Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


OFICIOS
LOS QUE VIVEN DE LA PLUMA
Revista Periscopio
24.03.1970

Es un elemento común, parte indispensable del paisaje hogareño. Una vez cada tres o cuatro años se repara en él: el presupuesto doméstico alberga entonces una partida especial para renovación de plumeros. Ni siquiera en ese momento se repara en su origen, una industria en la que aún prevalecen habilidades manuales y visuales, donde la máquina es la rudimentaria prolongación de las manos del hombre. Acaso esa estructura determine su lenta, inexorable extinción: las clásicas plumas de avestruz son reemplazadas cada día más por fibras sintéticas, artefactos eléctricos y, en el último bienio, por el auge de compuestos químicos dispuestos a combatir las huellas del polvo cotidiano.
Sin otro horizonte que la tradición, subsisten sin embargo los plumereros. Una docena de pequeñas fábricas cabalgan entre el romanticismo y la costumbre de los argentinos. Con problemas, claro, sin sospechar que la suma quizá sea la muerte definitiva de su trabajosa artesanía.
"Encontrar 10 kilos de fierro en un fardo de plumas de 50 no es algo que pueda causar gracia", rezonga Pedro Zanoni (56), dedicado hace cuatro décadas a la fabricación de plumeros. Es uno de los propietarios de la empresa Zanoni Hermanos, instalada en 1919 en el barrio porteño de Colegiales. "Sin embargo —completa su queja—, eso es cosa de todos los días. Cuando no son fierros son piedras, alpargatas viejas, cualquier cosa. Esa es una de las causas que hacen más difícil la supervivencia. Cuando desplumábamos nosotros, no teníamos estos problemas."
No es el único quejoso. Humberto Lippo (36), fabricante hace 21 años y dueño de una fábrica que funciona en Almagro, completa: "Como la pluma aumenta constantemente y el desperdicio por kilo es cada vez mayor, para mantener los precios no nos queda otro remedio que bajar la calidad del plumero. Así vamos tirando: a tropezones, como podemos".
Tanta dificultad encuentra un solo paliativo: "Al oficio hay que quererlo —sentencia Antonio Petrizzo (48), con 34 años en la fabricación— y, si es posible, nacer en él. A mí me inició mi padre, Genaro, y yo le estoy enseñando a mi hijo Oscar. Está en la fábrica desde los 13, más o menos como yo". La opinión de Petrizzo es compartida por todos sus colegas; aunque jamás hablan de la competencia, aferrados a cánones de principios de siglo, están al tanto de lo que ocurre en las empresas vecinas con minucia ejemplar.

DE LA PLUMA Y DE LA MANGA
La pluma llamada original, tal como sale del avestruz, se vende al mayoreo entre 35 y 40 pesos nuevos por kilo; el desperdicio alcanza casi siempre al 40 por ciento. En cambio, la pluma clasificada, según tamaño, color y calidad, trepa hasta 80 y 110 pesos nuevos por kilo; el desperdicio se reduce en estos casos a un 10 por ciento. El negocio está íntegramente en manos de especialistas; medio siglo atrás eran los fabricantes los que salían de correría, pero son muy pocos los que persisten: prefieren utilizar el tiempo que demandaba la caza y desplume de avestruces en la producción de plumeros.
La época propicia para la correría va del 25 de mayo a fines de octubre; el clima frío mejora notablemente el brillo, el color y la flexibilidad de la pluma, y el desperdicio de los fardos se debe —al margen de hierros o alpargatas— a las plumas chicas, secas y quebradizas. La técnica consiste en arrear a los avestruces hasta la manga, especie de corral improvisado de unos 600 metros de diámetro. El desplume se realiza animal por animal, hasta vaciar la manga.
"No crea que es cosa fácil, amigo —comenta Zanoni, cuyas piernas están cubiertas por añejas cicatrices—. La gente no tiene la menor idea de lo que significa una patada de avestruz." Quien domina la técnica de atrapar los animales es Nicolás Serpico (42), desplumador de oficio: "Hay que acercarse al ñandú por el costado, tomarlo por los alones y voltearlo. En el suelo se le pisa una pata, para inmovilizarlo", recomienda. Si el trabajo se hace bien, el ñandú debe quedar con la pluma chica; en primer lugar porque el plumón sirve, luego para que pueda sobrevivir en el frío. La técnica tiene también aristas de inversión: el plumón chico se transforma, al año, en plumas aptas. Zanoni remata la imagen: "Pobrecitos, hay que verlos cuando uno los larga y disparan hacia el campo. Van blanquitos y muertos de frío; dan lástima".
Las zonas más propicias para la cosecha son los llanos de la provincia de Buenos Aires, hacia el Oeste, y la Patagonia. Las plumas bonaerenses reciben nombres como blondina, negra, china y gris especial; las patagónicas los de mora, té con leche y farolito.

LAS CASAS-FABRICAS
Ante una serie de cajones rectangulares, de distintos tamaños y unidos
entre sí, paciente como Job, Antonio "Petrizzo va y viene constantemente: clasifica plumas por tamaño, color y calidad. Los cajones extremos albergan plumas de 12 y 52 centímetros; si alguna pasa la medida máxima, se le corta el canuto. Mientras tanto Oscar, sentado frente a la máquina de fabricación casera, con más de 70 años de servicio ya, pedalea para hacer girar el cabezal donde ha insertado, poco antes, el cabo del plumero. Lentamente, a razón de 18 plumas por vuelta, el utensilio va tomando forma; una serie de espiras de alambre va reteniendo los extremos. La producción diaria no pasa de 25 a 30 plumeros; la tarea es bastante agotadora.
No es la empresa más productiva; el ranking lo encabeza Lippo, con alrededor de 100 plumeros diarios, seguido por Zanoni con unos 80. La comercialización es siempre directa: son los propietarios los que entregan el producto a una red de bazares, ferreterías y casas de artículos de limpieza tanto o más antiguos que las propias fábricas. Los precios son bastante menos elevados de lo que se cree: un plumero grande, cuyo precio roza los 50 pesos nuevos, es entregado al minorista por unos 18.
Con más visión del futuro que el resto, Zanoni ha tomado en cuenta el embate modernista; por eso dedica un ala de la fábrica a la producción de escobas, cepillos y escobillas de fibra sintética, y simultáneamente trata de ensanchar el negocio con la participación en cuanta licitación aparezca, sea pública o privada. "No me conviene —filosofa, además— subir los precios. Sigo usando la misma cantidad de plumas que antes, unos 50 gramos para los chicos y 100 para los grandes. Eso sí, tuve que bajar un poquito la calidad." Acaso la suya sea la única fórmula de la supervivencia.


 

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