Revista 7 Días
31 de agosto de 1965 |
por Ricardo Warnes
Fotos Pablo Alonso
En un acto de justicia, sus personajes quedarán grabados para el
archivo del Instituto de Filología de la Universidad de La Plata. Se
reconoce así una auténtica artista popular.
Al Instituto de Filología de la Universidad de La Plata le cabe el
honor de haber detectado la existencia de un artista popular. María
Esther Traverso —nombre real de Niní Marshall— ingresa a nivel
universitario: sus personajes Catita, Jovita, Belarmina y Mónica
quedarán como testimonio de distintas capas sociales de nuestro
país. Para ello, el Instituto de Fitología grabó cintas dedicadas a
su archivo.
El gesto rescata y ubica a Niní Marshall en el plano que siempre
mereció. Desde la radio se instaló como una sagaz observadora, como
un testigo implacable que ridiculizó excesos y carencias de
caracteres ciudadanos. Siempre apelando a la investigación y
documentación, dio una imagen fiel y viva de Buenos Aires.
Niní Marshall consiguió un triunfo múltiple: la suya es una versión
criolla de la picaresca, una crítica de costumbres, una sátira
siempre aguda y renovada. Este triunfo reconoce, también, el trabajo
de una mujer que luego de concluir su bachillerato, renunció a la
carrera de Filosofía y Letras para imponer un humorismo fresco,
intencionado, nunca desprovisto de resonancia social. Catita y
Cándida fueron los primeros personajes con que contó para disparar
sus chispazos de ingenio. Luego llegaron Mónica Bedoya Hueyo de
Picos Pardo, Jovita, Giovanina Regadeira, "soprano lírica italiana,
menos soprano que lírica, más ligera que italiana", Belarmina, doña
Pola, doña Caterina. A todas, sus creaciones le trasmitió un humor
regocijante y fecundo y les dio un lenguaje enriquecido para que
hablaran de sí mismas con piedad y crueldad.
Cada personaje de Niní Marshall tiene su historia que, en todos los
casos, descansa en algún antecedente real. "Cándida" es la
metamorfosis tierna de Francisca Pérez, la mucama torpe y bondadosa
que tuvo Niní Marshall durante su infancia. "Es la típica gallega,
chismosa, un poco bruta e ignorante, que entiende todo al revés.
También es servicial y el personaje con mayor humanidad, además del
más antiguo. Debutó en radio El Mundo en 1937.
Mónica Bedoya Hueyo de Picos Pardo es la versión ridiculizada de la
chica "bian" de barrio norte, la mujer que ha limitado su mundo a un
lenguaje esotérico, que ha fraccionado las palabras para que la
comunicación se concrete solo en grupo de iniciados.
—¿Dónde descubrió a Mónica?
—Con solo abrir las ventanas de mi departamento en la calle Paraná,
se encuentra Mónicas a montones.
Pero como Mónica es un personaje con movilidad que se empeña cada
día más en convertir su lenguaje en un laberinto, Niní Marshall está
atenta a los cambios que impone la moda. Y de las fiestas que dan
sus amistades ("que tengos muchas en ese ambiente") acopia
jeroglíficos para su Mónica. Ahora, Mónica no se "castiga" con
whisky, sino se "flagela"; "bárbaro" y "tarúpido" —mezcla de tarado
y estúpido— han perdido vigencia en su vocabulario, pero en cambio
se mantiene "genial", como así también "no te parte?".
Catita es otra lúcida creación de Niní Marshall. Nació de observar
las muchachas de barrios populares. Es el antecedente histórico de
la "piruja" actual, aunque en una versión menos arribista. Si Catita
cometía desatinos era, simplemente, a causa de su sicología lineal,
ingenua. La "piruja", en cambio, es una ansiosa que con un lenguaje
rebuscado, intenta ocultar sus limitaciones. "Catita es,
esencialmente, la fabriquerita", admite Niní Marshall, "pero también
incluye a manicuras, vendedoras de tienda, peluquería, etc.". En su
concepción original, Catita es una muchacha simple, dicharachera,
aspaventosa, sensiblera, de escasa instrucción, que vive en un mundo
poblado de fotonovelas y teleteatros.
Sí a Catita la cubre un hálito de ternura, la "niña" Jovita fue
modelada con un soplo de crueldad. Es el arquetipo de la vieja
solterona que se aferra con desesperación a una juventud perdida. No
tiene sentido de la realidad y por eso adopta actitudes de
adolescente. Como se empeña en ser niña, resulta el más ridículo de
los personajes. Niní Marshall se inspiró en una "pariente de
parientes", de posición acomodada para crear este personaje que
destila risa y drama.
Pero la bondad retorna con Belarmina, "la criadita pobre del
interior", en especial del norte. Niní Marshall reconoce que es el
personaje que más la hace emocionar, por su carácter
cómico-sentimental, pero no sensiblero. "Belarmina representa algo
muy frecuente y triste en nuestras provincias: la niña muy pobre a
quienes sus padres colocan en casas de familia para hacer de todo, a
cambio de casa y comida".
Doña Caterina vive la tragedia de no haberse integrado al país. Es
uno de los más recientes personajes y nació como la abuela de
Catita, Invariablemente, en su pueblo de origen "todo era mejor"
cuando, es casi seguro, "todo era peor". Es la imagen de la vieja
inmigrante italiana —especialmente meridional—- que no pudo
adaptarse a nuestro medio.
Para engendrar a doña Pola "no se imagina la cantidad de casas de
compra y venta que recorrí". De allí nació doña Pola, la típica
comerciante judía, que en un momento le creó problemas. "La
colectividad israelita, muy susceptible, pensó que yo me burlaba de
ellos...
—¿Y era verdad?
—¡Ni loca que estuviese...! No solamente no soy antisemita, sino que
soy filosemita — enfatiza Niní Marshall.
Niní Marshall no debe haberlo pensado nunca, pero las pruebas están
ahí, con dimensiones mayúsculas para ignorarlas: hay personajes que
ha creado con bondad y otros — uno en especial— que lo estructuró
sin piedad. A pesar de la precariedad mental de Cándida, de las
absurdas ilusiones de Catita, de la ingenuidad da Belarmina, de las
protestas de doña Caterina, ninguna está exenta de ternura. Para
Mónica, empero, no hay compasión. Tilinga, ridícula, grotesca, cursi
en el fondo, Mónica se empeña en levantar un mundo hermético y
estéril a su alrededor. Y Niní Marshall no la tolera, tal vez porque
querer ser distinguida es una intención muy vulgar.
Como se puede rastrear en muchos sainetes o en algunas letras de
tangos, no fue nunca el resentimiento el que empujó a Niní Marshall
a satirizar a Buenos Aires. En los años de mayor fertilidad de
Enrique Santos Discépolo (talentoso, aunque siempre con una visión
derrotista y sombría de la ciudad), Niní Marshall derramaba desde
Radio El Mundo punzantes dardos de observación, retratos fidelísimos
de distintos tipos de la mujer porteña. No era, para menos: su
trabajo siempre estuvo apoyado en la documentación, Niní Marshall
afirma que nunca inventó nada. Y es exacto. Su mérito es haber
recuperado para el arte popular los arquetipos más representativos
de las capas sociales.
En su tarea, apeló a un solo recurso: el lenguaje. Psicologías,
costumbres, miserias y grandezas de cada uno de sus personajes,
fueron dados por la palabra. En Mónica, el lenguaje adquiere un
valor de clase; si Catita refina, supuestamente, su lenguaje ("dar
el busto, para dar el pecho") es porque aspira a ascender al círculo
social de Mónica.
Mientras buena parte del humorismo porteño se elaboraba en torno a
un simple juego de palabras o situaciones —cuando no caía en la
procacidad— Niní Marshall estructuró una obra más depurada. Porque
el oculto mecanismo que mueve a sus personajes es, en definitiva, la
incomunicación. Cada uno se ha zambullido en su propio mundo.
Catita, en la vida, podrá comprender a Mónica o Cándida, no solo
porque caminan por realidades opuestas, sino porque hablan distintos
lenguajes.
En todo esto —o tal vez más— pensó el Instituto de Filología para
tomar una decisión de este tipo. No solo hizo justicia, sino que
aventuró una carta difícil de jugar en nuestro país: admitir la
condición de artista popular en Niní Marshall.
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"Casamiento en Buenos Aires" reunió a Niní Marshall
-personificando a Catita- y Enrique Serrano
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"Niní" un personaje real
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