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crónicas del siglo pasado

 

Duró 93 años, entre 1891 y 1984. El 14 de octubre cerró para siempre el Mercado de Abasto, símbolo porteño, sinónimo de tango y Carlos Gardel. Lo mató el Mercado Central, en estos tiempos de heavy-metal. Por eso...
NACIÓ CON EL TANGO, MURIÓ CON EL ROCK
BULK TENS WEIGHTY MIDDLING LIGHT DAILY RATES PRICE FIXED GO TO HELL" (Decenas de bultos- pesados- medianos-livianos- tasas diarias- precio fijo- Váyase al infierno, Graffiti en el Mercado de Abasto el día del cierre).

 


Revistero

 










 

 

¡¡¡VIVA JUAN DOMINGO PERÓN!!!-se oye un grito.
Noche de primavera y de gatos cazadores, amigos, confianzudos, gordos como gatos de quilombo; luz amarilla en la cortada Carlos Gardel y dos obreros limpiando restos de un conventillo.
¡¡¡Gardel!!! El morocho del Abasto, tu grato nombre y tu melancólico retrato, acribillado por el óxido. Gardel, tu sonrisa o semi-mueca: cada dos segundos lo golpea el relumbrón azul de un cartel luminoso... 
¡¡¡VIVA JUAN DOMINGO PERÓN, CARAJO!!! repite el borracho desparramado en la ochava de Anchorena y Lavalle, bajo el frente de un bar quemado.
Sigue trabajando dentro del mercado de Abasto... Alguien está trabajando ahí porque las luces con sombrero siguen prendidas.
Lavalle tiene una soledad poética a esta hora, con toda esa calidad amarilla que parece entibiar aún más la noche y...
¡¡¡VIVA JUAN DOMINGO PERÓN, CARAJO!!! vuelve a decir el hombre el grito se desplaza, golpea contra la pared del mercado (la pared de atrás, la parte mala, extramuros casi, la pared donde merodea la mala vida y los hombres que no quieren mostrarse, la pared que va a morir primero, la que no tuvo arquitecto ni premio municipal del año 37, ni nadie pensó en convertir en centro de artes vivas ni ninguna de esas cosas que ahora se piensan para el Abasto); esa voz nacida adentro, desde el alcohol, golpea en la noche y corre siguiendo las vías del empedrado, por sobre las que no quieren pasar los taxis por eso de la suspensión, y la voz termina colándose por debajo de las persianas del bar. Ese viva Perón termina metiéndose dentro del bar El Modesto, de Balbín y Cía, según reza un viejo cartelito.
Nació en 1900, pobre. El dueño cierra una vez más las puertas. No sabe hasta cuándo va a ser así, porque desde hace una semana cierra cada vez más temprano. Y, nada por hacer, se va a su casa, pensando, carajo, que la única posibilidad que tiene son las barajas españolas para el tute y el truco, la mosca y el chinchón... porque los parroquianos de fierro todavía van -será por nostalgia- entre las 16 y las 22.
¡Así fue siempre! Se acodan en las sillas de madera, se apasionan y transpiran, apretujan los billetes en buena ley ganados... largan todo el olor a metano que traen del mercado y sueñan sueños truncos, cada vez menores...
Medianoche del 17 de octubre. Tibia noche para tres actos peronistas. Sobre Lavalle, los últimos cajones del mercado se van en llamaradas. Sobre Agüero, en el viejo bar Dellepiane, a veinte metros de Corrientes, seis hombres rodean a un cantor. Hay algunos más, solos en las mesas distantes, laterales, pegados por la espalda a la pared, como apliques.
Dice el cantor cobrizo: aquí te queda la clara/ la increíble transparencia! de tu querida presencial comandante Che Guevara... y sigue cantando.
Los gatos del abasto tienen el mercado para ellos solos.

Datos del revival: Rosas, Betinotti, Gardel y Villoldo. Todo en cinco hectáreas.
Sabe dios que va a pasar con este espacio catedralicio, eso lo sabe Dios. Lo que saben los porteños es que el hormigueo de las tres mil almas que trajinaban el viejo mercado murió el 14 de octubre, cuando apareció un tipo y empezó a pegar fajas de clausura en todas las puertas. Con ojitos de celofán lo miraban los hombres del abasto desde los bares cercanos. Ahí se acabó la rogativa, loco, hermano, se acabó todo. La barra del abasto no tiene taumaturgos.
Datos del revival: "el Mercado de Abasto empezó a funcionar en 1891, en el barrio pesado de Balvanera, en un espacio delimitado por Corrientes, Anchorena, Agüero y Lavalle. Balvanera había sido un lugar muy especial para Juan Manuel de Rosas: ya en 1836 vivían 3.635 personas según censo de la época. Entre ellos 500 morenos -protegidos del Restaurador- que se agrupaban en clubes denominados tambores. Hacia 1870, la zona se mantenía casi en estado rural, con alfalfares, quintas y ladrillerías. Los negros ya eran menos, pero se mataban con el candombe.
Hasta que llegaron los guapos. ¡Ah, que te pasa! La primera parte del Mercado, esa que da sobre Lavalle, de manpostería con estructuras de hierro, lona, tragaluces de color violeta y ventiladores aéreos como los de los cafés de Estambul, se levantó en 1891. Los comerciantes empezaron a vender de todo: frutas, verduras; y el barrio, entre cocoliche y malevaje, se adueñó de un perfil propio.
Betinotti, vestido to-do-de-ne-gro temblaba y cantaba, noche tras noche, Pobre mi madre querida. Villoldo, el de El choclo, amenizaba peringundines con su bandoneón, mientras patotas terribles -más que los Skipys, Cadillacs y Conejo Führer de hoy- se pechaban bajo faroles de luz mortecina.
Y Gardel, macho, sonrisa ancha y voz de tenor -"este pibe cada día canta mejor"- decían de él- que paraba en la esquina de Humahuaca y Agüero, en el café O'Rondeman de los hermanos Traverso. Ahora está su retrato, su oxidado retrato de semi-mueca colgado justo frente al Abasto, a la altura del entrepiso de un conventillo con un balcón al frente, donde flamean prendas íntimas y abajo tiene el cartel de una unidad básica.
Eso fue el Chanta Cuatro, almacén restaurante con bocha y taba, la mejor sopa de ajo de todo el planeta. El Abasto, viejo, bien debute, orilla de la legalidad... trabajo y ocio... flor de la Reina del Plata quien te ha visto y quién te ve... la gente se arracimaba en el Mercado. Tanta vida había. Había nacido ya esa fauna fronteriza -como describía Horacio Quiroga-, la de los tipos que a semejanza de las bolas de billar nacieron con efecto: van de banda en banda, rebotando por la vida.
Tuvieron que ampliar el Mercado.

El petiso mesita de luz, changarín de hombro torcido.
El hombre, sentado en un escalón de la puerta, recibía todo el sol del mediodía. Los sueños se le habían escapado de golpe, y el Mercado vacío -¡tres días ya de su muerte!- seguía enfrente.
"...cente Santillán... santiagueño de pura cepa. Yo era el que les descargaba el camión a Angelito Divela, de La Plata... ¡Yo me pasé toda mi vida acá! ¿Y ahora? ¿Qué haces? ¡Ja, ja, ja! ¿Ahora qué hacemos? Tengo 54 años hermano... ¡y yo me río! Me río por no llorar, ¿viste? Vicente Santillán, el petiso "mesita de luz", changarín de hombro torcido, ahí anda, sin cajones que llevar y con una botella de vino tibio, meditando, acelerando su rabia, esperando que venga a buscarlo su hermana de Padua o su hermano de José C. Paz! ¡¡¡Ja, ja, ja!!! vivo acá, hermano, donde me agarra la noche, ¿qué querés que le haga, te viá mentir? Mira que toy llorando... mirá mis manos cómo... La vida es así, triste. Hemos luchado toda la vida acá. Antes no había carrito ni nada, todo al hombro, todos los cajones al hombro nomás, pero ahora están los pibes y hay que dejar paso a la juventud... es la vida nomás... y yo quiero vivir unos años más hermanito... Yo antes trabajé de camionero, a Zapala, a Comodoro Rivadavia... ahí conocí un puente todo de fierros. ¿Y Puerto Madryn? ¡parece un pocito así! Cuando vos lo ves al puerto aparecen los barcos, ¡grandes como todo el mercado! ¡Grandes como todo el mercado! Tira el mercado, hermano... mira: se murió y ya se murió. Pero ¿sabe?, un puestero me dijeron, me dijo que dentro de tres meses va a aparecer el Mercado de Abasto. ¡Sssé!, porque allá en el Central no hay basurero, no tienen cámara, no hay nada. La frutilla, el durazno... ¡con la calor que hace nel campo libre, va a quedarse la semilla de la fruta nomás!

Advertencia a la hora de la muerte: "va a haber veinte mil revólveres en la calle"
Por fin, en 1934, el nuevo Mercado de Abasto quedó terminado. La obra de los arquitectos Delpini, Susic y Bes demoró cuatro años, pero cuando Justo lo inauguró estaba a la altura de las grandes arquitecturas de su tiempo. Delpini había ideado una serie de cúpulas -la más grande a treinta y cinco metros de altura- usando hormigón armado. Sumando los dos subsuelos, la planta baja y la planta alta- donde la luz se filtra a través de enormes vitrales- el Abasto era una Babel de... ¡cinco hectáreas!
Resistió un incendio, en noviembre de 1952, cuando ardieron en los sótanos 60 mil cajones vacíos durante días, y los bomberos tuvieron que tapiar las ventilaciones y anegar los subsuelos.
Había crédito a ojito: en grasientas como arrugadas libretitas, los puesteros anotaban a los morosos: podía ser el flaco de lentes, el chiflado, el que viene con su jermu... "Si nos gusta la cara, no hay drama", decían.
Ahora sí hay drama. Puesteros que no pudieron irse al mercado Central, changarines sin trabajo... y veinte bares y fondas de los alrededores condenados a muerte, Salvador Benítez, dueño del bar El Modesto, se vino a los 28 años de Flores, en 1954, cuando Navarrita dibujaba efectos sobre el paño verde del billar, Rufino -con buena voz- cantaba en el Chanta Cuatro y había ruidos a tranvía y carritos de verdura. "Era lindo el bar, no cerraba nunca. Yo vivía más acá que en mi casa, había café de filtro y el Grillo cantaba milongas, y en carnavales ¡ver para creer! porque los changarines venían disfrazados a trabajar no se cuándo dormían; por eso aquéllo era más lindo porque el Abasto... era nuestra casa".
El 14 de octubre, yo estaba ahí cuando un puestero se lo decía a otro. Las palomas de color petróleo iban en vuelos cortos de un tirante a otro dentro del Abasto. El tipo le dijo al otro: "Cerró el mercado. Bien. Ahora van a tener veinte mil revólveres más en la calle".
La Rusa, la primera mujer que se animó a vender café entre las 9 y las seis de la mañana, en 1960, y sus doce compañeras, que se internaban en los sótanos del Mercado con sus termos azules como el radium, se fueron para siempre.

Ricardo, un V8 del Abasto y su parametálica despedida.
Allí, en medio del tronar de los camiones fileteados, gigantescos Mack, Studebaker o esos Ford 56 de capot, con esa trompa como de perro bueno o reblandecido... ahí crecieron y se expandieron los sueños parametálicos de Ricardo lorio.
Mató loco, todo aluminio, todo pesado, con esas cuevas enormes y oscuras, y todo ese olor que sube hacia la boca luz del mercado, que se va con los gases del ocho en vé...
¡Un heavy-metal en el Abasto! Gardel, hermano... ¡un heavy-metal en el Mercado!. Sí, loco, que además vendió papas durante cuatro años -entre los 18 y 22- y tiene su
propia banda enérgica y alumínica con la que toca a diez mil wats de potencia, con el fin de des-truir-las-cabezas-y-ha-cer-pen-sar-a-la-gen-te... Y él, Ricardo lorio, "el papero", también tiene un pedazo del alma del Abasto, porque a su grupo heavy lo bautizó Vé 8: ¡un sonido potente y familiar!
"Loco yo estuve en el mercado, hasta dos meses atrás, hasta la decadencia final y hasta el temor desesperado. Y dejé amigos de primera, loco, de primera... ¿Sabés que pasa? Hubo una época que aquí estaba Gardel, era la flor, mil ondas, se cantaba adentro del mercado, pero, ¿después que pasó? ¡La decadencia! Yo lo viví así, ¿entendés? Por todo el aspecto que me rodeaba, los hoteles, restaurantes, conventillos, los únicos lugares donde se podían hospedar los tipos que estaban ahí reventándose por poca plata... mientras todas las personas que pasaban afuera ¿Qué pensaban loco? Que queriendo al judío ya no son racistas?... ¿entendés? Pero después dicen ¡estos negros llenan todo de olor, están todos borrachos! Pero bueno, cuando yo llegué acá para nada era el tango, loco... en los camiones todos los chabones ponían música disco. ¿Y a nosotros, los heavy, nos dicen pesados? Somos pesados por todo lo que nos rodea. Yo, loco, no puedo tocar una guitarra criolla... porque el sonido es mucho más débil que el de un motor. Por eso toco con un equipo de 10 mil wats, ¿entendés?, que pueda destruirle el oído a todos, pero dejándole en la cabeza la conciencia de que para zafarse de todo esto hay que pensar, HAY QUE PENSAR. Trabajar en el Abasto fue un despertar de muchas cosas, aunque yo tenía otra onda y no me gustaba estar ahí... yo soy músico, loco, y prefiero morirme de hambre, quedarme solo, a estar haciendo algo para poder subsistir. Lo principal es no tener miedo... ése es el miedo, y el de toda esta gente, de quedar desamparada, de quedar desesperada... El Abasto me enseñó que los que más sufren son los que hacen el trabajo bruto... Con ellos me llevé siempre bien, rebién, sin ningún tipo de problemas raciales sociales, porque ése es el problema: ra-cial-social. Mira, muchos pibes de mi edad que trabajaban acá me vienen a escuchar, y traen a sus amigos... Acá en Abasto existe el rock, loco, aunque vos no lo creas. ¡El rock existe y ellos, los chicos de Fiorito, Rafael Castillo, Quilmes, que sé yo, son más rockeros que los porteños! ¡Sí, porque ellos toman el rock como una rebeldía total hacia el sistema! Ellos, para comprarse sus camperas de cuero tuvieron que cargar cajones más de cuatro meses, no se las compra el papá. Y los otros después creen que son heavys por usar camperas negras o escuchar heavy metal... A mí me quieren, loco... se sienten bien al saber que alguien puede llegar a expresar lo que sienten y ser uno más del mercado, ¿entendés? Vos lo vas a saber poner"....

Mario Markic
Fotos: Mario Paganetti
revista siete días
11/1984