Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

¡Qué máquina hipócrita!

Revista Confirmado
10-11-1966


El periodista Luis Pico Estrada circulaba frívolamente de mesa en mesa: "Este es el entierro de la izquierda burguesa", repetía con inalterable convicción. Isabel Uriburu, enfundada en un largo fourreau blanco, con dos inmensas camelias a guisa de aros que le impedían oír, cintas blancas en el pelo y anteojos ahumados, intentaba echar cizaña entre la mesa de Horacio Rodríguez Larreta y la que compartían Carlos Menditeguy, Juan Manuel Bordeu, Marcela y Ramón Avellaneda y Graciela Borges. Fracasó, y poco después se fue, desilusionada. El periodista Edmundo Eichelbaum se jactaba: "Soy el primer hombre que entró en Mau con portafolios". Tito González —ex secretario de Arturo Frondizi— caminaba con dignidad en torno de las mesas echando vistazos inquisitivos. Finalmente se decidió y llamó a un mozo: "Por favor, ¿cómo hago para bajar al otro nivel?".
Era uno de los pocos hombres vinculados con la política que el jueves 3 de noviembre circuló por Mau Mau, la. discotheque más famosa de Buenos Aires, un inmenso living dividido en varios sectores, que esa noche albergó a cerca de 700 ansiosos seres humanos. 400 de ellos habían sido invitados por Havas y Molina, una consultoría de empresas en el área de la promoción, encargada de lanzar Imprevu, un nuevo perfume de Coty. El resto consiguió sortear por amistad o astucia a los normales porteros de Mau ya los adicionales cortesanos con pelucones empolvados que intentaban ordenar un poco el tránsito. El asunto pintaba bien: un show artístico, la elección de parejas ideales por una computadora electrónica que manejó 40 mil combinaciones posibles a partir de las respuestas de los invitados a un test ideado por el psicoanalista Enrique Pichón Riviére, buena música, gente linda y limpia, y whisky a go go, sin odiosas limitaciones.
A Coty le costó cerca de dos millones de pesos, la mitad, de los cuales sirvieron para compensar a los mellizos Lataliste, propietarios de Mau. Pero le sirvió para que 700 personas de los niveles sociales más elevados, generalmente consumidoras de buenos perfumes y creadoras de opinión, se convirtieran en entusiastas propagadores de una imagen de la empresa:, algo moderno, muy in, informal, bohemio, desfachatado y simpático.
A eso de las 23, 100 personas se agolpaban en la puerta de Mau, en la calle Arroyo al 800, y mientras las señoras y señoritas trataban de que las colas de sus vestidos no rozaran la vereda, y el viento, que anunciaba lluvia, no desmantelara sus peinados, los señores golpeaban la puerta. Media hora después, ya 500 concurrentes colmaban el recinto. Poco más tarde, el esforzado Norman Briski intentó llevar a cabo su pantomima Visita a la señorita novia, bastante graciosa cuando la hizo en teatro, pero incomprensible en el tumulto, y con los micrófonos que no andaban demasiado de acuerdo con las altas esperanzas depositadas en ellos.
Después, Enrique Villegas, con corbata colorida, camisa a rayas gruesas y galerita, perdió 10 minutos antes de decidirse a prodigar sonidos de Gershwin. Prefería monologar y pedirle cosas extrañas a Chunchuna Villafañe (de verde, bastante bien): un reloj, pajaritos, perfume. Ella se cansó, le colocó un pañuelo delante de la boca y lo obligó a tocar. Cuando
terminó, el poeta César Fernández Moreno (canoso, corbata con rabiosos dibujos peruanos amarillos, acompañado por su mujer, Marta McGough, rubia, elegantísima con aros de pasamanería) comentó en una mesa con amigos: "Eso no es nada, lo difícil sería si la mordaza la tuviera en los dedos".
Antes aún, Nacha Guevara había sufrido rompiendo el fuego: solita, sin acompañamiento musical, cantó durante 10 minutos, en francés, 'Le perfumage', una versión del célebre 'Le pornografhe', de Georges Brassens, que retocó sabiamente. Carlos Del Peral, que estaba sin su saco de gamuza y sin su sacón deportivo de gabardina. 
Lo mejor vino a continuación: una ópera escrita por Carlos Del Peral, musicalizada por los desopilantes I Musicisti, inventados por el barbudo Jorge Shussheim y el asténico Gerardo Massana. Marcos Mundstock, trepado a una escalera, leía con solemnidad de locutor de radio Nacional, o Municipal, que se parecen: 'El príncipe no se quiere casar con la princesa. La princesa es un poco neurótica'. I Musicisti hacían sonar sus inverosímiles instrumentos: en general, Beethoven primorosamente transfigurado en algo divertidísimo. Y cantaban: Sólo tiene tres años de análisis / y sus tendencias principales / son cierta omnipotencia y masoquismo. / Y la represión, la represión, la represión. / Quiso estudiar sociología. / Pero el rey no lo dejó y cerró la facultad. / Y ahora la princesa está un poco neurótica. / Y se quiere casar, se quiere casar, se quiere casar. Entonces Nacha lloriquea y ríe, "es un poco Ofelia", según precisa acotación del libretista Del Peral. Pero el que no se quiere casar , es el príncipe. Ella canta: Cuando me case seré libre / quiero estudiar / y no ser una alienada. El se defiende: No, no, no y no: yo no me caso nada / porque no quiero ser / un chivo emisario. Al final lo convencen: con perfume, por supuesto. Y un remate del show artístico, a cargo de su director general, Briski, que recitó un prodigioso monólogo, también de Del Peral. "Los griegos vagaban filosofando por los bosquecillos de mirtos o laureles, llevando en cada zona del cuerpo un perfume determinado, como por ejemplo en los ojos olor a ojos, en las rodillas esencia de rodillas, y así sucesivamente," Además: "Hay tres clases de hombre: el panzatranta, u hombre gordo; el muchashiva, u hombre barbudo, y el manyayoga, u hombre obsecuente. Pero hay una cuarta que el sabio prefiere, y es la mujer. Mujer, perfume. Y el Kama Sutra, el viejo libro sagrado del amor, el maestro de las apsaras y las devadasas, ahonda este concepto diciendo:. Saranavapati puruna mala kokila dharma, saranavadharma kokuna mala puruna pati. El sánscrito no miente".
Ahí terminó la cosa. O empezó la otra cosa, la de la computadora. Algo así como 140 audaces enviaron sus tarjetas con la respuesta al test; según la máquina, 30 no tenían pareja ideal. Desde el estrado, Hugo Guerrero Marthineitz leía las tarjetas y presentaba a las parejas. A su lado, Isabel Uriburu no se movía: las camelias no la dejaban oír, y se acercó para no perderse el compañero.
A ella le tocó León Chebas; a Claudia Sánchez, ombligo deliciosamente descubierto, le tocó Daniel Muchnik; a Ignacio Urdapilleta (gerente de Toddy), Clara González Guerrico; a Norman Pitchon (medias Orea), Marcela Mayol de Avellaneda; a Adelma L. de Podolsky, Joao Luis Da Silva Faría (ejecutivo de Varig). Alfredo Whitelow (gerente general de Coty) tuvo suerte: le correspondió Cristina Astigueta, una morocha esbeltísima, con un traje largo color turquesa. A Chunchuna Villafañe de Molina, Carlos Squirru; antes de bailar con él se despidió de su marido, Horacio Villafañe, con un beso tierno, que hizo suponer un largo viaje. A Delia Puzzovio de Squirru —la mujer de Charlie, y desaforada pop— le correspondió como pareja ideal Cecilio Madanes; al modista Jacques Dorian, Maris de Navarro Clarck; a Marta C. de Alcorta, Manucho Mujica Láinez. Dos directores de cine comentaron: "Esta computadora es muy hipócrita".
La bailarina Mercedes Robirosa lucía con energía la única minifalda de la noche. Marta Minujin bailaba con el imberbe Raúl Escari: llamaba la atención su pijama blanco, con pantalones de odalisca. Beatriz Guido —con un vestido pop blanco y negro— conversaba con el actor Jorge Alvarez, acaso el mejor bailarín.
Sentadito a su mesa, Cecilio Madanes preguntaba a un joven por qué se había casado. La respuesta fue inaudible. El barullo crecía sin fatiga, algunos caballeros extenuados se desparramaban sobre los sillones. Una señora dijo: "Me parece que es más difícil encontrarse acá que en la vida". Un señor acotó: "Lo prefiero a Dios en eso de armar las parejas". Tenía razón: nadie bailó más de 10 minutos con su amor cibernético; unas palabras de compromiso, y de vuelta al redil. Salvo Enrique Pichón Riviére, el autor del pastel, que departía muy amigablemente con Evelina Doura, una señora de pijama y enormes aros. A eso de las cuatro comenzó la desbandada. Sólo falta un detalle: la personalidad más común del grupo reunido en Mau. Analizando las tarjetas, se puede llegar a esta adorable conclusión: tanto los hombres como las mujeres son sentimentales, espontáneos, tuvieron una infancia feliz y una pareja paterna armónica. Sus actitudes no están regidas por creencias religiosas. Final: acaso la hipócrita no sea la computadora.

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