Revista
Primera Plana
3 de diciembre de 1968
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Cuando Perón se hizo cargo de la segunda Presidencia, en junio de 1952, se ultimaban los preparativos para enviar la delegación argentina a los Juegos Olímpicos de Helsinki, que comenzaban el 19 de julio. Esa delegación resultó un fracaso, pero se salvó del papelón total gracias a los remeros Tranquilo Capozzo y Eduardo Guerrero (primeros en doble par), quienes obtuvieron las últimas medallas de oro que registra el historial olímpico argentino. En esos días (los juegos finalizaron el 3 de agosto), la muerte de Evita empañó en parte el halago del triunfo, porque resultó una noticia más trascendente para el Gobierno.
A los triunfos de Capozzo y Guerrero debían sumarse los campeonatos mundiales de yachting obtenidos por los hermanos Carlos y Jorge Antonio Vilar Castex (Mallorca, 1948; Cuba, 1951); las victorias olímpicas de Pascual Pérez y
Rafael Iglesias en boxeo, y de Belfo Cabrera en maratón (todas en Londres, 1948), y la primera corona mundial de automovilismo, obtenida por Fangio el 28 de octubre de 1951, a escasos días de las elecciones presidenciales.
En fútbol se mantenía el mito de la superioridad argentina (no existían aun las copas intercontinentales), respaldado por tres triunfos consecutivos del seleccionado nacional en los torneos sudamericanos (Chile, 1945; Buenos Aires, 1948; Guayaquil, 1947) y protegido por el posterior ostracismo. La ausencia en los campeonatos internacionales había sido impuesta a raíz del éxodo de jugadores a Colombia. Un partido famoso, jugado en el estadio de Wembley frente a los ingleses, había revalidado los títulos en 1951. Esa vez, en una tarde lluviosa, Argentina perdió dos a uno sobre la hora, tras ir ganando por uno a cero, y dejó la impresión de jugar un fútbol muy difícil de vencer.
El desquite en casa
La revancha de ese gran partido se anunció para el 14 de mayo de 1953, en Buenos Aires. Ese día, el estadio Monumental de River se llenó por completo y 80 mil personas se apretujaron
desde la mañana para presenciar el gran desquite. A las dos y media de la tarde, Perón entró al estadio en automóvil y cuando salieron los equipos a la cancha, saludó a los jugadores uno por uno. El partido empezó a las tres. A los 41 minutos del primer tiempo, los 90 mil espectadores quedaron estupefactos al contemplar la serenidad con que el inglés Taylor bajaba la pelota con la cabeza y anotaba el primer gol. Sin embargo, un minuto después las tribunas estallaron
al presenciar la jugada del empate. En el medio de la cancha, Ernesto Grillo recibió el pase de Humberto Lacasia y emprendió una veloz carrera hacia el arco. Con su acostumbrada gambeta eludió a tres adversarios y se detuvo cerca de la raya del fondo. Todavía le quedaba un adversario por sortear y lo eliminó con un movimiento de cuerpo, hasta quedar libre, pero en un ángulo sumamente difícil para tirar al arco. Entonces pasó la pelota de la pierna izquierda a la derecha y cuando el arquero inglés salía a tapar el probable centro hacia atrás. Grillo lo sorprendió despidiendo un violento taponazo cruzado que entró rozando un poste.
Fue el gol "imposible". Argentina ganó tres a uno y Grillo marcó también el tercer tanto, envuelto en la ovación más grande de su vida. Perón festejó los goles como un chico y luego felicitó a los protagonistas, que fueron a dedicarle el triunfo. "Interpretando a los cientos de miles de aficionados argentinos —dijo el Presidente con una sonrisa—, que hemos vivido la emoción de esta notable hazaña, les transmito mi calurosa felicitación a través de un cordial y grande abrazo." La revancha de ese partido se programó para tres días después; pero esa tarde, la del domingo 17 de mayo, la lluvia empezó a caer desde temprano. El estadio volvió a llenarse, y Perón fue nuevamente a ver el partido, que no se suspendería porque la selección británica debía regresar a su país al día siguiente. Se jugaron sólo 22 minutos del primer tiempo, a raíz de que un aguacero implacable obligó a suspender el encuentro con el marcador en blanco. En ese breve lapso, los ingleses se movieron mejor, ayudados por el barro, y se generó un principio de gresca. El resto del partido jamás fue completado.
El fútbol argentino seguía así en el cénit, sin necesidad de arriesgar su prestigio en torneos internacionales.
Hugo Gambini
Historia del peronismo
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Ernesto Grillo
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