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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


El impulso vital y la estética
María Granata

revista mercado
4 de junio de 1981

un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

 

 

El destino de los escritores, aun el de los más fértiles, suele centrarse, paradójicamente, en una sola obra, aunque sean varias las de valor. En la literatura sucede: uno dice Mallea y enseguida "Historia de una pasión argentina". Uno dice Roberto Arlt y asocia "Los siete locos". Dice Bioy Casares y repite "La invención de Morel". Los ejemplos son muchos. Con María Granata el juego dialéctico persiste: 'Los viernes de la eternidad', su novela más célebre, ha terminado por marginar a toda su anterior obra poética y aun a su posterior narrativa, por lo menos en el plano de la difusión. Como acentuando su carrera vertiginosa, este libro ha sido motivo de una película dirigida por Héctor Olivera lo que ha multiplicado su éxito. Para este diálogo, sin embargo, María Granata es algo más denso e intenso que un solo libro. Es la mujer que vive en Alejandro Korn, un pueblito situado en el Gran Buenos Aires; es la poeta de Umbral de la Tierra, de Muerte del Adolescente, de Corazón Cavado, impregnados de una poética lírica y musical. Las distinciones recibidas por Umbral de la Tierra —el segundo premio Municipal y el primero de la Sociedad Argentina de Escritores— la colocaron de inmediato entre las más respetadas de la generación del cuarenta donde, también brillaron y brillan Olga Orozco, Enrique Molina y Alberto Girri, entre otros.
En la actualidad María Granata ejemplifica un tipo de escritora emparentada, por su estilo y contenido, con la literatura mágica que hicieron resonar García Márquez, Rulfo, Carpentier.
MERCADO —Esta es una pregunta antigua como la literatura, pero a veces es necesario hacerla para iniciar un diálogo sin perder demasiado tiempo en tratar de descifrar el mundo de quien responde, sino metiéndonos directamente en él. ¿Qué es la literatura para usted?
GRANATA —La literatura soy yo y mis personajes. En la medida que los escribo y los describo, voy descubriendo el alma humana, su psicología, sus conflictos, sus esperanzas. Amo el lenguaje, me deleito con las palabras y sus significados, pero no veo en la literatura exclusivamente un sentido estético. Amo sobre todo el impulso vital que me anima cuando escribo antes que la delectación intelectual o estética.
MERCADO —Cuando usted dice soy yo y mis personajes, ¿quiere decir que se retrata a sí misma, que hace en ficción su autobiografía?
GRANATA —Precisamente no. Cuando uno hace poesía lo personal resuena más intensa y claramente. Pero en la narrativa una ve que desarrolla personajes que no sabe conscientemente a qué impulsos responden porque les parecen extraños, les parecen ajenos a una misma.
MERCADO —¿Cuál es la utilidad de esa literatura, puede probarse, puede explicarse? Un libro que informa le sirve al hombre por sus datos, ¿pero un libro de ficción, una novela?
GRANATA —Admito que es difícil probar si sirve de una manera utilitaria como sirve la ciencia o una máquina. Pero he sentido y he percibido cómo mis libros han sido útiles emocionalmente a algunos lectores que se me acercaron a decirme por qué los había conmovido tal o cual personaje, tal o cual párrafo. Sé que algo cambia cuando lee una obra que lo sacude: el panorama de la vida ya no es el mismo. Creo en la literatura que transforma. Cuando un lector al terminar de leer un libro no siente que en él cambia nada no ha leído literatura. Puede gustarle o no, puede estar o no de acuerdo, pero si al rato olvida lo que ha leído, si siente que sigue siendo el mismo, no sirve.
MERCADO —Hay escritores que trabajan con material intelectual o filosófico casi exclusivamente, casos Huxley, Thomas Mann, Herman Hesse. Se dice de su literatura que responde a lo mágico. ¿Porqué?
GRANATA —Yo me considero consustanciada totalmente con la realidad, adoro, me entrego a la realidad. Y sin embargo, mi tendencia me lleva después a una transfiguración mágica cuando escribo. Pienso que quizá eso se deba a que yo provengo de la poesía. Es posible también que la realidad no es esa masa dura, áspera, tan poco poética que creemos, sino que también abarca otras posibilidades: también lo poético y lo mágico. Yo nunca haría literatura fantástica, eso me significaría partir de la ficción. Yo parto siempre de la realidad. Me inspiro en sentimientos que puedan ser posibles en esta vida. El personaje protagónico de "Los viernes de la eternidad", el aparecido, es un producto de nuestras creencias, de nuestro sentido de la muerte. Creo que mi mayor sentido de realismo reside en la manera en que muestro los sentimientos humanos. Lo mágico es sobre todo una envoltura formal de la realidad.
MERCADO —Se habló de lo mágico y de la realidad. Camus, Malraux, Emile Zola, Thomas Mann, Celine (entre nosotros Lugones) hicieron un tándem entre ambas. Mezclaron sus ideas con sus sueños, no importa si con razón o sin razón. ¿Cuál debe ser la actitud del escritor en nuestro tiempo? ¿Escribir en silencio? ¿Proclamar sus verdades dentro y fuera de la literatura?
GRANATA —¿Usted quiere decir cuál es el compromiso de un escritor frente al mundo? ¿Qué pienso yo de eso?
MERCADO —Sí.
GRANATA —No creo que un escritor deba dejar de tener una actitud combatiente frente al mundo. Pero eso como ciudadano. Ahora, como creador, es distinto. Cuando escribió 'La condición humana', Malraux se planteó un hecho político, él no coartó su creación, la estimuló, la sacó afuera. Lo peligroso es cuando alguien se propone crear a partir de ideas políticas. Eso es limitarse, escribir panfletos sin ningún valor ni literario ni político. Yo creo en lo que nace naturalmente de uno. Digo que debe haber una separación entre el compromiso como ciudadano y el de creador. Si se da la coincidencia puede surgir una gran obra. Si no, sólo saldrá un híbrido.
MERCADO —Usted vive en un pueblo, Alejandro Korn, aquí cerca y aquí lejos. Para comunicarse con su quinta, que no tiene teléfono, hay que usar el correo. ¿Cómo describiría esa situación, cómo se observa ese pasaje de un pueblito a la gran ciudad?
GRANATA —Es cierto; estoy a una hora de auto de Buenos Aires y tengo el privilegio de unir en ese trecho dos opuestos: el paisaje agreste y libre frente a la compulsión delirante de la Capital.
Desde el ventanal de mi casa veo el horizonte y el cielo, veo mis perros, mis gatos, un viejo auto que no uso porque no sé manejar; veo el jardín, los frutales, la calle de tierra, algún vecino que me saluda desde hace dieciocho años, los que hace que vivo allí en el barrio El Pilar. A la ciudad vengo dos veces a la semana a hacer trámites, a charlar con amigos. Yo nací en pleno centro y no lo extraño.
MERCADO —¿Cuál es el punto de partida de una novela para usted? ¿Dónde aparece la inspiración, bajo qué estímulos explicables?
GRANATA —En mi última novela sucedió un caso curioso. Se llama 'El jubiloso exterminio'. Yo venía en el tren y se me ocurrió el título y pensé que era un título bello, quizá para un libro de poesía y nada más. Me dediqué a olvidarlo hasta que en otro viaje vuelve a aparecer nuevamente. Me dije entonces que nada es casual y que por alguna razón había permanecido en mí esa frase "El jubiloso exterminio" ¿Cómo es posible que un exterminio sea jubiloso?, me pregunté. Y tuve la respuesta: es la eliminación de aquello que impide que seamos nosotros mismos. Y así empecé a escribir el argumento.
MERCADO —¿Y usted cuándo empezó a escribir, a qué edad, por qué motivo?
GRANATA —Casi perdí la cuenta de los años, era muy chica. Mi padre era un médico italiano que adoraba la literatura y él me hacía leer nada menos que la poesía de Lopardi. Es probable que alguien pueda explicar psicológicamente que escribo en su homenaje. No lo sé racionalmente. Empecé haciendo poesía, ni soñé escribir novelas. Casi de golpe se me aparece el personaje de 'Los viernes de la eternidad'. En eso soy muy aventurada, no escribo con planes, ni con fichas, ni con informes. Escribo así, internándome en una aventura que no sé cómo va a terminar.
MERCADO —¿Qué piensa entonces de un escritor profesional? ¿Qué le sugiere esa palabra que tanto se usa en las editoriales de todo el mundo?
GRANATA —Yo creo que la palabra profesional enfría la condición de escribir. El escritor debe guiarse por su instinto, no por su afán de éxito o trabajo. Hay un ejemplo maravilloso: Enrique Banch. El empieza a publicar sus libros a los diecinueve años y a los veintiséis deja de escribir para siempre. Y es maravilloso también que la Sociedad Argentina de Escritores lo haya distinguido con su premio más importante cuando hacía más de treinta que no escribía. No hay obligatoriedad de escribir toda la vida y menos de escribir por una exigencia del mercado. El arte no se propone, se impone. Entre la segunda y tercera novela que yo escribí pasaron cinco años. Si hacía caso de exigencias habría publicado más libros y también me hubiera arrepentido.
MERCADO —¿Vive de la literatura?
GRANATA —¿Usted cree? De mi novela de más ediciones, Los viernes de la eternidad, la faja dice que se tiraron veinticuatro mil ejemplares en ocho ediciones. Para nosotros es un best seller. Equivale al monto de una jubilación mínima mensual. Si se hubiese promulgado la Ley del Libro que se propuso en el año setenta y dos, otro hubiera sido nuestro destino de escritores sudamericanos.
MERCADO —¿Cómo observa el fenómeno de esta literatura sudamericana y latinoamericana?
GRANATA—Como de una gran creación mágica. Diría que toda América, incluyendo a los Estados Unidos, tiene una gran potencia imaginativa. Uno no tiene más que leer Faulkner o García Márquez para entenderla. Los europeos están como más desgastados, más en decadencia en su fuerza. Yo personalmente prefiero el sentimiento al pensamiento en la narrativa. Creo más en el narrador pasional que en el intelectual. En general es buena la integración de ambas cosas: aunque últimamente suele tener más prestigio lo intelectual que lo emocional y eso es un error vital. El solo pensamiento puede volcarse en un ensayo no en una ficción.
MERCADO —¿Borges qué es para la literatura argentina además de un mito?
GRANATA —Es un tapón. Hay una corriente de buenos escritores argentinos que pagan las consecuencias de haber sido bloqueados por ese mito que ha concentrado sobre sí la única posibilidad de la literatura argentina. La palabra justa para este fenómeno Borges, es obstrucción. Nunca hubiera surgido en Europa un polo tan excluyente. Los argentinos somos así polarizamos y sufrimos después. Creer que solamente existe Borges es un extremismo intelectual. 
Orlando Barone