Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

DIPLOMACIA
La carga de la brigada ligera

 

Revista Primera Plana
10 de diciembre de 1968

Hace 120 años, el 25 de julio de 1848, Sir "William Molesworth dijo en la Cámara de los Comunes: "Ocurren aquí las miserables Islas Malvinas, donde no se da trigo, donde no crecen árboles, islas abatidas por los vientos, que desde 1841 nos han costado nada menos que 45.000 libras esterlinas, sin retorno de ninguna clase ni beneficio alguno. Decididamente soy de parecer que esta inútil posesión se devuelva desde luego al Gobierno de Buenos Aires que justamente la reclama".
Quizás haya sido la única vez que un dirigente británico se permitió objetar el acto de piratería cometido el 3 de enero de 1833 por el capitán John James Onslow y los tripulantes de la corbeta Clío. Al menos, los archivos parlamentarios no guardan otra voz en disidencia; sólo hay defensas del grave delito que aún sigue sin ser reparado.
La semana última, la Cámara de los Comunes volvió a concentrar las exteriorizaciones de esa soberbia, hoy tan injustificada como vana. El martes y el miércoles, el viejo recinto de la democracia mereció ocupar alguna escena de 'La carga de la brigada ligera', el sarcástico film de Tony Richardson que se exhibe en Buenos Aires.

Diálogo de sordos
La culpa la tuvo el viaje de Lord Chalfont, Secretario de Estado para las Relaciones Exteriores, a las Islas Malvinas, a fines de noviembre; esa visita probó que Inglaterra había tomado la decisión de abandonar el archipiélago y acceder a la inobjetable reivindicación de la Argentina.
Como es notorio, ambos países discuten el tema desde julio de 1966, por recomendación de las Naciones Unidas. El Gobierno de Londres —cuyas pretensiones chocaron con el celo y la eficacia de los negociadores argentinos, así como con el abrumador dictamen de la Historia— propuso recientemente al de la Argentina la firma de un tratado que anunciase la transferencia de la soberanía. Esa posición de acuerdo, como le llaman los ingleses, sería incluida en el informe que los dos Estados deben elevar a la UN, hacia el 20 de diciembre, dando cuenta de los avances obtenidos en las gestiones bilaterales.
El viaje de Lord Chalfont sirvió para comunicar a los malvineros que nada debían esperar de la metrópoli, enfangada en una crisis económica de proporciones. Su conveniencia estaba en la Argentina, que se dispone a recibir las islas con todos los honores y a respetar los intereses de sus habitantes, como respeta los intereses de los 20.000 súbditos británicos afincados en otras zonas del país. Es que la Resolución 2065 de la UN, que aconsejó las conversaciones, establece que la solución del pleito debe contemplar "los intereses de la población"; descarta, así, la consulta a la voluntad de
los malvineros, que hubiese equivalido a la celebración de un plebiscito. Por otra parte, la autodeterminación queda eliminada, en estos casos, en benefició de la integridad territorial.
Los ingleses lo saben. Saben, también, que no pueden contrariar una orden de la UN, de cuyo Consejo de Seguridad son miembros permanentes. Sin embargo, en el infinito diálogo de sordos entablado por el Partido Laborista y la oposición conservadora, las autoridades oficiales juran que no se dará un solo paso sin la anuencia de los malvineros. Valiente absurdo: la mayoría de los 2.079 habitantes son empleados de las grandes compañías, con sede en Londres, a las cuales pertenecen las estancias de las islas. Ochocientos de ellos tienen pasaporte de la Commonwealth, que no les sirve para emigrar al Reino Unido, menos todavía en las actuales circunstancias, cuando una campaña racista conmueve a los británicos, (ver página 43).
Con todo, los laboristas, para no perder la batalla ante los tories —que han convertido a las Malvinas en un ariete demagógico—, se atuvieron al principio de no actuar sin el respaldo de los isleños. La semana pasada, tanto Lord Chalfont como su colega Fred Mulley repitieron, en las dos sesiones dedicadas por los Comunes a tratar el asunto, que no habrá transferencia de soberanía si los malvineros se oponen. Mientras, esperan los frutos de la habilidad de Lord Chalfont, quien, al convencer a los isleños de que aceptaran pasar a la órbita argentina, no pretendía sino que fueran ellos quienes tomasen la delantera y se declararan conformes con el traspaso. La Argentina, por su parte, ya dictó sus condiciones; admisión, por Gran Bretaña, de la soberanía argentina en el archipiélago; rechazo de plebiscitos.
A fines de semana, los funcionarios del Palacio San Martín continuaban optimistas acerca de la posibilidad de que, en los próximos días, nazca la posición de acuerdo; el optimismo creció a partir del jueves, cuando llegó al país, convocado por el Canciller Nicanor Costa Méndez, el Embajador en las Naciones Unidas, uno de los negociadores. Un funcionario del Palacio San Martín bromeaba, al comentar los encrespados y estruendosos debates de los Comunes: "Ahora, los flemáticos somos nosotros, los argentinos".
Entre tanto, algunos conservadores se halagan con esta noticia: la Alginite Industries Limited sostuvo que las Malvinas poseen un maravilloso tesoro, las algas marinas, capaz de producir un salvador ingreso anual de 12 millones de libras. Los tories aguardan una declaración del Canciller Michael Stewart para esta semana: insistirá, tal vez, sobre el respeto a la voluntad de los malvineros.
Parece una manera oblicua de vengarse de Rhodesia, que expulsó al Gobernador británico hace tres años y aún no cedió a las sanciones logradas por Londres en la UN (con el voto afirmativo de la Argentina). Pero el imperio inglés ya no existe: se quiebra en pedazos.
Primera Plana
10 de diciembre de 1968

Al margen_________________________Página 43
GRAN BRETAÑA
El poder blanco
"Odio la fealdad, odio la vejez, odio a los lisiados y a los débiles." Estos versos de inspiración nietzscheana fueron escritos —a los 20 años— por Enoch Powell, líder de la extrema derecha del conservatismo inglés, humanista de formación y erudito por temperamento. Ahora, se regocija: "Era una obra de juventud".
Sin embargo, desde mediados del último mes, sus adversarios lo acusan de renovar, como en sus años de adolescencia, el tono del fascismo anterior a la guerra. El todopoderoso Daily Mirror lanzó el grito al denunciar, en tres páginas, el "peligro Powell".
Con el espectro de la invasión a Gran Bretaña, de jamaiquinos, indios y pakistanos, el Diputado conservador, de 56 años, hizo renacer la xenofobia natural de los obreros de Manchester o de Wolverhampton. En un discurso pronunciado una quincena atrás en Eastbourne, ante la mayoría del Rotary Club de Londres, se permitió las frases más extremistas de su carrera, superiores a las pronunciadas en Birmingham, en abril, y que le valieron la exclusión del pretensioso gabinete fantasma de los tories.
Hace dos meses, en la Convención anual del partido, en Blackwool, sus ojos azules estaban menos inflamados, su bigote marrón en calma; era, apenas, un simple delegado que podía causar sorpresas. Sin embargo, este traductor de Herodoto que habla 12 idiomas, desplegó una perorata de cinco minutos para insistir con sus tesis, pero carente de agresividad. Su situación en el partido era peligrosa, la del partido en el país también: Harold Wilson negociaba con el racista Ian Smith. Pero ahora, superada la reunión partidaria y la coyuntura gubernamental, volvió a levantar las armas.
Sin denotar pudor, Powell demandó la creación de un Ministerio de Repatriados, que se encargue de reexpedir a sus países respectivos a más de un millón de inmigrantes de color que viven en Gran Bretaña. Dentro de su partido, la protesta fue inmediata. Edward Heath, jefe de los tories, declaró: "Esas doctrinas se acercan al hitlerismo". Por su parte, el Obispo de Scuthwark ironizaba: "Como Jesús era un semita de piel oscura, pienso que Powell lo hubiese querido enviar de vuelta a Nazareth".
Días después, una sesión agitada salpicaba el Parlamento: "La presencia de Enoch Powell ensucia esta Asamblea", tremoló el Diputado laborista William Hamilton. Con otros 139 compañeros de banca firmó, entonces, una moción para condenar el incendiario discurso de Eastbourne por la Cámara de los Comunes.
Sin embargo, los mayores problemas aparecen en las altas esferas conservadoras. El dilema: expulsarlo o no. Heath promueve la indulgencia para evitar la ruptura con el ala derecha del partido. "Si excluimos a Powell —sostiene— no haríamos sino darle brillo a los blasones de un hombre cuyo peso político se corroe, cada día más, por sus propios excesos." No es el pensamiento del políglota. Después de sus explosivas declaraciones anunció que las elecciones generales estaban lejos —faltan aún dos años— y que él no se consideraba un candidato todavía. "Pero, ¿quién es el político que no ha soñado con instalarse en el 10 de Downing Street?", suspiró.
La postura del jefe tory sirvió de freno temporario. Al fin, las proposiciones demagógicas de Powell no comprometen al partido y sirven para quitarles votos obreros a los socialistas. Sin embargo, los expertos creen que, al salvar la cabeza en los últimos días, Powell sólo ha conseguido postergar la ejecución.

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Chalfont
Chalfont en las Islas Malvinas


Enoch Powell


 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

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