Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Octubre 2, 1928
Muere la Madre María

Estaba vestida tal como la habían visto sus fieles durante casi cuatro décadas: el sayal blanco que le rozaba los tobillos, un crucifijo de oro en la mitad del pecho y un ramo de pensamientos en la mano derecha. Esa tarde —el 28 de setiembre— un millar de enfervorizados la vieron en el patio de su casa, en Villa Turdera, por última vez. Al caer la tarde desgranó un manojo de profecías: "En el año 2000 no se acabará el mundo, pero donde haya agua habrá tierra"; la orgía tectónica incluía, desde luego, la desaparición de Europa. Los que la oyeron afirman que hubo claras alusiones "a la Segunda Guerra, a los problemas del hambre y la vivienda". Lo cierto es que por la noche se acostó en la cama y conferenció vastamente con la apóstol Francisca, a quien nombró su albacea espiritual. Cuatro días más tarde, el 2 de octubre de 1928, murió la Madre María, un mito argentino.
La tradición sostiene —y un puñado de fotografías corroboran— que María Salomé Loredo era una bella muchacha de porte majestuoso y ojos lánguidos. Había desembarcado en el Río de la Plata a los catorce años, cuando sus padres —labriegos de Subiete, una aldea de Castilla la Vieja— emprendieron la gran aventura, seducidos por el auge económico del Nuevo Mundo. En Saladillo, donde se habían establecido, María conoció a un rico hacendado lugareño, José Demaría, con quien se casó en 1874. Tuvieron un hijo que murió a los tres meses de edad, poco tiempo antes de que Demaría fuera abatido por el cáncer. Después de dos años de matrimonio, María heredó una sólida fortuna y volvió a la casa paterna De ahí se fue cuatro años más tarde, para volver a casarse. Una vez más el novio era un estanciero pudiente, Aniceto Subiza, con quien no tuvo hijos. Su biógrafo oficial, Eleuterio Cueto —administrador y representante de la pitonisa, autor de La Madre María y su doctrina—, cuenta que casi enseguida de haber celebrado su segundo matrimonio la futura versión femenina y rioplatense de Elmer Gantry contrajo una gravísima enfermedad. Según Cueto, sobre la desdichada castellana convergían el cáncer, la tisis y un ignoto mal que él llama "estérico": un síndrome que habría aniquilado a cualquiera con menos fe.
Pero eran los tiempos de Pancho Sierra, a quien María, agotada la confianza en los recursos de la medicina,, fue a consultar en 1882. El santón pergaminense le ofreció un vaso de su legendaria "agua fluidada" y la comprometió a convertirse en su continuadora una vez que volviera a enviudar (estado que vaticinó muy cercano). Subiza, efectivamente, murió en 1883 y María se curó. A partir de entonces, aunque nunca fue espiritista, le dedicó a Sierra una entusiasta veneración.
Con las dos fortunas amasadas en cuatro años de vida conyugal, María Salomé decidió vivir en la Capital y adquirió una casa en la calle Rioja. Las ancestrales convicciones de los aldeanos de Castilla, amalgamadas a la sentimental heterodoxia de Pancho Sierra, la impulsaron a auxiliar las penas de los desamparados; su fortuna comenzó a ser repartida en los conventillos de la vecindad. Pero tanta munificencia chocó contra el sentido práctico de su familia y tuvo que abandonar esos piadosos menesteres. Se dice que de su retiro hogareño la arrancó una mujer que salió en su busca una noche, recordando sus correrías benéficas, y le pidió ayuda. La casa de María se convirtió, de ese modo, en un desfile constante de humildes esperanzados.
Fue sólo el principio. A fines de 1892, María tuvo un acceso místico: una mañana, temprano, se arrodilló frente a una imagen de Jesucristo y permaneció en esa posición, rezando constantemente, sin probar un bocado ni beber una gota de agua, hasta el mediodía siguiente. Cuando volvió en sí, anunció que sería "la continuadora de Cristo en la Tierra", con miras a "la regeneración espiritual de la humanidad". Con el aval de una religión
secularmente reconocida, se podría haber dicho que la mujer recibió, en ese momento, la gracia de una revelación; pero, solitaria y heterodoxa, María necesitó muchos años y millares de adeptos para que sus módicos apotegmas morales fueran aceptados como ideas religiosas.
En marzo de 1967, en el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto quedó oficialmente registrada la "Religión Cristiana por la Madre María". Así culminaba un largo proceso legal que había sido abierto cincuenta y cuatro años antes, curiosamente, con el cierre de otro proceso judicial. El 21 de diciembre de 1912, el Juez Pedro Obligado —ante la denuncia de ejercicio ilegal de la medicina— sentenció: "No se puede condenar a la acusada. Ella no receta, ni entrega amuletos, ni adivina, ni cura. Habla para quienes quieren escucharla, simplemente. La acción legal es imposible".
"Soy la hija obediente de Dios y la continuadora de Jesús. No soy curandera, ni adivina, ni manosanta. Hay otras mujeres que se hacen llamar Madre María y que recetan yuyos, tiran las cartas y adivinan el porvenir. Preguntadles si adivinan el momento en que la Policía llegará para detenerlas", era la simplista deducción que proponía invariablemente en las conferencias que empezó a dictar con regularidad en su casa, metamorfoseada en templo de la nueva secta.
En efecto, la Madre María se impuso a sus fieles sin darles a cambio nada más que consejos de catecismo y exhortaciones para que conservaran la fe. Ningún hecho espectacular, ninguna curación, ningún milagro se le atribuyen. La biblia oral que cultivan celosamente sus admiradores incluye ocasionales respuestas de dudoso ingenio, alguna que otra admonición jeremíaca, un par de absoluciones magnánimas. El único hecho milagroso que escolta su leyenda es una fuga espectacular, la segunda vez que fue detenida: sin que nadie pudiera descubrir la manera cómo lo hizo, María desapareció de un calabozo de la Seccional 10ª.
Consolidada la misión y un poco fastidiada por la excesiva vigilancia policial, la Madre María se aposentó definitivamente en la localidad de Temperley, en Villa Turdera, junto con nueve apóstoles, la "cifra perfecta" (tres veces tres). En los siete años siguientes se ajustó al esquema de vida que se había trazado: pronunciar homilías morales ante auditorios cada vez más numerosos. Su grey se fue ampliando y diversificando con el aporte de la alta burguesía y la aristocracia: una de sus conversas, supuesta prima del Presidente Yrigoyen, le había regalado un costoso broche de oro y brillantes, pignorado por la Pastora al agotarse su patrimonio.
Cuarenta años después, su tumba de la Chacarita (la única que recibe más flores que la de Carlos Gardel) y el templo de Villa Turdera son polos, de peregrinaje para matermarianistas de todo el país. Ante su mausoleo —obra de lamentable gusto pero indudablemente lujosa—, diariamente se renuevan miríadas de esperanzados feligreses. Acuden en busca del milagro que, en vida, María jamás prometió. 
1° de octubre de 1968
PRIMERA PLANA

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La Madre María y sus feligreses

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

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