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crónicas del siglo pasado

Modas
Coronación del folklore


Las propietarias de Nosferatu y sus modelos. El hit de la temporada

Todo comenzó en el invierno: confundidos en medio de las ráfagas de los años 30 que alborotaron la moda, los primeros volados y las guardas ingresaron sigilosamente en los guardarropas de las más exquisitas. Con la llegada de setiembre, esos primeros atisbos se convirtieron en una delirante revolución. El new-look para primavera-verano se regocija con las fantasías más audaces, pero también elige el pudor como una forma del encanto. Sin embargo, esos costados opuestos se bañan en la misma fuente inspiradora: el folklore. Para esta temporada —hippies dixit— los idóneos pensaron en los fulgurantes vestidos latinoamericanos, en el revoloteo de las gitanas o en el misterio de Oriente. Al principio, los Juegos Olímpicos de México fascinaron a los norteamericanos, que fotografiaron a sus cover-girls más célebres metamorfoseadas en diosas aztecas vagando por Teotchitlán o remontando los laberintos de Guadalajara. Después, los franceses se trasladaron a Granada y las mujeres se afiliaron al style gitane. Los ingleses, por su parte, recordaron los tiempos de la colonia, en la India, y King's Road se inundó de Nehru Jackets y saris. "La cuestión es adornarse de un no-sé-qué telúrico", propone una cronista de Vogue. En los umbrales de la saison, el llamado de la tierra llegó a Buenos Aires y fascinó a las porteñas. "Es probable que cuando termine el verano —suspira la propietaria de una cadena de boutiques-— estemos asfixiadas por los volados, indigestadas de tanto pintoresquismo. Pero ahora, es la locura."

Very very typical
Repetido por decenas, presidiendo la mayoría de las boutiques de la calle Santa Fe, un vestido de organza blanca (de talle bajo y con tres grandes volados ribeteados de azul o negro en la falda) es el hit del prêt-a-porter. El modelo original fue una creación de Yves Saint Laurent, pero las elegantes admiten que "ya no se puede usar"; cuesta entre 13 y 16 mil pesos. Algunos ostentan, además, un lazo de terciopelo negro que se remata en un vasto moño. La organza, y todos los géneros transparentes, son el must del verano. Una obligación que sugiere cierta osadía: las transparencias deben usarse sin nada abajo. Es difícil que las argentinas acepten el desafío.
La versión porteña más exitosa del look\ folklórico fue la colección de Nosferatu, planeada por Mary Tapia y Marta Carlinsky. Hace tres meses, Tapia viajó a Villarrica —pueblo de la frontera paraguaya— y adquirió centenares de cortes de aho-poí, una tela rústica que las nativas bordan a mano. El resultado de la excursión fueron 70 creaciones impecables, presentadas al público el lunes 30. Al finalizar el desfile se había vendido más de la mitad. Nosferatu (galería Embassy, Charcas al 600) se decidió por los vestidos extremadamente cortos, con mangas largas o paisanas, cortados en la cintura y con el talle ligeramente alto. La línea sencilla es un páramo propicio para los bordados, que se concentran en la blusa, navegan por las faldas o salpican el cuello y las mangas (entre 10 y 16 mil pesos).

Las obsesivas flores
Lein (Libertad al 1000) prefirió recorrer el camino de la ingenuidad. Azoradas margaritas —delineadas con empeño— se mezclan con lunares enormes que brotan en los minivestidos de piqué. Las flores, copiadas de motivos de las artesanías populares, componen frisos y guardas que alborotan mini-robes de tonalidades refulgentes. Con reminiscencias tropicales, las soleras dejan la cintura al descubierto y unen la blusa y la falda con argollas atrevidas. La boutique Etcétera (Galería Calle de las Artes, Maipú al 900) propone, además de los vestidos de aho-poí —esta vez inmaculadamente blancos—, una colección de la insólita pareja Cancela-Mesejean: el apogeo yippie en vestidos pintados a manos con volados en las mangas.
Un modelo de jersey de seda negra, con tres amplios volados de encaje de algodón —y un cierto aire a cortinas de hace tres décadas— es la espléndida estilización mexicana que creó Dedé (Maipú al 900). El reducto también expone una túnica que se suspende en la mitad del muslo para mostrar los bordes de un bermudas en género contrastante. Y una robe especialmente confeccionada "para colgarle millones de cadenas y cascabeles" (11.500 peses) . Como una obsesión, las flores pueblan los vestidos, los trajes y los tapados. Un tailleur azul, con florones aplicados en naranja, cuesta 1.500 pesos en A Portinha (Galería Bond Street, Santa Fe al 1600). Un conjunto apropiado para acompañar los trajinados tapados de matalasé (11.500 pesos en Á Portinha), que exigen un corte perfecto; de lo contrario, se asemejan peligrosamente a los deshabillées que tanto gustan a las americanas.
Las camisas con frisos son la especialidad de McKoll's (Galería Alvear y Santa Fe al 1600), que las combina con faldas azules y rojas y una hebilla de carey. La mejor solución para un día de campo es una solera en jersey rojo con falda pantalón y espalda descubierta (5.900 pesos en McKoll's). En la misma casa se puede optar por el ensemble práctico: falda y chaleco blanco, ribeteado en azul con camisa de cuello largo (9.900 pesos). Botica (Shopping Center, Rodríguez Peña y Santa Fe) mezcla originalidad con ropa ponible. Un vestido de algodón floreado (4.500 pesos) de línea trivial se vuelve importante con tres hileras de volados en las mangas cortas. Otro (rojo a lunares blancos, de talle bajo y falda amplia), termina el escote en un pico ribeteado de níveos galones. Otras boutiques como La Solderie (Av. Alvear al 1700), Drugstore (Carlos Pellegrini y Arenales) y Bond's (Uriburu al 1200) presentan en sus nuevos modelos una tendencia que incluye sabiamente las ideas hippies y los vientos del '30. Estos atuendos se completarán con vinchas que envuelven la frente y se ocultan en la nuca (un accesorio recomendable para las melenas rapadas a la garçon). Obviamente, la armonía se alcanza con un maquillaje especial: labios furiosamente pintados de rojo, ojos bien ennegrecidos y con pestañas postizas, polvo claro y trasparente.

La buena senda
Un inventario de las principales boutiques de Buenos Aires apiló esa suerte de panorama general que componen los mandamientos de la temporada:
• Nada mejor para una femme fatale, que ciertos condimentos naives: los vestidos de nena (cortados en la cintura y fruncidos, con moñitos y florcitas) son bien venidos siempre y cuando los luzca una jovencita de no más de 20 años, casi tan flaca como Twiggy. De lo contrario, abstenerse.
• Se acabó la vieja división entre ropa para vestir y para calle. Este verano no habrá soirées muy despampanantes. Para las noches, una cretona estampada, mangas anchas y una pulsera en los tobillos aseguran un chic inesperado.
• Los escotes, tímidos adelante, se enloquecen en la espalda y se prolongan hasta más allá de la cintura.
• Los zapatos continúan fieles a los años 30: tacos anchos, algunos con plataforma, redondos y con talón descubierto. Vuelven los elegantísimos combinados —azul y blanco, azul y rojo, rojo y blanco—, siempre picados adelante. 
• Carteras no muy grandes, tipo valija, y también en dos tonos.
• Aros y anillos: enormes, transparentes, de colores. Hacen juego con cadenas que se enroscan en la cintura, serpentean en el pecho y a veces cubren las piernas (en ese caso, ellas irán con los pies descalzos).
• Los rulos que se derramaron este invierno, en las cabezas, tienen un sí condicional: sólo pueden enarbolarse con pelo corto. Nada de rodetes enrulados; los pelos largos irán lisos, lánguidos, barriendo la frente y haciendo cosquillas en el cuello.
8 de octubre de 1968
PRIMERA PLANA

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En blanco, rojo y azul: el triunfo de lo insólito


Mannequin Dimma


María y Dimma

 

 

 

 

 

 



Perla y Cristina

 

 

 

 

 

 

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