Revista Siete Días Ilustrados
27.08.1973 |
Al mando de un organismo clave en materia de exhibiciones
cinematográficas, el realizador de "La hora de los hornos" analiza
los fundamentos de su gestión: los mandatos del imperialismo, el
estilo de vida nacional, el juicio del Estado, la madurez del
público.
En un séptimo piso de la avenida Córdoba al 800, en Buenos Aires,
funcionan las oficinas del Ente de Calificación Cinematográfica. Un
reducto que sirvió —los últimos años— para mutilar todo tipo de
producción fílmica nacional y extranjera, según dos criterios
—ideológico y moral— cuyos parámetros de medición fueron discutidos
tanto por los realizadores como por el público. Desde hace pocos
días en ese tradicional feudo del doctor Ramiro de la Fuente,
factótum del ECC, nombrado por el gobierno del teniente general Juan
Carlos Onganía, se ha instalado un conocido director
cinematográfico, cuyo nombramiento como interventor del ECC provocó
sorpresa en diversos medios allegados a esta industria, tanto por la
trayectoria del nuevo funcionario, como por el cambio de rumbo que,
se presume, imprimirá al organismo.
Para desentrañar las ideas y proyectos de Octavio Getino (37, dos
hijas, un español que llegó a la Argentina en 1952, y se naturalizó
en 1967), Siete Días lo entrevistó la semana pasada, hilvanando un
diálogo que permite conocer las medidas que piensa adoptar durante
su gestión, especialmente con respecto a la censura cinematográfica.
Como complemento de este reportaje, en la página 12 se incluye la
síntesis de una charla que el corresponsal Juan Abraham mantuvo en
Nueva York con otro flamante directivo del cine nacional: Hugo del
Carril.
Ganador de dos concursos de cuentos —Casa de las Américas, 1964, y
Fondo Nacional de las Artes, 1968—, Getino también cosechó
galardones por su producción fílmica: algunos de sus cortometrajes
fueron premiados por la Dirección de Cultura metropolitana, y un
largo —La hora de los hornos, realizado en colaboración con Fernando
Pino Solanas— recibió numerosos premios internacionales. Pero no es
esa toda su producción: El camino hacia la muerte del Viejo Reales
—film de Gerardo Vallejos—, lo contó en el equipo de realización;
Perón, la Revolución Justicialista y Perón, actualización política y
doctrinaria, fueron dos extensos reportajes fílmicos al ex
presidente argentino, que también realizó en colaboración con
Solanas; El familiar, un largometraje en colores que difundió
ampliamente la Televisión Italiana, constituye su último trabajo.
—¿Cómo se puede caracterizar a toda esta obra?
—Bueno, ha sido un cine enrolado en la llamada Resistencia
Peronista, testimonial, de tipo documental y que fue, en su momento,
prohibido. Toda mi obra tuvo problemas de difusión. La hora de los
hornos, por ejemplo, fue censurada y prohibida en un proceso
sumamente irregular. Nosotros no pedimos calificación al Ente:
solicitamos en el Instituto Nacional de Cinematografía un
certificado de nacionalidad. Y eso nos fue negado. Casualmente, hoy
estaba leyendo por primera vez los expedientes, que eran secretos, y
descubrí algunas cosas. Sin que hubiésemos pedido calificación, como
te dije, la pasaron al Ente, y aquí la derivaron a ciertos
organismos que fueron los que la calificaron de "peligrosa", de
ideológicamente subversiva, comunista y todo eso. También nos
reconocieron algo: que la película estaba muy hábilmente hecha, y
que tenía gran penetración en el público. Así dijeron.
TODO LO ARBITRARIO
—¿Cuál es el criterio con que manejaría el Ente; la idea
predominante de trabajo que aplicarás en el futuro?
—Mirá, yo parto de la base de que el pueblo argentino se ha
pronunciado por el cambio, por la revolución, por liquidar todas las
formas de dependencia del imperialismo, tanto políticas como
económicas y culturales. Y ahora, cuando el gobierno entiende que en
materia de política de calificación hace falta una intervención
(porque la ley existente es una ley represiva), un hombre que está
trabajando en este proceso tiene dos opciones: evadirse o asumir su
responsabilidad por más dificultades que haya. Y yo opté por esto
último.
—Pero, ¿con qué espíritu vas a desarrollar tus tareas? ¿Se trata de
un simple cambio de censor?
—Mirá, cuando yo hablo de la voluntad liberadora del pueblo, me
refiero a la política del general Perón, a su doctrina. Y en lo que
hace a la política cinematográfica, yo entiendo que no puede haber
ninguna forma de represión ni de censura, pues ésta no es sino la
manifestación exterior, visible de la dependencia.
—¿Esto quiere decir que vos estás por la no censura?
—Bueno, la no censura es una abstracción. Acá hay que ver qué es una
cosa y qué es la otra. La censura existe desde que la cinematografía
mundial está controlada por el imperialismo e impone cierto tipo de
normas: la exhibición de determinado tipo de películas, determinada
duración, determinado lenguaje, cierta tabla de valores... En fin,
todo lo que dio en llamarse "estilo de vida occidental y cristiano".
La censura es custodio de todo esto. Pero no es todo eso, porque la
censura es global. El hecho de que desaparezcan los torturadores no
significa que termine la violencia. La situación que vive nuestro
cine es de represión y censura, pero no sólo por la intervención del
Estado, sino por toda una estructura mundial de dependencia que ha
hecho que nuestra cinematografía (como la economía, como la cultura)
tenga que estar subordinada a los grandes centros mundiales de
poder. Por ello nuestro cine ha estado dominado por cadenas de
distribución imperialistas; por ello el 93 por ciento de las
películas que se exhiben en el país son extranjeras. Vale decir que
toda esta situación anacrónica se tiene que traducir en términos de
censura. Porque a un autor que intenta hacer una película, de nada
le sirve que haya un Ente de Calificación que se la autorice, si
después no va a encontrar canales de difusión para lanzarse, ni
medios de comunicación que la promuevan.
—¿Y cómo pensás enfrentar esta situación, con el criterio de la no
censura?
—En dos etapas: en la primera (en que sigue vigente la ley 18.019)
trataré de descomprimir al máximo todos los mecanismos de represión
que caracterizaron a la censura, hasta tanto se cambie la ley. Y en
la segunda intentaré obtener una ley que regule la calificación, no
la censura. Porque censurar es prohibir, mutilar. Y la calificación
puede consistir en destacar valores, fijando la opinión del Ente
ante determinadas obras.
—¿Cuáles serán los elementos de esa ley, sus características?
—En esta etapa mi propósito es el de operar con una especie de
comisión (que estoy designando) asesora del Ente. La integrarán
especialistas en la materia: críticos, realizadores, psicólogos,
sociólogos, educadores, incluso gente de organismos del Estado.
Pienso trabajar con ellos en la estructura definitiva de esa ley, la
que de alguna manera tendería a poner al cine nacional a la altura
de la madurez que tiene nuestro público.
—¿ Cuál será la diferencia sustancial con la ley vigente, por
ejemplo en los aspectos ideológicos?
—Bueno, la diferencia será rotunda y concreta. El espíritu se irá
viendo a través de lo que yo ejecute entretanto. A través de los
hechos.
—¿Pero cuál será el criterio a adoptar frente a los distintos tipos
de censura que se aplicaban? Por ejemplo: se censuró siempre, desde
el punto de vista de la moral, desnudos y pornografía; desde el
punto de vista ideológico, lo que era considerado irritante para el
sistema; y finalmente se prohibió cierta filmografía por su sola
procedencia: es el caso del cine cubano o chino, que acá jamás se
exhibió, así se tratara de una versión de Caperucita Roja.
—Nosotros vamos a cambiar esto. Y lo digo con ejemplos: en lo que
hace a términos ideológicos, en el Ente había dos películas (Estado
de Sitio y La hora de los hornos) que estaban demorada y prohibida
respectivamente; han sido autorizadas a ser pasadas. Y La hora de
los hornos, será apta para todo público. Además, en esta semana se
resuelve la salida de Operación Masacre y El Decamerón. Vale decir
que a través de este tipo de línea se irá visualizando cuál es
nuestro criterio de calificación. Yo entiendo que la Nación tiene un
Código Penal y un cuerpo legal que ofrecen una protección muy grande
frente a todo aquello que atente contra lo que el propio pueblo ha
ido estableciendo. O sea que hay un mecanismo legal que reprime la
obscenidad, las perversiones sexuales, la prostitución, la traición
a la Patria... Esto vale tanto para lo moral como para lo político.
No olvidemos que el mejor calificador es el pueblo: él determina si
tal o cual film es subversivo o reaccionario, moral o inmoral. Lo
que no significa que el Estado no tenga también su derecho a opinar.
En lo que hace a este Ente, yo pienso que el Estado va a tener
derecho a opinar sobre los films que se difundan. Por ejemplo, la
Iglesia se siente con el derecho de ofrecer a sus feligreses un
cierto tipo de orientación sobre las películas que se pueden ver. Y
el Estado también tiene que hacerlo. Después, si el público lo
comparte o no, es otro asunto. Es necesario, creo yo, que el Estado
intervenga fijando su posición frente a cierto tipo de material
abiertamente fascista, en algunos casos, o abiertamente racista, en
otros.
—¿Aun exhibiendo esos materiales?
—Sí, claro.
—O sea que vos no estás por la prohibición de nada, sino por la
exhibición calificada.
—Por supuesto. Yo creo que nada debe prohibirse, el país no debe
tener miedo a nada, en la medida que tiene una serie de reservas
legales (y que esto quede en claro, porque si no sería dar piedra
libre en un país indefenso) que pueden impedir la penetración de
ciertas cosas. Así, no hacen falta organismos de censura. Es decir,
no hace falta decir que se prohíbe determinada película por ser
obscena, cuando hay un Código Penal que en su artículo 128 dice que
son obscenas.
—¿Quién determina la obscenidad?
—No es el Ente de Calificación, sino que lo determinará un proceso
en el cual ambas partes debatirán públicamente esas cuestiones antes
las instituciones legales correspondientes. Por ejemplo: Ultimo
tango en París, se difunde en Italia, luego se lo secuestra por una
denuncia ante el Poder Judicial, se lo absuelve, se lo vuelve a
secuestrar... Pero durante el proceso público ve la película y opina
sobre ella.
EL HOMBRE, EL PUEBLO
—Tanto para la represión como para la censura, más, de una vez se
aplicó un criterio de defensa del llamado "ser nacional", o del
"estilo de vida nacional". ¿Cuál es la definición que vos, al frente
del Ente calificador, ofrecés al respecto?
—Bueno, defender "el estilo nacional de vida" es una abstracción.
—Sin embargo, el presidente Lastiri, hace pocos días, habló de un
estilo criollo de vida. ¿Cómo se aplicará ese concepto en la
calificación cinematográfica?
—El pueblo sabe lo que quiere decir eso. Más que analizar las
declaraciones, lo que vale es analizar los hechos. Las declaraciones
de defensa del estilo nacional de vida tienen el sentido que le
marcan los hechos que ejecutan. El estilo nacional de vida lo
establece el sector hegemónico de la
sociedad, el que está consustanciado con su tradición histórica, con
su forma de ser, de desarrollo, de crecimiento en un proceso de
liberación. Ocurre que a veces este pueblo está proscripto y alguien
se arroga el derecho de decir "Yo soy el representante del pueblo" y
se erige en defensor del estilo de vida, según los intereses que
persigue su sector. En la medida en que los representantes ejecuten
lo que el pueblo quiere, yo te digo: "Sí, está defendiendo el estilo
nacional de vida". Porque para mí, en tanto peronista, la métrica y
la guía es siempre el hombre, el pueblo.
—¿ La no censura puede ayudar a revitalizar la industria
cinematográfica nacional?
—A mí eso me importa muchísimo. Espero que sí. Ocurre que en la
Argentina la industria del cine mueve unos 15 mil millones de pesos
anuales, lo que es ínfimo si se piensa que el presupuesto
publicitario de una gran empresa alimentaria moviliza esa suma. Pero
para nosotros el cine no es fuente de ganancias, sino que debe ser
un medio de culturalización. Una sala cinematográfica es una
escuela. El cine tiene que dejar de ser una mercadería, para
convertirse en un medio que desarrolle la conciencia. Y entonces sí,
creo que el cine debe ser desarrollado, multiplicado, estimulado.
—Por diferentes razones, hay otro realizador argentino que fue
prohibido muchas veces: Armando Bo. ¿Cómo creés que se puede sentir
con tu nombramiento?
—Muy contento. El otro día me abrazó y me felicitó y hasta me contó
muchas anécdotas que podrían integrar una antología del humor. Me
dijo que, una vez. De la Fuente lo obligó a cambiar el diálogo de
una secuencia en la que Bo se había autocriticado. Un personaje
decía: "Ese b... de Armando Bo y esa p... (1) de Isabel Sarli". De
la Fuente le hizo poner: "Ese intelectual de Bo y esa casquivana de
Isabel".
Oscar Giardinelli
(1) Siete Días ofrece aquí un módico ejemplo de autocensura.
HUGO DEL CARRIL: "LA RAIZ NACIONAL"
Desde hace varias semanas, y durante media hora por noche, un
singular alboroto estalla en el subsuelo del neoyorquino Lexington
Hotel, donde funciona el restaurante Chateau Madrid. En lugar de
pasodobles, seguidillas y fandangos, el show que entusiasma a la
clientela del local —íntegramente conformada por españoles y
sudamericanos— reconoce un protagonista bien porteño —el tango— y un
intérprete no menos vernáculo: Hugo del Carril. Contratado para
actuar durante un mes, el flamante director del Instituto Nacional
de Cinematografía —el nombramiento lo sorprendió luego de haber
comprometido su presencia en el Chateau Madrid— conversó la semana
pasada con el corresponsal Juan Abraham. A continuación, la síntesis
de la charla que se inició con una observación de Hugo del Carril:
"¡Qué cosa seria es la pornografía en Estados Unidos! Los temas que
se anuncian en los cines de la Calle 42 son inconcebibles. Creo que
acá se está viviendo una decadencia moral bastante grave".
—¿Qué planes tiene como director del Instituto?
—Muchos. En síntesis creo que debemos impulsar la producción de
películas de raíz nacional, lo que no significa que descuidemos el
aspecto comercial y los films de este tipo. Como el Estado apoyará
decididamente nuestro trabajo, es lógico que reclame cierto
nacionalismo en la producción. Yo estoy en permanente contacto con
el subdirector del Instituto, Mario Soficci, porque deseamos que
todo esto quede encaminado cuanto antes.
—¿Qué perspectivas exportadoras existen para la industria
cinematográfica argentina?
—Pienso que nos conviene ir pensando en organizar coproducciones con
México y España. Son mercados potenciales.
—¿Se piensa estimular algún tipo de temática, en particular?
—Mire, considero que los argentinos tenemos que encarar fílmicamente
cuestiones fundamentales de nuestra realidad: los latifundios, por
ejemplo, el problema ciudadano ... Debemos transitar una línea
similar a la del posneorrealismo italiano.
—Como cineasta, ¿cuál será su próxima producción?
—No me gusta adelantar mis proyectos: cada vez que lo hice me
robaron la idea.
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Octavio Getino
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Hugo del Carril |
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