y filmó en Hollywood, transfiere graciosamente a su personaje algunas infalibles recetas de bon vivant que hace feliz su vida privada.
En cuanto a Diana Rigg, que encaja a la perfección en la agresividad de su contemporáneo personaje, luce un curriculum no menos significativo. Nacida —ya pelirroja y bellísima— hace 27 años en Yorkshire, vivió hasta la adolescencia en la India, estudió después en la Real Academia de Arte Dramático de Londres y trabajó como modelo hasta su primera actuación teatral: la Cordelia, de King Lear, durante una extensa gira de la Royal Shakespeare Company.
Aunque los libretistas de Los Vengadores consiguen crear en cada capítulo una intriga y una acción imaginativa y exclusivamente televisiva, el mayor mérito de la serie reside, indudablemente, en los caracteres de sus protagonistas y en la ambigua relación que los une. Ninguno de los personajes cumbres del género, cuyos modelos fueron minuciosamente revisados para la creación de la serie, había acertado con fórmula tan feliz: una pareja en la que el romanticismo conservador es masculino y la agresividad absolutamente femenina. Sin oponerlos jamás y haciéndolos disfrutar mutuamente de los juegos que el mundo del otro ofrece (la señora Peel viaja encantadísima en el antiguo Rolls y, para ambientarse, envuelve en un chal de gasa el cuello de su malla metálica), la serie propone, desaprensiva y alegremente, su universo, en el que todos los caminos —aun los más antiguos, aun los más feroces— conducen al placer.
Sin embargo, después de cuatro años de coexistencia feliz y mientras la serie se vende en toda Europa y América, los productores han suplantado esta temporada a Diana Rigg por Linda Thorson. En USA e Inglaterra ya están viendo los capítulos que Buenos Aires recién conocerá la temporada próxima, si el personaje de Tara King, para el que la ignota Thorson aporta bellas piernas y ningún pasado artístico, consigue nublar el recuerdo de la felina Diana Rigg, cosa poco probable.
Revista Primera Plana
10 de septiembre de 1968

Ir Arriba



Los Vengadores
Diana Rigg y Patrick McNee

 


 

 

 

 

 

 




 

 

 

 

 

Búsqueda personalizada