Revista Siete Días Ilustrados
27.08.1973 |
Considerada en el medio televisivo radiofónico como La Voz,
Nucha Amengual entabla a diario un íntimo, cómplice coloquio con su
público. Su estilo: la suavidad. Una nueva manera de encarar la
locución.
"Con esa voz tan chiquita usted no va a llegar lejos en esta
profesión". La predicción, enunciada a modo de despedida de los
claustros del ISER (Instituto Superior de Estudios Radiofónicos),
pintaba un panorama un tanto desolador para Nucha Amengual, una
locutora recién recibida allá por el año 1959.
Por fortuna para ella y para un sector cada vez más numeroso de
radioescuchas que prefieren a los gritos estentóreos una voz que los
acompañe, junto con NA fueron surgiendo otros locutores y
discjockeys que crearon un nuevo estilo en este medio de
comunicación masiva; así por lo menos lo afirmó ante Siete Días La
Voz —mote con que se la conoce en el medio radiofónico—,
describiendo su paso en el mundo de los avisos comerciales.
—Que yo intenté un estilo propio es incuestionable —afirmó
rotundamente Nucha Amengual, casada, 2 hijos—; fíjate que cada día
aparecen más locutoras que me imitan.
—Daría la impresión que la competencia te enoja.
—No es eso, lo que sucede es que como desde el comienzo de mi
carrera tuve que luchar contra aquellos que me atacaban y que me
decían que mi voz no era lo suficientemente caudalosa o importante,
ahora, como comprenderás, me molesta que me imiten.
—Hablás de que te imitan el estilo. ¿Podrías describirlo?
—Es el más simple del mundo: yo charlo con cada uno de mis oyentes
como si estuviera frente a él. Lo atrapo con pequeñas preguntas
hechas en un tono suave, envolvente.
—Algunos dicen que tu voz es sensual. ¿Eso es premeditado?
—Para nada, el otro día un señor me saludó y me preguntó si seguía
matando taxistas desde mí audición por Radio Excelsior, que va todos
los días de 2 a 6 de la tarde. Pero aunque la cosa me halague no es
lo que me propuse hacer nunca.
—¿Y cuál es tu finalidad?
—Entablar un coloquio con cada uno de los que me escuchan; pero no
necesariamente mi auditorio debe ser masculino.
—Pero lo es.
—Afortunadamente no, fíjate que la imagen que los oyentes tienen de
mí nunca se vio defraudada. Me conocen y me dicen: "Así me la
imaginaba". Esto te da la pauta de que no vendo algo falso. Yo soy
siempre de la misma manera: no invento inflexiones raras ni le doy a
mi voz tonos equívocos; gusto porque soy suave y porque cada palabra
que digo está dedicada a cada uno de mis oyentes.
—Todavía no me dijiste qué pasa con tu auditorio femenino.
—Las mujeres me quieren mucho, no me viven como competencia, como un
peligro, porque conquisto a sus hombres sólo en el pequeño espacio
de la audición radial y, como dije antes, sin malas artes, sin caer
en la grosería.
—Esa grosería, ¿en qué se evidencia?
—Por ética profesional no te voy a decir quiénes o quién cayó en
ella, pero decir un poema de amor no significa que una tenga que
ponerse a jadear como si estuviera en la cama. Expresar una cosa
íntima o sensual es otra cosa.
—¿Por qué te molesta que se aluda a tu sensualidad? ¿Sos puritana?
—No es eso. Lo que pasa es que me molesta caer, como hacen muchos,
en la chabacanería, en la cosa grosera, y eso no lo soporto en
ninguna de las ramas del arte. Me gusta ser sugestiva, ser deseada,
pero mi método es la exquisitez.
—¿Cómo siente tu marido la comunicación tan intima que lográs con el
auditorio?
—A él le gustaría que yo no trabajara.
—¿Por qué, es celoso?
—Eso tendrías que preguntárselo a él, pero en definitiva creo que no
le gustaría que trabajara ni en esto ni en ninguna otra cosa. Por
suerte, como no soy millonaria y necesito trabajar, puedo hacer en
mi medio lo que me gusta.
—¿Cómo lo lográs?
—Hasta ahora siempre impuse mi estilo por más chiquita que fuera mi
tarea; fijate que anunciar productos no es tan fácil como muchos
imaginan y yo llegué a hacer un comercial donde se vendían colchones
como si estuviera publicitando una velada en el Colón. Ahí está la
exquisitez de que te hablaba: yo aparecía vestida de largo y
descalza y con este único elemento vendía un producto tan delicado y
con el que se podía caer en la chabacanería.
—¿En ese juicio encerrarías el panorama televisivo actual?
—Sólo en algunos casos en que se confunde humor con grosería. Esta
es la hora del pueblo y nuestro deber es mostrar todo aquello que
sirva para ayudar, educar, intención que se cumple según creo en mi
audición Para bien de todos, que ya lleva dos años de emisiones
diarias por Canal 7 de Buenos Aires.
—¿Creés que el pueblo sólo necesita audiciones culturales?
—Además, pero es bastante lamentable que cuando se pasa al plano de
lo que significa divertir, en general se cae en el recurso de
siempre: los chistes subidos de tono. Para mí eso es disminuir al
pueblo con porquerías.
—¿Y los teleteatros no lo disminuyen?
—No lo creo, porque los teleteatros son necesarios para soñar. Claro
que en lo posible hay que tratar de que dejen algo; yo soy
partidaria de los de corte histórico, porque de esa manera no sólo
se entretiene al público sino que también se enseñan cosas.
—¿Cómo se podría solucionar esa falta de buen gusto?
—De una manera tajante y simple: que fas autoridades pongan freno a
todo lo que se acerque peligrosamente a la obscenidad.
—¿Entonces sos partidaria de la censura?
—Sí, pero sólo en un medio como la televisión, que por sus
características está metido en los hogares. En el cine o el teatro
cada cual puede decidir qué espectáculo le conviene.
—¿Qué tendría que cambiar en tu estilo para sentirte satisfecha?
—Aunque suene a pedantería, no creo que pueda hacer más; lo único
que me cabe es seguir trabajando con dignidad. Lo que más me
preocupa es conseguir mi ideal.
—¿Cuál es tu ideal?
—Convertirme en mujer, pero con mayúscula.
—Eso es una abstracción.
—De ninguna manera, fijate que ya voy por la jota.
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