Revista Siete Días Ilustrados
01.12.1969 |
Liliana Caldini
De no haber mediado un film comercial de los cigarrillos
Chesterfield, hoy sería una de las tantas nínfulas deliciosas y
anónimas que inquietan las calles de su barrio, Belgrano, Pero en
poco menos de un año, Liliana Beatriz Caldini (18, modelo, 1.70, 53
kilos) accedió bruscamente a la notoriedad; desde entonces su
picante cara de adolescente se multiplicó en los cortos
publicitarios, pasó fugazmente por alguno que otro largometraje
nacional y la convirtió en cover-girl de certero impacto. Hoy, con
sólo algo más de un semestre en el ejercicio de la fama, la Caldini
parece abrumada por su peso a tal punto que aflora su breve y
apacible pasado: "Mi vida era distinta, iba al colegio, estaba en
casa con mamá, salía con mi novio, no tenía problemas. Ahora, todo
cambió: soy introvertida, me trago las cosas, tengo un principio de
úlcera."
La febril rutina de su vida de modelo no es la única responsable de
sus contratiempos. Los comentarios de la gente le resultan tan
corrosivos como la incipiente hiperclorhidria: "Todos me hablan de
mi trabajo. Te vi en tal aviso, leí tal nota. Es muy aburrido. Por
eso, muchas veces prefiero estar sola. Por la misma razón, tampoco
salgo como antes:
llego a mi casa, me tiro en la cama, no duermo, pienso". No obstante
sus transitorias desventuras se define como "una chica alegre,
optimista, espontánea y sincera". Poco propensa a aceptar los
convencionalismos sociales o como ella prefiere traducir. "Meto la
pata muchas veces porqué no soy ceremoniosa".
Su padre, militar, se opuso tenazmente a los planes expansivos de
Liaría, principalmente en tanto interfirieran en las actividades
estudiantiles. Conquistado el título de maestra, L. C. minó las
resistencias paternas, aunque intuye vagamente que debe ampliar sus
horizontes: "Soy un producto de la publicidad", acierta. "Cuando la
gente se canse de verme en tapas, avisos y programas, tendré que
estudiar". Tales previsiones se concretaron en unas lecciones de
canto solfeadas para acometer su primer disco y unas clases
particulares de arte dramático con que se pertrechará para
cumplimentar una propuesta de hacer teatro.
La irrupción de Liliana al mundo canoro —al que ningún artista
parece hoy sentirse ajeno— estuvo signada por la casualidad,
encarnada en un caballero providencial y obeso que la contempló en
una sala de espera: "Un día estaba en una grabadora, tarareando como
lo hago en cualquier parte. Un señor gordo me dijo si quería grabar.
Primero contesté que no, pero después encontré un tema que me gustó
y dentro de poco sale mi primer simple".
Fuertemente prejuiciada hacia los señores gordos, de promesa fácil,
la perspicaz Liliana protesta: "Me dan rabia los que creen que
cuando una llega es porque hizo muchas concesiones. Y es al revés.
Si una se sienta en las rodillas de un señor gordo y empresario, en
vez de trabajar más al poco tiempo pasa al olvido". Entre sus
frustraciones anota un fugaz contacto con el arte de Terpsícore:
"Soy una bailarina frustrada. Estudié desde los cuatro a los diez
años con Michel Borovsky, pero tuve que abandonar porque se me
torcieron las piernas. Para corregir la desviación de las rodillas
hacia adentro tenía que dormir con unas piernas tutelares de yeso".
Semejantes calamidades no enfriaron su entusiasmo y el año pasado
reinició sus clases, esta vez bajo la dirección de Beatriz Ferrari,
pero tuvo que abandonar por falta de tiempo. El déficit lo compensa
con algunos deportes: una hora de gimnasia todos los días hábiles y
algo de tenis y natación. La falta de tiempo conspira también contra
el libre ejercicio de sus hobbies: "Me entretiene tejer, y coser me
divierte horrores", sonríe. Pero se lamenta de que su ajetreo actual
la aleje de la lectura, a punto tal que sólo exhibe una delgada
bibliografía: Corazón y Cuerpos y almas, que leí cuando estudiante,
y recientemente lo que más me gustó es Mañana digo basta, de Silvina
Bullrich". En plástica, sus favoritos son Salvador Dalí y Toulousse
Lautrec pero se apresura a confesar que de pintura no entiende nada.
Liliana Caldini, hincha de Racing ("Me gusta ir a la popular porque
se vive más la emoción del gol"), no exhibe preocupaciones
económicas: "Gano bastante, me compré un coche, pero no me interesa
el dinero. Nunca discuto mi cachet: lo hace mamá que es mi
representante", se desentiende.
Sin embargo, exhibe una módica rebeldía que la lleva a enjuiciar la
desigual distribución de la riqueza ("De política no entiendo nada
pero me preocupa que haya miles de chicos muriéndose de hambre en
todo el mundo mientras el Papa vive en el Vaticano dentro del mayor
lujo") y a admirar a los hombres de acción ("No soy comunista, pero
debo confesar que admiro al Che Guevara. Me gustan todos los hombres
que se juegan").
Su escueto ideario se inflama de nacionalismo cuando afirma que "a
la Argentina no la cambio por ningún otro país. Conozco Estados
Unidos y Canadá, donde todo es mecánico y la gente fría. El
desconocimiento de la Argentina en el exterior es culpa nuestra:
¡Cómo no van a pensar que somos indios si apenas llega un extranjero
le vendemos ponchos y boleadoras en la plaza San Martín!". La
rebelión antivernácula no alcanza sin embargo al folklore urbano:
"Me gustan los chicos de pelo largo, pero los auténticos, no los que
después de actuar se quitan el disfraz".
"Creo que soy algo así como la representante de la juventud", supone
Liliana Caldini. "Estoy identificada porque pienso y hago lo que
ellos". Entre las virtudes de sus representados, L. C. señala que
los jóvenes de hoy son más auténticos que las generaciones que los
precedieron, están más seguros de sí mismos y son capaces de
jugarse. "Me encantan porque no son conformistas. No acepto su
violencia, pero la justifico. Después de todo, los apretaron
demasiado, como en el caso de la intervención a la universidad".
Versátil, contradictoria, electrizada por un continuo movimiento que
recorre su esplendorosa anatomía, Liliana Caldini es el normotipo de
la adolescente. Impaciente ("Nunca estudié piano porque hubiese
querido sentarme y tocar de entrada fugas de Bach"), aquejada por
seudoproblemas ("Me aterra la vejez"), ornamentada por desprejuicios
puramente formales ("Vivo aquí y ahora") exhibe esa mezcla de
confusión y audacia, de módicos desafíos, que insufla al adolescente
un inocuo tremendismo y un básico descontento. O como lo expresa,
definitivamente, Liliana: "Soy alegre, pero no feliz".
EDGARDO SUAREZ: "CONTEMPORANEO DEL FUTURO
Tiene una voz caliente, húmeda y pastosa, con resonancias de caverna
y algunas inflexiones centroamericanas. Sin embargo, Edgardo Suárez,
37, dos hijos, productor y discjockey, contra lo que cualquiera
pueda suponer, nació en Mendoza, donde cursó el bachillerato,
desempeñó — a los 26 años— la Dirección de Cultura, rigió los
destinos de la biblioteca provincial y ejerció el periodismo. Suele
sindicárselo como "el patrón de la nueva música", por la entusiasta
promoción de conjuntos beats y diversos juglares modernos que
realiza desde sus espacios radiales. Se autodefine como
contemporáneo del futuro, extrapolación que fundamenta en una frase
de Sartre: "Lo importante en la vida no es ser joven ni viejo. Lo
importante es ser nuevo. A mi modo de ver, en este pensamiento está
la raíz del movimiento beat", supone ante SIETE DIAS mientras una
ancha sonrisa ilumina su rostro aindiado, feo y varonil, que
popularizó desde hace poco Hoy, música, hoy, un espacio que difunde
el canal 11, los martes a las 11.15, en el que Suárez presenta
conjuntos de relevancia musical, como Rodolfo Mederos, Baffa-Berlingieri,
Grupo Vocal Argentino, las Voces Blancas, Almendra o el trío formado
por López Furst, López Ruiz y Astarita.
"Hola, pariente", es la confianza que se permite con su audiencia,
invariablemente reclutada entre "muchachos y muchachas", modalidades
que para Edgardo Suárez "son un recurso para crear un clima de
intimidad, directo, de persona a persona". Lo cual, en un medio
esencialmente masivo como la televisión es toda una proeza. E. S.
evoca con alguna nostalgia su tiempo mendocino, en el que desarrolló
una vasta actividad cultural: "Con Armando Tejada Gómez y Carlos
Alonso formamos el grupo Voces, que organizó diversas exposiciones y
editó varios autores locales."
Hace más de cinco años que su personal figura es una familiar
presencia de Buenos Aires. El cine, o "el nuevo cine", como Suárez
gusta decir, contó con su participación en tres películas: Romance
del Aniceto y la Francisca, The Players vs. los ángeles caídos y
Tiro de gracia. Hace un año organizó en el teatro Payró un
espectáculo con tango de vanguardia y en el Coliseo, los recordados
beat bailes, los domingos al mediodía. Actualmente regentea en el
teatro Embassy el espectáculo denominado Nueva Canción: "Allí
vinculo la nueva música de Buenos Aires, actualizando las líneas
tradicionales con ritmos de actualidad. El cambio llega también a
través de los instrumentos, utilizando los de percusión, que
enriquecen la música barroca y el jazz. El lunfardo, que era
patrimonio del tango, pasa a la música nueva", teoriza E. S., para
quien el empleo del idioma cotidiano en la música beat implica el
reflejo de una realidad, "ya que las formas musicales se adaptan a
las orales".
"Aquí comenzó la valoración de lo auténtico. El que no esté en eso,
mejor que se vaya a su casa", pontifica Suárez, que se regodea con
la íntima convicción de que existe un público maduro que va
imponiendo sus gustos, obligando a mejorar la calidad de las
producciones comerciales. "La nueva canción y la nueva música son la
consecuencia de la actitud de cambio qué se está dando en el mundo
entero, en todos los planos. Ya no se trata de juntar cuatro
melenudos y darles unos instrumentos. Para hacer música hay que
estudiar. Se acabó el reino de los improvisados".
"Tampoco estamos solos para recorrer el mundo. Siempre nos
acompañarán los Vinicius de Moraes, los Jacques Prever, las Nacha
Guevara, los Rolling Stones, los Piazzolla, los Almendra. ¿No te
parece, pariente?".
Cristina Plante: "No a la cosa fácil"
"¡Mi ángel amable, duende silencioso / mi compañero, dulce y buen
amigo / muchacho de pan y de madera / y de cosas nobles y buenas /
Eres la risa y la caricia / dentro y fuera de mi piel". Así comienza
'Muchacho de pan', una de las baladas compuestas y cantadas por
Cristina Plate, 27, casada, una hija, quien gusta en erigirse en
campeona de la antiprotesta. "Protesto contra el uso comercial de la
canción de protesta", redundó la Plate, una ex modelo publicitaria
que alcanzó, hace tres años, la cúspide de la popularidad en un
comercial televisivo sobre telas. (Era la primera de las tres
esplendorosas señoritas que montaban un burrito en un extrañísimo
paisaje argentino).
"Hace seis meses que dejé esa actividad porque no quiero que se
confunda con lo que estoy haciendo", confiesa Cristina, quien
tampoco pudo eludir el imperativo de cantar. Antes, estudió dos años
de Antropología en la Facultad de Filosofía y transitó otros dos por
el Conservatorio Nacional para impregnarse de los secretos del arte
dramático. El año pasado integró el staff de dos producciones
cinematográficas nacionales: The Players y Tiro de gracia.
"Desde hace dos años canto públicamente. Me gustaba la música
popular pero tenía la idea de que mi voz era inadecuada: desde la
edad de siete años cantaba música lírica", se disculpa Cristina, que
no acierta a calificar todavía sus creaciones: "Hay dos
posibilidades; que mi música sea realmente popular o que pretenda
serlo. A mí no me interesa la cosa fácil. Soy accesible, trato de
dar una segunda oportunidad a la gente y a las cosas", condesciende
la Plate, ganadora en el año 1964 del Festival Municipal de Nuevos
Valores Musicales.
" 'En Muchacho de Pan' y 'Viejo amigo' digo las cosas que se dicen
siempre los miembros de una pareja, pero de manera más dulce",
explica. De su paso por la Facultad de Filosofía le quedó una honda
vocación interpretativa que la lleva a analizar las relaciones de
pareja, problemática esencial de su canto: "Casamiento y matrimonio
son palabras que asustan porque suenan burocráticas. Lo importante
de la pareja. Cualquier tipo normal está en condiciones de formar
pareja, pero esto no equivale a matrimonio, que pueden ser dos
personas que lo único que las une es la casa en común", pontifica.
El escalpelo analítico de Cristina pierde objetividad cuando habla
de la juventud: "Recuerdo una estrofa de Saint-Exupery: Si algo
tengo que pedir, es el de no ser jamás testigo, pues reclamo y para
siempre el derecho a participar. Estoy dentro de la juventud y creo
que lo que pasa con ella es por demás positivo", se entusiasma la
Plate, quien en este tópico accede a ser juez y parte. "Creo que los
jóvenes de hoy no constituyen una generación de espectadores sino de
actores. Pueden hacer las cosas mal o bien. No importa. Lo
verdaderamente importante es que las hacen".
Sin embargo, Cristina se apresura a aclarar que "no hay que
confundir a la juventud con las patotas que existieron siempre y
cuyas acciones deplorables se les endilga a los jóvenes en general:
"El resurgimiento de las patotas, que no sólo roban sino que también
matan, es un signo inequívoco de que hay algo que funciona mal". Al
lado de Letizia, su hijita de tres años, le parecen lejanos los años
bohemios en que estuvo en Europa, estudiando teatro en París con
Tania Balachova, Ivés Furet y Pierre Reynal o en Alemania, donde
trabajó en tres heladerías de Munich. "Ahora mi tiempo se va entre
las cosas de la casa, la atención de Letizia, las lecciones de
guitarra y la música nueva que escucho, estudio y compongo
permanentemente". Un programa por demás coherente y apacible para
quien escribe baladas de paz, intimistas y convincentes: "Te contaré
una historia / que te hará pensar / te contaré otra historia / y ya
no te irás".
MICHARVEGAS: "EXIJO DOS OREJAS"
"Mis canciones no consuelan a nadie de nada. Como salida personal,
continúan una búsqueda expresiva donde el recipiendario de la tarea
poética es siempre una persona a la que se tiene altamente en
cuenta, se trata de modificar en el campo de su conmoción, de
pasarle la dramaticidad de un lenguaje oprimido", discurseó Martín
Poni Micharvegas, 33, tres hijos, poeta, médico, periodista y cantor
de sus propias Canciones de fogueo en el Instituto Di Tella.
Semejante diversidad de profesiones suele sorprender a los
seguidores de Micharvegas: "Hay quienes se desalientan. ¿Por qué
habríamos de mantener una actitud rígida o un mismo oficio frente a
la alternancia e inquietud histórica? Fanón era médico. Guevara,
también. En la otro punta de cierta escala que no tiene nada que ver
con lo quejumbroso, Malcom, Cleaver, eran traficantes de drogas,
violadores, marginados de la ley. La sociedad ofrece su regazo
gratificante. Uno lo toma o lo deja", acierta el juglar.
Invadido de un poético escepticismo, el vate enjuició: "los mates
del sistema, los modelos importados, el desenfreno disciplinado, el
tango retrovertido, una iconoclastia protestona y reformista,
agravada con los males conexos: las entrevistas periodísticas, el
consumo, la carrera del disco, los millones engrasantes". Metáforas
extraídas de la patología quirúrgica adornan la tirada de
Micharvegas, para quien "el sistema ya acusa úlcera de estómago, la
hemorragia goteada que lo va llevando al agotamiento. Mis propias
canciones son un largo discurso estrangulado. Canto en favor del
advenimiento de un orden. Yo mismo piso el palito de un tejido
promocionante".
Pasea su vivaz mirada por el Bar Baro, que regentea desde la caja y
se cuestiona: "¿Qué se ve desde aquí? Paredes húmedas con posters
psicodélicos donde están pegados juntos líderes injuntables. Estas
mismas declaraciones son como un ectoplasma equívoco del proceso.
Uno a lo sumo ayuda a perfeccionar su ficha, más que a aclarar su
pensamiento. Siempre habrá un resquicio por el cual cualquier
declaración no muera y llegue como a los tumbos a las cabezas hacia
donde apuntó. Mi carrera artística pertenece al orden de los actos
poéticos, eso le da una solidez anticorrosiva", se consuela. La
comunicación con su público merece una metáfora oxigenada: "Ellos
respiran el mismo aire que estoy cantando. Mejor dicho, aspiran en
el momento en que largo mis canciones, espiran en el instante en que
recojo el aire. Hay un aire libre en nuestra comunicación. Como
única condición exijo secretamente que esta audiencia tenga dos
orejas. Que sepa oír las palabras de la realidad replegada, que no
es lo mismo que retraída. El público exige, en silencio pero
sostenidamente, que le restituyan una comunicación prostituida, una
fe en la región, un amor por el mundo".
¿Qué son canciones de fogueo?
"Algo así como si recogieran un reto e insinuaran: éste es el
despliegue de fuerzas, pero si quisiéramos podríamos aplastar; ésta
es la marca en la ropa, pero si quisiera podríamos identificarte
bien; éste es el vómito, si quisiéramos te haríamos largar de otro
modo las tripas, y así. Tiempo de escaramuzas, tiempo de fogueo".
¿Qué espera de sus canciones?
"De ellas no devendrá para mí el éxito, la fama, el estrellato. No
pueden alejarme de los hombres creando alrededor de mí una jaula
aséptica y brillante donde mi cabeza crezca independientemente de la
historia de ellos. Ellos no pueden pretender lanzarme dentro de un
Torino último modelo contra las paredes reforzadas de una ciudad a
la que conozco tanto. Y luego más lejos, contra las fronteras de mi
país. Y así sucesivamente. Continuidad de un amor que nunca fue
palabra muerta, ellas están en la vida con la misma precariedad y mi
misma desconfianza."
ROSSANA: "...Y NOS LARGAMOS A BUENOS AIRES"
Hasta el 27 de agosto era uno de los 40 habitantes de Humboldt, un
Pueblito de Santa Fe: una adolescente que leía poesías de Leopoldo
Lugones, terminaba fatigosamente sus estudios de perito mercantil y
horadaba las densas siestas provincianas, colmadas de sol y
silencio, con sus tímidos ejercicios de vocalización. Esa noche
invernal de agosto se presentó en un concurso de Canal 9 —brandes
valores del tango— semiinconsciente por el miedo, con las piernas
vacilantes, recorrida por una ansiedad que amenazaba estrangularla.
Bastaron dos versos del tango Madreselva para que la declararan
fuera de concurso. "De inmediato me contrataron con exclusividad",
se regodea Rossana Irene Falasca, 16, quien vierte sus
personalísimas creaciones de tango en Domingos de mi Ciudad, Sábados
de la Bondad y en el mismo programa que posibilitó su acceso a la
fama.
Invadida por un claro entusiasmo, vive su presente con una suerte de
gozosa incredulidad: "Me parece un sueño estar en un programa junto
a figuras como Hugo del Carril, por dar solamente un nombre, con
personas que hasta hace tres meses eran para mí una especie de
leyenda dorada, que sólo se asomaban al cine o a las grandes
revistas".
Su vertiginoso acceso al mundo del espectáculo le hace aparecer casi
remoto el pequeño universo de Humboldt, las interminables tardes del
verano en un campo cercano, donde se desmoronaba ¡un viejo
fonógrafo, junto al que Rossana refugiaba los ocios de la siesta:
"Había una pila de discos polvorientos y gangosos de Gardel, Azucena
Maizani, Libertad Lamarque con los que yo me deleitaba como si
fueran long-plays técnicamente perfectos".
Sin embargo, el contacto de Rossana con la música no es reciente:
"Procedo de una familia de músicos: mi padre y cinco de mis seis
hermanos tocan instrumentos. Siempre tuvimos orquesta propia: se
llamaba Adito y Chana y en ella canté por primera vez en público".
Curiosamente, no fue un tango sino Muñeca de cera, ya que la
orquesta paterna sólo frecuentaba el género jazzístico, amenizando
bailes por la provincia: "Un día, antes de actuar en un club frente
a la estación de Clusellas, en Santa Fe, mi padre, que me veía
cantando siempre, me ofreció debutar con el conjunto. Por supuesto,
no lo pensé dos veces. Yo estudiaba canto desde los 10 años, con una
profesora que era cantante lírica", memora. Pero aún antes de los
estudios orgánicos, el fuego sagrado caldeaba sus cuerdas vocales:
al cumplir los 10 años tuvo contratos con LT9 de Santa Fe, LT14 de
Paraná y en canales televisivos cordobeses y santafesinos.
Cierta vez, un representante de orquestas de paso por Humboldt, al
oírla cantar vaticinó que su porvenir estaba en Buenos Aires: "Yo
pensaba lo mismo. Creo que todos en casa pensábamos lo mismo. Y nos
largamos a Buenos Aires, en marzo de este año. Encontré un lugar
para ensayar en Chacabuco al 700, frente al hotel donde paramos. Una
persona que me escuchó cantar un tango me habló del concurso de
Canal 9 y me fui a anotar. Nunca me imaginé que mi última
presentación en Humboldt sería el 11 de agosto", se asombra. Pese a
su juventud Rossana no comulga con los postulados de la moda
unisexo: "No me gustan los muchachos de pelo largo, ni los
pantalones ajustados y mucho menos los collares, que no le hacen
ningún favor al hombre", enfatiza. Su repertorio de creencias
incluye la música moderna ("Aunque me realizo con el tango, me
agrada el ritmo beat"), el peso de la experiencia ("Muchas veces los
jóvenes tienen razón pero conviene escuchar los consejos de los
mayores") y el valor de la espontaneidad ("Me enferman los
protocolos").
Por encima de su breve y apacible biografía y de la subjetiva nómina
de sus gustos y disgustos, hay una experiencia que, para muchos, no
conviene perderse: oírla cantar.
PIERO: "FUNDAMENTALMENTE CANTOR"
"Piero canta. No está de novio", dijo, al rechazar un ofrecimiento
de protagonizar una fotonovela con su vida privada. Desde que se
empinó en el' ranking de los baladistas con el persistente éxito Mi
viejo, Piero De Benedictis, 24, un ex seminarista de rostro aniñado
y aspecto de eterno estudiante secundario, rechazó ofrecimientos
para participar en siete películas cuyos argumentos prosperaran en
torno de su vida íntima. Si bien la eclosión de Piero data de 1969,
sus comienzos son casi contemporáneos de la gestación de lo que se
llamó nueva ola. "Empecé en 1964 en Remates Musicales, el programa
que conducía Roberto Galán. Participé también en Sábados
Continuados, de Carrizo. Hasta entonces, yo sólo cantaba en grupos o
en el Seminario Menor Metropolitano, donde estudiaba", memora Piero
ante SIETE DIAS.
Al abandonar el seminario Piero viajó a Río Negro donde comenzó a
rendir equivalencias para completar el bachillerato. Una cinta
grabada con algunas canciones —de la que se había olvidado— llegó a
oídos de un productor, quien se apresuró a invitarlo
telegráficamente a viajar a Buenos Aires. "Fueron cinco meses en que
trabajé todos los días. De lunes a viernes en Remates y los sábados,
con Carrizo. Empezaron a conocerme la cara y recibí ofertas de las
grabadoras. Mi primer disco fue 'Alla cara cara nona', al que se
unirían después diez simples más", memora Piero.
Sin embargo, corroído por la autocrítica, estaba lejos de sentirse
contento: "Eran canciones de montón, de estribillos. A pesar de que
ganaba plata no me conformaba. Entonces propuse al sello grabador
canciones importantes, las que fueron rechazadas. ¿Para qué innovar?
Total lo que hacía, caminaba", ironiza el juglar. "A fines del 66,
después de los carnavales, decidí retirarme". El ostracismo canoro
de Piero duró tres años, en los que desempeñó los más diversos
oficios: desde regentear un boliche en Villa Gesell hasta una
fábrica de juguetes. En el paréntesis comercial, Piero seguía
rumiando hipotéticas canciones. "Necesitaba un letrista. Alguien que
me escribiera letras en un todo de acuerdo con lo que yo quería y
sentía. En febrero de 1969 conocí a José. Buscamos canciones serias
y populares, dignas, que aportaran algo, que reflejaran la realidad
del momento en que vivimos, canciones testimoniales".
Piero es la voz de un equipo que integran José Tcherkaski, Héctor
Techeira, Hugo Romani y Jorge López Ruiz cuyo propósito es "no dar
concesiones y hacer las cosas como nos propusimos el primer día. Hay
que dar a la letra y a la melodía todas las posibilidades técnicas.
Si se necesitan 40 músicos, se ponen. Si sale mal, pagar de nuevo a
los 40 y repetir la grabación", exagera. Cree en aquello de que el
hábito no hace al monje: "Me visto como cualquiera porque no existe
un disfraz de cantante. Para cantar, no hace falta vestirse de
torero o de gentleman. Recién de dos años a esta parte los jóvenes
dejaron de mirar hacia afuera. En música, como en todo lo demás,
somos más serios. Basta los que buscaban llamar la atención
advierten que no pasa nada y procuran cambiar".
El exitoso cantante —recientemente galardonado con el primer premio
en el III Festival Buenos Aires de la Canción— se consuela pensando
en sus planes inmediatos: una película que se rodará en torno de los
temas de sus canciones, para lo cual ya se dispone a estudiar arte
escénico. Aunque no olvida —como el célebre personaje de Tato Bores—
"que él, por sobre todas las cosas, fundamentalmente, es cantor".
DONALD: "UNA JUVENTUD MACANUDA"
Hace 36 años los radioescuchas de Buenos Aires se congregaban junto
a los escasos receptores cuando la voz decía: "Hola, amigos, es Don
Dean que les habla" y la orquesta, que se llamaba Los estudiantes de
Hollywood, acometía piezas tales como Bailando en el Alvear o Stormy
weather. Otro de los temas que integraba el repertorio. En una playa
junto al mar, tuvo que esperar 36 años para acceder a la fama, en la
voz de Donald Clifton McCIuskey, el hijo de Don Dean, más conocido
como Donald.
El exitoso creador del zucundum tiene 23 años, cursa el cuarto año
de abogacía en la Universidad del Salvador y es, junto con Liliana
Caldini, el beneficiario del comercial televisivo de cigarrillos
ilustrado musicalmente con Tiritando, otro de los hits pergeñado por
el más joven de la dinastía de los McCIuskey, conocidos también en
su hora como los Mac Kee Macs. "Cuando tenía 8 años —evoca Donald—
mis hermanos me llevaron a la televisión, pero recién a los 16
empecé a trabajar como profesional: trabajé en el show de Antonio
Prieto y en Ritmo y juventud, que presentaba el Canal 11".
El tipo de música que lo encumbró ("melódica con mucho ritmo") no
coincide con las preferencias de Donald, cuyo corazón late al ritmo
del jazz, "que lamentablemente no camina en venta ni en el gusto.
Sin embargo, la función de un artista es la de comunicarse con su
público a través de los gustos de ese público. Como con lo que yo
hago la pegué, estoy muy conforme". Donald intuye que lo beat va más
allá de una mera forma musical: "Es una forma de vida, de vestirse,
de comportarse. Yo soy un muchacho que canta bien —se alaba—, quiero
tener éxito pero dentro de lo normal, obtenido a través de las
propias cualidades y no de la sastrería". No vacila en incluirse
dentro de la juventud actual que considera "macanuda, aunque se diga
que no tiene comunicación. Yo pienso inclusive que sabe comunicarse
con los mayores", supone Donald, que exalta su gusto por el estudio
"aunque hace seis meses que no curso materias".
De todas maneras, el zucundum parece más generoso que el buffet de
abogado, un ejercicio profesional que el casi letrado McCIuskey
reserva para el futuro: "Estoy ganando mucha plata y la invierto con
inteligencia: me compré un departamento y un Peugeot 504. Además,
otra previsión que tengo en materia de inversiones es plantar. Lo
voy a hacer en una finca que mi padre tiene en Mendoza y de la
cual me cedió un poco de tierra".
Tiritando, que ya fue grabado en italiano y portugués, pasará ahora
a ser un gerundio en inglés: "Siempre quise grabar para el mercado
internacional y ahora se me dio. Me voy dentro de poco a los Estados
Unidos para grabar mis temas en inglés", se alegra Donald, que no
puede resistir la tentación de comparar la reacción de su público
antes y después del boom, "cuando sólo me pedían un autógrafo y me
decían Chau. ¡Pensar que ahora hasta me desvisten!".
La vocación nudista de sus admiradores no parece molestarlo: "No
creo en los artistas atormentados por el éxito. Tampoco me gustan
las críticas despectivas y prefiero eludirlas. Por lo demás, soy
introvertido, cambiante, alegre y triste de a ratos", dice mientras
sonríe con melancolía.
¿Las mujeres? La ancha sonrisa vuelve a iluminar su rostro: "Me
enloquecen. Simplemente me enloquecen. Son bonitas en todo el mundo,
pero las argentinas tienen caracteres particulares que las
distinguen. Son caprichosas, un poco porque nosotros les hemos dado
la libertad. Sin embargo, aunque quieren ser dominantes les gusta
que las dominen. En mi relación con ellas, soy un poco tirano, me
gusta que hagan lo que yo digo. Si no..."
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