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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


"Los duendes deben reemplazar a los burócratas"
Por Roberto García Pinto
Revista Mundo Argentino
1958

 

 

 

Gustavo Leguizamón es músico y abogado. Lo primero es su vocación que le crece irremediablemente como la barba, y lo segundo, su oficio que lleva a cuestas fatigosamente, como todo criollo que se estima para defender la libertad y hasta la necesaria arbitrariedad, indispensable al que pretende un arte personal e independiente. Problema antiguo de nuestra época y de siempre éste del segundo oficio, como lo demuestra con atinadas razones Taha Hussein, arábigo y filósofo, en el volumen que la Unesco ha dedicado a la situación del artista en la sociedad moderna.
Los abuelos de Leguizamón fueron hombres de acción y de fortuna, ilustres en la historia de Salta, donde dejaron rastros de su originalidad y de su imaginación poderosa. Proyectaron ingenios azucareros nunca realizados, así como navegaciones a lo largo del raijoso y adusto Bermejo, que enlazaba con sus lianas a los pequeños buques como un pulso irreductible. La canalización del río y el ingenio San Martín de Tabacal tuvieron existencia preliminar entre los duendes de la familia. Es posible que los sueños preparen lo que luego se ejecuta. Las grandes obras suelen tener un largo preludio de vida irreal en los debates periodísticos, en las discusiones y en las cartas, que comienzan arando en el aire los vagos esquemas de futuras realidades.
El padre del compositor, prototipo de hidalgo salteño y humorista de buena ley, fué un músico notable. Tenía un gusto certero para descubrir y guardar las viejas canciones, que vuelven como creación o como reminiscencia en muchas de las obras de su hijo, que heredó esa tradición valiosa, junto con la alegría de vivir y la aptitud para la sátira.
En una época en que todo el mundo aprende en las escuelas y los conservatorios con maestros de fama, Leguizamón es seguramente uno de los últimos autodidactos, hazaña dificultosa y llena de riesgos en su materia. Pero como tenía la música dentro del cuerpo, empezó a surgirle como espontáneo surtidor, dando manotones hacia las formas musicales existentes y meciéndose en los ritmos y melodías folklóricas. Los que conocemos su modalidad personal nos asombramos que haya podido asimilar las arbitrarlas cosas que a sí mismo se enseñaba. Desde el maestro Creceri, un sordo estrafalario y talentoso que escribió piezas criollas de valor, que enseñaba piano a las solteronas y a las chicas mal criadas en la vieja Salta de hace medio siglo, pasó a la música sinfónica, a Ravel, a los dodecafónicos. En el camino recogió todo lo que pudo, realizando con la teoría musical, con la armonía y la composición la misma proeza que uno de sus personajes —el bandolero Pelayo Alarcón— hubiera logrado si abre bufete de penalista después de foguearse algunos años en el Chaco con el Código Penal, entre los balazos con la policía y los asaltos a los payadores. Leguizamón cazó a hondazos la música moderna con la más exacta puntería, porque la llevaba en su oído y en su tiempo, y a la folklórica, porque le venía no solamente en la sangre, sino también en la linfa. Siguió así los dos caminos, uno tradicional y autóctono y otro novísimo y revolucionarlo, con igual acierto, poniendo una aguda sensibilidad de indígena y al mismo tiempo toda la arbitrariedad del más auténtico celtíbero. Entre las dos raíces un positivo y demostrado talento creador.
Tiene muchas composiciones para piano que han empezado a conocerse. Ejecutantes de jerarquía como Ariel Ramírez las han llevado por el mundo con buen éxito. No han sido aún publicadas, pues el embotellamiento salteño y la falta de una organización eficaz en favor de los artistas nuevos, mantiene rezagados a estos talentos originales perdidos en las ciudades interiores. "La danza del pin-pin'\ "El rococó", "Pislintek, el de los huesos verdes" (sonatas para piano) y otras a punto de concluirse, son obras de tema americano dentro del más avanzado expresionismo. "La danza de los abuelos desnudos" es un misterioso concierto para oboes y timbales que se supone titulado así para escandalizar la familia. Fué presentado a un concurso convocado en Caracas, donde continuarán estudiándolo. Algunos parientes se concitaron en defensa de los Manes y telegrafiaron lo siguiente: "Manden frazadas, abuelos resfriados."
Hemos conversado con Leguizamón en un encuentro ocasional. Así como hay gentes que nunca sacaron una rifa, él jamás concurrió a una cita. Le resulta imposible cumplir estos usos sociales que violan su norma trascendente de ocuparse solamente de aquello que el cuerpo le pide en el momento. Vive en el mundo de la pura gana, que dijo el olvidarlo Keyserling. Sostiene que la libertad del hombre no puede ser contenida por ninguna obligación ni pacto que no pueda modificarse cada minuto, salvo seguramente la partida de nacimiento o la de defunción, hechos extremos de la vida y que se niegan absurdamente a toda posibilidad de cambio. A raíz de sucesivas experiencias, todos sus amigos y conocidos entendieron esta metafísica netamente existencialista. Desde entonces convida con frecuencia a comidas y reuniones donde no concurre nadie, ni por supuesto él mismo. Son asambleas de ausentes donde se ha establecido que debe aguantar las invasiones que no espera. Esta conocida tradición fué ingenuamente violada por el ilustre León Felipe. Aceptó un encuentro con Leguizamón y terminó vociferando por la ciudad en busca de su cliente. Todavía lo espera, pero en México, adonde tuvo que ir en busca de paz y comodidad para juntar paciencia para esa topada, que como lo de las líneas paralelas, no ocurrirá nunca.

—Escribo ahora el primer movimiento de un poema sinfónico, "El Facundo". Su tema desarrolla las tonadas provincianas, con el tono y el sabor de las viejas de nuestras ciudades y pueblos. Hay algunas que modulan variaciones maravillosas, otras cantan como el tordo de la selva o el kitupí —este pájaro amigo de pecho amarillo que, según creo, en el Sur se llama venteveo—. Entre nosotros tiene un idioma muy personal, como sucede por otra parte con los gritos y expresiones de toda la vida humana y animal. Cada ser viviente está aferrado al paisaje y a la tierra, como el hombre mismo, y pone estilo y matices muy distintos, algo particular y único que hay que descubrir y traducir en formas musicales nuevas y genuinas.

—Los pájaros y las viejas son mis temas y mi tarea por el momento. El chalchalero de Salta es un solista original que sabe responder al silbido de quien lo entiende. Acepta el contrapunto y se oye a sí mismo cuando nadie le contesta, como un Narciso del canto. Es mi más cercano pariente musical.

—Las canciones populares tienen siempre formas melódicas muy simples. Se conservan a veces inacabadas y resulta necesario completar su desarrollo, como hice con los arreglos y nuevas versiones de algunas zambas o chilenas tradicionales de Salta. La popularidad que han alcanzado y la general aceptación de los intérpretes conocidos y de las voces anónimas confirman esta observación. Nuestro folklore es esencialmente expresionista y cuando traduce algo auténtico es siempre individual. Los verdaderos artistas son singulares y generalmente inimitables. Cada cantor dice a su manera. Cada bailador tiene su paso y sus figuras personales. Las academias y los recopiladores han adocenado o destruido lo auténtico. Esos estudiosos apuraos que vienen a Buenos Aires nunca terminan de entender estas vueltas de lo criollo. Habría que "encerrarlos un buen tiempo en las alacenas para que tengan olor a queso y naftalina. Recién entonces por absorción, terminarían comprendiendo. Es necesario que los duendes reemplacen a los burócratas les cambien las ideas.
Ernesto Sábato le ha encargado a Leguizamón la partitura de su guión cinematográfico "La última retirada", sobre la vida de Juan Lavalle, que muy pronto comenzará a rodarse bajo la dirección de Torre Nilsson. El músico salteño trabaja en ello y se propone realizar una expresión paralela y substancial del argumento, no solamente un nuevo acompañamiento musical. Está también en proyecto avanzado la idea de hacer, con Sábato, un poema dramático musical sobre Lavalle.
De las viejas canciones del tiempo, de las guerras civiles, guardados en la petaca irreal del oído histórico de los Leguizamón, puede surgir algo que marque una etapa novedosa en la materia.
Nuestro interlocutor ha puesto en circulación un buen número de piezas populares: "Panza verde" y ''Zamba de anta", que tienen aire de baguala; "Zamba del pañuelo" y "La unitaria", a la manera de las viejas canciones, o bien un yaraví, "¡Ay, madre!", sobre unas coplas de Juan Carlos Dávalos. Las letras de esas piezas tienen la jerarquía y el estilo nuevo propios de poetas como Manuel Castilla o Jaime Dávalos, que tuvieron el acierto de colaborar en ellas. 
—Algunas de esas composiciones—nos dice el autor— han sido probadas por diecisiete conjuntos o intérpretes distintos, pero lo que me llegó por derecho de autor son vueltos para opas o retazos de alcancía.
—¿Y SADAIC? — preguntamos.
—A esa sociedad yo siempre sueño que le hago una marcha fúnebre y que el grupo de acomodados que viven a su alrededor en Buenos Aires concurren al velatorio y al entierro. Después también sueño que llega la paz y la prosperidad para los verdaderos compositores argentinos.
—El drama del músico perdido en esta ciudad es que carece de instrumentistas y de orquesta. No tenemos donde ensayar y ejecutar lo que producimos. No queda más remedio que apelar al violín de los chalchaleros o al contrabajo de los sapos, quienes por lo demás, prefieren la música propia y no se molestan en oírnos...