Revista Siete Días Ilustrados
06.07.1970 |
Gazzera (44, casado) fue, durante varios años, secretario de las
62 Organizaciones. Es, actualmente, secretario adjunto del gremio
fideero, seccional Capital. En el ámbito sindical se lo conceptúa
como uno de los ideólogos más conspicuos del peronismo. Son mayoría
los que piensan que, durante la época más brillante del vandorismo,
fue el intelectual indiscutido de ese agrupamiento. Hoy se puede
ubicar en la línea más dura entre las distintas fracciones gremiales
peronistas.
Un silencio impenetrable rodea el asesinato de que fue victima
Augusto Vandor, hace un año, en presencia de una decena de personas,
en pleno día y en su propia organización sindical. El origen de su
muerte excede el ámbito policial, pero allí se resumen tos crímenes
políticos que nadie paga, como ha ocurrido con el asesinato de los
Kennedy, de Luther King. Es como si los intereses que los promueven
expelieran sus autodefensas y, cumplida la misión, todo se cerrará
en el más duro y cruel hermetismo. Como si nada pudiera la sagacidad
policial que pareciera poderlo todo... En torno del crimen político
sólo los intereses que lo han provocado continúan palpitando como
una máquina terrible que destruye a todo lo que se le opone,
resguardada por una maraña de obstáculos insalvables.
Vandor era un caudillo porque respondió al medio en que se
desenvolvió y a la época en que le tocó actuar, promovido por la
particularidad política que, con Frondizi, dio nacimiento al
''integracionismo'', una fórmula tendiente a absorber al peronismo
sindical dentro de la política liberal y dependiente. Titular de la
Unión Obrera Metalúrgica, un gremio y una estructura gremial difícil
de pasar inadvertida en el movimiento obrero argentino, allí tuvo
Vandor su trampolín de lanzamiento, ayudado por la politización de
los metalúrgicos y favorecido por la férrea articulación orgánica de
la institución, que abarca todo el país. Fue un negociador, por las
circunstancias y las influencias que sobre él se ejercían, pero era,
por naturaleza, un luchador. Todos sus actos derivaban de su
vocación por lo práctico; compaginaba su accionar diariamente y
siempre estaba en movimiento. Era un peronista que desechaba sus
riberas de izquierda o derecha; sin embargo, siempre estaba más
próximo a esta última porque creía que el proceso necesariamente
pasaría por las instituciones tradicionales y por los hombres que la
representaban.
Si ha de entenderse por dirigente sindical a aquel que acepta las
funciones dentro del círculo que establecen, la personería gremial y
la ley de asociaciones profesionales, Vandor respondía a esta
imagen. Pero su personalidad no se agotaba allí; era la expresión
inicial cuyos límites excedía, persuadido de que la personería
gremial sólo tiene validez si su uso se pone al servicio del proceso
de colaboración de clases para ir desplazando etapas hasta lograr so
fusiones globales para la clase trabajadora. Luego de ocho años en
la Marina de Guerra, desarrolló una actividad dentro de una
categoría industrial calificada, encuadrada en la clase media; de
allí que resulta explicable que fuera acentuando sus actitudes hacia
la negociación, no porque descartara la lucha franca sino porque el
medio donde se desenvolvía lo iba derivando al diálogo, que luego
asumió corno medio para las negociaciones.
Tenía una innata vocación política, pero no conoció la política
comiteril ni vivió la etapa decisiva que dio origen al peronismo
hacia 1945. Tampoco tuvo contacto con la etapa inmediatamente
posterior, cuando un grupo de dirigentes encabezados por Hilario
Salvo articuló lo que es hoy la UOM. Vandor alcanzó la dirección del
gremio cuando la organización había vencido etapas que la dotarían
de frondosa experiencia, comandada por Salvo, Armando Cabo, Abdala
Baluch y Rafael Colacce. Su trayectoria se interrumpió con el golpe
de septiembre de 1955, la intervención de todos los sindicatos y la
cárcel que padeció junto a los miles de dirigentes, privados de su
libertad para justificar la revolución "libertadora". En prisión
Vandor tomó contacto con diversos dirigentes que, usando del
generoso tiempo libre, nos dedicábamos a comentar los sucesos,
analizar el pasado inmediato y realizar nuestra autocrítica a la
conducción sindical y política peronista.
Él escuchaba, porque no ocultaba su improvisación sindical y su
inexperiencia política; sólo opinaba cuando tenía la certeza de
hacerlo con conocimiento. Su prudencia y cautela contradecían su
temperamento apasionado y fogoso. Había formado en la cárcel un
verdadero clan con los metalúrgicos, y lo conducía como un cacique,
con energía pero sin molestar ni lastimar a nadie.
A pesar de su desinterés por los basamentos ideológicos, Vandor
presentía su importancia, pero también pesaba en él la urgencia de
hacer, y pronto. Fue así que se acercó a hombres de profundas
convicciones y experiencia, como Amado Olmos. El proceso de
semiclandestinidad le sirvió para conocer a dirigentes de valía,
como Bruno Cristiano (calzado), Cosme Gjivojen (marítimo) y Alfredo
López (municipales), con quienes alternaba en reuniones realizadas
entre 1956 y 1957, luego de recobrada su libertad. Hacia 1958
características disímiles fueron ahondando sus discrepancias con
Olmos. Es que mientras Vandor desechaba la teoría, Olmos hacía lo
propio con la improvisación. Sin embargo, aquél trataba de ubicarse
en el nivel trascendente donde la política necesita armonizar la
idea con la teoría y ésta hacerse acción, porque constituyen una
interpelación conducente al éxito.
El peronismo de Vandor estaba fuera de toda duda, pero teniendo en
cuenta su singular personalidad no es difícil comprender por qué lo
definía o practicaba según lo sentía. En esa percepción no había una
contradicción pero sí es cierto que estaba impregnada más por su
temperamento que por la doctrina. No es extraño, entonces, que
considerara inicialmente a las 62 Organizaciones como una fuerza
suficiente para destruir al liberalismo e instaurar nuevamente el
gobierno popular, pero luego se fue alejando de esa idea; hasta
discutió la necesidad de disolver las 62, considerándolas un
obstáculo para constituir una fuerza sin influencia sindical.
Paradójicamente, el "vandorismo" se originó en una idea de Amado
Olmos En marzo de 1962 la conducción política del peronismo había
dispuesto no concurrir a las elecciones de esa fecha. Las 62, en
cambio, establecieron que el peronismo debía participar porque
estaban dadas las condiciones para el triunfo. Como no hubo acuerdo,
una delegación de la Mesa Coordinadora (entre cuyos componentes
estaban Olmos y Vandor) viajó a España. Rápidamente, los políticos
enviaron un telegrama desde Montevideo desautorizando a la
delegación. Perón comprendió claramente la situación y decidió la
concurrencia a elecciones. El resultado significó la reclusión de
Frondizi en la isla Martín García, sin pena ni gloria. Su caída no
sólo puso en la cúspide a Vandor sino que consolidó el aparato
creado para las elecciones, dotándolo de un poder político que jamás
tuvo otro dirigente sindical argentino.
Sin embargo, Vandor no advirtió que el poder que conquistaba no
tenía bases firmes y estaba expuesto a la marea de advenedizos y
aventureros que comenzaron a rodearlo. El poder prometía ventajas y
el cerco se estrechó. Es difícil precisar si Vandor tuvo conciencia
de que el poder sólo es apetecible para cumplir con un deber; que en
política sólo debe responder a los sagrados intereses del pueblo y
del país. Las 62 también recibieron el beneficio de aquel triunfo, y
supo comportarse al nivel de sus responsabilidades cuando enfrentó
al régimen hasta llegar a la aplicación del Plan de Lucha durante el
gobierno de Illia. Sin embargo, como en la guerra, en política es
preciso cuidar el arma que se utiliza para la lucha. La generosidad
de Vandor lo llevó a compartir el arma que lo había llevado a la
cúspide del poder. Y asumió el compromiso de la "operación retorno".
El fracaso de aquella intentona renovó viejos pleitos internos,
situación que se agravó con el lamentable Congreso de Avellaneda.
Olmos levantó su voz de condena y no necesitó mucho para nuclear un
agrupamiento: "Las 62 de pie junto a Perón". Su actitud era tan
válida como repudiable la nuestra. Pero allí no pararon los errores;
en Mendoza apoyamos una candidatura contrariando las directivas de
Perón. Luego se produjo el desgraciado suceso en un bar de
Avellaneda, donde murieron varios peronistas, entre ellos los amigos
Rosendo García y Domingo Blajakis. Nuestros errores colmaban la
medida y las consecuencias se teñían de sangre.
Enfrentados a Perón, con las bases que rugían su justificado
repudio, el vandorismo adoptó actitudes disímiles frente al golpe de
Estado que se anunciaba contra Illia. Onganía aceptó participar en
las conversaciones con quienes estaban articulando el golpe. Uno de
sus primeros actos de gobierno fue homologar el convenio metalúrgico
y, junto con su firma, agradeció los servicios prestados. La puerta
se cerró para siempre y contra ella se estrellaron los intentos de
diálogo que ensayó Vandor. La veta que explotó durante ocho años se
había agotado. El tiempo y la frustración fueron serenando a Vandor,
y un día encargó al doctor Remorino que insistiera ante el general
Perón para que le concediese una entrevista. Ambos estaban
necesitados de ella, porque junto con la declinación de Vandor se
operaba la disgregación de fas 62. La CGT de los Argentinos desnudó
nuestra decrepitud.
A pesar de los gruesos errores cometidos, el general Perón recibió a
Vandor con la generosidad que sólo se permiten los grandes hombres.
A su regreso Vandor cumplió —con la humildad y la eficiencia que lo
caracterizaban— con todos y cada uno de los compromisos que asumiera
frente al conductor del peronismo. Así, tomando como eje a la UOM,
reorganizó las 62 Organizaciones y los nucleamientos más importantes
que militaron en la CGT de los Argentinos. Un reencuentro que tuvo
activa participación en el cordobazo, un hecho que ya es historia y
cuyo mérito corresponde a los compañeros estudiantes y a los
dirigentes de Córdoba.
* * *
Cuando la brigada homicida ingresó en Rioja 1945, sede de la UOM,
aquel mediodía del 30 de junio de 1969, la etapa del vandorismo ya
estaba cumplida. Había ejercido el poder entre marzo de 1962 y fines
de 1966, con plenitud e independencia de tos otros organismos de
conducción. Él había ingresado en la leyenda. Ya era su víctima. Se
estaba con Vandor o contra él. No tengo la menor duda de que prestó
importantes servicios al movimiento sindical y al peronismo. Ya he
reconocido los errores cometidos, que fueron suficientes y graves.
Pero en la resultante se destaca la personalidad recia, vigorosa de
Augusto Vandor. Que también ya es historia.
Quienes hemos vivido con él las etapas difíciles de la lucha,
afrontando los errores cometidos y solidarizándonos tanto en los
problemas familiares como en el duro trajinar de la política —la más
hipócrita y sucia de todas las guerras—, podemos referir los hechos
nada más que exponiendo la verdad, aunque ella nos lastime. Para
mentir o desfigurar la realidad, mejor el silencio. Por eso no es
extraño que todavía anden por allí algunos vandoristas rasgándose
las vestiduras; creen, todavía, que Augusto Vandor es un buen
negocio. Siempre lo creyeron así. Me quedo con el amigo, con los
errores y con la responsabilidad de dar cuenta de ellos.
MIGUEL GAZZERA
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