Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


El museo de los intocables
Revista Panorama
julio 1963

ESTAS nueve criaturas que el lector ve aquí, ya tienen su lugar en la Historia. No sé cuál, pero lo tienen. De todos modos, hay historias para todo. En Bizancio, mientras se acercaba el enemigo que debía destruirla, cuarenta mil ciudadanos se masacraron por cuestiones de una carrera de caballos. Y los troyanos se perdieron en chismes mientras los griegos no solo preparaban el famoso caballo, sino que rescataban a Helena.
Las damas y caballeros aquí presentes en efigie han permanecido intocables durante períodos que, al menos en el caso de las señoras, hubiera sido más discreto no detallar. Y esta permanencia en tiempos como los actuales, tan movidos y poco seguros, los hace acreedores al mármol de la eternidad. O, en todo caso, al público conocimiento.


PINKY Diosa tutelar de las locutoras de TV desde 1956.
"Me encontré con Silvina Bullrich en la peluquería. Yo estaba leyendo bajo el secador y ella me dijo: «¿Por qué no te dedicás a escribir?» No, querida, le contesté; yo siempre voy a estar del lado del público."
La suntuosa criatura habla de sí misma con visible placer, exhibiendo las piernas y un envidiable aplomo. Su biografía anticipa las causas de que se mantenga tan firmemente en el primer plano de la TV. A los doce años se emancipó de la dependencia familiar; luego ganó moneditas haciendo copias a máquina, bordando manteles y cosiendo marquillas en el revés de las corbatas a chirolas por marquilla. Después, el triunfo: hace cuatro años llegó a intervenir en veintidós programas por día. Fue su gran época. Pinky en la TV; Pinky en la tapa de las revistas; Pinky en los diarios, en los festivales, en los saraos... Los ingredientes: rostro y cuerpo atractivos, una voz peculiar, y, sobre todo, una inagotable energía y ambición de éxito. Es el caso más excepcional de autopromoción de los últimos años.
"Pinky es el mejor manager de Pinky" —dice.
Y dice la verdad. Excelente administradora de su personalidad y de sus inteligentes inversiones financieras, Pinky no es mujer que experimente inhibiciones ante la cámara ni ante nadie. El suyo no es un personaje, un desdoblamiento de Lidia Elsa Satragno, sino la misma Lidia Elsa que se da entera al público, a ese público que tanto ama. Así, al menos, dice ella.
Ahora paladea las mieles del éxito: éxito mundano, finanzas tranquilizadoras, un espléndido departamento con telas de pintores argentinos (Sakai, Alonso), reproducciones de Picasso y Modigliani, y un jardín encantador para meditar sobre los misterios y caprichos de la fortuna.
Controlada, muy controlada, astuta, dueña de un gran sentido de las relaciones públicas, sería la perfecta esposa de un dictador de tipo demagógico. Pero, por desgracia para ella, los tiempos parecen serle poco propicios. Pinky corre peligro de convertirse en casi anodina cónyuge de algún apacible burgués.

IRINEO LEGUISAMO: EL MONSTRUO
12.000 carreras, 11.000 caballos, 3.000 premios
¡ Largaron!
Domingo en Palermo. Hipódromo lleno, a pesar de la iliquidez y el viento que corta. En la cuarta carrera, Legui conduce a Zafarrancho (2 años, hijo de Shakespeare y Zinga). Aunque el favorito es Merrimelt —a cargo de A. Etchart—, por fidelidad a mi personaje he jugado algunos boletos a Zafarrancho... Merrimelt, Bombo y Berenjenal parece que se van a tragar la pista. Legui, en cambio, corre tranquilo. Pero en la recta final los pasa a todos, uno tras otro, y gana por un cuerpo y medio. Dividendos: $ 11,10 a ganador y $ 3,50 a placé.
Al cobrar pienso que sí, que tienen razón los que lo monstruo, El pulpo, El maestro. Junto con Horacio Quiroga, Florencio Sánchez y Mattos Rodríguez, es una de las glorias que les disputamos a los uruguayos. Porque fue en Salto donde, en 1917, a los 14 años, entró como aprendiz en el hipódromo local. Tiempo después, el dueño de un stud montevideano pedía un jockey de agallas. Le mandaron a Legui. AI verlo, tímido y chiquito, el dueño lo escrutó de pies a cabeza y gruñó: "¿Esto es lo que me mandan?". Leguisamo no se dejó llevar por delante: el domingo siguiente montó una yegua de su despectivo patrón, y entre delirantes ovaciones
ganó su primera carrera y sus primeros cien pesos oro. Cuarenta años más tarde figuraba entre los nueve jockeys del mundo que habían ganado más de 3.000 carreras.
Este ídolo de 53 kilos de peso ha permanecido en las cumbres de la gloria durante casi medio siglo por dos razones: porque es un profesional riguroso, casi se diría "frío", que sabe medir al segundo sus posibilidades y las de su caballo..., y porque posee ese fuego interior que el Elíseo inyecta a sus elegidos. Un fuego que nunca se apaga: hace pocas semanas, a los sesenta años de edad, Legui ganó el Gran Premio 25 de Mayo.

JOSE FRANCISCO RAMON REY Medio siglo ininterrumpido en la Rosada
En 1913, Stravinsky compuso La consagración de la primavera. David H. Lawrence escribió Hijos y amantes y Fernand Léger comenzó a pintar la serie Elementos geométricos. En 1913 terminaba la guerra balcánica, eran asesinados el presidente Madero de México y el rey Jorge de Grecia, y Henry Moseley enunciaba su Teoría de los números atómicos. En 1913, bajo la presidencia de Sáenz Peña, los ordenanzas de la Casa Rosada vestían librea, calzón corto y medias blancas hasta la rodilla. Y José Francisco Ramón Rey, que tenía exactamente los años del siglo, ingresaba en el servicio de mensajeros de la Casa Rosada, con un sueldo de $ 50 mensuales.
"Cincuenta pesos de veras, joven. Me alcanzaban para vestirme, ir al biógrafo unas cuantas veces por mes, y darle plata a mi madre."
Han pasado 17 presidentes por la Rosada, centenares de ministros, revoluciones, bombardeos... En 1930, Rey permaneció en el interior de la casa mientras los cañones disparaban desde el Correo, horas después de la toma del poder por Uriburu. Pero el gran susto lo tuvo el 16 de junio, cuando el bombardeo de plaza de Mayo y la Casa de Gobierno por la aviación naval.
"No es para contarlo, se lo aseguro... En ese momento no supe ni cómo me llamaba. Me quedé quietito en la escalera hasta que pasó el barullo. Pero lo que no pasó tan rápido fue el susto..."
Medio siglo de burocracia puede disecar al más lírico y vehemente de los hombres. Pero Rey, pulcro y comedido, conserva una afabilidad sorprendente; y sus ojos son tan ingenuos como los de ese muchacho que mira al mundo desde una fotografía ya amarillenta.
"Joven, me limité a cumplir con mi deber —responde, cuando le pregunto las razones de su estabilidad—. Nunca di motivos de queja. Nunca."
El ahora jefe de la Mesa General de Entradas y Salidas de la Presidencia de la Nación no tiene anécdotas que recordar. Vagamente, murmura algo de un Yrigoyen amable, de los príncipes de Gales y de Saboya, a los que atendió personalmente...
Su piel afeitada es tan tersa y sin accidentes como sus cautelosas opiniones. Y supongo que si el ser humano pudiera vivir 200 años, Rey seguiría en su puesto otros tantos.
"No escriba nada que pueda comprometerme."
Sus temores son vanos. Nada lo compromete. Me hace acordar al Hombre enfundado, de Chejov.

RAÚL COLOMBO
Presidente "in eternum" de la Asociación del Fútbol Argentino.
"Yo, cuando me propongo algo, lo consigo."
Raúl Colombo acaba de pronunciar su frase para la historia. Hace unos minutos, al abrirme la puerta un individuo con catadura de guardaespaldas, no supe si entraba en los dominios de un presidente de republiqueta o de un político de los de antes, tipo Barceló. Pero Colombo es mucho más que eso: entre nosotros, el fútbol es religión, metafísica y filosofía. La Weltanschaung argentina. He estado en la Casa de Gobierno, en el Ministerio de Economía durante el tempestuoso reinado de Alsogaray; pero en ningún edificio público o privado encontré concurrencia tan entusiasta, numerosa y turbulenta como en el local de la AFA.
Sanguíneo, ampuloso —bastante parecido al gordo Villanueva de Patoruzú —, Colombo suelta frases como cañonazos, se agita, ordena reservar plateas para los sobrinos de Guido en la cancha de River. "Son verdaderos hinchas, che; hágame la gauchada..."
A los veinte años fue miembro de la Comisión Directiva del club Almagro. Su yrigoyenismo recalcitrante hizo que entablara amistad con Frondizi. Me muestra una foto en la que ambos, muy jóvenes, integran un equipo de fútbol estudiantil. Frondizi aparece como un gordito con boina. Le pido a Colombo la foto para publicarla, pero dice que no con la cabeza. Es demasiado valiosa.
"Pero, vamos a ver, ¿por qué dura tanto tiempo en la AFA? Mire que le han tirado con todo..."
Y él, satisfecho, repite:
"Yo, cuando me propongo algo, lo consigo. Atropello, y si choco con una pared, la atravieso."
Lo acusan de sentir "excesivo amor por el sillón presidencial". Pero Colombo, enfrascado en su papel mesiánico, permanece imbatible. No lo van a desplazar así nomás, qué esperanza.
"Yo, amigo, cuando me propongo algo..."

AMALIA SÁNCHEZ ARIÑO
Abuela desde los dieciocho
En 1903, a los 18 años, hizo de madre de dos actrices que casi la doblaban en edad, y que bien hubiesen podido ser madres. Fue en El abuelo, de Pérez Galdós, interpretada por la compañía de María Guerrero. Desde entonces quedó anclada en los llamados "papeles de carácter".
"Hijo, para ser primera actriz hay que luchar mucho, formar compañía, reñir con media humanidad; saltar y brincar sobre el escenario. Usar la viveza, como decís vosotros, los argentinos... En cambio, una actriz de carácter, sin hacerse mala sangre, gana su dinerillo... y en paz. Y no quisiera hablar de los recursos de algunas actrices jóvenes que, en fin... Vamos, yo soy una mujer decente."
Alardea de expresarse "a la española", y sabe manejarse a la perfección con la gente de prensa. No quiero preguntarle la edad, pero sé que tiene 78 años esta dama que charla con su voz grave, impregnada de escepticismo v de eso que definimos como experiencia... Es acaso la más veterana abuela del teatro de habla castellana. En 1949 ingresó en la TV, naturalmente en un programa titulado La abuela, la juventud y el amor. Ese mismo año actuó en el estreno de Los árboles mueren de pie, de Alejandro Casona..., como abuela. Pero esta vez su éxito no solo fue artístico. En cierta escena, le daba la receta de un licor casero a la "muchacha" de la obra; primero con voz normal, que luego se quebraba hasta transformarse en sollozo. Todo el público femenino lloró, esa noche y las noches siguientes. Casona, que entretanto recibía numerosas cartas en las que las espectadoras le pedían la receta completa del licor, se vio en apuros: había escrito la receta al buen tuntún; y a su mujer, que trató de ponerla en práctica, le salió un menjurje abominable.
Para las señoras curiosas, aquí va la famosa receta: cáscara de naranja macerada, corteza de canela en rama, dos gotas de esencia de romero, agua destilada y alcohol. Y buen provecho.

ALFREDO PALACIOS
Sesenta años de socialismo y duelos.
Al entrar en la vieja casona de paredes descascaradas, uno se hunde en el tiempo. En un pasado de patios perfumados por glicinas, de pregones callejeros, mítines anarquistas y tangos maliciosos. Los buenos tiempos viejos, cuando la vida era apacible y casi inmóvil... Y al enfrentar a este hombre que me recibe recostado en su cama de dos plazas, flanqueado por una secretaria y fotos de muertos, siento que estoy ante una especie de prócer.
Seis duelos a espada y uno a pistola; criterios personalísimos y a veces extravagantes; disidencias, polémicas... Ahora, en plena ancianidad, se apresta a librar nueva batalla. Durante la entrevista camina de aquí para allá, se cambia de ropa: Dentro de un par de horas hablará en un mitin en Pilar. Me muestra documentos y cita textos con un afán didáctico casi conmovedor.
¿Para qué preguntarle las razones de sus sesenta años en el socialismo? Cada libro suyo, cada una de sus palabras dan suficiente explicación. Este Quijote de mostachos beligerantes podrá equivocarse, podrá desviarse. Pero sus errores v desvíos son siempre los de quien busca su reino de la justicia sobre la tierra.
Ahora, flanqueado por libracos, papeles y recuerdos del pasado, se parece mas que nunca al alucinado manchego. Como él, magro y huesudo; ardiendo, como él, en ira contra gigantes y vestiglos y embelecadores de doncellas. También, como en casa del hidalgo de rocín flaco, galgo corredor y adarga antigua, hay una criada, una sobrina que no lo es pero lo parece; y en lugar del bachiller Carrasco, socarrón famoso, un tímido secretario con aspecto de estudiante.

FRANCISCO CANARO
Superó la barrera del medio siglo tocando tangos.
En la biblioteca de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores, en sitio de honor rodeado por el recogimiento, reposa de sus fatigas de medio siglo de arpegios y fiorituras un pequeño armonio, ya deslustrado por la injuria del tiempo. Cuelgan de él, en patriótico moño, cintas celestes y blancas. Y el visitante, al enfrentarlo, se siente invadido por las mismas sensaciones que experimenta en el Museo de Luján. No se trata, sin embargo, del instrumento en que Blas Parera compuso la música del Himno Nacional.
Es, simplemente, el armonio que usó Francisco Canaro (a) Pirincho para escribir sus primeros tangos, allá por mil novecientos y pico...
No hay por qué sorprenderse de que Pirincho tenga su monumento en vida. Él mismo es reliquia oficial en asuntos de tango, y su historia es la historia de nuestra música popular. Ya en 1906 tocaba en piringundines de la Boca, con vigilante en la puerta, y barullos, tiros y puñaladas en el interior.
Eran los tiempos heroicos de Arolas y de Villoldo; tiempos de malevos, taco militar y pantalón fantasía. Y hasta los tangos tenían títulos compadres, como si hubiesen querido llevárselo todo por delante: Ahí nomás, El torito, ¡Qué rico tipo!, El pardo Cejas.
Pero Arolas, Villoldo y muchos otros se perdieron en el camino. Algunos murieron, muchos fracasaron, se los llevó el olvido. Pirincho no. Pirincho siguió adelante, aprendió los secretos del éxito: compuso más de 700 obras, grabó más de 7.000 títulos, tocó en España, en Francia, en Italia, en los Estados Unidos y en Japón...
Y cuando, con la debida unción, le pregunto qué ha hecho para eternizarse como magister tangus, me contesta :
"Yo nunca fracasé. Yo paseé nuestro tango por el mundo entero. Yo fui el primero en poner un cantor en la orquesta; y el primero en llamarla "típica". Yo nunca fracasé, amigo."

JORGE E. GARRIDO Escribano General de Gobierno
(1940(?)
Desde que se inició en el cargo, ha tomado juramento a 12 presidentes. Y en los cinco años transcurridos desde el 19 de mayo de 1958, a 130 ministros. Es decir, un promedio de siete ministros para cada una de las 18 carteras del gabinete nacional.
Alto, elegantemente vestido, fundador del Hindú Club y padre de dos hijas buenas mozas y un muchacho, en su juventud practicó el rugby y el remo. Ahora, su deporte es bastante más sedentario: colecciona las lapiceras empleadas en las ceremonias de transmisión de mando. Estilográficas, plumas de oro, de acero; acaso una colección única en el mundo.
Su padre lo precedió en el cargo desde 1902 hasta 1940. Aquí el nepotismo es disculpable, pues ambos son funcionarios excelentes, dedicados de lleno a su cargo. Garrido no ejerce su profesión en el terreno particular: cree que un funcionario no debe atender otros negocios que los del Estado. Es comprensible, por lo tanto, la explicación que me da sobre su permanencia en el cargo:
"No es ningún secreto. Hago mi trabajo con decisión y responsabilidad. Eso es todo."
Le digo que, aun así. es asombroso que haya quedado indemne entre tantos bandazos políticos.
"No. Lo realmente sorprendente es que nos hayamos acostumbrado a que cada cambio de gobierno signifique zozobra e inseguridad para el empleado público. En Europa, el funcionario es juzgado por su idoneidad y antecedentes personales. Y su misión es considerada como la de un técnico encargado de poner en práctica él programa político, social, económico, etc., de quienes detentan el poder, sean quienes fueren."
Cuando este elegante caballero entra en la Casa Rosada llevando los Evangelios y el Libro de Actas, el país entero suspira:
"Otro ministro..."

CAYETANO SARAGÓ
Jefe de la Oficina de Funcionamiento de la Dirección de Instalaciones Externas de Obras Sanitarias de la Nación.
Cuando en 1913 ingresó a OSN como simple obrero, tenía 18 años. Ya había sido construido el espantable edificio de avenida Córdoba, pero las cañerías apenas llegaban hasta Coronel Díaz en el norte y Martín García en el sur; y en Barracas se construían casas sobre pilotes previendo los desbordes del Riachuelo.
"No tengo muchos recuerdos —me dice Saragó, entrecerrando unos oscuros ojos de meridional—. La memoria se me ha puesto medio haragana... Solo sé que siempre trabajé y trabajé. Todavía ahora, y ya no soy un pibe, me gusta controlar todo.
Le pregunto cómo ha durado tanto tiempo en OSN.
"Eh... Tuve superiores que reconocieron mi trabajo. Me sentía en familia."
Cuando llegó el momento de jubilarse, los superiores, para quienes resultaba imprescindible, lo borraron de la lista de los que debían dejar el servicio. Esto se repitió una y otra vez: llegaba la lista de jubilaciones, y el nombre de Saragó desaparecía.
Ahora que podría hacerlo, no lo hace. Ni quiere ni puede.
"La jubilación es escasa; y a mi edad, ¿dónde voy a ganarme unos pesos?... Además, cuando uno se vuelve viejo, tiene que buscar una distracción, ¿no le parece?"

 

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