MISCELÁNEA 1968
Progresos

Cómo aprendí a amar el subte
Con la bendición de las autoridades municipales, el artefacto se pondrá en movimiento el 19 de julio; cada hora depositará a ocho mil personas en la esquina de Perú y Avenida de Mayo, después de recogerlas junto al andén del subterráneo. Se trata de la primera escalera mecánica a la intemperie que disfrutará Buenos Aires; una novedad que termina con la fastidiosa trepada que deben emprender quienes llegan a la estación Perú para ganar el aire libre.
Es que las escaleras fijas ahuyentan una nutrida clientela del subterráneo; por eso en Atenas, Hamburgo, Bruselas y otra decena de ciudades, la innovación atrajo ancianos remolones y a quienes desdeñan el alpinismo en pequeña escala. "Pero la comodidad es la menor de las ventajas", asegura Juan Viller (33 años, tres hijos), gerente de ventas de FEBO S.A., que pergeñó el artefacto por 17.850.000 pesos; el silencioso mecanismo de arrastre moverá los pasajeros a 28 metros por minuto, soslayando aglomeraciones. El engendro está preparado para, resistir lluvias y tempestades gracias a procesos especiales de aislamiento; "y todo construido en el país con materiales argentinos", se ufana Viller, ahora desvelado por los escenarios movibles que se proyectan para el Colón.
Mientras espera su traslado —previsto, para la semana próxima— hasta la losa de hormigón que reemplaza la vieja escalera, el mamut estira sus 16 metros y 17 toneladas en los talleres donde se la construirá hasta el último tornillo; cuatro bulones bastaran para insertarla al estilo cassette en la boca de la estación. Tantos esplendores obligan a insistir: ya se planea dotar con idéntico confort las paradas de José María Moreno y Primera Junta.
Primera Plana
02 de julio de 1968

El chaleco que perdió su fuerza
La semana pasada, el público se enteró con curiosidad —y hasta ironía— que oficialmente había sido archivado el último instrumento de tortura con vida legal en la Argentina: un decreto del Ejecutivo abolió el uso de los chalecos de fuerza en los manicomios estatales. Las clínicas privadas fueron eximidas de la prohibición, pero es improbable que en el futuro haya especialistas dispuestos a servirse de la espantosa prenda. La psiquiatría moderna, además, abjura de los vetustos métodos terapéuticos llamados de choque.
En el Instituto Nacional de la Salud, que auspició el decreto, no faltan promesas: "Hay un cambio en la actitud hacia el enfermo —asegura el psiquiatra Mario Ambrona (42 años, asesor del Instituto). La medida integra un conjunto de acciones que tienden a mejorar la atención de los internados".
En realidad, desde hace siete años existía conciencia de eliminar los chalecos: ya entonces fue rechazada una donación de tela destinada a confeccionarlos y se dispuso no adquirir nuevas partidas. Pero siempre flotaban, en boca de los enfermeros, las amenazas ("Te voy a enchufar el chaleco") para calmar a los díscolos. Una crueldad inútil, pues se ha probado que los castigados agudizaban su irritación; o se producían casos de asfixia y deshidratación. Muchos pacientes, por otra parte, lograban zafarse, de su cárcel mediante, contorsiones dignas de Houdini, conocidas como 'La danza árabe'.
Exagerando la comparación, el fin del chaleco de fuerza puede parangonarse con la decisión tomada en tiempos de Robespierre, que libró de sus cadenas a los enfermos mentales, sometidos a esa salvaje terapia. Fue el médico-diputado Felipe Pinel (1745-1826) quien obtuvo la sanción de la medida, argumentando que la Revolución Francesa no podía traicionar su filosofía libertaria.
La innovación logró resultados inmediatos y hasta fue adoptada, años después, en Inglaterra. Un inconveniente para aplicarla fue la oposición de caballeros y burgueses, que se negaban a verse privados de diversión: es que algunos manicomios británicos admitían al público —previo pago de entrada— para observar los delirantes padecimientos de los encadenados. Un dibujante de la época (Hogart) testimonió esa morbosa curiosidad.
Las reformas que trabajosamente van ganando los institutos de salud mental enhebran también un nuevo tipo de convivencia. "Se han realizado asados con la participación de enfermos, médicos y personal auxiliar —revela Ambrone—, y los resultados fueron muy positivos." La conducta de los pacientes superó, incluso, la de sus anfitriones: "Los únicos que tomaban bebidas gaseosas directamente de la botella, por ejemplo, eran algunos profesionales y enfermeros; ningún internado los imitó".
Otro puente hacia el diálogo es el grupo de voluntarias que peinan y maquillan a las enfermas, un recurso que no sólo alienta la recuperación de confianza en sí mismas; también permite establecer relaciones que rompan su aislamiento mental. Se ha integrado, además, una comisión religiosa (dos sacerdotes, un pastor, un rabino) para atender las necesidades espirituales de los recluidos.
El abogado Bruno Fantoni (36, asesor jurídico del Instituto) acredita a esas saludables preocupaciones la reforma del artículo 82 del Código Civil, que implanta un nuevo régimen para la internación, a reglamentarse en breve. Informa: "De esta manera se incorporará un sistema de control para el tratamiento psiquiátrico en los establecimientos privados". Y en él no habrá permiso para chalecos.
Primera Plana
9 de julio de 1968

Ir Arriba

 

 


 

 

 

 

 

 


escalera rodante


chaleco de fuerza

 

 

 

 

 

 

Búsqueda personalizada