Misceláneas 1968

TELEVISIÓN
E dopo, il Topo

Mide 22 centímetros, tiene pelo hirsuto, ojos redondos y orejas descomunales. Es una marioneta, se llama Topo Gigio y para los directivos de Canal 11 constituye el salvavidas que evitó el naufragio de La galera, el show animado por el veterano Juan Carlos Mareco, Pinocho, con el que esa emisora aspira a debilitar los 35 inamovibles puntos de audiencia recaudada todos los martes, de 21 a 22, por el Canal 13 y las huestes cómicas de La tuerca. El martes pasado, después de las cuatro infructuosas emisiones iniciales —entre 8 y 10 puntos de rating, pese a los gorjeos de Ornella Vanoni—, por obra y gracia del Topo Gigio, 'La galera' alcanzó 23 puntos contra 21 conquistados por el 13, durante los 30 primeros minutos de ambos programas.
La estrategia se diseñó en mayo de 1967, cuando Pedro Simoncini —gerente general de Canal 11—, tentado por el productor Hugo Romani, decidió incorporar, a la 'ménagerie' de Leoncio, a Topo Gigio. Ese contrato (que según un vocero del canal "excede los 10 mil dólares") fue firmado por un mes largo, que tras el debut se prolongó a tres. "Topo Gigio ha ganado la calle", se regodean los responsables del 11; pero antes de que esto ocurriera, la previsora María Perego (37 años, veneciana), su creadora, tachonó los diarios de Buenos Aires con solicitadas, con las que congeló toda ambición de reproducir como muñeco, masivamente, a su personaje. Para fabricar y vender en el país a la marioneta, la Perego exige 20 mil dólares por derechos de autora, y para editar un disco susurrado por Gigio, unos 14 mil. Semejantes pretensiones le permitieron cosechar durante 1967, en los Estados Unidos —donde animó el Show de Ed Sullivan—, un millón y medio dé dólares, cifra improbable en la Argentina, Gigio —diminutivo, en dialecto veneciano, de Luigi, "un nombre que elegí por ser lo suficientemente común"— nació en 1958. Por entonces la magra Perego triscaba desde las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras de Padua, donde dirigía un elenco teatral universitario, hasta los sets de televisión, en los que recitaba y manipulaba títeres pergeñados por ella. Hacía tres años, se había aliado a ella otro actor, Pepino Mazzullo, dueño de la voz casi inhumana, pero simpática, que asumió Gigio a los 10 minutos de nacer y que es una de sus gracias.
El ratoncito requiere, para soslayar la mirada de los perspicaces, que la luz de los focos lo ilumine estrictamente a él y de costado. Todos sus monólogos ante las cámaras los dice desde un, diminuto escenario detrás del cual, arrebujados en capuchas de terciopelo negro, se instalan sus manipuladores: la Perego y uno de sus ayudantes. Más atrás aún, un telón negro impide percibir sus movimientos. Después de 10 años de entrenamiento, Perego y Mazzullo coinciden en que el realismo de Gigio —"personificación del candor y la fantasía humanos"— estriba en la sincronización casi milagrosa entre voz y movimientos. Tanta precisión es fruto de "nuestra sensibilidad gemela, capaz de reaccionar de la misma forma ante un determinado estímulo".
Mientras la compañía tirita de frío en Buenos Aires, los estrategos del 11 —sin importarles que el excesivo ajetreo reduzca la vida útil de un Gigio a 15 días y su creadora tenga que echar mano a otro idéntico, de espuma de goma— trazan complejos planes. En las futuras emisiones, el ratoncito hablará en castellano, pero con tonada cordobesa y correntina, también dialogará con su nonno, su mammina y su novia Rosita. Entretanto, el personaje —protagonista de largos y cortometrajes y ganador del Europremio de la temporada televisiva 1965-66— ha sido catalogado por los chicos de Buenos Aires como el ratón más generoso: afirman que Gigio es quien les deja más dinero bajo la almohada, a cambio de sus primeros dientes desgranados, y fijan una cuota mínima de 200 pesos por diente. Es una prueba de la portentosa popularidad del topo en Buenos Aires.
Primera Plana
28 de mayo de 1968


MÚSICA
La censura va por dentro

La semana última, en Buenos Aire; circuló el rumor de que la canción 'Los burgueses', del español Luis Auté (disco Columbia Nº 21914), había sido prohibida: su letra sería considerada explosiva por las autoridades. La placa fue grabada hace veinticinco días por Las Cuatro Voces, conjunto que habría aprovechado el éxito del dúo Fedra y Maximiliano: la canción se impuso en el programa Completísimo del Canal 7 en una sola sesión, si se puede creer a los especialistas en audiencias populares. Sin embargo, la letra, desde España, ya venía precedida por una aureola de protesta, rebeldía e inconformismo. En la postrer semana de agosto del año pasado, un rumor parecido agotó las dos ediciones de 'Trisagio de soltero' un son centroamericano de Montecristo" grabado por los Wawancó (Odeón 3zld 39.482) y por el excéntrico Napoleón Pupy para la Columbia . En aquella oportunidad, la seudo prohibición fue quizá tramada por algún astuto ejecutivo publicitario, que aprovechó la psicosis desatada por la ola de censura teatral y cinematográfica que asoló a Buenos Aires. Con excepción de las radios Nacional y Municipal y de dos o tres emisoras privadas, el son de Montecristo aturdió a los argentinos durante un trimestre.
Aunque Los burgueses no tiene una letanía tan machacona y pegajosa como la del Trisagio, quiere ser algo así como una paráfrasis de Los ejecutivos, la leve ironía que todas las noches desgrana María Elena Walsh desde el escenario del Regina, pero carece de su astuta malicia poética, tal vez una de las mayores claves de su divulgación. La letra dice:
Todos los burgueses son unos burgueses, 
todos los burgueses son así. 
Ya sean ingleses, ya sean franceses, 
todos los burgueses son así. 
Ya son mayorcitos y tienen granitos, 
fuman cigarritos como papá; 
con sus amorcitos hacen suspiritos, 
se aprovechan del permiso de papá. 
Buscan filmes suecos, se echan novia en serio, 
van con coche nuevo que les dio papá. 
Pronto el casamiento y los hijos, luego, 
pues todo el dinero viene de papá.
Atrincherado detrás de su escritorio de seis metros cuadrados y nimbado por los reflejos verde Nilo de la decoración, el presidente del CONART, capitán de navío (R) Carlos Ibarra, niega rotundamente la existencia, en la actualidad, de letras prohibidas o de autores malditos. "Pero, con seguridad —aclaró— que, a la menor sospecha de inmoralidad o comunismo. no serían difundidos, porque los titulares de los canales y emisoras conocen a fondo las normas del Decreto - ley 15460, homologado por la Ley 14467 y sus correspondientes decretos reglamentarios." Uno de ellos, el Nº 5490, del 12 de julio de 1965, dictado bajo el gobierno Illia, obliga a las emisoras a difundir solamente "obras clásicas y modernas de alta jerarquía", aunque no especifica qué es lo que debe entenderse por tal. En su artículo 4º. el texto está a punto de institucionalizar la autocensura, cuando ordena a los encargados o responsables de los programas que revisen el contenido de los textos de las obras literarias, musicales o teatrales que salgan al aire, "para encuadrarlos dentro de los principios de la ley y su reglamentación". 
"La ley que rige a la radio y a la televisión argentinas —desliza Ibarra mientras acomoda un enorme tintero con la efigie del General San Martín—, defiende la moral y las buenas costumbres, y aunque una sesión de strip-tease nos gustara, nunca permitiríamos que apareciera por televisión." El presidente del CONART también rechaza con energía la presunción de que exista ningún reglamento secreto, ni tampoco órdenes verbales discriminatorias, e insiste con énfasis: "Pero una canción inmoral o comunista no sería difundida". Lo cual conduce fatalmente a la autocensura, por temor —acaso motivado— y falta de normas precisas.
21 de mayo de 1968
PRIMERA PLANA




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El Topo Gigio

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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