Agosto 18 de 1938
Nace Editorial Losada

"Soy republicano y lo seguiré siendo hasta el fin de mis días", confesó en París el editor hispanoargentino Gonzalo Losada, hace dos años. Precisamente, su fervorosa adhesión a la República Española motivó el nacimiento de la casa porteña que lleva su nombre, el 18 de agosto de 1938. La semana pasada, la Editorial Losada festejó sus treinta años de vida, un lapso durante el cual no sólo se convirtió en un importante factor de difusión sino que también renovó las técnicas del libro en la Argentina y en muchas otras naciones de habla española.
Antes de convertirse en editor, Losada, un madrileño nacido en 1894, fue un eficiente técnico de la Compañía Papelera. Cuando ésta fusionó sus intereses con Espasa-Calpe, pasó a la nueva firma como vigía de su antigua empresa. "A los 23 años —recuerda Losada en su puesto de mando de la calle Alsina al 1100, donde todos los días concurre con puntualidad juvenil— ya tenía bajo mis órdenes a hombres que me doblaban en edad." Por esa capacidad ejecutiva, en 1928 Espasa-Calpe lo destina a Buenos Aires como cabeza visible de su nueva sucursal para la América latina. En Madrid, su esposa Ascención Martínez Millán, y sus hijos Gonzalo Pedro (de un año y meses) y la recién nacida Carmela Ascensión, tuvieron que esperar un año todavía antes de embarcarse para el Río de la Plata.
Durante una década, Losada convirtió a Espasa en una empresa pujante e imaginó para ella la Colección Austral, el primer intento de libros de bolsillo —los pockets— realizado en tierras sudamericanas.
Cuando en España estalló la Guerra Civil, el editor comprendió que había llegado el momento de fundar su propia casa. A principios de 1938, luego de convencer al crítico Guillermo de Torre y al dibujante Atilio Rossi para que también dejaran Espasa, vendió su automóvil y algunos pequeños bienes. Después, entró en tratativas para asociar al impresor Juan López y consiguió la adhesión, sin condiciones, de los profesores Pedro Henríquez Ureña, Amado Alonso, Francisco Romero, Felipe Jiménez de Asúa y Lorenzo Luzuriaga. Seis meses más tarde, de las prensas de López asomaron los trece primeros títulos de seis colecciones inaugurales: Biblioteca Contemporánea, Obras completas de Federico García horca, Cristal del Tiempo, Las cien obras maestras de la literatura y el pensamiento universal, La pajarita de papel y la Biblioteca Filosófica. "El tomo inicial —memora el editor— fue La agonía del cristianismo, de Unamuno, en la Biblioteca Contemporánea, reemplazado más tarde por El abuelo, de Galdós, y reincorporado a sus filas después, cuando se logró un acuerdo con los herederos de Unamuno."
De los trece primeros títulos, aún se someten a periódicas reediciones El poema del Cid, Romancero gitano, de García Lorca, Teoría del conocimiento, de J. Hessen, La vida de las abejas, de Maeterlinck y El cartero del rey, de Rabindranath Tagore.
"La pajarita de papel —comenta Gonzalo Pedro Losada, el delfín de la casa— ha sido la colección que más satisfacciones nos dio como editores." Cuando La metamorfosis, de Kafka, inició la serie, cuidadosamente encuadernada, el precio de venta al público, por unidad, marcaba tres pesos. Al ser borrada del catálogo en 1951, con El sitio de Londres, de Henry James, el tomo se vendía en trece pesos. Hoy, si volviera a los escaparates de las librerías, cada ejemplar treparía muy cerca de los mil pesos, el mejor índice del proceso inflacionario que viene sufriendo el país.
Otra obra de Kafka, El proceso, comenzó su carrera en el mercado con algo de pereza hasta el año 1962, en que el film de Orson Welles lo convirtió en un best seller. "Para entender el film, el público se precipitó sobre el libro, inútilmente", comenta Gonzalo Pedro, y se ríe. El muro, de Jean-Paul Sartre, otro tomo de La pajarita, causó a los directivos de la editorial su primer dolor de cabeza: prohibida su venta por la Municipalidad en 1948 (la ordenanza, inexplicablemente, está aún en vigencia), al año siguiente sirvió como cabeza de proceso contra Losada padre, "por atentado al pudor y a las buenas costumbres". En 1961, El reposo del guerrero, una mediocre novela de Christiane de Rochefort, obligaría una vez más a que padre e hijo subieran y bajaran las escaleras de los Tribunales. Sin embargo, en ambas oportunidades, la mesura de los jueces fue una valla a las furias inquisitoriales de los agentes fiscales: en el primer caso, la acusación fue desestimada, y en el segundo, el fallo absolvió de culpa y cargo al editor. El largo ajetreo procesal sirvió únicamente como promoción de la novela de la Rochefort, cuya venta en la calle Florida llegó a vocearse "como si fuera un diario de la tarde".
Pero los mayores éxitos de la editora en sus tres décadas no se debieron tan sólo al escándalo. La lista la encabezan la dulzona melancolía de Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez (un millón y medio de ejemplares en 27 ediciones), Don Segundo Sombra, de Güiraldes (medio millón) y Veinte poemas de amor y Una canción desesperada, de Neruda (450 mil).
"La gran revolución que nuestra casa provocó en el medio editorial —asevera Gonzalo Pedro Losada— fueron las tapas que Atilio Rossi dibujó para la colección Novelistas, de España y América. Más tarde la colección se transformó en Novelistas de nuestra época, una serie que albergó a Beatriz Guido, Syria Poletti, Marta Lynch, Luisa Mercedes Levinson e Iverna Codina, la vanguardia de una falange de escritoras en cuya retaguardia revistan hoy las noveles Jorgelina Loubet y Amalia Jamilis.
Sin duda, el mérito mayor de Novelistas no reside en haber promovido la literatura femenina sino en haber detectado a los autores más representativos de cada país de América latina. Tal política permitió a la editorial ganar, en la década del 40, una porción importante del mercado de habla española, establecer varias sucursales en todo el continente, verdaderas cabeceras de avanzada, y estirar las cifras de sus exportaciones basta los 700 mil dólares anuales.
Cuando la Editorial Losada inició sus envíos a España, en 1948, tropezó con la censura: La vida de las abejas, el inocente tratado de Maeterlinck, fue su primera víctima, y tuvo que aguardar varios años su visa de entrada. Actualmente Cambio de piel, una espesa novela del mexicano Carlos Fuentes, sufre tales rigores y, acusada de promover la pornografía, espera el nihil obstat. El úcase del censor peninsular motivó un cambio de cartas entre éste y el autor: Fuentes fue abrumado por la procacidad del funcionario, toda una paradoja hilarante.
20 de agosto de 1968
PRIMERA PLANA

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