Revista Periscopio
24.03.1970 |
Otra vez las líneas están definidas.
Georges Pompidou, Presidente de Francia, se pronunció a favor de la
maxifalda: "Agrega misterio al amor", argumenta. A Richard Nixon
también le gusta, y más si quien la lleva es Madame Pompidou. Pero
Paul Newman está en la vereda opuesta, y habla en nombre de una
abrumadora mayoría masculina cuando dice: "Es absolutamente
vergonzoso que los modistas puedan hacer estas cosas". George T.
Smith, Vicegobernador de Georgia, es mucho más contundente: "Si
alguna joven viene aquí con una de esas cosas puesta, la echaré a
puntapiés del Senado".
El gusto femenino de alto vuelo parece equilibrado. Jackie Onassis,
la Duquesa de Windsor, Gloria Vanderbilt-Cooper y Alice Roosevelt
Longworth se confiesan partidarias de la falda larga; por el
contrario, a la cabeza de un grupo no menos chic, la esposa del
Secretario de Salud, Educación y Bienestar, Robert Finch, sostiene
que "esa línea me hace recordar las cosas que yo hacía en la clase
de costura de la escuela primaria".
Hasta el momento, una de las pocas fracciones femeninas
norteamericanas que no se ha pronunciado sobre el tema es el
Movimiento por la Liberación Femenina; sus dirigentes ven la
controversia como un complot para prolongar el estado de
sometimiento en que vive la mujer. "Para mí esto no tiene ninguna
importancia —dice la líder del movimiento en Nueva York, Ti-Grace
Atkinson—. Personalmente prefiero los pantalones".
El frente interno de la alta costura, tanto en los niveles de
creación como en los de producción, es casi anárquico. En París,
donde aún suele decirse la última palabra en materia de moda
femenina, el desacuerdo transita desde el muslo hasta el tobillo.
Mientras Saint Laurent, Marc Bohan (diseñador jefe de Dior) y
Guivenchy alargaron sensiblemente las faldas en los últimos dos
meses, Courréges y Chanel las han
abreviado en el mismo lapso. "La maxi —sentenció la legendaria Coco—
es un disfraz, y en nuestra época una mujer no tiene derecho a
ocultarse." La situación es similar en USA; por más que muchas casas
piensan seguir adelante con las maxi, los viejos modistas que
vivieron la década del 30 ven en la advenediza un retroceso: "Se me
ocurre —pontifica la diseñadora Pauline Trigére, 57— que la maxi
podría quedar muy bien para un garden-party. Pero no he ido a
ninguno en los últimos treinta años".
TODO, TODO NUEVO
Quizás el origen de la controversia resida en la industria de la
moda, detenida en el umbral de uno de esos cataclismos cíclicos que
le permiten equilibrar sus finanzas. Los datos coinciden: cada vez
que ocurre algo parecido, brota una ola de resistencia en maridos,
revolucionarios, misóginos y cuantos carecen de sentido del humor.
No vendría mal recordar la observación de Oscar Wilde: "La moda es
por lo general una forma de fealdad tan insoportable que debemos
cambiarla cada seis meses". En la actualidad, el lapso para los
cambios importantes va de cinco a seis años. De todos modos, jamás
desde la última guerra se ha sentido con tanta urgencia la necesidad
de cambios profundos en el vestuario femenino.
El costo siempre ascendente de telas y mano de obra, sumado al
problema de la iliquidez, ha colocado a la segunda industria del
consumo en usa al borde del colapso. En enero pasado, un dirigente
del Sindicato Trabajadores del Vestido reveló que la actividad había
registrado su primera caída en toda la década. La producción de
conjuntos cayó un 29 por ciento, la de tapados 8,4 y la de vestidos
8,2 por ciento. Varias de las más importantes fábricas de la 7ª
Avenida se encuentran ante la amenaza de cierre, cosa que ha
ocurrido en casos como el de Harvey Berin, modista de las señoras
Nixon, Eisenhower y Truman.
Como millones de mujeres ya lo han advertido, no hay costurera, por
más ingeniosa que sea, capaz de transformar una mini en maxi. Por lo
tanto, el cambio significa una nueva —y bastante cuantiosa—
inversión para poner al día el guardarropa. Pero no es el único
inconveniente: la maxifalda exige propios —y, lo que es peor,
distintos de los actuales— accesorios. Zapatos con tacos más altos y
finos, realizados en colores contrastantes para eliminar su
similitud con el calzado ortopédico, son algo imprescindible bajo el
nuevo ruedo. Otro punto de discusión es la ropa interior, que exige
nuevos diseños para las telas suaves y adherentes propias del estilo
invasor. Y medias, claro está, para completar una figura que se
extiende desde el cuello. Más arriba de esa línea, harán falta
sombreros de alas anchas para dar forma a la deseada silueta de
junco.
Los peinadores también se preparan para la nueva era. Sus creaciones
romperán los esquemas actuales, requerirán cabellos más cortos,
líneas más onduladas y suaves al tacto: hay quienes hasta
pronostican la resurrección de la añeja tijera de ondular. A la
vanguardia, el coiffeur neoyorquino Michel Kazan ya ha bautizado su
nuevo corte con equívoco título: "Muchacho griego".
Más avanzados aún, los laboratorios de cosmética trabajan hace meses
en la recreación del rostro femenino a partir de las pantorrillas
cubiertas parcial o totalmente. Charles Revson, de Revlon, sostiene
que "la maxi es una actitud total de la moda, que por fin da más
valor a la cara que a las rodillas". La fórmula: redondas mejillas
color cereza, boca roja, ojos hundidos, cejas finas y arqueadas. "El
estilo más adulto que hemos tenido en muchos, muchos años", se
regocija Revson.
LO QUE VENDRA
Hasta ahora, pese a los esfuerzos de publicitarios e industriales,
los cambios en cierne han acentuado la Secesión. Por desaprobación,
confusión o problemas presupuestarios, la compradora media se
mantiene alejada de los negocios, en actitud de expectativa.
Simultáneamente, los comerciantes minoristas, que ya habían hecho
stock de verano —-con polleras mucho más sucintas que las indicadas
por la nueva tendencia—, no ocultan su desconcierto. Las grandes
cadenas, en cambio, reaccionaron de inmediato con avisos, cuyo
objetivo es el esclarecimiento de un mercado tan confundido como sus
dirigentes hace un par de meses. "Desde que la maxi hizo su
espectacular entrada —aclara un aviso de siete columnas publicado
por Bullock's en todos los diarios del sur de California— hemos
visto su cara preocupada y oído sus afligidas respuestas
telefónicas. Así es como lo ve Bullock's: la maxifalda es otro largo
más para darle variantes posibles a su gusto personal. Deje que
Bullock's le muestre faldas sobre la rodilla, a la rodilla, por
debajo de la rodilla... No se ponga nerviosa." La apelación fue
seguida de inmediato; todas las campañas hacen hincapié en que la
maxi es sólo un largo, no el largo.
¿De qué manera algo tan frívolo como la altura de un ruedo puede
convertirse en una crisis internacional? Para la mayoría de los
norteamericanos, lo que está ocurriendo tiene el inconfundible aroma
de una conspiración antimasculina, manejada por una misteriosa
alianza de lejanos europeos y gente importante. Hay algo de verdad
en la sospecha, pero el nacimiento de un nuevo estilo es
considerablemente más complicado. Un detalle importante es la
oportunidad en que la creación irrumpe. La maxi estaba rondando a
ambos lados del Atlántico desde 1966, en restringidas versiones
lanzadas por Marc Bohan y en la aparición de casacas y chaquetones
militares. Pero el ojo del consumidor no estaba preparado para el
cambio, acaso absorto por la exhibición de tantos inéditos muslos
femeninos.
El segundo impulso lo dio la juventud, con su voluntad de cambio.
Empezaron a aparecer vestidos de venerables abuelas, un nuevo hálito
comenzó a infiltrarse en las exhibiciones. Películas como Bonnie &
Clyde acentuaron aún la nostalgia por los años treinta. Pero todos
eran escarceos; hasta ese momento ningún diseñador famoso parecía
decidido a transformar al capricho maxi en una realidad comercial.
En enero de 1970, como si se hubiese tratado de agotar íntegramente
una década, el modista italiano Valentino bajó la falda de todos sus
trajes a media pantorrilla; en su operativo se incluyeron desde los
conjuntos mañaneros hasta los de cocktail. Era un primer paso, no
despojado de timidez. La semilla fue madurada y germinada,
finalmente, por la Biblia de la alta costura norteamericana: Women's
Wear Daily. Sus redactores ya habían descubierto, en un film de
Luchino Visconti (El maldito), las preferencias de las alemanas
durante el advenimiento del nazismo. Para WWD, se trataba de "la
nueva sensación de la moda".
Pocas semanas más tarde, mientras las colecciones de París copiaban
puntualmente el mensaje de Valentino, WWD acuñaba un distintivo: la
palabra 'longuette', nuevo zumbido para el viejo estilo. Entre el
crepitar de rumores, WWD anunciaba a su calificado público:
"California opta por el longuette"; "Los esquiadores prefieren el
longuette"; "La futura mamá elige el longuette". Fue una muestra
acabada de autosugestión; en pocos números la campaña llegaba a
sugerir la maxifalda para las niñas.
RAZONES PARA EL CAMBIO
Nada alentó tanto el advenimiento de la maxifalda como la minifalda.
Es que las variantes más sintéticas habían llegado al estricto
límite del exhibicionismo indecente, y los diseñadores —y sus
clientes de avanzada— buscaban casi desesperados una alternativa.
"Estética y emocionalmente —sostiene el modista Donald Brooks—, la
buena acogida de la maxi se entiende porque la gente ya está
cansada, aburrida, fastidiada por la mini."
Esas son las razones de Brooks, pontífice de selectas seguidoras.
Pero el punto difiere bastante de la opinión de las compradoras en
las grandes tiendas tipo Macy's. Además del gasto que significa la
renovación total del guardarropa, el nuevo estilo requiere
proporciones de modelo. Una mujer que mida menos de 1,62 y use
maxifalda se verá tan elegante como un enano caminando en una zanja.
El cambio modificará también la forma de caminar; los cortos pasos
de ratón que popularizaron las geishas volverán a Occidente.
Tanta dificultad obliga a preguntar si ha llegado realmente la hora
de la maxifalda o si la industria afrontará su primer fracaso desde
el lanzamiento del chemise de Balenciaga, en 1957. Una encuesta
postal realizada por el periódico Chicago Today permitió descubrir
la casi total oposición masculina y un enorme número de negativas
entre sus lectoras. De 14.770 respuestas, la proporción antimaxi era
de 4 a 1 entre las mujeres, y de 10 a 1 entre los hombres. Para la
comentarista de modas Marylin Stitz, las respuestas en favor de la
maxi eran de adolescentes ansiosas por gastar el dinero de papá en
una nueva moda, de mujeres viejas que nunca se sintieron cómodas con
las rodillas al descubierto, y de moralistas. "Se asombrarían de
saber —apunta con acidez-— cuántas personas piensan que la
proporción de violaciones y crímenes disminuiría con el alargamiento
de las faldas."
La encuesta da, en cierto sentido, razón a los redactores de Women's
Wear Daily, el tema dista de haberse agotado. James Brady, editor de
WWD, sostiene que "hay pocas mujeres norteamericanas con agallas
suficientes para decir qué quieren usar, y menos aún para usarlo. De
todos modos, París y Roma han decretado las faldas largas, y USA
seguirá fielmente esa tendencia".
En verdad, la mansedumbre de las norteamericanas para aceptar
cualquier tendencia, por loca que parezca, es un hecho histórico. Lo
único parecido a una rebelión ocurrió en los años veinte, cuando las
mujeres decidieron acortar las faldas y los diseñadores se negaron a
complacerlas. Al ver que los comercios sólo vendían ropa larga,
dejaron de comprar en algunos casos o, en muchos otros, compraron y
acortaron las faldas en casa. La industria captó el mensaje.
Por más que WWD insiste en negarlo, hay indicios de que se incuba
una rebelión similar a la de hace medio siglo. Pocos días atrás, en
Beverly Hills, dos docenas de damas estaban reunidas en casa del
novelista best seller Harold Robbins. Parecía una comida de
tranquilas socias de un club benéfico hasta que la presidenta habló:
"El mundo de la moda —dice July Hutner, dueña de larga cabellera y
hermosas piernas— cree que somos un rebaño de ovejas, pero no
permitiremos que la lana nos tape los ojos y, además, las piernas".
Mrs. Hutner es la mujer de un banquero de Los Ángeles, y su
organización tomó el nombre POOFF(siglas en inglés de Preservación
de Nuestra Femineidad y Finanzas).
A menos de un año de su fundación, abiertamente definida contra la
maxi, POOFF cuenta con voces altamente influyentes: las actrices
Ruta Lee y Carolyn Jones, la psicóloga Lorienne Chase, la
aristócrata esposa de Lance Reventlow, son algunas, de ellas.
Filiales de la entidad han aparecido en Nueva York y Londres; en Los
Ángeles acaban de realizar la semana de POOFF. Sus integrantes
atienden quioscos en hoteles de moda, grandes tiendas y
restaurantes, y persuaden a sus congéneres para que firmen el
compromiso POOFF de no adquirir maxifaldas aunque otras mujeres lo
hagan. La mujer de Robbins propuso también etiquetas rosadas con
letras fosforescentes para los guardabarros de los automóviles. La
leyenda: "Acorte su maxifalda".
¿Qué tiene la entidad contra la maxi? "Es fea, antifemenina —barbota
Mrs. Hutner— pero no sólo eso. Es que están tratando de que tiremos
todo por la ventana y compremos cosas nuevas. Podemos hacerlo, por
supuesto, pero ¿por qué?" Es la rebeldía contra los altibajos de la
moda. El sociólogo James Laver sostiene que la moda nunca es
arbitraria: "Tiene firmes raíces en el inconsciente colectivo. Las
esperanzas y temores de toda una sociedad se reflejan en el corte de
un vestido. Alzas y bajas de los ruedos femeninos coinciden con el
barómetro de la cultura". Con él coincide William O'Neill, profesor
de Historia en la Universidad de Wisconsin y autor de un extenso
libro sobre feminismo: "El punto crucial de la moda modernas llegó
con la chica despreocupada de los años veinte, que logró su
emancipación física al abandonar el corsé con ballenas. Nada hubo
desde entonces tan revolucionario".
O'Neill señala cómo el ruedo corto de los '20 desapareció con la
depresión, para llegar casi hasta el piso en 1936. Gilman Ostrander,
sociólogo de la Universidad de Missouri, recuerda también el L-85,
decreto federal dictado durante la guerra en USA para evitar el
derroche de telas que, a pesar de ser suprimido, siguió dominando
subterráneamente los estilos de posguerra. El nuevo estilo Dior
triunfó luego, y a pesar del desencanto de hombres y mujeres las
faldas no treparon más allá de la mitad de las pantorrillas. "El
clima de opinión que genera la falda larga —razona O'Neill— no es
socialmente liberal."
El cambio comenzó en 1957, con el rodeo de la "bolsa": inspiró gran
cantidad de bromas, pero no elevó las ventas. En 1961, Jacqueline
Kennedy asistió al juramento de su marido con una falda a media
rodilla. Más adelante, en 1966, por la vía de los precursores, París
trepó aún y comenzó a descubrir los muslos femeninos. Los
norteamericanos reaccionaron como puritanos del siglo XIX; se
escandalizaban ante la sola idea de exhibir las piernas de sus
mujeres ante el juicio internacional. Las barreras cayeron pronto;
la mini triunfó. Aunque hay quienes piensan distinto: "La mini no
triunfó, en verdad —sostiene el sociólogo Ostrander—, porque fue el
estilo «niñita» de Mary Quant lo que encandiló al norteamericano.
Luego vendrían las versiones sexy".
SI A LA MAXIFALDA
El culto de la maxifalda está apoyado, por el momento, en sesudas
teorías. Algunas señalan que ha decaído la adoración por la juventud
que caracterizó a los años sesenta. "El vestido corto —reflexiona la
aristócrata neoyorquina Ethel Scull— hizo sentir más joven a la
mujer, pero puso en desventaja a las mayores porque hizo surgir la
diferencia entre lo que es y lo que parece joven." Gloria
Vanderbilt, en cambio, sospecha que "quizá hayamos ido demasiado
lejos y rápido en los años '60. Llegamos a la Luna, y pienso que la
gente prefiere por hoy volver a épocas más nostálgicas, más
románticas, más encantadoras".
Otras hipótesis sostienen que la falda larga es un símbolo de
rechazo político hacia los extremismos, como si trataran de
afirmarse los instintos de conservación y de propiedad. "Parece
—señala el historiador O'Neill— que recreáramos los años '50. Nixon
vuelve al poder, los extremistas están en la cárcel, parece gestarse
un nuevo período de recesión. Al Gobierno le gustaría mucho ver una
reacción contra la conducta y la manera de vestir de la década
pasada." Otros comentarios apuntan hacia la situación económica. Una
vieja teoría señala que ruedos y cotizaciones de bolsa suben y bajan
simultáneamente; ocurrió en 1930 y 1950.
Una línea algo más avanzada señala en la altura de las faldas una
curiosa connotación sexual. Abby Rockefeller, hija del presidente
del Chase Manhattan Bank, líder del Movimiento de Liberación
Femenina de Boston, sospecha que varias de sus compañeras "adoptan
la maxi porque tratan de parecer ultra-femeninas, suaves, pasivas,
porque desean ser objetos sexuales mimados; así definen su
vocación".
Por supuesto, hay también teorías que denuncian una "conspiración de
homosexuales". Para Jacques Kaplan, diseñador de prendas de piel,
los modistas homosexuales tratan de que las mujeres se parezcan a
sus madres. "La mayor influencia materna —se empecina— tiene lugar
cuando el niño cuenta entre cinco y seis años. Fíjense en la edad de
los diseñadores más importantes: tienen alrededor de 40 años. Quiere
decir que tenían 5 años en 1935, cuando las mujeres, sus madres,
usaban la falda a media pantorrilla. Clarísimo, ¿no?"
EN MAYO SE SABRÁ
Pese a la extensión del debate, nadie —ni aun WWD— puede predecir el
triunfo de la maxi. El acertijo quedará resuelto en mayo, cuando la
Avenida presente las colecciones de otoño. Los más sensatos apuestan
a que los ruedos bajarán sensiblemente en los atuendos nocturnos y
exteriores. A diario, por lo tanto, coexistirán maxis, minis, y
pantalones. Lo que se impondrá, con seguridad —ya se venden
conjuntos en cantidades considerables— es el mixi: maxitapado y
minifalda.
Lo inevitable, Sin embargo, es el impacto que ya ha producido la
aparición de la maxi: hizo estragos entre las cultoras de la
microfalda, y ha ido bajando, centímetro a centímetro, la altura de
los trajes más convencionales. Washington, ciudad típicamente
conservadora, es una buena muestra: "La mitad de las mujeres del D.
C. —apunta la cronista Barbara Hower— ha estado usando maxifalda
durante el reinado de la mini. Ahora, hasta puede producirse el
hecho fantástico de que, por una vez, Washington esté a la
vanguardia en materia de modas. Si eso ocurre, la maxifalda habrá
ganado la batalla".
Sea cual fuere el resultado, el desenlace terminará por afianzar aún
más la Ley de Laver, regla cíclica de la moda formulada en 1937 por
el historiador británico: "El mismo atuendo será indecente diez años
antes de su tiempo, desvergonzado cinco, elegante en su tiempo,
anacrónico un año después, romántico al siglo y hermoso ciento
cincuenta años después de su tiempo". Hasta ahora se ha cumplido.
Copyright Newsweek, 1970.
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