Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

Los mitos bajo la lupa

 

Revista Panorama
28-01-1969
un aporte de Héctor Álvarez

Todo consiste en un triángulo, como diría Freud. Pero los protagonistas no son, en este caso, papá, mamá y Edipito, sino las tres puntas de un complejo mecanismo: se llaman Autor, Personaje y Público. El eje de esta relación "á troís" es, sin duda, el personaje. Su lugar de residencia está en revistas, televisores, films, avisos de publicidad. El público no se contenta con observarlos, entretenerse con ellos, seguir sus consejos: también los imita, los admira, los convierte en "modelos de conducta", en líderes de papel que postulan una determinada actitud frente a la vida. Así, por ejemplo, el espectador suele contagiarse de la simpleza moral en que se mueven los héroes: como pretendía la antigua secta de los maniqueos, el mundo se divide drásticamente en Buenos y Malos. Al igual que el espectador, los personajes tienen una personalidad; por ese lado, se vuelven tan vulnerables como el público a la implacable mirada de «psicólogos y otros expertos en ciencias humanas. En su mayor parte, no quedan muy bien parados: ante la arremetida de esos especialistas, superhombres (y supermujeres) suelen dejar su grandeza en jirones y hasta corren el riesgo de acabar en el diván psicoanalítico o en un hospicio. Bajo la lupa, esos modelos de conducta resultan ser bastante enfermos; tan neuróticos, inestables o inmaduros como la sociedad que los crea y consume. Al parecer, los personajes están locos, locos, locos.

Histéricas cambiantes
"El personaje puede considerarse corno parte de un proceso de comunicación, que se da entre autor y público", señala el psicólogo Jorge Colapinto. "Se lo puede analizar —continúa— desde el punto de vista del autor y de su mensaje —velado o explícito—, o desde la perspectiva del público y de los significados que atribuye al personaje. Pero si se tiene en cuenta que autor y público forman parte de una sociedad determinada, también podemos investigar al héroe bajo la luz de su significado para una cultura dada. Es a este último nivel de análisis que corresponde el estudio de las relaciones entre los personajes de ficción y los modelos o tipos de conducta existentes en la sociedad".
La psicología social tiende a observar que en materia de neurosis también existen modas. No sólo cambian los ropajes de hombres y mujeres, los sistemas bélicos, las formas de la literatura y el arte. Como personas realistas, algo resignadas, las neurosis van adoptando nuevas formas para "adecuarse" a los tiempos modernos. Hoy en día, por ejemplo, es difícil encontrar un caso de fobia en el cual el atemorizado paciente se aísle totalmente en su casa: las exigencias de la sociedad actual vuelven cada vez más difícil la supervivencia en esas condiciones. La fobia, entonces, se adapta a las circunstancias que le impone una sociedad cambiante.
"Lo mismo ocurre con las estructuras de personalidad que no llegan a configurar una neurosis —puntualiza Colapinto—. Desde hace mucho tiempo, nuestra cultura valora positivamente a la mujer seductora, dotada de la habilidad necesaria par llamar la atención. Las "técnicas" para seducir, sin embargo, han variado desde la época en que Freud inició sus trabajos, a fines del siglo pasado, cuando el prototipo era la mujer fácilmente desmayable, retraída, lánguida. En la actualidad, en cambio, la seducción-depende de un cierto monto de agresividad provocativa. Técnicamente, los dos tipos de mujer corresponde a lo que científicamente se denomina "personalidad de estructura histérica", pero las conductas manifiestas se han modificado". Del mismo modo, la mujer bellísima, enfermiza y seductora que habitaba inquietantemente en los folletines y novelones de otros tiempos, ha sido reemplazada por animales igualmente hermosos, sugestivos, pero no pasivos sino activos; el prestigio de la mujer asexuada —ahora considerada meramente neurótica— se derrumba y nacen espléndidas encarnaciones de la tentación erótica, la agresividad y de la sujeción del hombre al sexo opuesto. Barbarella, tal vez, sea el ejemplo más nítido. Hay un pasaje de la impotencia a la omnipotencia. La mujer no sólo deja de depender del hombre, también llega a realizar hazañas que antes estaban reservadas exclusivamente a los superhombres.
Pero Barbarella no está testimoniando una sobrevaloración del bello sexo en la sociedad contemporánea; más bien confirma que hombres y mujeres, también en el Olimpo de los Personajes, han entrado en un terreno de igualdad. Y esta democracia tiene una ley común: la sexualidad, si aparece no debe estar acompañada de sentimientos. "Quizás el aspecto más neurótico de los héroes actuales —acota Colapinto— es que apuntalan su omnipotencia en base a la anulación de los afectos. La insensibilidad afectiva, la "dureza", se presentan así como una forma de lograr la seguridad.
Por eso los héroes suelen no tener mujeres (Batman, Superman), o cuando las tienen, como James Bond, su relación con ellas es promiscua, que es otra manera de mantener la autonomía. Incluso la violencia de estos héroes es fría, calculada, racional, desprovista de pasión".

Bond no es reaccionario
Las formas de arribar a la "psicología del personaje" son diversas, tan múltiples como las actitudes que propone desde sus aventuras y/o sus avatares. El sociólogo Elíseo Verón, del Centro de Investigaciones Sociales del Instituto Di Tella, comienza por omitir el sentido psicológico de las enfermedades mentales. Comienza por proponer un supuesto básico: lo patológico y lo normal son la misma cosa; es decir, son el producto de un mismo contexto. También postula una teoría: los modelos de conducta que se atribuyen a los personajes son distintos de los modelos de conducta de las personas reales.
Dentro del abanico de posibilidades que ofrecen superhombres, seductoras "á la page", animales aventureros o sentimentales, policías sádicos y cowboys obsesionados por el bien y el mal, Verón elige a un héroe tal vez ya pasado de moda, pero que, hasta ahora, es el máximo de la década. "Contrariamente a lo que oí decir a muchos izquierdistas, no creo que James Bond sea reaccionario —afirma—. Más en los libros que en las versiones cinematográficas, sus aventuras eliminan el mundo interno, subjetivo, y son puramente una demostración de conductas objetivas. Se podrá decir que esto no es revolucionario, pero sí es preferible al intimisrno subjetivista burgués. Además, Bond es de un cinismo total, no está identificado ni convencido de los valores de sus amos. Actúa así por la buena vida que consigue, que es lo único que le gusta. Su mensaje es que adherirse a los valores es una ingenuidad: funcionemos y pasémosla lo mejor posible. El personaje, entonces, es testimonio de una disolución. Esta soledad de Bond es distinta de la de otros personajes, del tipo de los protagonistas masculinos de las primeras películas de Alfred Hitchcock ("39 escalones", "El hombre que sabía demasiado"): el héroe que lucha solo, sin armas contra el mal, enfrentado a una serie de circunstancias adversas que: él no provoca y que lo envuelven azarosamente. Finalmente triunfan y dejan esta moraleja: aunque la sociedad sea mala, siempre hay personas buenas que la ayudan y la verdad se descubre. Aquí hay desproporción entre el héroe y lo que debe enfrentar (Bond, en cambio, cuenta desde ya con múltiples armamentos), pero su superioridad está dada en el plano de los valores que él defiende. Además de los de Hitchcock, otros ejemplos de ese tipo de personajes —que, curiosamente, son siempre asexuados— son David Vincent (Los invasores) y Richard Kimble (El fugitivo)".

Un personaje se fuga
"Richard Kimble, el fugitivo, una víctima inocente de la justicia, condenado por el asesinato de su esposa, que no cometió. El destino lo deja en libertad al descarrilar el tren que lo conducía a la silla eléctrica. Ahora está libre. Libre para esconderse en la desesperante soledad; para cambiar de identidad; para huir de un trabajo a otro. Libre para buscar al hombre manco al que vio huir de la escena del crimen; libre para escapar del tremendo asedio del teniente de policía obsesionado por su captura". Invariablemente, con estas palabras lanzadas a lo largo de 60 segundos, comenzaban los insospechables avatares de "El fugitivo", una serie que mantuvo en vilo, durante tres temporadas, a la teleplatea. El 25 de marzo último concluyó, agasajada por un rating casi único en la historia de la televisión argentina. Quienes siguieron a Richard Kimble en su búsqueda del verdadero asesino de su esposa, pudieron respirar con alivio. Él quedaba finalmente a salvo: el asesino resultó ser el manco. El destino le daba una mano; la bondad volvía al mundo; algo así como un coro de ángeles restituía el orden: la justicia, aunque lenta, llega...
Mientras millares de teleespectadores se contentaban con mirar la serie, un especialista en psicología social, el psiquiatra Eduardo Colombo, y la psicóloga Martha Slemenson desentrañaban las razones del éxito. Con final feliz también, ya que sus conclusiones fueron reveladoras. "Existe una curiosa afinidad entre los argentinos y Kimble —observa Colombo—. Ambos se sienten acosados por una desgracia que no han elegido, cuyo origen no logran determinar. Se viven a la vez culpables e inocentes: los argentinos, frente a un país en crisis; Kimble, ante el crimen que no cometió. Ambos, también, se someten a la fuerza del destino y ya casi creen que no tienen nada que ver con lo que les ocurre". Kimble no es un héroe convencional; su conducta denota egoísmo, temor, un cierto conformismo. Pautas similares signan la conformación del villano, que encuentra su máscara en el inspector Gerard, y que en realidad es la sociedad, especialmente la gran ciudad, anónima, cruel, luminosa y sombría a la vez. En la constante angustia de] hombre ante una posible guerra nuclear, Colombo encuentra una explicación universal al éxito de "El fugitivo": "Los hombres de hoy —señala— se sienten como Kimble, ajenos a las decisiones que controlan sus vidas".

Niños para adultos
Cuando la biología, la sexología y la psicología determinan que una persona ha pasado la barrera de la niñez, no sucede lo mismo que cuando se toma un tren o un barco: nadie mira para atrás. Empieza una carrera, algo absurda, hacia la anhelada adultez. En el apuro se pierden varias cosas; entre otras, lo que se intenta perder: una imagen realista de la infancia. El adolescente cambia los mitos de sus primeros años por otros que intuye como representantes de la sociedad adulta a la que intenta ingresar inútilmente, ya que casi todo le está vedado. Los héroes de la televisión, el cine y las historietas son algunos de esos representantes. Al adolescente no le importa que los personajes sean patológicos en alguna medida, ya que no se plantea que puedan existir otros: ese mundo de ficción no hace más que exagerar la realidad.
Cuando el adolescente alcanza la adultez, ha perdido otra etapa de su vida; pero la verdadera carencia se halla en la infancia, ese dominio inevitablemente idealizado, ya sea como excesivamente cruel o sospechosamente paradisíaco. El psicoanalista Carlos Sluzki opina que una sola historieta rescata para los adultos una perspectiva real de la niñez: Peanuts, traducida en la Argentina con el nombre de Rabanitos y que aparece en los diarios La Prensa y Buenos Aires Herald.
El cuarteto de Peanuts (Charlie Brown, Lucy, Linus y el perro Snoopy) corretea por los prados de la historieta para que nadie olvide que los niños, al fin y al cabo, son adultos algo petisos, poco ingenuos, bastante crueles y a menudo solitarios. "Peanuts por un lado es imprevisible: los personajes a veces son adultos, otras niños y (de vez en cuando) el perro habla. Sin embargo, la gracia está en que se puede prever lo que va a ocurrir, ya que los cuatro tienen una personalidad definida. Charlie Brown es un melancólico; tiene una irreversible fe en la raza humana, a pesar de sucesivas decepciones. Representa —prosigue Sluzki—, además, ai niño desvalido que todos tenemos adentro. El lector no toma una actitud pasiva ante él: tiene ganas de entrar en acción para protegerlo. Lucy tiene una personalidad psicopática. Una de las características de este tipo de personas es que descubren siempre el lado flaco de la gente, y utilizan esta habilidad para dominar al otro en una forma compulsiva. Charlie se somete totalmente a Lucy: no se rebela nunca. Linus es fóbico; siempre tiene un "objeto acompañante", la frazadita, que en ninguna circunstancia puede abandonar. Parece desconectado, pero siempre está alerta. Snoopy, el perro, "hasta cuando dice cosas parece que no las dijera", como diría Brown. Tiene cualidades humanas —imaginación, por ejemplo—, pero no tiene necesidad de hablar, a pesar de que comprende lo que sucede entre los niños. Dos características notables: en ningún momento aparece un adulto; el entorno está apenas dibujado, prácticamente no hay decorados. La escena podría estar sucediendo en cualquier parte". Sluzki considera poco lícito establecer una comparación entre Peanuts y Mafalda: "En el personaje de Quino hay adultos. Además, la historieta de Charles Schulz es cruel: nadie cuenta con los adultos". El psicólogo Colapinto, en cambio, a partir de las diferencias y afinidades propone una tesis. "Mafalda pertenece a un tipo de personaje que plantea' " una situación inversa a la del prototipo "ridículo". No es víctima de la critica de la sociedad, sino todo lo contrario, es ella quien enjuicia. Desde una postura ingenua, manifiesta asombro y desconcierto por el mundo que la rodea, y tiene un creciente escepticismo hacia algunos valores que rigen la vida contemporánea. Mafalda representa así la actitud crítica de las nuevas generaciones. Es interesante comparar la tira de Quino con Peanuts. Formalmente son similares, pero el contenido es distinto. Mafalda expresa predominantemente el descubrimiento de una realidad social. La temática de Peanuts, en cambio, es más filosófica; está centrada en los problemas existencia les propios del norteamericano, preocupado por alcanzar el éxito y el reconocimiento social dentro de una estructura en general aceptada como satisfactoria. Con Mafalda ocurre lo inverso: comenzó a aparecer en un momento muy inestable de nuestra historia, y es significativo que en los primeros chistes se cuestione a la generación de sus padres".

Animales para niños
Mafalda seguirá protestando: el mundo cambia y los adultos no se dan cuenta. Si se considera que los alquimistas de personajes en general bordean los 40 años y que sus creaciones tienden a imitar viejos modelos, la protesta de Mafalda se convierte en un juego de cajas chinas: un personaje advierte a los colegas de su "padre" que riegan fuera de la maceta. En realidad, los más desadaptados a los tiempos locos (modernos, como se decía antes) son los creadores de personajes para niños. Minuciosamente, continúan una tradición iniciada por los cuentos de hadas: la belleza y el horror conviven en forma tan íntima, a pesar de estar separados, que pueden llegar a despertar angustia en los niños. O llevarlos a identificarse con los aspectos más patológicos del personaje.
La psicoanalista Armínda Aberastury comprobó a través del tratamiento de un niño de 9 años, cómo pueden entrelazarse una enfermedad mental y las conductas de .un personaje ficticio. El paciente, asmático, casi no 'hablaba y se expresaba a través de dibujos, inventados o copiados de historietas. Su protagonista principal —hasta el punto de copiarlo con la exactitud de un adulto— era el Pato Donald. A lo largo de varias sesiones, Aberastury observó que no existía casualidad alguna en esa persistencia. "El célebre animal creado por Walt Disney, siempre se somete (a Margarita, los sobrinos o el Tío MacPato) y después tiene una reacción de tipo epileptoide (asmática): se enfurece, patalea, grita. Es decir, no puede canalizar adecuadamente su agresión. Se controla y se descontrola en forma excesiva, y repite siempre la misma situación, La única forma que tiene de "largar" todo lo que tiene adentro es actuar del mismo modo que un asmático o un epiléptico. Y una percepción inconsciente de la patología de Donald llevó al paciente a expresar su enfermedad a través de este personaje", explica Aberastury.
El pato de Disney no es, por supuesto, una excepción. Es, simplemente, una ramita del árbol genealógico de la familia del señor y la señora Personaje, que tienen un hogar aparentemente igual a los demás, pero en el cual, como sucede en los sueños, todo es desmesurado. Padres, hijos y nietos Personaje son Buenos o Malos, Sanos o Locos.

Del Falcón a la baranda
La mayoría de los personajes, incorrectos descendientes de Freud, tienen una personalidad definida, encarnan historias psicológicas, ya sea en el ámbito de la aventura o del humor. Pero también existen otros, que más bien son prototipos, que no proponen un modelo de conducta sino que toman los más explícitamente aceptados, "emergen" de la sociedad. "Son productos persuasivos, en cuyo teje y maneje se van reforzando las valoraciones sociales", señala el sociólogo Verón. "El programa de televisión "La Familia Falcón" es el ejemplo más burdo de esto —continúa—. Las discusiones entre padres e hijos, o los problemas que se "enfocan", denotan una actitud falsa y prejuiciosa, y, desde el vamos, se puede saber cómo van a terminar".
Hugo Moser, libretista de "La Familia Falcón", se justifica: "No se busca un conformismo, salvo en la medida en que la exigencia del espectáculo lo requiere. Es decir, el matrimonio viejo no se podrá separar ni se podría insultar o agarrarse a trompadas, como más de un matrimonio. Pero se busca el choque de ideas, de conceptos".
Otros no temen tanto las inquietantes relaciones entre ficción y realidad. Más bien las agudizan, hasta volverlas una caricatura escasamente conformista de prototipos reales. Tal es el caso de un sketch del programa de televisión "La 'baranda": "El boliche", un fresco de diversos estratos sociales de la Argentina. Sus autores, bajo el seudónimo de Los Pingüinos, tiran por la borda al texto escrito y eligen la improvisación en busca de una total naturalidad. Un conservador, un empleado de oficina, un taximetrero, un "reo" y un mozo mitómano, en un café imaginario, postulan actitudes, opiniones y establecen una relación lineal —no dinámica— con la teleplatea: ellos tampoco proponen un modelo de conducta. Cada personaje está dirigido a un espectador anónimo pero previsible y que coincide con él."

¿Happy or end?
Todo consiste en un triángulo, como diría Euclides. Hay postulados y tres ángulos para analizarlos. Autor, Personaje y Público, sin embargo, se parecen más a un triángulo amoroso que a un objeto didáctico, simpático y que se lo puede dibujar en el pizarrón cuantas veces se quiera, sin comprometer a la vilipendiada humanidad en el asunto. Si se lo piensa bien, en realidad se trata de papá-autor, mamá-público y de personaje-a-veces-Edipito. El triángulo, finalmente, resulta fácil de explicar: el mundo está loco, loco, loco, loco, como papá-autor y mamá-público. Y Edipito es un buen hijo: los emula hasta la exageración, la presencia de personajes que rescatan los impulsos más saludables del hombre —o la mujer—, como Modesty Blaise (cálida, afectuosa, alegre y sin embargo, vulnerable) o Dick Van Dyke, un hombre medio que busca adaptarse a una vida completa, donde familia, amistades y trabajo no se obstruyan mutuamente, no desmienten las generales de la ley: los personajes lucen muy bien en fotos, pero bajo la lupa suelen mostrar otro rostro, el rostro de la enfermedad y la angustia que pueden contagiarnos. 
PANORAMA, ENERO 28, 1969

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Modesty-Vitti o cómo matar con frialdad


La familia Falcón

 

 


 

 

 

 

 

 
 


Los niños se identifican como héroes


Fidel Pintos - Marcos Zucker en La Baranda


Barbarella


James Bond


El Fugitivo

 

 

 

 

 

 

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