Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


La muerte de Vandor
por Miguel Gazzera
Revista Siete Días Ilustrados
06.07.1970

Gazzera (44, casado) fue, durante varios años, secretario de las 62 Organizaciones. Es, actualmente, secretario adjunto del gremio fideero, seccional Capital. En el ámbito sindical se lo conceptúa como uno de los ideólogos más conspicuos del peronismo. Son mayoría los que piensan que, durante la época más brillante del vandorismo, fue el intelectual indiscutido de ese agrupamiento. Hoy se puede ubicar en la línea más dura entre las distintas fracciones gremiales peronistas.

Un silencio impenetrable rodea el asesinato de que fue victima Augusto Vandor, hace un año, en presencia de una decena de personas, en pleno día y en su propia organización sindical. El origen de su muerte excede el ámbito policial, pero allí se resumen tos crímenes políticos que nadie paga, como ha ocurrido con el asesinato de los Kennedy, de Luther King. Es como si los intereses que los promueven expelieran sus autodefensas y, cumplida la misión, todo se cerrará en el más duro y cruel hermetismo. Como si nada pudiera la sagacidad policial que pareciera poderlo todo... En torno del crimen político sólo los intereses que lo han provocado continúan palpitando como una máquina terrible que destruye a todo lo que se le opone, resguardada por una maraña de obstáculos insalvables.
Vandor era un caudillo porque respondió al medio en que se desenvolvió y a la época en que le tocó actuar, promovido por la particularidad política que, con Frondizi, dio nacimiento al ''integracionismo'', una fórmula tendiente a absorber al peronismo sindical dentro de la política liberal y dependiente. Titular de la Unión Obrera Metalúrgica, un gremio y una estructura gremial difícil de pasar inadvertida en el movimiento obrero argentino, allí tuvo Vandor su trampolín de lanzamiento, ayudado por la politización de los metalúrgicos y favorecido por la férrea articulación orgánica de la institución, que abarca todo el país. Fue un negociador, por las circunstancias y las influencias que sobre él se ejercían, pero era, por naturaleza, un luchador. Todos sus actos derivaban de su vocación por lo práctico; compaginaba su accionar diariamente y siempre estaba en movimiento. Era un peronista que desechaba sus riberas de izquierda o derecha; sin embargo, siempre estaba más próximo a esta última porque creía que el proceso necesariamente pasaría por las instituciones tradicionales y por los hombres que la representaban.
Si ha de entenderse por dirigente sindical a aquel que acepta las funciones dentro del círculo que establecen, la personería gremial y la ley de asociaciones profesionales, Vandor respondía a esta imagen. Pero su personalidad no se agotaba allí; era la expresión inicial cuyos límites excedía, persuadido de que la personería gremial sólo tiene validez si su uso se pone al servicio del proceso de colaboración de clases para ir desplazando etapas hasta lograr so fusiones globales para la clase trabajadora. Luego de ocho años en la Marina de Guerra, desarrolló una actividad dentro de una categoría industrial calificada, encuadrada en la clase media; de allí que resulta explicable que fuera acentuando sus actitudes hacia la negociación, no porque descartara la lucha franca sino porque el medio donde se desenvolvía lo iba derivando al diálogo, que luego asumió corno medio para las negociaciones.
Tenía una innata vocación política, pero no conoció la política comiteril ni vivió la etapa decisiva que dio origen al peronismo hacia 1945. Tampoco tuvo contacto con la etapa inmediatamente posterior, cuando un grupo de dirigentes encabezados por Hilario Salvo articuló lo que es hoy la UOM. Vandor alcanzó la dirección del gremio cuando la organización había vencido etapas que la dotarían de frondosa experiencia, comandada por Salvo, Armando Cabo, Abdala Baluch y Rafael Colacce. Su trayectoria se interrumpió con el golpe de septiembre de 1955, la intervención de todos los sindicatos y la cárcel que padeció junto a los miles de dirigentes, privados de su libertad para justificar la revolución "libertadora". En prisión Vandor tomó contacto con diversos dirigentes que, usando del generoso tiempo libre, nos dedicábamos a comentar los sucesos, analizar el pasado inmediato y realizar nuestra autocrítica a la conducción sindical y política peronista.
Él escuchaba, porque no ocultaba su improvisación sindical y su inexperiencia política; sólo opinaba cuando tenía la certeza de hacerlo con conocimiento. Su prudencia y cautela contradecían su temperamento apasionado y fogoso. Había formado en la cárcel un verdadero clan con los metalúrgicos, y lo conducía como un cacique, con energía pero sin molestar ni lastimar a nadie.
A pesar de su desinterés por los basamentos ideológicos, Vandor presentía su importancia, pero también pesaba en él la urgencia de hacer, y pronto. Fue así que se acercó a hombres de profundas convicciones y experiencia, como Amado Olmos. El proceso de semiclandestinidad le sirvió para conocer a dirigentes de valía, como Bruno Cristiano (calzado), Cosme Gjivojen (marítimo) y Alfredo López (municipales), con quienes alternaba en reuniones realizadas entre 1956 y 1957, luego de recobrada su libertad. Hacia 1958 características disímiles fueron ahondando sus discrepancias con Olmos. Es que mientras Vandor desechaba la teoría, Olmos hacía lo propio con la improvisación. Sin embargo, aquél trataba de ubicarse en el nivel trascendente donde la política necesita armonizar la idea con la teoría y ésta hacerse acción, porque constituyen una interpelación conducente al éxito.
El peronismo de Vandor estaba fuera de toda duda, pero teniendo en cuenta su singular personalidad no es difícil comprender por qué lo definía o practicaba según lo sentía. En esa percepción no había una contradicción pero sí es cierto que estaba impregnada más por su temperamento que por la doctrina. No es extraño, entonces, que considerara inicialmente a las 62 Organizaciones como una fuerza suficiente para destruir al liberalismo e instaurar nuevamente el gobierno popular, pero luego se fue alejando de esa idea; hasta discutió la necesidad de disolver las 62, considerándolas un obstáculo para constituir una fuerza sin influencia sindical.
Paradójicamente, el "vandorismo" se originó en una idea de Amado Olmos En marzo de 1962 la conducción política del peronismo había dispuesto no concurrir a las elecciones de esa fecha. Las 62, en cambio, establecieron que el peronismo debía participar porque estaban dadas las condiciones para el triunfo. Como no hubo acuerdo, una delegación de la Mesa Coordinadora (entre cuyos componentes estaban Olmos y Vandor) viajó a España. Rápidamente, los políticos enviaron un telegrama desde Montevideo desautorizando a la delegación. Perón comprendió claramente la situación y decidió la concurrencia a elecciones. El resultado significó la reclusión de Frondizi en la isla Martín García, sin pena ni gloria. Su caída no sólo puso en la cúspide a Vandor sino que consolidó el aparato creado para las elecciones, dotándolo de un poder político que jamás tuvo otro dirigente sindical argentino.
Sin embargo, Vandor no advirtió que el poder que conquistaba no tenía bases firmes y estaba expuesto a la marea de advenedizos y aventureros que comenzaron a rodearlo. El poder prometía ventajas y el cerco se estrechó. Es difícil precisar si Vandor tuvo conciencia de que el poder sólo es apetecible para cumplir con un deber; que en política sólo debe responder a los sagrados intereses del pueblo y del país. Las 62 también recibieron el beneficio de aquel triunfo, y supo comportarse al nivel de sus responsabilidades cuando enfrentó al régimen hasta llegar a la aplicación del Plan de Lucha durante el gobierno de Illia. Sin embargo, como en la guerra, en política es preciso cuidar el arma que se utiliza para la lucha. La generosidad de Vandor lo llevó a compartir el arma que lo había llevado a la cúspide del poder. Y asumió el compromiso de la "operación retorno".
El fracaso de aquella intentona renovó viejos pleitos internos, situación que se agravó con el lamentable Congreso de Avellaneda. Olmos levantó su voz de condena y no necesitó mucho para nuclear un agrupamiento: "Las 62 de pie junto a Perón". Su actitud era tan válida como repudiable la nuestra. Pero allí no pararon los errores; en Mendoza apoyamos una candidatura contrariando las directivas de Perón. Luego se produjo el desgraciado suceso en un bar de Avellaneda, donde murieron varios peronistas, entre ellos los amigos Rosendo García y Domingo Blajakis. Nuestros errores colmaban la medida y las consecuencias se teñían de sangre.
Enfrentados a Perón, con las bases que rugían su justificado repudio, el vandorismo adoptó actitudes disímiles frente al golpe de Estado que se anunciaba contra Illia. Onganía aceptó participar en las conversaciones con quienes estaban articulando el golpe. Uno de sus primeros actos de gobierno fue homologar el convenio metalúrgico y, junto con su firma, agradeció los servicios prestados. La puerta se cerró para siempre y contra ella se estrellaron los intentos de diálogo que ensayó Vandor. La veta que explotó durante ocho años se había agotado. El tiempo y la frustración fueron serenando a Vandor, y un día encargó al doctor Remorino que insistiera ante el general Perón para que le concediese una entrevista. Ambos estaban necesitados de ella, porque junto con la declinación de Vandor se operaba la disgregación de fas 62. La CGT de los Argentinos desnudó nuestra decrepitud.
A pesar de los gruesos errores cometidos, el general Perón recibió a Vandor con la generosidad que sólo se permiten los grandes hombres. A su regreso Vandor cumplió —con la humildad y la eficiencia que lo caracterizaban— con todos y cada uno de los compromisos que asumiera frente al conductor del peronismo. Así, tomando como eje a la UOM, reorganizó las 62 Organizaciones y los nucleamientos más importantes que militaron en la CGT de los Argentinos. Un reencuentro que tuvo activa participación en el cordobazo, un hecho que ya es historia y cuyo mérito corresponde a los compañeros estudiantes y a los dirigentes de Córdoba.
* * *
Cuando la brigada homicida ingresó en Rioja 1945, sede de la UOM, aquel mediodía del 30 de junio de 1969, la etapa del vandorismo ya estaba cumplida. Había ejercido el poder entre marzo de 1962 y fines de 1966, con plenitud e independencia de tos otros organismos de conducción. Él había ingresado en la leyenda. Ya era su víctima. Se estaba con Vandor o contra él. No tengo la menor duda de que prestó importantes servicios al movimiento sindical y al peronismo. Ya he reconocido los errores cometidos, que fueron suficientes y graves. Pero en la resultante se destaca la personalidad recia, vigorosa de Augusto Vandor. Que también ya es historia.
Quienes hemos vivido con él las etapas difíciles de la lucha, afrontando los errores cometidos y solidarizándonos tanto en los problemas familiares como en el duro trajinar de la política —la más hipócrita y sucia de todas las guerras—, podemos referir los hechos nada más que exponiendo la verdad, aunque ella nos lastime. Para mentir o desfigurar la realidad, mejor el silencio. Por eso no es extraño que todavía anden por allí algunos vandoristas rasgándose las vestiduras; creen, todavía, que Augusto Vandor es un buen negocio. Siempre lo creyeron así. Me quedo con el amigo, con los errores y con la responsabilidad de dar cuenta de ellos.
MIGUEL GAZZERA

 

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