Revista Periscopio
30.12.1969 |
San Telmo alcanzó su apogeo desde principios de
año, cuando comenzaron a proliferar boliches y restaurantes. El
surco lo abrió 'El repecho' hace un par de años y allí sembraron
luego otros explotadores de la noche, refugiados en el snobismo del
año: el tango. Michelángelo, El viejo almacén, Malena al sur, La
barranca, La cueva y el resucitado Bar Unión se convirtieron en
centros de infaltables noctámbulos. El cetro de la exquisitez, que
El Repecho seguía ostentando a pesar de sus imitadores, fue
finalmente resignado en octubre, cuando se abrió el comedero más
señorial de la zona: Los arcos de los virreyes, en Defensa y
Belgrano.
Simultáneamente, en el Oeste crecían los lugares para la gente joven
y Ramos Mejía se iba convirtiendo en un nuevo epicentro de la
sofisticación nocturna. Tiny's, que había sido el boliche pionero,
debió compartir su trono con El quincho, Ayeres, Popeye, Olivia a go
go y El Cid, todos del mismo dueño: Carlos Alberto 'Petiso' Farseti.
También compitieron con idéntico éxito: Sie-Thao (en el rubro de las
boites) y los comederos Piú y Tua Pizza.
CENTRO Y NORTE
El Centro recobró sorpresivamente parte de su añorado encanto cuando
se abrió el Bar Baro (o Bárbaro, como lo llaman sus habitués). Fue
entonces que la esquina de Reconquista y Tres Sargentos adquirió un
ritmo inusitado y se pobló de melenudos disfrazados de hippies, cuya
actitud inconformista (hacia las ropas tradicionales, claro) vistió
la zona de distintos colores. El milagro lo produjeron las huestes
del Bar Moderno, cuya mudanza por desalojo le quitó clientes. De
esta forma, el Centro arrebató al Barrio Norte el encanto de la
sofisticación porteña. Mau Mau, convertida en atracción turística y
explotada exclusivamente con fines empresariales, también cedió. Lo
nuevo se llama ahora Rugantino, aunque creada con idénticos
propósitos. Solamente Afrika quedó intacta para los jóvenes que
merodean por la zona Norte, quienes también hicieron un hallazgo en
la desconocida calle Pereyra Lucena (entre Las Heras y Vicente
López): la boite Papua, una casa de té que abre a las 10 de la noche
y cierra a las 6 de la mañana.
Por siempre mini
Invicta, pese a la constante amenaza del retorno a la maxifalda.
Tampoco la contagiosa adhesión al pantalón le restó demasiados
puntos en el ranking de preferencias (masculinas, sobre todo).
Palazzos
O túnicas-pantalón de las mil y una posibilidades. Como que, tanto
en invierno como en verano, se usó y abusó al extremo de convertirse
en el uniforme de rutina para ocasiones varias. A saber, mañanas de
diáfana informalidad, cocktails, vernissages de turno y saraos más o
menos episóficos. La tregua del verano promete, en cambio,
combinaciones más epidérmicas: estratégicos nombril-au-vent o aún
más desaprensivas desnudeces.
Nude-look
¡Oh, las tímidas transparencias que soportan desengañados,
expectantes testigos de cargo en estas latitudes! Comenzó con nada
alevosas, etéreas gasas, para pasar gradual, subrepticiamente, a
revelaciones más o menos inquietantes. Una audacia que en varias
oportunidades fue penada con exilios casi violentos (penosa tarea
asignada a insobornables factótum de las principales boites
porteñas).
Botas, botas ...
Aunque se esperaba un fervor mucho menor al que soportaron las
capitales europeas, las botas (esta vez con el agregado de arneses,
espuelas y fantasías múltiples) se impusieron por segunda temporada
consecutiva entre las nativas de Baires. A veces, los marciales
taconeos inspiraban rumores golpistas instigados por los
atemorizados fabricantes de medias y hose-pants que debieron
desplegar ingenios y fantasías diversas para retener la adhesión
femenina.
Gitanerías
Collares, cadenas, argentinos tintineos de bijouterie ad-hoc, al
gentil servicio
del gipsy-look. Un estilo al que sólo se le advierte una única falla
para detentar real autenticidad: la de no iniciar a sus consumidoras
en la quiromancia y demás artes de Esmeralda.
Los años 30
Volvieron revitalizados con el retorno de los severos maquillajes a
lo Jean Harlow, enigmáticas Fedoras a lo Divina Greta, los tricots
de tísica adherencia, alguna que otra maxifalda y las vinchas-foulards
de franco estilo sioux.
El hippy-look
También contó con numerosas militantes. La artesanía prestó sus
destrezas para consumar rústicos accesorios (carteras, bolsos,
cinturones, cadenas, anillos y chaquetas de cuero).
Moda romántica
Reclutó pálidas devotas, envueltas en la pastelería de los moños,
encajes y vibrátiles pestañas postizas. Los detalles en mangas
abordaron el misterio
y la seducción a partir de puños y amplitudes máximas.
Resumiendo:
Durante el 69, se vio de todo en todas.
Moda masculina
Salvo estridencias en materia de corbatas, y excesos capilares
(melenas, patillas, barbas y moustaches, según estilos diversos),
podría decirse que se operó en el mercado con casi absoluta
normalidad.
30/XII/69 • PERISCOPIO 15
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