Revista Leoplán
un aporte de Alejandro Neira |
Una nota de ADOLFO R. AVILES
Especial para LEOPLAN
De tarde en tarde -con menos frecuencia de lo que nosotros
deseáramos- el cine argentino nos depara gratas sorpresas. Cuando no
se trata de rostros y nombres, lo amablemente imprevisto está
representado por la composición magnífica de una cara que aun
siéndonos familiar, cuesta descubrirla bajo la diestra aplicación de
variados ingredientes que la transforman, convirtiéndola en algo así
como producto de alquimia...
Y el ejemplo surge con la mención de "Nuestra tierra de paz". En ese
"film" hemos contemplado asombrados a Pedro Tocci reviviendo los
últimos instantes de la vida del general José de San Martin, en una
visión impresionante por su realismo y fidelidad.
¿Y quién ha sido el mago capaz de obrar tal milagro? Sencillamente,
el maquillador. El cine, cuyas múltiples posibilidades lindan con la
fantasía, necesita de ese imprescindible colaborador que es el
hombre y sus conocimientos, pues éstos le permiten la transformación
de un rostro normal en algo horripilante, grotesco... La
cinematografía requiere que los animadores legendarios de historias
truculentas adquieran realidad aparente. El ojo de la cámara, como
siempre inflexible, no perdona el subterfugio cuando éste no se
disfraza en forma inobjetable. Y los convencionalismos teatrales, en
materia de composición facial, cobran visos de pecado capital en su
aproximación con el lente para un primer plano.
La brillante luz de los focos es algo que también atenía contra la
carencia de solución para los múltiples y pequeños detalles que
siempre quedan resolver en una caracterización escénica. En este
caso, el espectador de la platea está relativamente lejos del
artista. En el cine, por el contrario, el "close up" es inmediato, e
inquiridoramente analizador. Y cuando el trabajo de "make up" no
está conseguido en forma impecable, su desnaturalización se explica.
Por estos motivos el séptimo arle, inclusivamente, ha depurado, a su
única requisitoria, el arte del maquillaje.
Narcisín Ibáñez es el hombre que emulando en nuestro medio al gran
Lon Chaney, consiguió despertar nuestra admiración, y que nos
rindiéramos ante la evidencia de que poseemos un verdadero artista
en el arte de la composición, que, por otra parle, radica desde hace
muchos años, para nadie son un secreto aquellos personajes que
encarnados por él para la escena, jamás permitían reconocer a un
joven, casi un niño. Imitando, sin saberlo, a Paul Muni, creaba
rostros impresionantes o cargados de años, merced a la sabia
aplicación de recursos y recetas desconocidas para la generalidad de
sus colegas.
Con amplios conocimientos de fotografía, dibujo, escultura y larga
práctica, consiguió presentar creaciones impecables. Y para
corroborarlo queda "EL fantasma de la ópera", donde su creación era
el fruto de siete horas diarias de trabajo ante el espejo. El
público del antiguo teatro Fémina, allá por el año 1934,
contemplaba, entre azorado y temeroso, aquel tétrico y funambulesco
personaje, hijo natural de crueles pesadillas. Así se explica que
fuera un desconocido la mayoría de sus propios compañeros. Cuando
éstos llegaban al teatro, ya estaba Narcisín completamente, en
situación, y al retirarse, recién el "fantasma" dejaba su ingrata
investidura... Al respecto Cuenta el aludido que, en cierta ocasión,
un actor con quien trabajaba todos los días, al verlo sin afeites en
su cara le preguntó por Narcisín Ibáñez. al cual deseaba hablar
urgentemente...
El maestro y "pioneer" del maquillaje cinematográfico ha sido
indudablemente Lon Chaney, el hombre del mirar bueno, el de "la vida
en los ojos". Su arte, que nunca se preocupó de ocultar, tenía
características propias. Ostentaba un sello de exclusividad, y de su
contacto con él extrajo Narcisín Ibáñez provechosas enseñanzas. Era
en el año 1927. El cine no había adquirido la palabra ni el dominio
que hoy le reconocemos. Su primitivismo le concedía tonalidades de
arte intrínseco, y llevado Narcisín Ibáñez a América del Norte, por
sus compromisos teatrales, llegó hasta Hollywood. Sabía de Lon
Chaney. Admiraba sus portentosas transformaciones y soñaba
repetirlas. Fué así como un amigo, Ortega, director de "Cine
Mundial", los acercó. "Para mí— de Narcisín—, aquel hombre de cuerpo
atlético, técnicamente trabajado por la gimnasia, parco en palabra,
que mientras nos presentaban seguía aplicándose colodión para
simular una cicatriz, o se aplicaba ligeramente el cisne pleno de
polvos por sobre el rostro, era algo así corno un Dios... Le mostré
unos retratos, testimonios de mis humildes, aunque empeñosas
caracterizaciones para las tablas, y debió haber visto en mis ojos,
en el ansia con que escuchaba la traducción de sus palabras, algo
que ignoro: pero lo cierto es que complacido repitió una y otra vez
los pormenores que hacían inigualable su especialización". La visita
se efectuó varias veces, y las observaciones dieron resultado. El
admirador de Lon Chaney, con el correr del tiempo, perfeccionó su
técnica, y el autodidacto llegóse al profesional...
Hasta el momento, en nuestra cinematografía no hemos tenido
maquilladores. Los existentes, sean nativos o extranjeros, son
simples expertos en caras limpias. En la composición de tipos o
caracteres faciales, no contábamos con ninguno. Narcisín Ibáñez es
el primero. Él, como otros tantos artistas del teatro, explota sus
conocimientos en su propio beneficio. El cultivo del "make up"
requiere sobre todo una exagerada dosis de paciencia. La
construcción de un rosto no es empresa fácil ni tampoco labor de un
solista. En ella se complementan tres: la del director, la del
iluminador y, finalmente la del titular. Las tres se funden en una.
Todas, colectivamente, en una absoluta compenetración, quedan más
tarde reflejadas en rostros impecables, lejanos, comparados con el
original. Así vemos la composición de Paul Muni calcando el rostro
de Juárez, el legendario mexicano, o el de Emilio Zola.
El sentido crítico y los conocimientos de la materia sirven al actor
para colaborar con Percy Westmore, especialista de merecida
nombradía.
Esto es lo que podríamos llamar el "make up" estilizado. El otro,
que aplicado a Boris Karloff por Jack Piers le permitió revivir al
horripilante Frankestein, es igualmente producto de largas horas de
concentración material, pero nunca llega a la sutileza, a la
espiritualidad que expone Paul Muni, u otros intérpretes de su misma
categoría.
El maquillaje es un campo fértil donde pueden obtenerse resultados
extraordinarios, pero siempre a cosa de ingentes trabajos.
¿Está compensado pecuniariamente un "maquillador" criollo? No.
Nuestros estudios, capaces de invertir sumas considerables en el
rodaje de "films" y contratación de intérpretes, conceden
pequeñísima importancia a la persona encargada de velar por el
cuidado de los rostros que ha de captar la cámara. Y esta falta de
compensación material aleja el interés por la especialización. La
mayoría de los pomposamente llamados "maquilladores" en los "sets"
locales apenas perciben una retribución mayor de $200 mensuales, o,
de lo contrario, están a sueldo de un contratista, o bien son
aceptados a tantos pesos por el arreglo facial de todos los
intérpretes que se presentarán en la película, sin distinción de
clases. En tales condiciones, ¿cómo es posible pedir idóneos?. La
ardua labor del aplicador del "make up" se reduce, por lo tanto,
simplemente a la rápida coloración de todos los rostros, sin
profundizar en detalles de pigmentación y muchos otros cuyos
análisis son indispensables para el feliz logro de una buena
fotografía.
Esto explica el porqué de tantas expresiones cadavéricas, cuando no
detonantes en luces y sombras, que desfiguran rostros familiares,
haciéndolos repudiables.
Son muchos los problemas que debe resolver el cine nacional, pero
consideramos que uno de los más urgentes es el perfeccionamiento del
maquillaje. Para aquellos que sistemáticamente sustentan la crítica
negativa, fué motivo de sorpresa el comprobar la desusada forma en
que se caracterizó a un artista criollo, a impulsos de un solo
deseo: hacer las cosas bien y saber hacerlas...
Los productores locales pueden resolver el problema estimulando a
los que ya han dedicado sus actividades y entusiasmos a la
profesión. Pero no con la mísera cantidad que damos a conocer. Una
ciencia tan compleja requiere otra retribución y mayor respeto.
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