Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

Moda masculina
Plumaje 1969

 

Revista Primera Plana
10 de diciembre de 1968

Erguido frente al espejo, y afinándose los bigotes estilo Emiliano Zapata, el dueño de casa medita preocupado sobre el atuendo de esa noche. ¿Optará por el traje Nehru cáscara de huevo de brocato? ¿Quizá su saco cruzado de cuero de víbora falso? ¿O la túnica verde con cinturón de cadena que tanto armoniza con el tapado de visón de cierre relámpago? Llega el momento de la decisión; camisa rosa cruzada por volados, traje de terciopelo azul real con saco bien acampanado, delicadas zapatillas de cuero con hebillas de plata y el abrigo de piel, por si refresca.
"¡Fantástico!", aprueba su mujer cuando baja orgulloso la escalera; "pero, la próxima vez, vestite más rápido porque estamos con media hora de retraso". La escena imaginaria tiene una realidad cada día más contundente en los círculos refinados de los Estados Unidos y Europa, sobresaltados por la más drástica revolución en ropa masculina desde los tiempos de Brummel. Tribulaciones que no padecerán, este verano, los elegantes argentinos, sumergidos —como casi siempre— en la solemne formalidad del vestir, que sólo permite a los diseñadores aventurarse en tímidas audacias incapaces de vulnerar el más sensible complejo nacional: llamar la atención.
Claro que algunos pioneros del buen gusto discrepan con la catarata de grises y azules encuadrados en cortes más o menos clásicos; la vanguardia, sin embargo, limita sus clientes a un centenar de refinados que, de todas maneras, no extreman demasiado las innovaciones. "Hoy en día la gran idea es la libertad", proclama en París Yves St. Laurent, quien se lanza al campo del diseño varonil; Henry Ford II acepta la premisa y pasea sus turtle necks y medallón bizantino en las fiestas chic, mientras, más al norte, el premier canadiense, Pierre Trudeau, concurre a los debates parlamentarios enfundado en un tapado de nutria hecho a medida.
Esta aurora de transformación sustenta sus destellos en la Beatlemanía, la cultura hippie y el sacudón que transmite la generalizada revuelta estudiantil. Arrinconado por estos fenómenos, el súper-yo tolera que su habitat se revista de colores hasta ayer considerados femeninos, suspenda collares y abalorios en su cuello y se ciña el cuerpo con atuendos apretados hasta la asfixia.
Al llegar a estas tierras, la revolución se diluye, aguada por la manía del término media y las disposiciones o costumbres que impiden frecuentar boites, salas de espectáculo y despachos burocráticos sin estar munido del clásico uniforme: cuello, saco y corbata. Por eso, los artesanos y comerciantes consultados por Primera Plana la semana pasada vaticinaron pocos cambios en los estilos de ropa para este verano; cuanto más, las expansiones cromáticas se refugian en bermudas y shorts que atesoran, también diseños imaginativos.
"Nadie se atreverá a usar un short liso sin temor a estar "out", proclamó Jorge Deluchi, 36, alto ejecutivo de la Trajería Grant, Rodríguez Peña y Santa Fe. Esa prenda, y los bermudas, soslayan ahora las mezclas sintéticas para volver, por precios que oscilan entre los 3.900 y 5.500 pesos, a las fibras naturales. Una tendencia que comparten las creaciones de Iotti (Callao al 1000) y J. B. Men's Shops, de Julián Bengolea (Galería de las Artes, Maipú 971), quien ha lanzado un modelo hawaiano en blanco y azul floreado por 5.500 pesos.

Furor por las remeras
Contrariu sensu, las remeras despliegan superficies lisas en colores clásicos celeste, verde manzana, colorado, pergeñadas en jersey, que reemplaza, en general, al piqué. Al cocodrilo de las Lacoste, Iotti respondió con un Tucán que decora, la prenda blanca, roja, celeste y azul tasada entre 3 y 8 mil pesos. Quienes prefieren las marcas francesas o las Fred Perry británicas, acuden a Felix's (Lima al 1000); la originalidad reposa, sin embargo, en una camisa floreada que imaginó el dúo Delia Cancela y Pablo Mesejean: en tonos blancos y azules exigen 5.600 pesos a los feligreses de JB.
Más sobrios, en Iotti proponen camisas labradas en colores lisos que imitan la fisonomía llena de gracia del aho-poí paraguayo sobre batista o voile; la prenda reclama 6.500 pesos y lleva carterón simulado y pie de cuello con dos botones. Un éxito arrasador tienen sus colegas francesas Lacoste —entre 5.500 y 6.900 pesos la unidad-rayadas en cuadros grandes y pequeños; Felix's, que las importa desde hace años, también permite optar por otras hechas a medida. "Esta predilección por el cuadriculado será una característica de la temporada", describe Lorenzo Alvarez, jefe de Ventas de James Smart (Florida y Lavalle); por eso el stock de la tienda alberga camisas sport con motivos escoceses, alrededor de 2.700 pesos, que adquieren rotundo esplendor en las telas importadas (5.800).
Pantalones y sacos sport se aferran a los cánones rituales: algodón y fibra sintética o puro hilo, un solo tajo atrás, y colores azul, crema y crudos, según propone Iotti por 6.500. Grant los prefiere más rayados y livianos, en cloqué inarrugable celeste y blanco, a cambio de 12.900 pesos. En cuanto al uniforme propiamente dicho, los de seda natural o alpaca inglesa requieren sumas que orillan los cien mil pesos; JB lanzó una serie de trajes en selaco celeste, de corte impecable, por módicos 12 mil pesos.
"Se nota una mayor influencia europea sobre los clientes que nos piden más audacias en los colores (predomina el verde musgo) y diseños con cuadritos fantasía", explica Nelson Leslie, jefe del sector sastrería en James Smart. Los 37.000 pesos que exige una hechura trepan a los 60 mil cuando se trata de un smoking; "ahora se usan de sólo dos piezas, con faja y moñito en tono bordó". Pero los iniciados prefieren el turtle-neck de raso para usar con la prenda; Etcétera (Galería de las Artes) los entrega por 5.800 pesos. Allí también puede encontrarse otra de las innovaciones que gastan europeos y norteamericanos: la camisa Nehru estampada con tacos originales de la India por Elsie Vivanco (14.900).
El complemento indispensable de la turtle-neck lo exhibe Bijouterie X (Galería de las Artes): colgantes de peltre y doradas (3.800) o escarabajos antiguos con piedras de murano (a 5.200). Para la ropa sport existe la posibilidad de adornarse con uno de cerámica esmaltada con margaritas hippie o las propias iniciales (600). Las fiestas de fin de año son una oportunidad para lucir esa parafernalia sobre smokings negros forrados en seda bordó (en Iotti, $ 55.000) o los de confección que ofrecen sastrerías González por cifras entre los 19.500 y 28.500 pesos.

Los cubrecabeza
Las posibilidades de circular coronado con elegancia se reducen a un espectacular sombrero texano que exhiben por 4.000 pesos, Turnes, en Paraguay 1612; agregar tafilete y barbijo al modelo demanda otros dos mil. En este rubro, la sugerencia de Rhoder's es bastante desacertada y pretensiosa: un panamá de ala corta con cinta foulard que hace juego con la corbata.
Los admiradores del estilo hippie deberán conformarse con las prendas salidas de Sastrerías Modart: camisas floreadas (2.390), con dibujos búlgaros (2.990) o tipo Mao (2.498) en color lila, rosa y azul. Luego de enfundarse esta posibilidad, conviene completarla con un collar (1.600), que suma cadena y un medallón de porcerlana azul o lacre, en Casa Noi (Maipú al 800).
Todas las esperanzas de cambiar este panorama residen en la posibilidad de que los estilos europeos y norteamericanos se impongan con lentitud sobre los argentinos. La Revolución de la moda acompaña a la influencia creciente y penetrante de la juventud: trepados al color y el ritmo sea en arte psicodélico o el yeh yeh, los muchachos tratan de lucir de acuerdo cotí su ambiente. Y los adultos le están siguiendo la corriente.
"Antes era común que el hijo le robara las corbatas a su padre; ahora es el adulto quien se lleva, subrepticiamente, las turtle-neck de los muchachos", asegura James K. Wilson Jr., presidente de la gigantesca cadena de confeccionistas Hart Schaffner and Mark Clothes. Las páginas dedicadas a la mujer en periódicos y revistas, reflejan esta tendencia: una columnista, Susy says, gastó toda su tinta —describiendo el estreno de la comida Hair en Munich— explayándose sobre las vestimentas masculinas. Terminó el artículo con un rotundo: "¿A quién le importa lo que usan las mujeres?".
Los diseñadores están obsesionados por este súbito impulso que precipitará a los consumidores norteamericanos, durante 1969, a dilapidar 750 millones de dólares en los estilos avanzados. En la cresta de la ola, y encabezando la revuelta, centenares de boutiques promueven las transformaciones en gustos y estilos. Cada ciudad tiene sus prendas favoritas: Houston, los sacos y sobretodos de cuero Nueva York, las camisas acribilladas de motivos y los trajes Regencia de terciopelo. Cuanto iniciado anda suelto por la Baja California, gasta chaquetas eduardianas de anchas solapas y pantalones ostentosos; sus pares de San Francisco enfundan camisas de algodón de Cambray con mangas voluminosas.
Dentro de esta caravana el mal gusto también tiene su puesto: "Están haciendo cosas tan feas actualmente que esto parece un festival del horror", protesta David Platt, director de Men's Bazaar. Algunos ejemplos: carteras para hombres, minifaldas varoniles, camisas y pantalones transparentes; afortunadamente, ninguno de estos engendros ha tenido éxito entre el público.
Uno de los grandes responsables de este movimiento, Pierre Cardin, embolsará satisfecho unos 30 millones de dólares por sus creaciones; parece justificado que todos presten atención a su nueva profecía: dentro de dos años el must será un atuendo similar al de los astronautas. Sin duda, a los argentinos les costará unos años más aceptarlo.

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Moda masculina
Las propuestas de Turnes, JB, Grant y Etcétera


La audacia que no cesa


 

 

 

 

 

 

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Cajetilla norteamericano
Moda masculina
Turtle-neck y smoking

 

 

 

 

 

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