Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

Diciembre 6, 1868
Nace de la Torre

 

Revista Primera Plana
3 de diciembre de 1968

"Revolución de 1890. Hospital de sangre en el Parque de Artillería, donde un cirujano atiende a los heridos. En la entrada hay un voluntario de guardia. Aparece un joven teniente, quien se abraza con el médico; luego los tres confraternizan. El médico era Nicolás Repetto; el militar, José Félix Uriburu. El voluntario era yo." .Corría el verano de 1931. Lisandro de la Torre, de 63 años, elegía aquel cuadro para presentarse por primera vez ante los electores porteños, en el teatro Coliseo, junto a Repetto, su compañero de fórmula en la Alianza Civil, que desafiaba al general Agustín P. Justo.
Quizá de la Torre —un eterno adolescente— haya encontrado al azar ese recuerdo: nada le servía tanto para definir su vida, que se agitó en verso durante 70 años entre las grabas del régimen conservador y el socialismo académico, nunca más allá del radicalismo fin de siécle, que le impidió advertir el desborde de las masas, en la Argentina y en el mundo.
Había nacido, como cualquier otro hidalgo de gotera, durante la Presidencia de Sarmiento, en Rosario, la antigua capital de la Confederación (el 6 de diciembre de 1868); sin embargo, el padre —que se llamaba como él— había enfrentado a Urquiza en las jornadas de Pavón.
Abogado a los 20 años, frecuentador de los ambientes roquistas, Lisandro heredó de su padre la manía de acariciar a contrapelo: en el 90, con otros tantos de su edad, siguió la Alem y estigmatizó la defección de Mitre. En 1897, un duelo con Hipólito Yrigoyen lo separó para siempre del radicalismo, lo arrojó a su profesión y a los viajes por Europa.

"El gato amarillo"
Sorprende que en 1908, cuando ya se advertían en Alemania, en Rusia, en Francia, en Italia y en China las palpitaciones pie los grandes movimientos populares, de la Torre haya rescatado su vocación política al fundar, en Santa Fe, la Liga del Sur, un núcleo copiado de los partidos cantonales franceses, que arraigó en Rosario y su campaña. Los primeros acólitos del líder fueron, sin duda, los agricultores italianos ansiosos de incorporarse la vida cívica: si en Buenos Aires sus paisanos se afiliaban en masa al socialismo, en Santa Fe los gringos seguían ya al enjuto abogado de la Torre, henchido de promesas claras y concretas.
Jinete de la Liga, de la Torre perdió en 1912 la Gobernación de su provincia, porque ni el suburbio de las grandes ciudades ni los quebrachales le respondieron. Entonces ganó al radicalismo, pero también el santafecino logró incorporarse a la Cámara de Diputados de la Nación.
"El Régimen", "El Unicato", moría irremisiblemente aplastado por el voto libre que Yrigoyen, el antiguo enemigo de Lisandro, había logrado tras 20 años de enredos, intransigencia y conspiraciones. Desde luego, convenía a la derecha cultivar al abogado santafecino: culto, vivaz y encendido polemista, sirvió hasta 1916 para castigar sin tregua al radicalismo semi-analfabeto, oscuro; de la Torre sacó la brasa eme los conservadores no se atrevían entonces a tomar, por exceso de culpas pasadas.
Por cierto que "el gato amarillo" habría de ser, en 1916, la máxima esperanza de la oligarquía frente a Yrigoyen; de la Torre perdió entonces, y a cambio de su derrota ganó el ostracismo del campo conservador: no se toleraban sus epítetos ni su estricto deseo de Justicia, ni tampoco sus negativas a transar situaciones políticas. Con todo, volvería a la Cámara baja entre 1923 y 1925 para fustigar "los pequeños latrocinios a que son tan aficionados mis correligionarios", como admitía el propio Presidente Alvear. Fue entonces cuando calificó al radicalismo de mito gauchesco, cuando llamó a los socialistas "hormiguitas prácticas", y a su jefe, Juan Bautista Justo, "el pequeño Lenin de la tarifa de avalúos".
Desde 1918, Don Lisandro combina la política con la ganadería en la estanzuela de Pinas; en 1930, con el general Uriburu, llega al poder uno de sus pocos amigos políticos: un año más tarde, el Presidente le ofrecía encabezar la fórmula oficialista en las elecciones nacionales que se preparaban. Proscripto Yrigoyen, un sector del radicalismo adhería ya a Justo; burlado, Uriburu consiguió, con ojo certero, ubicar al mejor candidato para oponerle dentro del equipo revolucionario. 
Pero de la Torre no aceptó; es más, optó por encabezar el binomio de Partido Demócrata Progresista —el suyo— y el socialismo, dos fuerzas municipales incapaces de devolver, ausente la UCR, el poder a la clase media.
Los discípulos del "solitario de Pinas" describen su aversión al conservatismo como un rasgo de carácter: "Es la única página de mi vida política que arrancaría con gusto", dijo de la Torre en 1937, al hablar de sus vinculaciones con la oligarquía. Los radicales, a su vez, sostienen que el gran drama del santafecino fue aquel chirlo que Yrigoyen le marcó en la cara en 1897: le habría impedido integrarse en la UCR, hundirse en el calor popular. El marxismo, a su vez, describe la negativa de Lisandro a Uriburu, como una enemistad frontal entre intereses: la tesis sostiene que de la Torre defendía a los ganaderos criadores del Sur de Santa Fe, constantemente expoliados por los ricos invernadores de Buenos Aires (Santamarina, Duhau, amigos de Uriburu) y los frigoríficos.
No arriesga, sin embargo, quien le atribuye una buena dosis de no-lun-tad, ese deseo irresistible a evadir las responsabilidades; prófugo del radicalismo, atado a un absurdo núcleo provincial, enemigo gratuito de sus amigos del club —los conservadores—, el censor desechaba con Uriburu su última posibilidad. Nunca fue un revolucionario, como tampoco lo era Yrigoyen; pero si éste logró injertar a la clase media en los asuntos públicos, don Lisandro sólo atinó a apuñalar la oligarquía desde su propia matriz.

"Los muchos errores"
Senador nacional, se convirtió hacia 1932 en "el fiscal de la República": eran tiempos de crisis mundial, y la Argentina —con sus dirigentes a la cabeza— se humillaba hasta la vergüenza para mantener su puesto en el mundo. No le fue tan mal, pero de la Torre se especializó en drenar esa vergüenza: en el célebre: debate de las carnes, demostró la ligazón entre Gran Bretaña y la clase alta de Buenos Aires.
Fue entonces cuando el joven nacionalismo, la futura intransigencia radical, los intelectuales y la clase media le arrojaron un postrer salvavidas: ofrecían al santafecino el liderazgo de esa masa que, un lustro después, se encontró en el camino a Juan Perón.
De la Torre ya no los escuchaba: "Entre los muchos errores que cometí debo colocar el de haber aceptado la dirección de una fuerza política —escribía a Luciano Molinas horas antes de suicidarse, en 1939—. Yo no era un hombre político, porque en ningún momento subordiné los procedimientos a las concesiones necesarias para llegar al poder. De ese modo fui conscientemente al aislamiento y a la anulación, seguido por ustedes".
Como fuere, de la Torre asumió en su muerte las culpas de la Argentina, en cierto modo, las suyas propias: el país le hubiese debido mucho más si él hubiera podido aceptar el destino que merecía.

Ir Arriba

 

 

 


Lisandro de la Torre

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Búsqueda personalizada