OPOSICIÓN
Obreros y estudiante: unidos como antes

Para el Gobierno, tan católico y enemigo de la superstición, el último martes 13 fue, sin embargo, nefasto; aquel día, sendos motines estallaron en Córdoba y La Plata a la grupa de cuestiones ordinarias. Como fuera, la oposición les prestó apoyo, y no dejará de agitarlos para probar que la Argentina marcha hacia el caos.
El aletazo de Córdoba, radicado en la industria automotriz, semeja un mal endémico; en su trasfondo pugnan compañías afectadas por la disminución de las ventas y obreros con pánico, dispuestos a impedir que el bache se traduzca" en la pérdida de sus puestos.
Quince días atrás, la hipersensibilidad hizo crisis: el operario Juan Carlos Perroti se accidentó en la sección matrices de la planta IKA-Renault, en el suburbio de Santa Isabel, y sus 200 compañeros abandonaron el trabajo: acusaban a los patrones de escasa prevención.
Todos los quejosos fueron castigados por indisciplina; entonces, sus camaradas iniciaron el lunes 12 un paro de protesta. Sólo lograron que la empresa suspendiera por dos días a unos 4.700 mecánicos, plegados al movimiento; el martes se les impidió la entrada y así brotó una revuelta de proporciones: árboles enteros bloquearon la ruta a la ciudad y los accesos del taller para impedir el ingreso de los pocos no sancionados. La Policía acudió con gases y, desde luego, los iracundos redoblaron contra ella una pedrea iniciada antes, y que ya daba cuenta de todos los vidrios del establecimiento. Un automóvil que pertenecía al directorio fue quemado, y otros seis (entre ellos dos de los guardias) recibieron daños serios. Lo peor: 4 policías salieron maltrechos, así como cinco obreros; de éstos, Remigio Olaz y Ernesto Paparone muestran heridas de bala.
Hacia la tarde la batalla se reanudó en el centro de Córdoba, donde los obreros, unidos a piquetes estudiantiles, ensayaron varios actos relámpago, sorteando el gas policial que inundó la zona. Al fin, los perseguidos se introdujeron en el comedor universitario —a través da una ventana— y fraternizaron con los alumnos.
El miércoles, los trabajadores tampoco lograron ingresar a la fábrica; aquel día, la barahúnda retornó al centro de la ciudad: estallaron petardos, las calles fueron alfombradas con volantes y los desórdenes culminaron en la Facultad de Arquitectura, desde cuyos pisos superiores los alumnos lanzaron sus pupitres a la calle.
También los estudiantes de Arquitectura alborotaban La Plata: el martes iniciaron un tumultuoso movimiento de protesta, en el interior de su Facultad, por las sanciones que una docena de condiscípulos sufrieron hace quince días: es el pago de un motín anterior que culminó el 4 de julio con la ocupación de la casa. El miércoles 14 se les sumó un 50 por ciento del alumnado platense, que faltó a clases mientras organizaba actos relámpago.
En medio de la tormentosa semana —quizá alentados por la reacción de La Plata y Córdoba—, los militantes estudiantiles porteños volvieron a encontrar a sus profesores dimitentes en 1966, y a los graduados universitarios; el conciliábulo deliberó en el subsuelo de una confitería de los alrededores de la Plaza de Mayo. Objeto: tramar el rescate de la Universidad, buscar alianzas con los cegetistas y ultimar los detalles de la próxima sublevación; debe estallar en todo el país el 7 de noviembre, segundo aniversario del asesinato de Santiago Pampillón, A celebrar la fecha incitaban, la semana pasada, los volantes de la flamante une (Unión Nacional de Estudiantes), que por primera vez coliga a los alumnos católicos y nacionalistas.
Pescador en ese río de inconformismo, el general en retiro Adolfo C. López repitió el domingo 11, en Córdoba, que su intención es la de "poner en pie a la ciudadanía". "No pienso entrar más a un cuartel; estoy con el pueblo —declamó— porque yo al Ejército lo estoy retando desde el llano." El desafío de López: que las Fuerzas Armadas impongan a Onganía un plebiscito, para que la llamada Revolución Argentina cuente con el aval del electorado.
La posibilidad de que el Gobierno —bajo presiones— acceda a poner en juego su hegemonía, vibraba también en el cerebro de los conservadores, obligados por un albur a definirse frente a Onganía. Es que el 19 de julio último, el prooficialista Emilio Hardoy almorzaba, a costa de Guillermo Borda, en la Casa Rosada; la entrevista levantó rimeros de asombro entre los no avisados, que prejuzgaron una apertura del Ministro hacia los partidos; en realidad, Hardoy se reúne frecuentemente con Borda, aunque no siempre en el palacio.
De todos modos, sus correligionarios Oscar Vicchi y Samuel Allperín pidieron al renunciante titular de la Federación de Centro, Carlos Aguinaga; que se pronunciara, "ya que el silencio respecto de las actividades personales [de Hardoy] puede ser interpretado por la opinión pública como conformidad o complicidad"; y más aún cuando se tiene en cuenta "los inciertos y oscuros planes del Ministerio del Interior". A la queja adhirió, el domingo 4 de agosto, Francisco Gabrielli: se decidió entonces que fuese el Comité Nacional quien sancionase o no al comensal de Borda. Un pronunciamiento del cuerpo —que deliberaba al finalizar la semana pasada—, en el "caso Hardoy", equivaldría a una definición acerca del Gobierno.
Algo que hasta ahora los conservadores, eludieron. "Mi preocupación constante —dijo Aguinaga a Primera Plana el martes último, en Mendoza— es la de contribuir para que este Gobierno tenga una salida política." Como el mendocino, muchos centristas la esperan, aunque "si Onganía no se apura a hacer el gran ofrecimiento —profetizó Aguinaga— se verá rebasado por las circunstancias y, entonces, ya no podrá orientar el proceso". Quizá las esperanzas de los conservadores, —que en estos días responderán a Alvaro Alsogaray sobre su propuesta de armar juntos una fuerza nueva— frenen la tendencia que, con Allperín, Vicchi y otros, busca combatir al Presidente.
Como los líderes gremiales y estudiantiles, igual que la mayor parte de los opositores, en estos momentos Juan Perón parece desencantarse del cuartelazo rumoreado en los últimos dos meses: todos ellos se inclinan a suponer ahora que sólo una acción masiva, unitaria y de largo plazo, logrará desarzonar a Onganía y obligarle a compartir el Estado mediante un referéndum. La Puerta de Hierro, por lo pronto, dejó entrar el sábado 10 a Jerónimo Remorino. El líder y su mujer lo colman de amabilidades, pero no lo dejan salir hacia Buenos Aires.
Una carta de Perón llegada hace 15 días a manos de Raimundo Ongaro se conoció íntegramente la semana pasada; es reveladora: su autor excita al jefe de la CGT rebelde a formar un Comando, elegido en la Argentina sin intervención madrileña. Visiblemente, busca abrir las posibilidades a todos los jefes peronistas capaces de graduarse en la lucha, para luego escoger entre ellos: por hoy, Ongaro se lleva las palmas. En cambio, otras designaciones—las de Pablo Vicente y Jorge Paladino a la cabeza del justicialismo—, anunciadas también dos semanas atrás, no fueron dadas a publicidad. Según sostienen corresponsales de Perón, es posible que esos nombramientos (cuyos términos contradecirían los de la misiva a Ongaro) sólo existan en la fantasía de Vicente.
PRIMERA PLANA
20 de agosto de 1968

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Batalla de Santa Isabel - Olaz herido

 



 

 

 

 

 

 



 

 

 

 

 

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