MARZO 18, 1919
Nace la Sociedad de Actores


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pie de fotos
-Angel Daduccio, Juan Giussani y Francisco Bastardi: una ciera nostalgia.
-Comedor de la casa de descanso.
-Acto inaugural de la Agrupación de Actores Jubilados.

 

 

"En Buenos Aires, a los 18 días del mes de marzo de 1919, siendo la una y treinta, ocupan sus asientos en el Teatro Argentino los señores actores, y el señor Alberto Drames comunica el objeto de la convocatoria." Ese comienzo protocolar es la primera señal de relación entre los actores argentinos y la vida gremial: el resto del acta informaba sobre un auspicioso saludo de Pascual Carcavallo, la aprobación —casi a libro cerrado— de los estatutos de la Sociedad de Actores, y el nombramiento de delegados en las principales compañías en giras. Un par de votaciones, realizadas esa misma noche, ungieron en la Secretaría General al actor Ángel Daduccio (un característico que se especializaba en personajes con defectos elocutivos), detrás del cual venía una docena de nombres igualmente populares en su momento.
A pocos meses del fin de la Primera Guerra Mundial, en una ciudad todavía un poco extrañada de la velocidad de su desarrollo, los "cómicos" se incorporaban así a la revuelta vida gremial: la Sociedad necesitaría varios años, sin embargo, para convertirse en la poderosa Asociación Argentina de Actores, el robusto y articulado sindicato de la calle Viamonte.

Así que pase medio siglo
A los 85 años, Francisco Bastardi puede ufanarse todavía de leer sin anteojos y de poseer una melena propia ("Peluca sólo me pongo para salir a escena", coquetea). Algo más debe incluirse también en su record: prosecretario de aquella primera comisión directiva, es en la actualidad su único sobreviviente.
Con lucidez, Bastardi recuerda ahora no sólo los protocolos de la reunión inaugural, sino los iniciales bocetos del sindicalismo: "En 1907 —informa— se produjo el primer intento, en lo que entonces se llamaba una Sociedad de Socorros." El nombre de la cuasi benéfica institución fue tan pomposo como ineficaz su existencia: Sociedad de Artistas Líricos y Dramáticos Nacionales, un esfuerzo que se concretó bajo la anémica carpa del circo Anselmi, y que alcanzó a vivir una década, antes de que la incuria de sus socios —o su pobreza: muchos no podían pagar la cuota de un peso mensual— la desmembrara totalmente. "Los pocos pesos que quedaban en caja —memora Bastardi— se los entregaron al actor español Andrés Cordero, quien hacía tiempo bregaba por la construcción del Panteón Internacional del Artista, e hizo buen uso del dinero."
Cordero, en efecto, consiguió arrancar de los concejales porteños la cesión a perpetuidad de un lote en el Cementerio de la Chacarita, y el soñado panteón acabó de construirse pocos años después (todavía existe, y pertenece a la Asociación Argentina de Actores).
La romántica y poco combativa Sociedad nacida en el picadero de Anselmi, formada en su mayor parte por coristas de compañías de zarzuelas, tendría una heredera menos complaciente: a los dos meses de su constitución, la Sociedad de Actores enfrentó su primera huelga. Para entender sus razones es necesario conocer previamente el régimen a destajo que sufrían en esa época los actores rioplatenses: las funciones no comprendían ningún día de descanso, y los ensayos se realizaban —también de lunes a domingo— luego de la última función, hasta las tres o cuatro de la madrugada. El detonante de la huelga fue la implantación de la sección vermouth —una costumbre de rancio prestigio en España— que los empresarios querían agregar sin hacer modificaciones en los salarios.
"En el mejor de los casos —recuerda Bastardi—, un galán llegaba a cobrar entre diez y quince pesos diarios por su trabajo, lo que no era una fortuna ni siquiera en aquella época." La Sociedad aprovechó la coyuntura del abuso patronal para redactar un pliego de exigencias: en ellas se clamaba por la instauración de un día semanal de descanso, por el reconocimiento de la Sociedad como ente representativo en el trato con los empresarios, y por la obligatoriedad de un pago extra de por lo menos el cincuenta por ciento del salario, en todos los casos en que se agregara función vermouth.
Parecía razonable, ya que las funciones eran normalmente dobles (triples en los fines de semana) llegando a completarse jornadas de doce horas de trabajo, por los ensayos de trasnoche. "Los más perjudicados físicamente —se conmueve Bastardi— eran nuestros compañeros apuntadores: todas esas horas metidos en el foso, y respirando el polvo que se levantaba del tablado con las evoluciones de la compañía."
La justicia de la causa no bastó, sin embargo, para generar un triunfo. Los delegados actorales se veían en figurillas para mantener su trabajo, ya que los empresarios no querían tener activistas bajo el techo de sus salas: "El temible sobre azul, con el sueldo y la nota de despido —afirma Bastardi—, comenzó a circular profusamente. Y era muy grave quedar cesante en mayo, porque significaba no trabajar por el resto del año: las compañías se formaban en marzo, y duraban toda la temporada, hasta fines de noviembre". La solución heroica que encontraron los desocupados fue nada menos que la creación de las primeras cooperativas teatrales, "aunque la mayoría de estas empresas, condenadas a ocupar salas de mala muerte en los barrios o a intentar riesgosas giras por las provincias, terminaron en el más completo desastre". La lucha del 19 tuvo también otra característica distintiva: fue el despertar de la unidad entre los actores "criollos", ya que el gran porcentaje de cómicos españoles que revistaba entonces en las compañías se plegó sin protestas, en su mayoría, a las condiciones empresariales.

La segunda oportunidad
A pesar del fracaso, la Sociedad había sentado un precedente de combatividad, y comenzaba a ser mirada con respeto por los otros gremios. En mayo de 1921, los mozos de varios cafés y confiterías de Buenos Aires se declararon en huelga: insólitamente, recurrieron a los actores, contertulios devotos de esos lugares, para que apoyaran sus exigencias no concurriendo a los bares mientras durara la medida de fuerza. Los actores respondieron con eficacia y, dos meses más tarde, cuando protagonizaron su segunda huelga, el gremio de conductores de coches de alquiler les devolvió el favor, negándose a transportar espectadores a las salas de teatro.
Esa segunda huelga fue en realidad provocada por los dramaturgos, quienes pedían se convirtiese en legal y automático el diez por ciento sobre los ingresos de taquilla, que algunas compañías (la de Pablo Podestá, entre ellas) pagaban de buena voluntad. La solidaridad de los actores fue inmediata, pero provocó la escisión de su entidad: la mayoría de las primeras figuras, que tenían intereses en común con los empresarios declinó su participación en el movimiento de fuerza, y eligió en cambio fundar un organismo paralelo, la Unión Argentina de Actores, en la que militaron Enrique Serrano, Enrique de Rosas, Florencio Parravicini, Roberto Casaux, Segundo Pomar y otros notables de la época.
El cisma duró hasta agosto de 1924, cuando ambas entidades acordaron fusionarse: nació en esa fecha la Asociación Argentina de Actores, cuyo primer presidente fue Juan Giussani. El lustro de la infancia había quedado atrás.

Las buenas conciencias
Un tiempo de calma y lentas conquistas sociales sobrevinieron entonces a la Asociación. Fue admitida por el sector empresario, y el control de contratos le permitió negociar condiciones justas de trabajo para sus afiliados; en diciembre de 1929 se le reconocieron todos los derechos de propiedad sobre el Panteón de Chacarita, y una década después —por iniciativa del diputado Camilo Stanchina, padrino de Juan Carlos Thorry— se convirtió en ley el día de descanso semanal obligatorio. El 8 de julio de 1930 había obtenido la personería jurídica, dos meses antes de la caída de Hipólito Yrigoyen.
Menos afortunada fue en el terreno económico: un subsidio estatal de diez mil pesos anuales, concedido en 1934, se fue adelgazando con los años en lugar de crecer; para 1942 era de sólo cuatro mil pesos, y a partir de 1944 desapareció para siempre de las partidas presupuestarias.
Un segundo cisma acechaba sin embargo a la Asociación. Desde junio de 1943, cuando la instauración de la Secretaría de Trabajo y Previsión convirtió en obligatoria la obtención de la personería gremial, los actores procuraron en vano legalizar su situación: el último intento, en mayo de 1946, ni siquiera fue registrado en mesa de entradas de la Secretaría.
Hubo que esperar a que, el 19 de agosto de ese año, un grupo de comediantes peronistas fundara la Asociación Gremial de Actores, la cual obtuvo un reconocimiento casi automático de Trabajo y Previsión. Los cruzados del régimen mantuvieron sin embargo un sistema de doble afiliación que impidió la muerte de la AAA: asumieron la representación sindical, pero dejaron en manos de la entidad madre todas las tareas mutualistas y culturales.
A fines de 1955, luego de la caída del peronismo, el exilado Francisco Petrone tomó las riendas de la AAA, cuya vida institucional no padeció más vaivenes desde entonces.
Los últimos períodos presidenciales (Duilio Marzio, a quien continuó Jorge Salcedo, actualmente en ejercicio) coincidieron con un florecimiento inusitado en las actividades: un interés por la acción sindical que no distinguía precisamente a los actores argentinos de otras generaciones, ha convertido la casona de Viamonte número 1443 en un cuartel desde el que se emiten continuos comunicados de participación en la vida nacional, y donde los proyectos son cada vez más ambiciosos.
El principal de ellos, acaso encierre la solución del mayor problema del teatro argentino: los socios que se dedican a la pedagogía dramática están estudiando la posibilidad de reunir sus talentos en una escuela de la AAA, para la formación masiva y organizada del actor. 
PRIMERA PLANA
18 de marzo de 1969