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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


RESURGIMIENTO DE NUESTRA MÚSICA FOLKLÓRICA
por Manuel Franco
Progresiva y firmemente han ido apareciendo, desde hace dos décadas y últimamente con mayor intensidad, gran número de instituciones que se dedican a difundir el folklore. Niños, jóvenes y adultos aprenden a bailar gatos, chacareras y pericones, a tocar la guitarra y a cantar. El folklore ha alcanzado un auge desconocido hasta ahora en la Capital. ¿Snobismo o auténtica valorización de nuestra música?


Eduardo Falú

Marta de los Ríos y Waldo de los Ríos

El conjunto de las Universidades Populares Argentinas con el profesor
Antonio Barceló en el centro

 

 

 

LA COSMOPOLITA ciudad de Buenos Aires es testigo mudo de un singular proceso que en estos momentos parece haber alcanzado su mayor estatura. Entre los muros de la gran urbe, que suele vivir mirando hacia el mar y de espaldas al resto del país, recomenzó a mecerse el suave ritmo de las melodías nativas. Y lo que pareció una "patriada" de nostálgicos provincianos, se convirtió con el correr de los días —no lejanos a los presentes— en un "increscendo" avasallante que penetra en todas las capas sociales y se hace carne en el pueblo de esta ciudad y sus zonas aledañas.
Durante largas décadas, Buenos Aires vivió, sincronizadamente, al ritmo de sus tangos, o bien de sones foráneos que una publicidad bien organizada convertía en moda. Las expresiones vernáculas parecían desterradas de la "selva de cemento", como que sólo se las cultivaba en cenáculos casi impenetrables, o en simples casas de baile con evocación de crónica roja. El gran público estaba ausente en estas exteriorizaciones tibias de un arte que se entronca con las raíces mismas de la nacionalidad.
Señalemos aquí lo que la expresiva y veterana cantante norteña Marta de los Ríos le confió al cronista: "En mis comienzos, hace ya tres décadas, estaba muy poco difundido el folklore, al punto que mis profesores me aconsejaban estudiar media docena de óperas célebres con la convicción de que podría con ellas recorrer triunfalmente el mundo". Su voz —registro de soprano contralto— así lo hacía presagiar. Agrega la célebre cantante catamarqueña —cinco generaciones de nativos— que su amor por la tierra le impidió seguir el consejo. No obstante, en sus comienzos imponíanle incluir reiteradamente chacareras en el repertorio, solamente "porque se parecía al guapango", música tropical que por entonces estaba muy de moda.
Ahora Marta de los Ríos es feliz contemplando cómo se multiplican en la Capital Federal las peñas e instituciones que cultivan las expresiones musicales vernáculas. En los últimos lustros, asegura, vio nacer innumerables peñas, y con auténtico placer se ha erigido en madrina de no pocas de ellas.
Resulta difícil establecer en el tiempo el momento en que comenzó a producirse el "milagro". Puede parecer ridículo expresarse en estos términos y hablar de milagro cuando se trata del renacer de las propias danzas y cantares de nuestra tierra, mas el lapso tan prolongado en que estuvieron adormiladas, ausentes de los labios del pueblo metropolitano —sobre el que presionan tan decididamente todas las influencias, inclusive, y en gran medida, la de inmigrantes, que trajeron con ellos su propio folklore— permite festejar este hecho con calificativos de gran suceso.
"OASIS EN PLENO CENTRO"
Para orientarnos en el intrincado camino ascendente que siguió en los últimos lustros la difusión de nuestra música folklórica —y sin pretender con ello establecer paternidades ni determinar el punto desde el cual comenzó a empinarse—, entrevistamos al director-fundador de la Escuela Nacional de Danzas Folklóricas Argentinas, don Antonio R. Barceló, entusiasta cultor de nuestras danzas y maestro de varias generaciones de profesores de la materia.
—Hasta poco más allá del año treinta, la enseñanza de las danzas se hacía por simple imitación, sin método alguno. Posteriormente comenzaron a emplearse los mismos que se utilizan en el estudio de las danzas clásicas. Lo autóctono, sin embargo —asegura el señor Barceló—, estaba ausente de las grandes fiestas populares de los habitantes de la metrópoli.
Narra luego su propia experiencia en la materia, y explica lo extraño que resultó para muchos ver —corría el año 1936— una chapa frente a la finca señalada con el número 1174 de la calle Juncal, en la que se leía "Escuela de Danzas Folklóricas". El creador de esa escuela y su profesor fue don Antonio Barceló. Contra lo previsto, su empresa tuvo éxito, como que concurrieron a ella muchos alumnos: maestros, profesionales, artistas nacionales y extranjeros, no pocos aristócratas "snobs" y algunos provincianos que deseaban colaborar con la iniciativa. Con todo, aún se advertía la ausencia del hombre común, del individuo del pueblo, de la juventud. Tres años después, en 1939, el ministro de Educación, don Jorge Eduardo Coll, nombró a Barceló profesor de danzas folklóricas "ad-honorem" del Conservatorio Nacional, que entonces dirigía el maestro López Buchardo. Ese año tuvo sólo 39 alumnos, mas al siguiente, ya fueron 140, y en 1941, 250. Ese curso fue señalado por un cronista de la época como "un oasis folklórico en pleno centro".
Por entonces comenzóse a impartir enseñanza teórica sobre folklore, y se creó un seminario de la materia. Por otra parte, se obtuvo de las autoridades que se obligara en las escuelas la enseñanza de danzas folklóricas. Los maestros, en consecuencia, debieron aprender los rudimentos de las figuras que componen las principales danzas, y volcar luego sus conocimientos en los alumnos, que de tal modo crecían acunados también por sones vernáculos.
Recién un lustro después —en 1948— fue creada la primera institución oficial que difundía las expresiones tradicionales: la Escuela Nacional de Danzas Folklóricas, de la que Barceló fue el primer director. Posteriormente, este instituto fue trocado en la actual Escuela Nacional de Danzas, en la que también se imparte enseñanza de lo folklórico, y de la que han egresado muchas decenas de profesores que a su vez, desde hace tiempo, vierten sus conocimientos en nuevas
generaciones ávidas de internarse en los conocimientos de lo que es típico exponente de lo autóctono.
Saltemos el breve tiempo transcurrido desde los hechos que dejamos apuntados, y ubiquémonos en la década del 60, en el presente.
CUATROCIENTAS PEÑAS
Aun cuando no existe ninguna entidad que agrupe a todas las peñas o instituciones que dedican buena parte de sus afanes a la difusión de las melodías y danzas folklóricas —ni la Federación de Instituciones Folklóricas, que funciona en la sede del Club Ferro Carril Oeste; ni el Círculo de la Tradición, que recibe el impulso del entusiasta don Manuel López Delgado; ni la Comisión Argentina de Fomento y Divulgación del Folklore, de la que es presidente el señor Victoriano Díaz, representan al total de las instituciones dedicadas a esa actividad—, puede calcularse que solamente en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires llegan a casi cuatrocientas las entidades de diversa índole que, de un modo u otro, procuran difundir nuestro acervo musical folklórico.
Por supuesto que ante tan vasto movimiento, resultaría imposible siquiera mencionar aquí a todas las peñas a que nos referimos, mas vamos a correr el riesgo de caer en omisiones injustas, citando a algunas de ellas.
Hace 15 años nació en la populosa zona de Caballito la Agrupación Folklórica Nativa "El Pial", que actualmente tiene su sede en la esquina de Cucha Cucha y Avellaneda, en un agradable «petit» hotel de dos plantas y amplio patio, donde suelen congregarse varios centenares de bailarines. La institución aludida, al igual que muchas de sus hermanas, no solamente realiza veladas en las que se danza al compás de música autóctona, sino que organiza "fogones criollos" durante los cuales se discuten los más dispares temas, atinentes todos a la esencia de lo folklórico. Artes, gustos, costumbres, creencias, alimentación, vestimenta, supersticiones e idioma del habitante de nuestro suelo, son analizados en polémicas esclarecedoras, a las que le dan ambiente los versos de algún aficionado, o la voz cálida de quien sabe también acompañarse con la guitarra, el charango o el bombo chayero. Tum-tum de cajas norteñas enmarcan las coplas, y el pañuelo sigue la intención de los ojos cuando el aire se hace zamba. Una biblioteca nutrida ofrece desentrañar el misterio que brota de la Pachamama, y un conjunto experimental lleva a la escena —con éxito repetido, desde hace años— obras de autores vernáculos. La niñez no es olvidada. "Pialito" es la peña "hija" de "El Pial", y bajo ella se cobijan. Aprenden a danzar y luego lo demuestran. Clases de guitarra, piano y arpa completan, sintéticamente, el caudal de conocimientos que allí puede alcanzarse.
Agreguemos un detalle que suele ser común a todas las fiestas folklóricas de estos días: la heterogeneidad del público que concurre a ellas: niños, ancianos, familias enteras, la joven en edad de merecer, el festejante en ciernes... y todos bailan las cosas nuestras con evidente entusiasmo y habilidad.
"El Pial", al igual que "Mi Rancho" —dos décadas de trajín incansable desde la "gran vía" porteña, avenida de Mayo 1423—; "El Lazo", ubicada debajo del centenario café Tortoni; "Leales y Pampeanos", que nuclea voluntades desde la ciudad de Avellaneda; "El Palenque", y muchas otras, señalan el camino por seguir, como que se preocupan muy especialmente de impedir que en sus fiestas se incluyan manifestaciones que no obedezcan al más puro acervo folklórico. Ello significa impedir el ingreso de nuevas danzas creadas en los últimos tiempos al amparo del auge de lo musicalmente autóctono.
DANZAS "INVENTADAS"
El investigador Jaimes Freyre le señaló al cronista alguna vez este singular fenómeno que consiste en el "invento" de nuevas danzas pseudo folklóricas —nada que sea especialmente creado por el hombre, a espaldas del pueblo, puede ser folklórico, como que este vocablo significa, precisamente, "conjunto de las tradiciones, creencias y costumbres de las clases populares, y ciencia que estudia estas materias", agregándose que folklorista es la "persona versada en folklore"— y que no suelen ser otra cosa que una amalgama de dos o más danzas tradicionales.
—Sucede —nos decía el profesor Freyre, versado en ciencia folklórica— que contamos con nada menos que cincuenta y ocho danzas, la mayoría de las cuales son desconocidas por nuestro pueblo. De tal manera, resulta evidente que es innecesario "crear" nuevas, cuando aún no conocemos las que realmente pertenecen al acervo folklórico argentino.
Pero retomemos el hilo de nuestra narración y volvamos a las peñas, que definen por su número y heterogeneidad el índice de entusiasmo que la música vernácula alcanzó en los últimos tiempos. Clubes como Boca Juniors, San Lorenzo de Almagro, Racing, Vélez Sársfield, Independiente, Ferro Carril Oeste, Atlanta, River Plate, Huracán y muchos otros que han hecho su fama, principalmente, en los torneos mayores del fútbol nacional, debieron incluir entre sus actividades habituales la práctica de danzas folklóricas.
Sin embargo, resultará más extraño señalar que también lo han hecho instituciones que nuclean a colectividades extranjeras. El Centro Lucense, por ejemplo, también ha creado su peña. El Club Italiano, la Sociedad Hebraica, el Centro Sirio Libanés, Unione e Benevolenza, el Club Español y el Círculo Trovador, entre otros, también se han iniciado hace bastante tiempo en la difusión del folklore argentino.
En "La Brasa", de la localidad de Ramos Mejía, todos los domingos se sirve un excelente asado criollo, y por la tarde se enhebran canciones, coplas y danzas. Allí también se prenden los tradicionales fogones criollos y, frecuentemente, se concretan conferencias en las que se vierten conocimientos que hacen a lo tradicional argentino.
A LA VISTA DEL OBELISCO
Del auge actual del folklore nuestro —señalaremos con esta denominación aquello que se relaciona solamente con la danza y la música vernácula, aun cuando en verdad lo folklórico resulte mucho más amplio y, casi siempre, de calidad más límpida— puede dar idea lo siguiente: en Sarmiento 875, a pocos pasos del obelisco, se imparte enseñanza de danzas folklóricas dos veces por semana. Lo inusual es el horario: de 12 a 14. A esos cursos concurren empleadas y empleados que sacrifican parte del lapso que se les acuerda para almorzar, con tal de introducirse en la práctica de esta actividad tan en boga.
Y son muchos los alumnos. En ese mismo lugar funciona "La Peñita", que todos los domingos organiza su fiesta folklórica. Allí, entre el tráfago de la gran ciudad, amenazada por las luces intermitentes de cien letreros luminosos, vigilada por la presencia de ese coloso de cemento que es el obelisco, se concretan auténticas reuniones con sabor a pampa y cerro, a llanura y cuchillas, a río y viento.
"Allí un ranchito sombreao de higueras
y bajo el Tala, durmiendo un perro;
y al atardecer, cuando baja el sol,
una majadita volviendo del cerro." 
Dice el canto, y su voz resbala por los edificios, sale a la calle y se entrevera con el público que llena las aceras porteñas...
"Con una escoba de pichanilla
una chinita barriendo el patio;
y sobre el nogal, centenario ya,
se oye un chalchalero que ensaya su canto." 
Es la acuarela que Polo Giménez plasmó y que tiene como motivo la Cuesta del Portezuelo; su "Paisaje de Catamarca", que toda la República cantó con especial entusiasmo.
Muy cerca también del corazón de la urbe porteña, del obelisco, hay un "hueco" en el que desde hace tres años se rinde culto a lo nuestro. La guitarra suele seguir allí rumbos de vocación, como que va de mano en mano buscando en quien aquerenciarse. Un pequeño local ubicado en Cerrito 34 concreta el influjo. Artistas, soñadores, perseguidores de albas con sueños, hallan refugio entre sus paredes, que rezuman dichos y coplas:
"La tierra se hace carne cuando la siembran sueños."
ha estampado al carbón una mano amiga del hombre - espíritu.
EXPRESIONES NO FOLKLÓRICAS
Este auge del folklore —música y danzas— trajo como consecuencia la creación de innumerables conjuntos que ofrecen expresiones de nuestro acervo vernáculo. Como no podía ser de otra manera, no siempre ellas resultan verdadero trasunto de lo que fueron auténticamente. Existen versiones "mejoradas" o "estilizadas", cuando no "creaciones". Un joven estudioso de estos problemas, Waldo de los Ríos, que se ha convertido en el abanderado de los vanguardistas —ganándose con ello la oposición de los tradicionalistas ortodoxos, que entienden que en folklore nada puede "estilizarse" ni "innovarse" sin herir substancialmente la médula— nos explicaba que lo importante es que quienes se dediquen a esta actividad tengan los conocimientos indispensables. Es decir, que sepan fehacientemente qué es folklore —en todas sus manifestaciones y, primordialmente, la musical— a fin de que luego, y siempre que se consideren con suficiente capacidad para ello, intenten la búsqueda de nuevas formas de expresión sobre un motivo común.
Waldo de los Ríos no niega que las orquestaciones con vuelo sinfónico que ha realizado sobre motivos folklóricos, no signifiquen ciertamente expresiones folklóricas, sino sólo la interpretación de música argentina, sobre motivos folklóricos. Para ello ha incluido en sus orquestas —algunas han tenido hasta 120 profesores— conjuntos de charangos, guitarras, arpas, bombos, cajas, etc. Procura que no pierdan el sabor de lo auténtico, más buscando rumbos nuevos para la exteriorización de los mismos sentimientos. La resonancia que ha alcanzado, sin duda, justifica sus preocupaciones.
Como en el caso de Waldo de los Ríos, será necesario que todos los artistas que se dedican actualmente a la difusión de las expresiones musicales argentinas tengan la valentía de explicar al público el auténtico significado de lo que le exhiben, esto es, determinar fehacientemente en qué circunstancias se está brindando auténtico folklore —que en verdad abunda muy poco, como que para encontrarlo seguramente habrá que internarse en las pequeñas poblaciones del interior de la República, hasta hallar aquellas no contaminadas por las nuevas corrientes— y cuándo se trata solamente de expresiones basadas en motivos folklóricos.
Lo cierto es que de todos modos, y aún cuando a veces de manera sumamente distorsionada, se divulga por distintos medios lo que suele ser, por lo menos, una expresión musical argentina. Por casi todas las radioemisoras y canales de televisión, e inclusive también desde las páginas del periodismo, se difunden programas basados en la presentación de artistas que cultivan lo folklórico. Algunos de estos artistas han realizado giras por el exterior con verdadero éxito —no siempre han andado países que comulgan con nuestras costumbres preñadas de libertad—, mas quienes quizá mejor representaron a la Argentina en el extranjero no fueron los profesionales, sino los conjuntos formados por sus propulsores. Uno de ellos, que representaba a las Universidades Populares Argentinas, ganó el año último el primer premio en el Certamen Internacional del Folklore, realizado en la ciudad de Cáceres, en España.
EN EL INTERIOR DEL PAÍS
Destaquemos el singular fenómeno que se advierte en este momento: mientras en la capital de la República y su zona de influencia nacen peñas por doquier y es cada día mayor el número de adeptos que hallan las expresiones musicales autóctonas —o pretendidamente vernáculas—, al punto de haberse agotado la existencia de guitarras, como que se asegura que hay una demanda insatisfecha que suma varios miles —alguna vez se dijo, y ello fue desmentido por los fabricantes, que alcanzaba a treinta mil—, y no ser difícil escuchar sones camperos desde cualquier zaguán o ventana —en Mar del Plata, durante la última temporada, cada carpa parecía una peña, y en ella cobraban vivencia, en voces jóvenes, los cantares de la Madre Tierra—, el interior de la República parece permanecer estático ante este cambio del gusto popular.
Los conocedores del problema aseguran que por los caminos polvorientos de la patria, en todas sus latitudes —aun aquellas que no cuentan con música folklórica propia, como la Patagonia— vive perenne el amor a lo tradicional. De tal manera, no resulta indispensable en tales circunstancias organizar peñas o instituciones que se preocupen por cultivar o difundir lo que es esencia en el sentir del pueblo. Ello está latente en cada uno de sus seres, y emerge sin dificultad cada vez que se lo requiere. Aun cuando en ocasiones —a veces prolongadas— simule olvidarlo, dedicándose al cultivo de danzas que
la radiofonía o el disco impreso le hace llegar con abusiva redundancia. Lo real es que su cariño por la Pachamama no muere, y cada casa o rancho es en cualquier momento una peña donde se guitarrea, canta y danza "hasta que las velas no ardan".
Ello estaría demostrado por el entusiasmo que en catorce provincias despertó el Festival Nacional del Folklore realizado en enero último en la localidad cordobesa de Cosquín, declarada en la emergencia "capital del folklore". Nutridas delegaciones de todos los puntos cardinales de la República acudieron a la cita y concretaron una intención que, seguramente, quedará plasmada con creciente exhibición de recursos en los próximos años. El jurado, presidido por el profesor Jaimes Freyre, tuvo ímproba tarea para seleccionar a los mejores conjuntos.
Casi al mismo tiempo una empresa comercial propició un certamen, que también abarcó a toda la República, y por el que se eligió la pareja más ducha en la interpretación de nuestras danzas. Además, en Mar del Plata, durante la temporada última, se organizaron dos certámenes o exhibiciones folklóricas, uno de ellos propiciado por un periódico de esta capital, que tuvieron amplia repercusión.
SALDO POSITIVO
Hagamos, antes de concluir, un balance, y tratemos de explicarnos el auténtico significado de este auge casi intempestivo de las expresiones folklóricas, cuando ya parecían prácticamente desterradas de nuestra urbe, y apenas sujeta su difusión al mayor o menor éxito de un intérprete de moda: Antonio Tormo o Los Chalchaleros. Es probable que ello resulte, a la postre, sólo un capricho más del gran público. Que pasado un lapso prudencial eche al olvido los cantares nuestros para nuevamente lanzarse a batir palmas en favor del último son ululante de moda —como ya está ocurriendo con el twist—, o retorne a dedicar sus preferencias a las cálidas notas del Caribe. Quedaría demostrado, de suceder tal contingencia, que este auge del folklore no obedeció a otros factores que no sean los que crean el snobismo o la moda. El público suele tener cambiantes preferencias y ellas no pueden ser canalizadas. Ningún decreto o ley. tiene éxito cuando se trata de regir los gustos del pueblo.
De suceder ello, sin embargo, quedará un saldo francamente positivo, tanto como no lo ha dejado ninguna de las modas impuestas en los últimos años. Millares de personas, entre ellos gran número de niños, habrán acostumbrado sus oídos a escuchar los sones de su tierra, a diferenciar una zamba de un gato o de un escondido. Muchos —señoras, niños, hombres— han aprendido en este lapso a arrancarle a la guitarra alguna melodía campera que ya no olvidarán. Tienen, además, el instrumento musical en su casa, y a él volverán periódicamente.
Todo ello habrá de dejar —si lamentablemente se comprobase que este renacer del folklore es efímero— un sedimento positivo que habrá de emerger en cualquier contingencia. En la fiesta menos tradicional, ante la menor sugerencia, aparecerá una pareja que sabrá bailar una zamba con el regusto del que retorna a lo que amó un día. Principalmente los niños, que en tan importante número guitarrean, bailan y dicen coplas actualmente, integrarán el fundamento sobre el que se enancará la defensa, en lo futuro, de nuestro acervo folklórico.
abril 1962
revista Vea y Lea

 

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