Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

MUSIC-HALL
Todos los cantos el canto

Buenos Aires sufre un declarado asalto de diversas formas del music-hall, un género que nació con el siglo pero esquivó, hasta hace un lustro, a los porteños. La semana pasada fue La Calle, un café concert asentado en los antiguos predios de Gotán —Talcahuano al 300—, el sitio elegido para probar "el sistema de participación que integra a un grupo, en reuniones alrededor de un lenguaje universal o poco conflictuado", según enunció un flamante sociólogo presente, que se integró, sin hesitar, a los primeros compases de 'A juego lento', desgranados por el trío de Rovira.
"Heredamos el 'Che, Buenos Aires' de Dragún hace tres meses, con la intención de ser todo lo rigurosos que un espectáculo tan informal requiere", enfatiza Pedro Asquini, que asume la dirección artística del lugar. Experimentando al máximo las posibilidades del género, han decidido arriesgarse dilatando los horarios desde las 6 de la tarde hasta infinitas trasnoches. Pero la audacia no es excesiva, ya que el horario vespertino recae en Eduardo Rovira, que, con 'Bocha' Drucker en guitarra y Tucuta Mendy en bajo, compone un nuevo e impecable trío.
La experiencia consiguió tentar al bandoneonísta, alejado de la noche durante más de dos años, por las posibilidades de contacto con el público, "que siempre revitalizan". "A mí me importa la música que mantiene viva a la gente, la que escribo con imágenes y no se puede bailar sin romperse una pierna, pero se puede sentir como un llamado interno imperioso", proclama el virtuoso que, por ahora, subyuga a los pocos enterados que se animan
con el horario entre martes y domingo.
Pero Rovira no es la única étoile que refulge en La Calle. Los lunes es Enrique Villegas quien congrega fervores. Enfatizando los desmanes verborrágicos de siempre, el Mono parece vacilar entre sus inclinaciones de showman y sus prodigios de jazzman. Prácticamente insuperable junto al piano, corre el peligro de impacientar a exquisitos y adeptos hablando más de lo que toca. El otro aporte jazzístico del café concert es la Delta Jazz Band, un conjunto algo más que discreto y sin posibilidad de grandes vuelos por una ligera falta de afiatamiento, en el que se destaca la tuba de Carlos Balmaceda. En cuanto a folklore, el elenco es ecléctico. Desde los precisos y magníficos arreglos de Buenos Aires 8, un conjunto que despliega antiguos candores de Williams —como 'El rancho abandonado'— con increíble preciosismo, hasta las respetuosas versiones del Grupo Vocal Argentino, que responde con tersura a la dirección del Chango Farías Gómez.
El quinteto que dirige Rodolfo Mederos desde el bandoneón permite rastrear sensibles influencias piazzollanas, superadas por un rico barroquismo sonoro. Otro quinteto, el Argentino de Vientos, intenta una poco feliz aventura mozartiana, que se resiente por falta de unanimidad técnica.
Facundo Cabral, a la manera de una cebolla demagógica, no oculta bajo su nuevo nombre (fue el Indio Gasparino) más que la cáscara de otras capas, igualmente dirigidas. A pesar de su rica voz, de los ritmos bien elegidos, el limitarse a su propia cosecha empobrece el repertorio de este trovador que, sin embargo, podría afilar las armas si desdeñara obviedades. Las trasnoches, planeadas como peñas alternadas de tango y teatro tradicionales, rescatarán, los fines de semana, a los ansiosos noctámbulos, casi totalmente desamparados en materia de espectáculo.

Las razones
Antes que María Elena Walsh, antes aún que Bergara Leumann y su Botica, es posible rastrear los fermentos del movimiento que bucea, con diversos nombres, en los márgenes del music-hall. Quizá, como dice Asquini, "porque puede ser más barato y directo que el teatro, tanto para el público como para los artistas". Tal vez, como aventura Felipe Barnés —uno de los artífices del "milagro del Payró"—, "porque los cantantes necesitan el contacto que proporciona una sala fervorosa". O, como aventura Paulina Dinivitzer, la seráfica propietaria de Puerta de Lilas: "Porque la gente delira por la «música en vivo» ". En su exquisito local de 25 de Mayo y Córdoba, la Dinivitzer ha suspendido, sin embargo, el espectáculo del subsuelo. "Nada más que durante un mes, por refacciones." No obstante, todas las noches hay fieles que se sientan a tomar una copa entre fotografías 'fin de siécle', en el diminuto y alilado café, al que cada tanto asoma un despistado marinero, que huye confundido ante tanta calma.
Significativamente, y a pesar de las diferencias formales, una línea identifica a los sostenedores del género: la consumición —o entradas— en sus locales nunca se empina más allá de los quinientos pesos. Otra razón sociológica para su florecimiento.
Revista Primera Plana
17 de setiembre de 1968

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Music Hall
Asquini - Dinivitzer - Trío Rovira

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

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